La dolarización es uno de los principales temas de debate público. Su principal impulsor es Javier Milei. El sábado 11/3, con la pedantería que lo caracteriza, Milei atacó a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, por sus dichos en Río Negro y defendió la dolarización.
La historia nos ayuda un poco. La convertibilidad, iniciada en 1991, es el Frankenstein que creó Domingo Cavallo, quien es un héroe para Milei. Se trató de una dolarización a medias o inconclusa. Fue un proyecto engendrado en las potencias económicas para someter aún más a países como Argentina. En el 2001, el FMI con el apoyo de sectores empresariales que operan en el país, quiso imponer la dolarización plena, como relata Noemí Brenta en su libro Historia de las relaciones entre Argentina y el FMI.
Con una inflación que luego de tres décadas alcanzó las tres cifras con el 102,5 % anual que registraron las recientes estadísticas del Indec, la dolarización suena atractiva porque se ofrece como una receta mágica para calmar la suba de precios. El marketing ayuda. Milei dice que con la dolarización se estabilizará la economía, se terminará con la inflación, se mejorarán los salarios y que el país se desarrollará.
Esas promesas son un fraude más grande que las estafas piramidales, tipo esquema Ponzi, que prometen ganar mucha plata a quienes, en realidad, se les está robando.
Aunque son distintos, el economista despeinado se encuentra con la vicepresidenta, a quien criticó, en un punto: el fetichismo monetario ¿De qué se trata esto? Se trata de una forma de abordar los problemas estructurales de una economía en decadencia en la que se subraya como principal iniciativa la necesidad de un cambio en el régimen monetario.
Volará: ¿a qué tipo de cambio se dolariza?
En función de distintos cálculos sobre los activos y pasivos del Banco Central, entre los economistas hay quienes dicen que la cotización del dólar tendría que estar a $400. Pero también hay quienes dicen que podría llegar a $1000, o incluso más. En cualquier caso, la dolarización implicaría una devaluación enorme, que no está para nada descartada porque hay poquitos dólares disponibles en el Banco Central y muchos pesos y pasivos de la entidad monetaria.
Por eso, en primer lugar, hay una cuestión “técnica” que es clave develar en la propuesta de dolarización. Aparentemente se trata de algo simple: Milei señaló en una entrevista con Alejandro Fantino que para dolarizar es suficiente con el reemplazo de la base monetaria y de los pasivos del Banco Central por dólares. La gran incógnita es a qué tipo de cambio se dolarizan.
Al 15 de marzo, el Banco Central registraba una base monetaria de $5,2 billones y pasivos por Leliq por $10,1 billones (a lo cual se podrían sumar otros pasivos de menor proporción): un total de $15,3 billones. Actualmente, el tipo de cambio oficial mayorista cotiza en aproximadamente $200 ($203,34 el viernes 17/3). Se necesitarían casi USD77 mil millones para dolarizar la base monetaria y los pasivos del Banco Central.
El problema es que las reservas brutas en dólares del Banco Central no alcanzan: están en casi USD38 mil millones. Más alarmante aún, las reservas brutas incluyen el “swap” (intercambio de monedas) con China, los dólares depositados por ahorristas en el sistema bancario, entre otros conceptos. Son reservas que no puede utilizar la entidad monetaria porque son prestadas. Por lo tanto, en realidad, el Banco Central cuenta solo con alrededor de USD3.000 millones de reservas de libre disponibilidad. Para reemplazar la base monetaria y las Leliq con esos USD3.000 millones, el tipo de cambio se iría a más de $5.000.
Milei señaló en la entrevista con Fantino que el tipo de cambio que se debería utilizar para la dolarización es el que define el “mercado”, que para él está vinculado a las operaciones de "contado con liquidación": ese dólar actualmente cotiza en $400 ($402,31 el viernes 17/3).
Pero como no hay reservas para sostener ese tipo de cambio, el economista despeinado aclaró que canjearía las Leliq por activos del Banco Central, tales como títulos de deuda del Tesoro (Ministerio de Economía), hoy devaluados, y pediría un préstamo a una “importante” institución para llevar adelante la dolarización.
