Recientemente la revista Jacobin Latinoamérica publicó una traducción de un artículo de Antoine Artous que aborda los análisis y la política de Trotsky y los trotskistas en la Francia de la década de 1930 titulado “1936: Trotsky y los trotskistas de cara al Frente Popular”. Aunque no se aclara en la traducción, fue publicado originalmente en la revista Critique Communiste N.° 181 de noviembre 2006. En aquel entonces, Artous era miembro de Liga Comunista Revolucionaria (LCR) francesa, antecesora del NPA, agrupamiento que posteriormente abandonaría para ligarse a la izquierda institucional de Jean-Luc Mélenchon.
La renovada actualidad del debate es doble. En particular, por los debates en la izquierda francesa en el marco de la crisis terminal del NPA. Y en general, porque como abordamos en un reciente artículo escrito con Emilio Albamonte, las elaboraciones de Trotsky sobre Francia en los años 30 contienen puntos nodales para la discusión estratégica sobre las vías de emergencia de la clase obrera como sujeto hegemónico en formaciones sociopolíticas “occidentales” u “occidentalizadas”.
Artous parte de destacar la originalidad de las elaboraciones teórico políticas de Trotsky para formaciones “occidentales” como la francesa. Sin embargo, ve un obstáculo en que “su marco de referencia es siempre la defensa de la política bolchevique. Se comprende la función que puede cumplir este enfoque en la disputa por el ‘legado’ de Lenin. Pero lo cierto es que oculta sus propias huellas y hace pensar que las perspectivas de Trotsky se reducen a la mera reproducción del modelo de Octubre de 1917”. Sobre esta base se propone rastrear en sus escritos sobre Francia una intención de “combinar” formas de democracia burguesa con democracia obrera, así como un abordaje de la política hacía el Frente Popular más allá de sus términos de clase. En este camino, Artous encuentra una serie de “paradojas” existentes en las elaboraciones de Trotsky, en buena medida inexplicables más allá de aquella “disputa por el legado de Lenin”, las cuales culminan en un “sovietismo” abstracto que, exacerbado por los trotskistas franceses, terminaría por separarlos del movimiento real.
Aquí intentaremos mostrar que detrás de lo que a Artous se le aparecen como “paradojas”, se encuentra en realidad la verdadera originalidad del pensamiento estratégico de Trotsky sobre las vías para la emergencia de la clase trabajadora como sujeto político en formaciones sociopolíticas occidentales, donde la influencia de la democracia burguesa como ideología es mayoritaria entre las masas y existe un profundo proceso de estatización de las organizaciones (políticas y sindicales) del movimiento de masas.
Paradoja 1: programa democrático radical y gobierno obrero
Una primera paradoja la encuentra Artous en la utilización que hace Trotsky de consignas democrático-radicales que, según interpreta, “mezclaría” formas de democracia burguesa y formas soviéticas. Es decir, que iría en el sentido de un “Estado combinado”, planteo que el propio Artous sostiene para “Occidente” pero que, a su modo de ver, después Trotsky va opacando infructuosamente con diferentes formulaciones de “gobierno obrero”. Veamos.
En 1934 la situación francesa da un giro muy importante. El 6 de febrero las ligas de extrema derecha francesas movilizan 40.000 personas. El 12 de ese mismo mes se produce una contundente respuesta con una huelga general y una movilización de más de 100.000 trabajadores. Los llamados a la unidad de las filas obreras resonaban en las calles. Esto cuestionaba la política pasiva y divisionista de las direcciones burocráticas del Partido Socialista (SFIO) y del stalinista Partido Comunista (PCF) que se había negado sistemáticamente a la unidad de acción con los socialdemócratas –a los que catalogaba socialfascistas–. Para junio, el PCF da un giro copernicano en su política y llama al PS a la unidad de acción contra el fascismo y la guerra. Es en este marco es que Trotsky, que en ese entonces residía en territorio francés, redacta en marzo de 1934 “Un programa de acción para Francia” [1], el cual es publicado en junio en La Verité, el periódico de la Liga Comunista. Se trataba de una disputa sobre cuál sería el contenido de aquella unidad de acción.
Como señala Artous, en aquel programa Trotsky realiza innovaciones fundamentales. La principal es la articulación que plantea entre consignas democrático-radicales dentro de un programa transicional.
