Tehuel de la Torre, un joven trans de la Provincia de Buenos Aires, desapareció en 2021 cuando fue a buscar trabajo. Este lunes comenzó en La Plata el juicio oral y público contra uno de los imputados por su desaparición. Justicia por Tehuel.
Lunes 15 de julio 18:00
¿Quién tiene el poder de desaparecer un cuerpo?
Tehuel de la Torre desapareció el 11 de marzo de 2021. Ese día, o esa noche, se abrieron dos caminos. La denuncia que hiciera la familia ante la policía inició un camino circular signado por una búsqueda circunscripta a categorías de clase y de género donde el estado enunció sus limitaciones. Hoy, a 1.214 días de iniciada, no se tiene más información que la obtenida a la semana de los hechos.
A la par, y por otro camino, Tehuel se atravesó en la garganta de su tribu y caminó con ella en cada marcha, se escribió en cada cartel que preguntó por él, acompañó las vigilias exigiendo su paradero y se fundió para siempre con su comunidad en un abrazo que vive.
El camino gubernamental, por el contrario, iniciaría su clausura este 15 de julio de 2024, cuando el aparato judicial decida la culpabilidad de los dos hombres que se presume estuvieron por última vez con Tehuel y con ese acto diere por finalizada la búsqueda, el pedido de justicia y la reparación de los daños.
Hoy, más de 3 años después de la desaparición de Tehuel, poco se habla de la ineficacia e ineficiencia estatal en el abordaje de su búsqueda y menos aún de la falta de correspondencia entre el pedido penal de justicia y la búsqueda por la verdad que se persigue.
Tehuel y su tribu
Pateando entre los barrios marginales de las localidades de San Vicente y Tristán Suárez, en la provincia de Buenos Aires, Tehuel se nombró como muchxs de nosotrxs no pudimos hacerlo y con su nombre nos nombró a muchxs. La escuela, una más de las instituciones estatales que no lo albergaría, lo había dejado y buscaba un lugar donde le permitieran trabajar sin ser juzgado por el modo en que latía la vida. Con las changas que conseguía se apañaban como podían él, su novia y un hijito de ella al que criaban juntxs. Estaba esperando una llamada para poder ocupar un terreno en la toma de Alejandro Korn. Tehuel, un joven trans y pobre de la provincia de Buenos Aires, ya había sido olvidado por los circuitos hegemónicos incluso antes de desaparecer.
Si hay cuerpos que son sistemáticamente invisibles a los ojos del Estado, la pregunta que surge es: ¿hay vidas más importantes que otras? ¿Qué formas de existir y habitar el mundo prioriza y resguarda el Estado? ¿Cómo distribuye el Estado la economía de reconocimiento? ¿Qué violencias se ejercen sobre quienes no son reconocidos como cuerpos viables, como “vidas vivibles”? Judith Butler denomina “vidas precarias” al modo en que nos constituimos socialmente a través de la interpelación, a veces inadvertida, pero inevitable, de unx otrx. Los ojos que nos ven se figuran un rostro: una historia, un estar en el mundo, un latir. Cuando ese rostro es el rostro de la vulnerabilidad, cuando esos cuerpos no obtienen ninguna representación en el discurso público, esas vidas se vuelven menos que humanas, se deshumanizan.
El saberse y el decirse fuera de las lógicas racistas, clasistas y heteronormadas de un sistema explotador inaugura cada vez una senda que ya ha sido abierta y donde nos conectamos. Territorios comunes, vidas que la norma no puede leer, cruces personales en una cartografía colectiva; hay un mapa de nuestra existencia donde hacemos eco y refugio con lxs que también fugaron. Así nos tomamos de la mano una larga cadena de existencias que no supieron encontrarse en un mismo tiempo, una tribu atemporal pero situada.