Si a ese préstamo que quiere pedir Milei se le agrega la dolarización de la deuda pública en pesos del Estado Nacional, se volvería más pesada la deuda externa, la hipoteca fraudulenta a partir de la cual el sistema financiero internacional y el FMI tienen una influencia enorme sobre la economía argentina.
Salarios devaluados
“Si dolarizamos, el salario de los trabajadores va a subir como pedo de buzo”, afirmó Milei, hace un tiempo atrás, en una entrevista con Viviana Canosa. Pero, la verdad, es la opuesta. La dolarización, está claro, sería antecedida por una devaluación. ¿Cómo impactaría en el salario?
Tomemos, por ejemplo, un salario que actualmente está en $200.000. Para dolarizarlo, la cuenta es sencilla: hay que dividir los $200.000 por la cotización del dólar. Con el actual tipo de cambio oficial a $200, el salario equivale a USD1.000. Tomemos por un momento como válida la cotización que Milei señaló que utilizaría para la dolarización, la del “contado con liquidación”: en este caso, la cotización del dólar oficial pasaría de $200 a $400, que es el piso (no el techo) que alcanzaría la divisa estadounidense con una devaluación. Pero con un nuevo tipo de cambio de $400, el salario bajaría a la mitad: a USD500.
¿Alguien puede creer que los empresarios se volverán tan bondadosos para pagar un salario de USD1.000 cuando la dolarización lo baja a la mitad? Pero, si el tipo de cambio se descontrola en el proceso devaluatorio que antecede a la dolarización, lo cual es totalmente posible, la cotización podría subir a $1.000 o incluso más, como señalan algunos economistas. Con el dólar a $1.000, el salario medido en dólares bajaría a USD200.
Milei engaña a todos los que vieron que el poder de compra de sus ingresos se deterioró en los últimos años al decir que con la dolarización tiene una solución mágica para terminar con la inflación. Lo que no dice es que la dolarización tendría como primer acto una desvalorización terrible de los salarios medidos en dólares. Habría salarios en dólares, sí, pero los dólares que se recibirían por salario serían poquitos.
En una entrevista con José del Río en LN+, el economista despeinado afirmó que “la dolarización no es libre (con tanto que ama la “libertad” se debe haber atragantado con esta afirmación), sino que está enmarcada en una serie de reformas estructurales de primera generación (una reforma del Estado, flexibilización del mercado laboral y apertura de la economía), y una reforma monetaria financiera”.
Traducido al “argentino”, este combo de contrarreformas estructurales, implica el despido de miles de trabajadoras y trabajadores estatales, reducción de jubilaciones, recorte de programas sociales, la liquidación de derechos laborales en el ámbito público y privado, privatizaciones y un mayor avance del dominio del capital extranjero sobre la economía local. Como se ve, en cada libertariano reside una “célula dormida” menemista.
Vivir solo cuesta vida
¿Cuánto se pagará en dólares por la electricidad, el gas, el agua, la nafta y el transporte en una economía dolarizada? Nadie puede afirmarlo a ciencia cierta, pero seguro que se pagará mucho más que ahora. Actualmente, a pesar de los tarifazos varios, en nuestro país el costo de los servicios públicos es más barato que en las potencias económicas. En la transición hacia la dolarización, las empresas pugnarán porque se paguen tarifas parecidas a las de los países europeos, a las de los Estados Unidos o de otras potencias.
No solo eso. En la transición hacia la dolarización, la devaluación también impactará en los precios de los productos, insumos y servicios importados. Muchos servicios ya tienen un dólar más caro producto de los recargos que se aplican para los consumos con tarjeta. No es el caso de los productos e insumos importados (prendas de vestir, electrodomésticos, teléfonos móviles o sus partes que se ensamblan en el país; autopartes; insumos de la industria en general), que su mayoría ingresan al tipo de cambio oficial mayorista del dólar que cotiza en alrededor de $200.