Somos, pues, firmes partidarios –dice Trotsky– del Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. […] Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista [2].
Pero no se detiene allí, sino que liga esto a la lucha por consignas como:
¡Abajo el Senado, elegido por voto limitado, y que transforma el poder del sufragio universal en mera ilusión! ¡Abajo la presidencia de la República, que sirve como oculto punto de concentración para las fuerzas del militarismo y la reacción! Una asamblea única debe combinar los poderes legislativo y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por dos años, mediante sufragio universal de todos los mayores de dieciocho años, sin discriminaciones de sexo o de nacionalidad. Los diputados serían electos sobre la base de las asambleas locales, constantemente revocables por sus constituyentes y recibirían el salario de un obrero especializado [3].
Según Artous el enfoque de Trotsky enfrenta una dificultad: “la Asamblea única que propone mezcla una forma de poder ‘democrático radical’ y ciertos elementos de ‘poder proletario’: ‘Los diputados serían elegidos en asambleas locales, su mandato sería constantemente revocable por sus electores y recibirían el mismo tratamiento que un obrero calificado’. Ahora bien, Trotsky suele rechazar enfáticamente este tipo de mezclas”.
Posteriormente Artous vuelve a sorprenderse: “Desde octubre de 1934, en su célebre artículo ‘¿Adónde va Francia?’, Trotsky adopta otra perspectiva sobre la lucha por el poder: ‘El objetivo del frente único no puede ser otro que un gobierno de frente único, es decir un gobierno socialista-comunista, un ministerio Blum-Cachin’. No se trata ya de la lucha por una Asamblea única, que desaparecerá de las perspectivas trotskistas sin ninguna explicación. En cambio, la consigna del gobierno se vuelve central e incluye al PCF”.
El “secreto” de estas paradojas que encuentra Artous tal vez es menos complejo de lo que parece. Antes que nada hay que aclarar que lejos de aquella mezcla que sugiere nuestro autor, Trotsky está planteando el programa democrático en términos de la tradición más radical de la revolución burguesa, la del jacobinismo. Así lo expone explícitamente: “pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo ‘democrático’, que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la III República sino en los de la Convención de 1793”. Es decir, no en la democracia decadente de la Francia de los años 30 sino de la gran Revolución francesa. Y por otro lado, que lejos de descartar aquellas formulaciones unos meses más tarde, en ese mismo artículo referido por Artous, Trotsky señala explícitamente que “no nos detendremos aquí en el contenido del programa propiamente dicho, y remitimos al lector al programa de acción editado por la Liga Comunista en 1934” [4].
Pero volviendo a la pregunta de nuestro autor, ¿por qué Trotsky en marzo/junio habla de asamblea única y en octubre habla de gobierno socialista-comunista? El punto de partida es que ni la “asamblea única”, ni el “gobierno de frente único” eran para él planteos estratégicos, equivalentes “occidentales” a la “dictadura del proletariado”, como parece interpretar Artous, sino tácticos. Pero ¿tácticos para qué estrategia? La de la clase trabajadora transformándose en sujeto hegemónico y conquistando efectivamente un “Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores” –como Trotsky mismo señala en “Un programa de acción para Francia”–. Un Estado basado en el poder de los soviets (consejos), que no refiere a una cuestión de nombres, sino a un poder democrático (y armado) propio de los trabajadores y campesinos, capaz de reemplazar mediante la revolución al Estado capitalista.
Y ¿qué relación había entonces entre aquellas tácticas y esta estrategia? Los soviets (o el nombre que adopten) son organismos de frente único de masas, y ¿cuál era la condición para poder constituir el frente único? La unidad de acción con la mayoría de los obreros que confiaban en la democracia burguesa y querían defenderla contra el avance del fascismo. Por eso en su programa de marzo/junio de 1934 Trotsky les propone defender la democracia burguesa contra los ataques de la propia burguesía, pero no con los métodos parlamentarios sino con los de la lucha de clases, no bajo las banderas del régimen decadente de la Tercera República sino bajo las de la democracia radical; de allí la importancia de planteos como “asamblea única”.