Cuando inició la búsqueda policial y la noticia se hizo pública, muchxs, en San Vicente y en el resto del país, se autoconvocaron para velar por su aparición y exigir garantías en el proceso. Esa convocatoria permanece hasta el día de hoy: el nombre de Tehuel y la pregunta por su paradero están presentes en cada marcha, evento, recital, conversatorio, reunión, taller, juntada o acción organizada por la comunidad trans y LGBTTIQ+ en general, por organizaciones de Derechos Humanos, y por las personas interpeladas por las violencias transversales de una sociedad que camufla su racismo estructural en jerarquías clasistas.
Las consignas que acompañaron a la tribu autoconvocada de Tehuel fueron cambiando a medida que el poder jugaba con el tiempo para no dejarlo hablar. La tribu interpeló a ese poder, le preguntó gritando “¿Dónde está Tehuel?”, cuando los rastrillajes se hacían lentos y de manera azarosa, cuando aparecía demolida la casa donde se encontraron las pruebas durante el primer allanamiento y ningun plan de acción favorecía una reconstrucción cabal de los hechos. Más tarde le exigió “favor de compartir como si fuera cis (1)” cuando la fiscalía ignoró el contexto particular que involucra el buscar a una persona trans y el caso pareció diluirse de los medios de comunicación hegemónicos para comenzar a ensayar su olvido. Al mismo tiempo, y cuando la causa quedara frenada, denunció la ceguera elegida de ciertos sectores al no exponer estas falencias advirtiendo que “a tu feminismo le falta Tehuel”. Esa misma tribu continúa su vigilia comprometida al día de hoy cuando se niega a olvidar y no calla que “no estamos todxs, nos sigue faltando Tehuel”.
Un cuerpo sin rostro
¿Cuál es el camino a seguir cuando desaparece un cuerpo? Un cuerpo vivo. ¿Con qué rapidez pasamos de pensar en una persona, en un joven, a pensar en la idea de cuerpo? ¿En qué momento la palabra y su imagen se incrustan de tal modo de hacernos dejar de buscar lo que respira? ¿Cuándo una persona de la que no conocemos su paradero pasa a ser un cuerpo administrable?
Porque algo de ese orden ocurrió entre Tehuel y la justicia que hacía el gesto de buscarlo. Una persona pobre y trans –de la que poco o nada se intentó leer sus circuitos de vida, sus interrelaciones situadas, el modo de habitar los barrios, la ausencia institucional y la falta de trabajo— era un cuerpo que no podía ser inteligible para los procedimientos binarios de la justicia clasista cisheteronormada. En otras palabras, la vida de Tehuel no entra en el entramado discursivo de los circuitos institucionales y estatales. Cuando la policía salió a buscar a Tehuel, “la imposibilidad del sistema de justicia de ver una corporalidad trans” llevó el proceso a lugares erráticos, como el de buscarlo bajo la categoría de un “masculino” o de una “mujer”, alternativamente, como señalaran la Colectiva de Intervención ante las Violencias (CIAV) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). El gobierno provincial, por otro lado, se hizo presente con un acompañamiento que se redujo a lo estrictamente administrativo y que no logró articular a los diferentes actores interpelados por lo sucedido.
Aquí hago un guiño a la ya mentada necesidad de reforma judicial (trans)feminista, pero es menor. Más apremiante resulta la comodidad con que los responsables de salvaguardar los derechos de Tehuel y su familia se resguardaron detrás de esta aparente incapacidad estructural. En todo caso, si los mecanismos correctos de búsqueda no estaban en su lugar, no existían (aún), era entendible que ésta no prosperara.
La salida fácil, entonces, es reconducir el procedimiento por las vías normales. Modificar la carátula de “averigación de paradero” a “homicidio agravado”. Hacer de la desaparición de Tehuel no una búsqueda por la verdad de lo ocurrido sino un procedimiento judicial que se ejecuta a través de cuerpos “administrables”, cuerpos que las instituciones gubernamentales saben y pueden leer, saben y pueden describir: un joven pobre desaparecido, dos hombres marginales con antecedentes penales, la foto de un encuentro, dos manchas de sangre.
