Martes 25 de agosto de 2020
Cuando el niño abrió, ansiosamente, el chocolate que le había traído su abuelo del almacén, no pudo más que celebrar. El ticket dorado que el Willy Wonka chileno había prometido estaba ahí, ante sus ojos. El anciano se regocijó al ver la alegría en las pupilas dilatadas del pequeño, el gesto le había significado gastar un porcentaje significativo de su miserable pensión.
Llegó el día en que debían ir a visitar la fábrica, se vistieron para la ocasión, la ropa americana se desparramaba por sus hombros y el olor a humedad fue fácil de aplacar con unas gotas de colonia Inglesa. Tomaron una micro que los dejó a la deriva, en una transitada carretera sin demarcaciones llamada el camino viejo a Melipilla.
Charlie ingresó corriendo, junto a otros cuatro niños que también habían tenido la fortuna de encontrar el boleto premiado. Los adultos que los acompañaban se quedaron atrás y fue en ese instante cuando al abuelo lo embargó una profunda nostalgia. Pedro, ex operario de Aluminios el Mono, había sido parte de los Cabildos que dieron vida al Cordón Industrial Cerrillos-Maipú.
Recordó los tiempos en que junto a sus compañeros campesinos y colegas obreros se alzaron en contra de la precarización y la injusticia laboral. Le pareció que era un déjà vu mientras recorría los pasillos de la fábrica y veía a sus trabajadores molestos, cansados y agobiados. Al parecer la vida no es tan dulce como la pintan quienes tienen el control de la producción.
Cuando pasó junto al Molino, recordó que hace un par de años un trabajador se había inmolado en ese sector, dejando una carta denuncia. Cuántos de sus amigos actuaron de la misma forma en persecución del mismo ideal, tomándose las empresas, cortando Avenida Pajaritos o enfrentándose a los patriotas libertarios. Una lágrima surcó las arrugas del viejo, es hora de actuar más y dialogar menos.
La visita había terminado, todos los niños habían salido del lugar, menos su nieto.
Apuró el paso para preguntar qué había sucedido, pero no fue necesario ya que vio que desde el fondo del pasillo venía el pequeño con una enorme sonrisa en el rostro.
Le contó que había ganado la competencia, lo abrazó y le susurró al oído: