El pasado oculto y el pasado que vuelve, ecos de una España negra que nunca se marchó del todo.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Jueves 12 de octubre de 2017
En algunas películas recientes vemos voces que recrean esa España negra o vetusta, franquista o anquilosada, feudal o sempiterna, en forma de reconstrucción histórica de un periodo pasado o recogen en sus tramas los ecos, ya lejanos en el tiempo, pero profundos y determinantes, de esas estructuras que perviven de forma invisible o no tan invisible en elementos que hacen aullar sin pudor a los lobos pretéritos. La España rural frente a la España urbana. La España fascista frente a la España que quiere presentarse democrática. La España beata frente a la que se pretende laica. La España puritana e hipócrita frente a la que se anuncia deshinbida y sin tapujos. Pequeños secretos que destapan grandes grietas que conducen a inmensos océanos. O mares encrespados como aquél que se ahoga el marido de Julieta, protagonista de la última película de Almodóvar.
En “Julieta” (2015), el último filme estrenado de Almodóvar hasta el momento, aunque no se nombra expresamente no queda duda de la aparición del Opus Dei (secta religiosa de legendaria raigambre y poder desmedido) como ese “camino” que aparta a la joven Antea de su madre y de Bea. Y también la aleja del lesbianismo imposible en una adolescencia marcada por la tragedia y el silencio en la España profunda. Esa España rural que hemos conocido en el interior y, sobre todo, en una pequeña zona de la costa marítima, frente a la esperanza vana en la España urbana y cosmopolita que representa, en este caso, Madrid. Un Madrid del que ahora la protagonista quiere y no puede huir, atada a un pasado de tristes recuerdos y pérdidas que no puede olvidar.
Los mitos sensuales venidos de la mitología que enseña Julieta en su juventud (Adriana Ugarte) frente a la sombra del nacionalcatolicismo que se ha llevado a su hija adolescente y se apodera de su vida desde la trágica muerte de su marido en alta mar (ese Pontos furioso, irresistible y devorador que se contrapone a la calma del mar que ve por primera vez). Los supervivientes y la memoria transformada, distorsionada, devoradora e insoportable. Figuras de la España negra y cerrada frente a una superficie renovada, al menos en apariencia, una superficie de diseño. El padre de Julieta y el encierro bajo llave de su madre en la casa del pueblo paralelo al encierro al que Mariam quiere someter a la joven Julieta para “salvar la institución matrimonial” al uso y el hogar de las amenazas de la infidelidad del marido: “pasará lo de siempre”- reza Mariam, la “sirvienta de toda la vida”. La joven inmigrante y amante de su padre, la vieja criada a la antigua usanza con su ominosa presencia (el legado de Mrs. Danvers en algunos aspectos de la figura/personaje de Mariam), la joven amante que moldea sensuales esculturas de arcilla (la inocente sensualidad de Abba), el joven pescador con costumbres ancestrales y algo primitivas (Xuan-Abba), la adolescente arrastrada por las “corrientes” beatas instaladas en la España profunda (Antea-Bea-Navarra-el Opus). Julieta vestida de negro en el tanatorio y junto al mar, esparciendo las cenizas en las aguas ennegrecidas y encrespadas por la tormenta. El cambio de actrices en el momento en que Julieta decide rehacer su vida junto a las niñas y pintar o decorar la nueva casa. Los nuevos amigos de Bea (Michelle Jenner) desde su aparición al comienzo del filme y su vida neoyorkina señalan hacia una España antagónica a la que ha “elegido” la joven Antea y a la que devuelve, en forma de recuerdos, a una Julieta, que ahora siente necesidad de “volver” al antiguo piso que ocupaban en Madrid las tres. La desaparición del mito clásico en favor del peso y el remordimiento católicos, en su herencia y en sus instituciones.