Una vez, sellado el pacto de unidad de acción entre el PCF y los socialistas a finales de julio de 1934, con esta misma lógica Trotsky agrega el planteo de “gobierno socialista-comunista” contra la idea de que la unidad de acción de los partidos obreros debía limitarse a demandas parciales y excluir la lucha por el poder. Al igual que la “asamblea única”, ante la pregunta por los métodos Trotsky plantea “la utilización de todas las posibilidades que ofrece el régimen bonapartista semiparlamentario para derrocarlo mediante una embestida revolucionaria” [5].
Por fuera de la relación entre programa, estrategia y táctica difícilmente pueda entenderse alguna palabra de estas elaboraciones de Trotsky. Y, sobre todo, de su combate contra la política de “frente popular” que se encuentra en el centro del debate planteado por Artous.
Paradoja 2: frente único y frente popular
En mayo de 1935 se firma el “pacto Stalin-Laval” apoyando la política de “defensa nacional” del gobierno francés. Meses después se irá conformando la alianza del PS y el PC con el Partido Radical, un partido ligado a la opresión colonial francesa, que dará lugar finalmente al Frente Popular.
Como señala Artous, Trotsky se opone radicalmente al enfoque que sostenía el grupo de François Pivert, y que existía también en las filas trotskistas, de un “Frente Popular de combate”, es decir, de que no había que combatir al Frente Popular sino desarrollar la lucha y el movimiento para empujarlo hacia delante para que llegue al poder en pos de que las masas “hagan la experiencia”. Artous cita, por un lado, el planteo de Trotsky sobre que: “La experiencia gubernamental de los reformistas y stalinistas está por hacerse. La experiencia radical está hecha. Identificar, incluso relacionar las dos consignas: ‘gobierno socialista-comunista’ (gobierno de frente único), gobierno obrero-campesino etc. y el gobierno del Frente Popular, incluyendo los radicales, sería absolutamente fatal”. Y por otro lado, resalta la oposición del fundador de la IV Internacional a la consigna “¡Abajo el Frente Popular!” y cómo en su lugar sostiene que hay que atacarlo “por los flancos”, no “frontalmente”, personalizando los ataques en sus figuras burguesas, con planteos como “echemos a los políticos burgueses del Frente Popular” y realizando exigencias como forma de combatirlo mejor siendo que contaba con el apoyo de las masas trabajadoras.
Sin embargo, la idea que extrae Artous de todo esto es que “debe destacarse que Trotsky no argumenta en función de una posición de principio que estaría vinculada a una diferencia de ‘naturaleza’ entre los partidos (partidos ‘obreros’ y partidos burgueses), sino simplemente en función de la experiencia de las masas”. Este punto es el más forzado de todo el artículo. Justamente, Trotsky se cansa de repetir afirmaciones tales como: “el Frente Popular justifica su política por la necesidad de la unión del proletariado y de la ‘pequeñoburguesía’. ¡No puede concebirse una mentira mayor! El partido radical representa los intereses de la gran burguesía y no los de la pequeñoburguesía. Básicamente, es el aparato político de la explotación de la pequeñoburguesía por el imperialismo” [6].
Pero ¿por qué tanta necesidad de Artous de relativizar el problema de clase? Es que se trata de la única vía para diluir en una genérica “experiencia de las masas” lo que en realidad son dos estrategias opuestas y enfrentadas. Una apunta a una división político social horizontal, donde la clase trabajadora se constituya como sujeto hegemónico de una alianza con los sectores populares, ligada al desarrollo de instituciones propias, cuyo punto más alto son los soviets/consejos y cuyo objetivo es la conquista revolucionaria de “Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores”. Otra que apuesta a la división vertical de los “campos” en los que se fragmenta la burguesía –incluso el aparato del Estado– en momentos de crisis (entre sus sectores más bonapartistas y más frente populistas) donde las masas (divididas) terminan oficiando de “base de maniobra” de un proyecto contra otro [7].