Aunque resulten caros de adquirir para los bajos salarios del país, esos productos e insumos se encuentran, en términos relativos, abaratados por el efecto de los tipos de cambio diferenciados que se fueron estableciendo en los últimos años. Con un aumento de la cotización del dólar, se pagarían al precio pleno. O, visto de otra forma, se encarecerán en relación a salarios dolarizados a la baja.
Tierra arrasada
La industria argentina se caracteriza por su atraso en términos de productividad en relación a las potencias económicas. En parte, ese atraso se explica, entre otros factores, porque el país es un apéndice agrario para la provisión de materias primas en el mercado mundial, por el rol subordinado a las potencias imperialistas y por una burguesía local que es socia en el saqueo del país, con reticencia inversora y preferencia por la fuga de capitales.
En la tradición de la izquierda existe una crítica profunda a la industria argentina y a su burguesía industrial. Pero no caben dudas que la dolarización, en lugar de fortalecer la industria, terminaría de reducirla a su mínima expresión. En la pequeña y micro empresa de baja productividad (en relación a los parámetros internacionales) el impacto de una dolarización combinada con la apertura económica, como propone Milei, sería devastador para sus posibilidades de competir: se las sometería al valor de una moneda, el dólar, que, con todas sus distorsiones, es expresión de la productividad de los Estados Unidos. La consecuencia: la destrucción de miles de puestos de trabajo por cierre de empresas.
La convertibilidad es un ejemplo fantástico de destrucción productiva y de empleos incluso durante su período de esplendor. En su último acto, en el 2001, estalló con una desocupación que superó el 20% y la pobreza en el 50%. Milei es un pedante, pero no es un analfabeto de este proceso. Sabe que la dolarización sería una convertibilidad recargada con consecuencias sociales inéditas. Hace una estafa moral al ocultar estas consecuencias.
El sistema bancario
¿Qué pasa con un pequeño ahorrista que tiene, por ejemplo, $1 millón en un plazo fijo? En la actualidad, el Banco Central se los debería dolarizar al tipo de cambio oficial dado que no se trata de comprar “dólar ahorro”, para el cual existen restricciones y se vende más caro, sino de convertir el patrimonio del ahorrista a otra moneda: con un dólar a $200, ese plazo fijo equivale a USD5.000. Pero, con un dólar a $400 equivaldría a USD2.500. Y con el dólar a $1.000 se derretiría para quedar solo en USD1.000.
Algunas preguntas retóricas ¿Alguien cree que los bancos se volverán tan generosos que van a dolarizar los ahorros con el tipo de cambio más favorable para el ahorrista? Miremos el otro lado del sistema bancario ¿A qué tipo de cambio querrán dolarizar las deudas por préstamos hipotecarios, personales o por tarjeta de crédito? ¿Alguien se imagina pagando la tarjeta en dólares con un dólar en $1.000 que licuaría las deudas? ¿Alguien puede confiar que los banqueros van a permitir que se licuen nuestras deudas favoreciendo al deudor con un tipo de cambio alto?
Las incógnitas son muchas más: ¿Los ahorristas recibirían dólares o bonos del Estado por sus depósitos en el sistema bancario? Dada la enorme asimetría entre el poder económico del sistema financiero y del ahorrista individual, una dolarización, no hay pruebas, pero tampoco dudas, que se intentaría ejecutar a distintas cotizaciones del dólar para favorecer a los primeros.
Como se puede observar, la solución simple, sencilla, de sentido común, que ofrece Milei, en realidad es un Frankenstein que, entre otras monstruosidades, podría implicar una expropiación o licuación de los depósitos que tiene la “gente” en los bancos. En este caso, sería el equivalente al acto que antecedió a la Convertibilidad: el plan Bonex del menemismo que constituyó un canje compulsivo de depósitos en plazo fijo por unos “papelitos” (títulos públicos llamados Bonex 89). O, podría emparentarse al acto final de la Convertibilidad: el “corralito”. En cualquier caso, un robo a la propiedad privada del ahorrista. Una herejía a los principios libertarianos.