La reiteración de la palabra “Camino” en ambas conversaciones y el albergue situado en Navarra (feudo, aún hoy, del Opus Dei en Universidades y lugares de culto) dejan pocas dudas al respecto. El fanatismo de “Antea” es sin duda una aportación de Almodóvar que conoce la vinculación de esta orden no solo con el franquismo en su origen sino también con la derecha católica en la actualidad y con los sectores más machistas, homófobos, inmovilistas y retrógrados dentro del partido en el poder. Dentro también de la propia Iglesia Católica como institución que se pretende, aún hoy, hegemónica y que sigue, de tapadillo, inculcando ideologías, miedos, tabúes, fetiches, moralina y estilos de vida desde edades tempranas, bajo formas de abducción sectaria vinculadas siempre al poder hegemónico dentro y fuera de la institución de la Iglesia con la que ha establecido verdaderas luchas de poder.
“Incierta gloria” (2016), el último filme del mallorquín universal Agustí Villaronga, transcurre durante los últimos meses de la Guerra civil en el frente de Aragón. Vemos nuevamente la división presente en el bando republicano y la hegemonía de los vencedores que toman posiciones de poder político absolutista al final de la cruel contienda. El caciquismo, el matriarcado, el machismo y las heridas de los vencidos y los renegados, temas que ya aparecían de otra forma en “El mar” y, sobre todo, en la más completa y compleja “Pan negro” (Pa negre). El cuerpo del guerrero y la imposibilidad de la deconstrucción del héroe o “mártir” mártir al servicio de una gran causa. Los secretos mal guardados en esos pueblos que buscan, sin éxito, salir de la apatía, el inmovilismo y la dominación de las fuerzas vivas, las herencias familiares dolorosas y las heridas fundacionales. La beatería, la violencia soterrada el oportunismo y el rencor que sale a flote con violencia y dolor. El personaje irracional, alucinado pero lúcido de Juli Mira y el personaje racional pero mediocre de Lluís Soler. La España que viene en los dos sentidos y arrasa los restos de los vencidos, sepultándolos en la memoria colectiva.
La Carlana (Nuria Prims) y los fascistas en alza, brindis final con el alcalde del nuevo Régimen por la España que viene, la división en el bando republicano, la ridiculización de Juli (Oriol Paulo) por las tropas a las que perteneció, la contraposición entre los dos personajes masculinos y Trini la novia de uno de ellos. El heroísmo como construcción sociocultural que muestra sus fisuras (la impotencia sexual de Lluís (Marcel Borràs) con Trini su novia a la que rehúye, su fascinación por La Carlana, el falso matrimonio con ésta y su significado simbólico, la anexión de tierras, la cesión de un molino, la promiscuidad de La Carlana como pasado determinante, los abusos sexuales a las que fue sometida de niña. La postura cada vez más marginal y alucinatoria, con tendencias autodestructivas, de Juli, cambiando de bando a forma de pantomima del heroísmo y la causa. Su intento de fuga de la sórdida realidad y su encuentro final de venganza simbólica y pírrica con La Carlana, desesperado y desesperante. La metáfora de la guerra y de la división dentro de los vencidos se hace evidente de forma terrible en la última parte del filme que precipita los acontecimientos hacia la tragedia de forma abrumadora.
La policía franquista y la imposibilidad de la regeneración aparecen en “La isla mínima” (2014), el premiado filme policiaco con trasfondo sociopolítico de Alberto Rodríguez, un caso atípico dentro del algo cansino “cine negro” a la española tan en boga a partir del éxito de filmes como “La celda 211” o “No habrá paz para los malvados” todas ellas triunfadoras absolutas en la gala de los Goya. “La isla mínima” se desmarca, a su manera, de la línea seguida por estos filmes y otros como “Grupo 7” o “El niño” para situarse en un terreno de mayor calidad y hondura psicológica, así como un quedo pero contundente retrato de la España negra y sus restos en el “cuerpo policial”. El caciquismo en la España profunda y del sur algo olvidado y también racializado infiltrado en las instituciones y las gentes. Aparece también la explotación sexual y la familia o la pandilla como núcleos cerrados sobre sí mismos, particularmente en pequeñas localidades o localidades de costumbres endogámicas, en este caso una suerte de pequeño pueblo algo disperso situado en las marismas de la Sevilla profunda, un lugar conocido como “la isla mínima”, en zonas costeras y algo pantanosas formadas en torno al Guadalquivir. La construcción social del género en áreas poco desarrolladas en el sentido sociocultural y humano, con modelos como la prostitución de chicas muy jóvenes, las bandas de jóvenes, la policía a la antigua usanza, los caciques del pueblo y también los “marginados oficiales”, que pueden serlo o acabar siéndolo por diferentes motivos. La herencia de las creencias y estructuras pasado con algo de supersticioso, pero también, de forma solapada, de los modelos tardo-franquistas o, cuando menos, inmovilistas. Las dos generaciones de policías se distinguen, pero también, inevitablemente, se influyen cuando interactúan en sus pesquisas. La influencia del paisaje a la vez bello y desolado, abierto y cerrado, húmedo y caluroso sobre el carácter de las gentes y sus relaciones enrarecidas.