En sus escritos sobre Francia Trotsky contraponía la táctica del frente único al frente popular de la siguiente forma: la regla de la primera era “¡Marchar separados, golpear juntos!”, la de la segunda era “marchar juntos para ser golpeados por separado”. Es decir, el frente único consistía en unificar las filas de la clase obrera en la lucha de clases (“golpear juntos”) más allá de las divisiones sociales (ocupados-desocupados, efectivos-precarios, etc.) y organizativas sobre las que se monta la burocracia para dividir, y así enfrentar con toda su fuerza a la burguesía; y “marchar separados” porque es indispensable la construcción de un partido revolucionario con los sectores más perspicaces y decididos de la clase que luche consecuentemente por el poder. Mientras que con la política de “frente popular” las burocracias del Partido Socialista y el Partido Comunista pretendían hacer que el proletariado “marche junto” con la burguesía vía el Partido Radical y el apoyo a la “defensa nacional”; y “golpear separados” porque su correlato era dejar a los diferentes conflictos y levantamientos parciales aislados y que la burguesía pudiera derrotar lugar por lugar a la vanguardia y los sectores de masas que salían a pelear, evitando que las luchas se hicieran crecientemente revolucionarias.
Paradoja 3: Comités de acción y “frente popular de combate”
Ahora bien, Artous sostiene que hay una contradicción entre esta interpretación y el planteo que realizara Trotsky en torno a los “comités de acción”, que sugiere se emparentarían más con la idea de “frente popular de combate”. Como desarrollamos en un artículo anterior, el planteo de Trotsky de los comités de acción comienza por “tomarle la palabra” a la resolución del VII Congreso de la Internacional Comunista (1935) sobre el llamado a la conformación de “comités de acción del Frente Popular”, que define como lo único acertado de toda la declaración. Pero con este planteo, que parte de constatar la influencia entre las masas del PC y el PS, no busca “izquierdizar” al Frente Popular de colaboración de clases sino, al igual que en todo el período, articular las fuerzas para imponer el frente único obrero para que la clase trabajadora se postule como clase hegemónica. Es decir, romper la subordinación a la burguesía, potenciando el peso de la vanguardia a través del desarrollo de instituciones propias ligadas directamente a la lucha de clases, lo cual facilitaría enormemente la expulsión de los partidarios del Partido Radical y la derrota de la política de conciliación de clases de las burocracias del PC y el PS.
Aquí encontramos una de las elaboraciones más novedosas de Trotsky relacionada con las vías de constitución de la clase trabajadora como sujeto en un escenario “saturado” de aparatos burocráticos propio de las estructuras socio-políticas occidentales. Aquel planteo inicial de los comités de acción Trotsky lo irá desarrollando hasta convertirlo en una concepción más general sobre la articulación de la vanguardia y sectores de masas a partir de la generación de instituciones de unificación y coordinación de las luchas “como el único medio de quebrar la resistencia antirrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos” [8]. Su punto de partida es unir esta necesidad de “quebrar la resistencia” de las burocracias con el enorme peligro que planteaba que los conflictos parciales queden aislados y que la energía de las masas sea desgastada en explosiones aisladas y terminen generando apatía. De allí que señale que frente a las huelgas, las manifestaciones, las escaramuzas callejeras o los alzamientos directos, que son inevitables en una situación que se va haciendo revolucionaria, la tarea clave de los revolucionarios consiste “en unificarlos y darles una fuerza mayor” [9].
En la concepción de Trotsky, los comités de acción no eran ya el “frente único” como táctica de masas (tampoco los “soviets” que, propiamente dichos, son organismos de un frente único de masas), aunque en ciertas condiciones de radicalización general podrían convertirse en ello, sino instituciones donde articular la fuerza para poder imponer efectivamente aquel frente único –unificar a la clase obrera contra los capitalistas– al que la burocracia se negaba sistemáticamente en pos de la colaboración con el Partido Radical y la burguesía. Se trataba de “unificar la lucha defensiva de las masas trabajadoras en Francia y también dar a esas masas la conciencia de su propia fuerza para la ofensiva futura” [10]. Al mismo tiempo, esta misma perspectiva la asocia a las posibilidades de fortalecimiento de los revolucionarios –en ese entonces las fuerzas de los trotskistas en Francia no pasaban de algunos cientos– como organizadores de los sectores más avanzados del movimiento obrero y de masas en lucha. A la inversa de lo que sugiere Artous, era lo opuesto a la perspectiva de “frente popular de combate” sostenida por el grupo de Pivert que entendía el “frente único” como la convivencia pacífica con los aparatos burocráticos.