Esta inauguración de Tehuel a la vida pública reafirma la vulneración previa. Esta representación de actores precarios como únicos involucrados esconde la agencia que ejecuta aquella deshumanización en primer lugar. Detrás de un Montes y de un Ramos el poder se esconde, se disimula, bajo dos existencias ya rotas, fáciles de castigar.
Ante este escenario, ¿qué respuesta nos da una sentencia a los imputados? ¿Qué nos dice de Tehuel, ese joven que supo nombrarse y nombrarnos, más que sellar un pacto de silencio que se autocomplace? ¿Qué narrativas le sustraemos a un cuerpo por el que sólo exigimos procedimientos burocráticos miopes o castigos penales de corto alcance y volátil capacidad de reparación?
A Tehuel se lo desaparece también con el lenguaje. A Tehuel se lo desaparece cuando se permite, sin que nada se perturbe, que la pregunta por su paradero deje de preguntarse también por lo que pasó. ¿Qué le hicieron a Tehuel? ¿Qué le siguen haciendo al clausurar su búsqueda, al clausurar la búsqueda por la verdad de lo que ocurrió, al circunscribir la representación de su vida a un proceso judicial? ¿Cuándo fue un proceso penal de señalamientos vagos un camino de emancipación? ¿Quién emancipa a Tehuel?
Abrazar y dar vida
Dijimos, junto con Butler, que no puede haber muerte –y por tanto, duelo— allí donde antes no hubo vida. Pero también urge preguntarse: ¿qué violencias se perpetúan al retomar de los márgenes únicamente aquello que circunscribe la vida a la pulsión de muerte, a la ausencia y al vacío? ¿Quién le devuelve un rostro de vida al nombre de Tehuel? ¿Por qué Tehuel se volvió representación y símbolo, significante, y no también identidad viva, vida, persona que supo nombrarse? ¿Por qué no reconstruimos su memoria? ¿Dónde está, quién(es) la tiene(n)? A espaldas de tanta negligencia, la tribu ve esa vida y la abraza, hace circular por las redes un video con la risa de Tehuel, busca entre sus compas de fútbol el relato del sueño de vestir la celeste y blanca, restablece la paz con el nombre elegido.
El poder, en cambio, se regocija detrás de todos los olvidos. Las personas que no tienen rostro, las que no son parte de las economías de reconocimiento, las que no tienen la dignidad de ser vistas en vida, desaparecen doblemente. Devolver la identidad es también dar vida: Tehuel se volvió un abrazo colectivo. Pero su nombre no puede ser sólo un espejo, una fuente, un camino. Su nombre respira.
¿Por qué, sin embargo, el proceso judicial parece ir tan alejado, tan por otro camino, al abrazo apretado con que la tribu se apretó a Tehuel? ¿Quién gana con un proceso judicial tan vacío como la ausencia misma de alguien que ya no hay tiempo para nombrar? No es la pregunta por la justicia que otorga la justicia –esa también la tenemos largamente bebida— sino por quién y para quién opera esta justicia vacía, nimia, macabra. Quiénes encaminan un proceso tal, quiénes lo fogonean, y quiénes luego se benefician de su vacuidad.
Hay una búsqueda clausurada. La instancia de juicio viene a poner punto final a la búsqueda de un cuerpo, a la posibilidad de una historia de vida. Me pregunto de qué modo hoy acompañamos a Tehuel, de qué modo hoy acompañamos a la familia que lo busca. Las urgencias sociales, económicas y políticas hacen que la tribu no pueda movilizar los rostros del abrazo con el ímpetu que supo hacerlo. Urgencias sociales, económicas y políticas que el poder establece para mantener los márgenes en el afuera y que al dejarlos caer no hagan ruido.
Vamos a repetir su nombre muchas veces. Vamos a repetir su nombre en cada oración. Para no ayudar a la fuga, para no apañar al olvido, para no encubrir al poder, para abrazar tu nombre, Tehuel.
(1) Una persona cis es aquella cuya identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer. Por el contrario, una persona trans es aquella cuya identidad de género no coincide con el sexo asignado al nacer.