Elementos de la España negra: El personaje del policía fascista, con pasado de torturador, el personaje en la sombra asesino-traficante cacique y sus secuaces, las fuerzas vivas del pueblo, los miedos irracionales del lugar, el sometimiento sexual de las jóvenes, la familia de las chicas y sus secretos mal guardados. En los gestos del policía del mayor de edad se adivina una personalidad chulesca, machista y agresiva y una ideología cerril cercana al bando franquista. Al final conoceremos, de la mano de las fotos en blanco y negro reveladas por un “periodista freelance”-encarnado por Manolo Solo- su pasado de torturador al servicio del antiguo Régimen. Ambos policías saldrán en silencio y en el “mismo coche” de “la isla mínima”. Parece una condenada fusión venenosa entre el pasado y el presente, entre el fango y el agua que quiere ser limpia.
En “También la lluvia” (2011) de Iciar Bollaín, asistimos al rodaje en Bolivia de una película “realista” sobre la “conquista de América” y al posicionamiento de algunas fuerzas del momento ante lo que sucedió entonces y está sucediendo en ese momento. El estallido de la guerra del agua en la zona precipita los acontecimientos. Diálogos sobre el papel que desempeñó la Iglesia en la zona, los mitos y los ídolos caídos pero vigentes en esa quimera absurda y sobre la situación real y sangrante en distintas áreas saqueadas del continente. La mirada colonial y descolonizadora y las falsedades sobre un “pasado imperial que todavía sangra”, esas “venas abiertas de América Latina” de las que habla Eduardo Galeano. A pesar de cierto esquematismo habitual en la escritura de Paul Laverty (colaborador habitual de Ken Loach y que ya se acercó a Latinoamérica en “El viaje de Carla”), se trata de una de las mejores, más dinámicas y ambiciosas películas de Bollaín, un filme coral sobre el cine y sus gentes, el genocidio y la lucha contemporánea y renovada por la justicia y la verdad además de la memoria falseada, mitificada, distorsionada hasta el paroxismo que choca con un presente, en cierto sentido, también fruto de aquel expolio sin reconocer y aquella “conquista” que fue, sobre todo, un “genocidio” aún sin reparación ni memoria.
La película de Manuel Huerga “Salvador” (2002) sobre la vida y muerte del activista antifranquista y militante anarquista “Salvador Puig Antich”, uno de las últimas víctimas del garrote vil del “antiguo régimen” convertido en un icono de la resistencia sofocada al fascismo en la España del tardo-franquismo en Cataluña. El filme se dirige a un público o a un interlocutor impreciso lo que limita a la vez que amplía sus posibilidades y sus expectativas como película en todos los sentidos, desde el guión a la puesta en escena, desde la reconstrucción de los hechos, la importancia otorgada a unos y otros personajes, la descripción del periodo y sus gentes, la equidistancia sociopolítica y la contundencia o lo amortiguado del alegato, así como su vigencia, la importancia de algunas subtramas en detrimento de otras, la superposición del drama romántico al cine político o histórico o del cine de suspense al drama social etc.
La lucha, la resistencia y los crímenes de la llamada transición a la democracia, nunca completada como hemos podido contemplar en algunos de estos filmes y también puede apreciarse con contundencia en otras manifestaciones dentro y fuera del mundo de la cultura o el espectáculo. Este periodo histórico ha sido -junto con la guerra de la civil y sus interminables secuelas (con sus muertos aún en las cunetas y sin reconocimiento oficial por la derecha en el poder)- ejes clave en la temática de buena parte del cine español, aunque las calidades y las coyunturas abordadas han sido muy diferentes.