Paradoja 4: soviets y movimiento real
En su artículo Artous, marca la distancia que separa los planteos de Trotsky y la política que efectivamente van teniendo los trotskistas franceses durante aquellos años. Jean-Paul Joubert, en su trabajo “Trotsky y el Frente Popular”, es aún más categórico: “La mayoría de estos consejos, en gran parte, quedaron en letra muerta”. Ahora bien, más allá de este debate específico, lo que nos interesa es la raíz de los problemas que encuentra nuestro autor en los rasgos “sovietistas” y “octubristas” de los planteos de Trotsky. “Desde luego –plantea Artous–, los revolucionarios debían presionar en dirección a la autorganización y, más allá, hacia una dinámica de doble poder. Pero proponer el eje de los soviets como perspectiva inmediata y central se alejaba demasiado del movimiento real. Era, en el mejor de los casos, una forma de propagandismo abstracto que no permite distinguir las distintas fases de un proceso revolucionario”. Veamos.
En su artículo del 9 junio de 1936, “La revolución francesa ha comenzado”, Trotsky plantea el llamado a la construcción de soviets. Es importante remarcar que durante todo el período anterior la dirección stalinista del PCF, como rémora del “Tercer Período” [11] había levantado la consigna “¡Soviets por todas partes!”, planteo que Trotsky crítica sistemáticamente como una postulación a destiempo y una vulgarización de la consigna, una cobertura “de izquierda” de una política conciliadora con la burguesía. Partiendo de este hecho Trotsky plantea en diálogo directo con el obrero comunista:
Un Estado Mayor revolucionario no puede nacer por acuerdos de cúpulas. La organización de combate no coincidiría con el partido aún si existiera en Francia un partido revolucionario de masas, porque el movimiento es incomparablemente más amplio que el partido. La organización de combate tampoco puede coincidir con los sindicatos, porque los sindicatos no abarcan más que una parte insignificante de la clase y están sometidos a una burocracia archirreaccionaria. La nueva organización debe responder a la naturaleza del propio movimiento, reflejar a las masas en lucha, expresar su voluntad más firme. […] Más de una vez en el pasado han gritado: “¡Soviets en todas partes!”. Pero, en la actualidad, la situación ha cambiado radicalmente. El poderoso conflicto de las clases marcha hacia un temible desenlace. […] “¿Soviets en todas partes?”. De acuerdo. ¡Pero es el momento de pasar de las palabras a los hechos! [12].
¿En qué consistía el “cambio radical” al que hace referencia Trotsky que lo lleva a levantar la consigna de soviets mientras que el PCF lo borraba de su agitación [13]? Luego de la victoria del Frente Popular en las elecciones parlamentarias de abril/mayo de 1936 se inicia un enorme movimiento huelguístico con ocupaciones de fábricas del que participan más de 2 millones de trabajadores. Un proceso que continuará durante los meses siguientes. A principios de junio el Frente Popular llega al gobierno con la asunción de León Blum como primer ministro. El 7 de junio se firman los primeros “acuerdos de Matignon” donde se estipulaban una serie de concesiones como aumentos de salarios, y días después se legislará la semana laboral de 40 horas, las vacaciones pagas, etc. Pero el movimiento no solo continúa sino que se extiende. Este es el preciso momento donde Trotsky hace el llamado a la constitución de soviets, casi en paralelo al llamado de Thorez, principal dirigente del PCF, diciendo “hay que saber terminar una huelga”, que se continuará con los llamados a la “unidad nacional” y la impugnación del Frente Popular a las ocupaciones de fábricas. A pesar de ello el movimiento durará hasta agosto.
¿Cuál es la alternativa que plantea Artous? Sus críticas se concentran en que en la política de los trotskistas, “la denuncia no va acompañada de ninguna ‘interpelación’ a los partidos [se refiere al PC y al PS] en relación con las tareas necesarias”, que se plantea el “desarrollo de un doble poder sin ningún tipo de relación con las organizaciones tradicionales”. Sin embargo, oponer estas críticas al planteo de “comités de fábrica” y “soviets”, no parece responder a una superación del “propagandismo” como sostiene nuestro autor (por lo menos desde el punto de vista de romper el muro antirrevolucionario de aquellas direcciones burocráticas) sino más bien al objetivo de mantenerse en la órbita de las “organizaciones tradicionales” a pesar de que en ese preciso momento estaban traicionando la lucha. Por otro lado, al contrario de lo que plantea Artous, Trotsky da mucha importancia a “interpelar” a los obreros comunistas, socialistas, y de los sindicatos como parte de esta política [14].