La transición hacia la dolarización
Los ejemplos mencionados son apenas una muestra del trastrocamiento gigantesco de los salarios, de los precios relativos de los bienes y servicios, de sectores ganadores y de otros quebrados, de ahorristas empobrecidos y banqueros fortalecidos, que conllevaría el tortuoso tránsito hacia una dolarización.
La transición hacia un nuevo régimen monetario desataría todas las fuerzas del gran capital para mejorar su tasa de ganancia en detrimento del poder de compra del salario que se vería confrontado a una desvalorización terrible. Todos los empresarios querrán cobrar sus bienes y servicios al precio más alto posible y pagar los salarios lo más bajo posible. Es decir, la dolarización no comprende un mero problema de técnica económica, sino que tiene como objetivo un cambio en la relación de fuerzas entre la clase trabajadora y la clase capitalista.
“La disciplina como objetivo de la política económica”, tituló el economista Adolfo Canitrot a un escrito sobre el primer plan de la dictadura elaborado por José Alfredo Martínez de Hoz. Parafraseando a Canitrot, se puede afirmar que la dolarización tiene como objetivo disciplinar a la clase trabajadora.
Una eventual estabilización en una economía ya dolarizada se impondría sobre la tierra arrasada, luego que un tsunami destruya las condiciones de vida del pueblo trabajador. Se lo mire por donde se lo mire, el plan de dolarización de Milei es un Caballo de Troya para una ofensiva general del gran capital sobre la clase trabajadora.
Inflación y cambio de régimen monetario
La inflación tiene varias causas. Desde 2002, luego de un período de ingresos generosos de dólares por el comercio exterior gracias al alza de los precios de las materias primas que el país exporta, devino una seguidilla de devaluaciones y apreciaciones, cambios en precios relativos importantes como la energía con congelamientos de tarifas primero, tarifazos de Macri después, más escaseces puntuales en algunos mercados, a veces agravadas por intervenciones estatales que nunca cuestionaron la ganancia capitalista.
Todo esto redundó en nuevas presiones devaluatorias que configuraron el escenario inflacionario donde emerge la escasez de dólares. En el último año, se le sumo el efecto de la guerra entre Rusia y Ucrania sobre los precios. Pero este factor operó sobre una dinámica inflacionaria en curso hace mucho.
Esa escasez de dólares que retroalimenta la inflación se explica también por una estructura económica atrasada en términos de productividad y saqueada por el capital extranjero que se lleva las ganancias a sus países de origen. Además, el país es saqueado de dólares por una deuda externa que ahoga la economía y por la fuga de capitales del gran empresariado argento.
En este río revuelto, los grandes empresarios aprovechan (para remarcar precios) y el Estado también (para subir de tarifas de los servicios públicos y mover la cotización del dólar) para ajustar los ingresos del pueblo trabajador.
Juegan con el fuego de la inflación para ganar tiempo hasta que puedan hacer “lo que hay que hacer” y no pudieron hasta ahora: una reforma previsional profunda que hunda más a las jubiladas y jubilados y una reforma laboral que aumente la esclavitud asalariada.
En este escenario es que se ponen en debate la dolarización o la transición a una economía bimonetaria que “sincere” lo que ocurre en la realidad, tal como podría estar en la cabeza de la vicepresidenta que aludió varias veces al problema de la moneda nacional. Pero el cambio en el régimen monetario no implica un cambio en las bases estructurales sobre las cuales se despliega la decadencia económica. Implica cambiar la forma en que la clase dominante ataca a las mayorías trabajadoras.
La vicepresidenta acertó en señalar en Río Negro que en nuestro país la moneda (el peso argentino) está amputado por los cambios estructurales que comenzaron con la dictadura. En realidad, los problemas estructurales nunca dejaron de existir, el peronismo no los pudo revertir y la dictadura solo los profundizó.
Por eso el peso argentino solo cumple parcialmente la función de medio de cambio en las operaciones cotidianas. Pero para el ahorro se usa principalmente el dólar. Y cada vez más se usa como unidad de medida para los precios. Pero ¿qué hizo el kirchnerismo con el saqueo estructural del país con la deuda, la fuga y las empresas extranjeras, mecanismos que se desplegaron desde la dictadura? ¿O con la Ley de Entidades Financieras, una norma clave de la dictadura que fortaleció el poder del capital financiero?