Salvador como persona-personaje mezcla el ímpetu juvenil del revolucionario del momento con su relación íntima con dos figuras femeninas contrapuestas: la chica “al uso”, conservadora, sexualmente recatada y destinada “a casarse” y la joven hippie, desinhibida, de vida poco convencional, encarnadas respectivamente por Leonor Watling e Ingrid Rubio. Elementos que, en cierto sentido, han resistido paso del tiempo y podemos apreciar en las imágenes alternativamente cuidadas y descuidadas del filme, hermoso pero imperfecto, de Manuel Huerga: la inquina de las llamadas “fuerzas del orden” hacia las ideas, las organizaciones y algunos partidos de izquierdas, las formas represión policial y su prevención hacia todo lo que suene a izquierdista. También vemos El sustrato fascista de la policía que no muere de todo con el franquismo, solo se oculta o se transforma. La lucha antifranquista y su legado. El desmembramiento temprano de la izquierda, la división en la división y la partición, las particularidades ideológicas, metodológicas, intelectuales, generacionales y nacionales. El “no reconocimiento de la lengua catalana”. La huida a Francia como elemento del pasado de carácter real y sentimental. La muerte de Carrero Blanco y la sed de venganza de una dictadura agonizante. Las últimas ejecuciones del franquismo y la represión política en los últimos años de la dictadura.
Nuevamente los dos modelos de mujer con los que se relaciona “Salvador”: la joven conservadora y de comportamiento convencional (Watling), amable pero algo remilgada que utiliza el término “progre” con un carácter peyorativo, pero simplemente se mantiene al margen de los acontecimientos, proyecta casarse con otro hombre que hace la mili en Sevilla, aunque ama en secreto la memoria y la persona de Salvador. Se nos muestra asimismo La España que lee y la que no lee, la que embiste y la que resiste. La España sumisa y la contestataria. La que emigra y la que se queda. La que se esconde y la que resurge. Los interrogatorios violentos e intimidatorios en comisaria son un antecedente de algunos episodios de “La isla mínima”. Los detenidos por ideas, un tema que ha vuelto a saltar al candelero en Cataluña en el año 2017. La novia hippie (un papel hecho a la medida de Ingrid Rubio), que responde, también, a algunos clichés: la música rock, el pelo largo, la ropa de colores, las velas de incienso, los estampados, el deseo de viajar a la India, los pasteles de hachís, los horóscopos, el desdén hacia el matrimonio como institución.
Algunos personajes secundarios cobran especial relevancia simbólica en el filme. El padre de Salvador, marcado por una pena de muerte conmutada, vive sumido en el miedo, la parálisis emocional y el alejamiento de su hijo. Su huida juvenil a Francia lo acerca al destino de Salvador ahora encarcelado y al que se resiste a visitar. El funcionario de la prisión, facha, cateto, poco inteligente, ingenuo pero de “buen corazón” encarnado con esfuerzo por Leonardo Sbaraglia resulta algo esquemático pero – en su relación con Salvador prisionero- acaba resultando efectivo en los resortes melodramáticos de la última parte del filme (consagrada a las últimas semanas de vida del protagonista), al que se une la visita del anciano cura (en la mejor tradición del cine carcelario) y la presencia de un verdugo cuya mezcla de desdén de patán y fría profesionalidad causa una extraña repugnancia. Los camaradas de Salvador (en el MIL) pasan de ser un grupo reducido pero unido y lleno de entusiasmo casi quijotesco a ser un grupo desalentado, derrotista, imprudente y dividido cuando no enfrentado entre sí. El abogado antifranquista (Tristán Ulloa) que decide defender a Salvador a pesar de que el caso no presenta, en absoluto, fácil. Su posición antifranquista queda clara desde el momento en que asume el caso, pero también su dificultad para asumir la derrota ante la inminencia de la ejecución. Representa esa España impotente, patidifusa ante las últimas barbaridades de la dictadura, esa España que promete, pero no puede cumplir, esa España a la que hoy se le pide y se le exige que olvide. Y un final desesperanzado con un mensaje social esperanzador. Los claveles rojos en el suelo mojados por la lluvia. La España negra que se tiñe de color rojo.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.