La verdadera paradoja a la que parece enfrentarse Artous pasa fundamentalmente por tratar de “mezclar” dos estrategias completamente diferentes y enfrentadas: la de replegarse sobre las burocracias reformistas con la de pelear por la emergencia de la clase trabajadora como sujeto hegemónico.
La originalidad de Trotsky
“Sabemos que en junio de 1936 –dice Artous– no se desarrolló nada semejante a los soviets. Salvo raras excepciones, ni siquiera hubo formas importantes de autoorganización. Naturalmente, no podemos contentarnos con explicar que los soviets no aparecieron a causa de la política de la SFIO y del PCF, puesto que, precisamente, esta política es uno de los datos del análisis de la situación”. Ahora bien, como decíamos, tampoco podemos contentarnos con decir que era un problema de “diálogo” y “exigencia” al Frente Popular como sugiere Artous. Trotsky plantea una explicación:
El Frente Popular en Francia ha asumido la misma tarea que la llamada “coalición” de los kadetes, mencheviques y socialistas revolucionarios en Rusia, en marzo de 1917: contener la revolución en su primera etapa. La diferencia es que la burocracia reformista en Francia (socialistas, comunistas, sindicalistas) es infinitamente más poderosa que la de Rusia en 1917. Además, el Kremlin ha apoyado el Frente Popular francés en nombre de la Revolución de Octubre, la que había triunfado contra el Frente Popular. Finalmente, el partido revolucionario en Francia es mucho más débil que el de Rusia [15].
Evidentemente, tanto la fortaleza de la burocracia reformista como la utilización por parte del Frente Popular del prestigio de la Revolución de Octubre, son datos de la situación objetiva para el período, pero la debilidad de los revolucionarios lo era solo en términos relativos, teniendo en cuenta la evolución de la situación y la progresiva radicalización de sectores de vanguardia y del movimiento de masas. Y es aquí justamente donde podemos encontrar una de las mayores innovaciones de Trotsky en sus desarrollos sobre Francia. No en un supuesto intento de “mezclar” instituciones de la democracia burguesa (asamblea única) con instituciones de la democracia obrera (soviets) ni en una supuesta relativización del carácter de clase del Partido Radical –y por ende del Frente Popular como conciliación de clase–. Sino en los elementos que plantea para una teoría sobre las vías de constitución de la clase trabajadora como sujeto hegemónico en un escenario “saturado” de aparatos burocráticos y con tradiciones democrático-burguesas, propio de las estructuras socio-políticas occidentales.
Particularmente, la idea de que solo mediante el desarrollo de instituciones propias de coordinación de la vanguardia y sectores de las masas en lucha, la clase trabajadora podría concentrar fuerzas para quebrar el freno de las direcciones burocráticas y su colaboración con la burguesía. Era desde esta perspectiva que Trotsky sostenía que un grupo revolucionario –incluso pequeño– podía ser capaz de influir a una porción suficiente de la clase trabajadora para que la táctica de frente único obrero, aquel “golpear juntos y marchar separados”, no sea simplemente una exigencia impotente hacia la burocracia sino que tenga la fuerza para imponerlo efectivamente y abrir a su vez el camino al desarrollo de soviets/consejos en tanto organismos de frente único de masas.
Al contrario de lo que sugiere Artous, lejos de referir a un “propagandismo abstracto” “demasiado alejado del movimiento real”, justamente la perspectiva de Trotsky pasaba por ligarse a cada uno de los procesos de lucha, levantamientos, etc. que se desarrollaron en Francia durante todo el período, para impedir que esas fuerzas del movimiento real se disipen y poder transformarlas en instituciones permanentes, y para ligar el desarrollo del partido revolucionario estrechamente a este proceso. El problema pasaba principalmente por allí. Como señalaba Daniel Guérin –miembro en su momento del grupo de Pivert– en su balance de los acontecimientos: “El admirable artículo de Trotsky: ‘La Revolución Francesa ha comenzado’, que apareció en el número incautado de La Lutte Ouvriere, solo fue leído por unos pocos iniciados. Si realmente hubiéramos cumplido nuestra misión dentro del movimiento popular, hubiéramos tenido otros medios efectivos para hacernos escuchar” [16]. En un mismo sentido, Joubert señala que: “En la derrota, el análisis de Trotsky será verificado, en definitiva, una derrota que era inevitable en la hipótesis en que los trotskistas no lograran jugar un rol decisivo”.