La deuda fraudulenta de la Alianza la convalidaron con los canjes de 2005 y 2010, la de Macri con la reestructuración de Martín Guzmán celebrada por el kirchnerismo, la del FMI la criticaron, pero no hicieron nada real para impedir que el Congreso la avale en 2022. Durante los tres gobiernos kirchneristas la fuga de capitales rondó los USD100 mil millones. Es cierto que no fue financiada con deuda como con Macri, sino con el superávit comercial. El resultado es parecido: esos recursos ahora están mayormente en paraísos fiscales. Ley de Entidades Financieras permanece intacta, tan intacta como ayer.
¿Quemar el Banco Central o nacionalizar la banca?
El señoreaje es algo así como un impuesto que paga todo el que tiene pesos argentinos por el uso de ese dinero emitido por el Banco Central, que es quien cuenta con el monopolio de la emisión de la moneda local. El Banco Central no paga una tasa de interés a quienes tienen pesos argentinos en sus manos: por lo cual, la pérdida de poder de compra frente a una inflación galopante opera como una suerte de impuesto.
Milei dice que con la dolarización se termina con el señoreaje del Banco Central de la República Argentina. Lo que no dice Milei es que la dolarización le entrega, de hecho, el señoreaje a la Reserva Federal de los Estados Unidos. Es el sueño del imperialismo estadounidense hecho realidad: que avance la influencia del dólar como moneda internacional.
La soberanía monetaria es muy relativa en un país como Argentina donde el 75 % de la facturación de las grandes empresas corresponde a multinacionales extranjeras, que está sometido al capital financiero internacional y al FMI. Pero la dolarización directamente daría como resultado cero en soberanía monetaria. Cero capacidad para manejar la política monetaria.
No solo eso. El Banco Central se quedaría sin herramientas para buscar amortiguar los shocks de la economía mundial. El ciclo económico quedaría mucho más sometido que en la actualidad a los vaivenes de la entrada y salida de dólares en función del desempeño económico mundial. Una salida abrupta de capitales puede erosionar la base monetaria dolarizada con un impacto lapidario para la actividad productiva.
De hecho, la convertibilidad de los noventa se quebró, entre otros factores, cuando una sucesión de crisis (este asiático, Rusia y Brasil) produjeron la salida de capitales desde los denominados países emergentes (dependientes o semicoloniales para los marxistas) hacia las potencias imperialistas. En ese proceso la economía argentina vio que el PIB se derrumbó un 20 % entre 1998 y 2002.
Lejos de volar el Central, como quiere Milei, una salida en favor de las mayorías trabajadoras plantea la necesidad de nacionalizar la banca y que su gestión esté en manos de sus trabajadoras y trabajadores (no de las burocracias sindicales): así se podrían definir las políticas bancarias en instancias asamblearias. Esto favorecería la orientación de los recursos hacia el crédito para la vivienda popular, para impulsar al pequeño productor o comerciante, y más en general atender las necesidades del pueblo trabajador.
La nacionalización de la banca impediría la fuga de capitales que actualmente es organizada por el sistema bancario. Si se acaba con el saqueo del país habría dólares para planificar el desarrollo económico. Esto requiere un cambio de rumbo. Terminar con la sangría de la deuda. La clase trabajadora debe estar al frente de la gestión de los principales medios de producción: grandes industrias, recursos mineros, una banca nacionalizada, el comercio exterior y puertos, empresas de servicios públicos.
Para empezar a estabilizar el valor de la moneda, terminar con la inflación y mejorar las condiciones de vida hay que poner fin al saqueo y con la propiedad privada de los recursos estratégicos del país. Solo así la clase trabajadora podrá tener satisfecha todas sus necesidades. De fondo, se necesita un gobierno de los trabajadores en la economía y el país. No el gobierno de los millonarios y su casta política.
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