Adenda con conclusiones para el presente
En el artículo que hemos debatido –y que es parte de todo un recorrido político y teórico del autor [17]–, Artous señalaba que “hay en todo esto algo muy profundo que resistirá al paso del tiempo”. Y efectivamente, hay algo de todo esto en muchos de los debates que atraviesan a la izquierda trotskista o proveniente de esa tradición, a nivel internacional. Un ejemplo actual, como señalábamos al principio es la crisis terminal del NPA francés, aunque no el único por cierto; tenemos el caso del PSOL de Brasil en relación a Lula, la izquierda española que supo diluirse en Podemos, etc. Como hemos reflejado en las páginas de Ideas de Izquierda, la división que se desarrolló en el NPA responde a dos proyectos estratégicos antagónicos. Uno, representado por la vieja mayoría, que se ha comprometido a llevar al partido tras un acuerdo político electoral con el reformismo de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon –figura proveniente del PS que comulga con un “soberanismo de izquierda” y aliado al PCF– y convertirlo en una especie de satélite del mismo. Paso que el propio Artous ya había dado hace tiempo junto con todo un sector de dirigentes de la antigua LCR (Liga Comunista Revolucionaria, fundada por el fallecido Ernest Mandel). El otro, representado por la Corriente Comunista Revolucionaria (CCR) o “Revolution Permanente” –como se la conoce por el nombre de su popular diario digital–, con una política de independencia de clase y de intervención decidida en las luchas de la clase trabajadora y la juventud, hacia la construcción de un partido revolucionario.
En esta línea, el propio desarrollo de la CCR estuvo ligado a la vanguardia obrera que ha emergido de los procesos de la lucha de clases. Trabajadoras y trabajadores que se acercan al trotskismo, que estuvieron al frente de grandes huelgas como las del ferrocarril en 2018 (que dieron lugar a la coordinación de Intergares), la revuelta de los Chalecos Amarillos (donde el llamado “polo de Saint Lazare” impulsó la unidad de los Chalecos con ferroviarios, colectivos anti-racistas, etc., contra la orientación de la CGT), la gran huelga de los transportes públicos que paralizó París por semanas contra la reforma jubilatoria (donde se desarrolló la coordinadora que llegó a reunir representantes de hasta 14 terminales de colectivos, de tres líneas del subte y de las dos líneas de trenes urbanos, así como de algunas estaciones y centros técnicos), y, más recientemente, la huelga de la refinería de Grandpuits de la petrolera Total contra despidos en masa (encabezada por el comité de huelga integrado por delegados elegidos dentro de los distintos equipos de producción que logró una alianza sin precedentes con organizaciones ecologistas). También de los procesos de lucha contra la brutalidad policial y el racismo, en torno a los cuales se puso en pie el Comité por verdad y justicia para Adama Traoré.
Hoy la dirección histórica del NPA argumenta la necesidad de plegarse al reformismo de Mélenchon [18] a partir de la propia debilidad, producto del retroceso de los últimos años en los que se mantuvo preferentemente al margen de aquellos procesos, cediendo a burocracias sindicales de diferente tipo, enemigas del desarrollo de la autoorganización y la lucha de clases (lo cual es la contracara del electoralismo). Al mismo tiempo expulsa en forma sumaria del NPA a los militantes de la CCR, casi 300 militantes que representan alrededor de un tercio de la militancia del partido y entre los cuales se encuentran los principales dirigentes obreros de la organización referentes de las luchas emblemáticas del último período. Podemos ver aquí una muestra práctica de aquellas dos estrategias que referíamos. Al igual que la CCR, en cada una de las organizaciones que conformamos la FT-CI buscamos orientarnos por la segunda. No se equivocaba Artous al señalar que “hay en todo esto algo muy profundo que resistirá al paso del tiempo”, pero sobre todo aquello que refiere a la posibilidad de una izquierda que no apueste a ser furgón de cola de diferentes reformismos sino a la emergencia de la clase trabajadora como sujeto hegemónico en el siglo XXI.
COMENTARIOS