En el presente artículo continuamos con la polémica con lxs compañerxs del Partido Obrero –que hemos abordado anteriormente acá y acá–. En consideración de lxs lectorxs no vamos a responder todos los exabruptos con los que el PO –como es su tradición– busca esquivar las críticas. Concentraremos el debate en tres ejes: la “nueva” teoría sobre el “movimiento popular con banderas socialistas”, la reciente revisión que realizan del Programa de Transición y los problemas que trae aparejados un frío corporativismo divorciado de la política revolucionaria.
No solo de banderas vive un movimiento popular
En un reciente artículo de Pablo Giachello, el PO vuelve a ensayar una defensa de su nuevo slogan “por un movimiento popular con banderas socialistas” que sería genial y súper de izquierda a pesar de que en casi dos siglos a ningún marxista revolucionario se le pasó por la cabeza. Así, borra de un plumazo incontables elaboraciones sobre el problema de la hegemonía desde Lenin, Trotsky y Gramsci hasta hoy. Parece ignorar todos los debates con quienes diluyen a la clase trabajadora detrás de un indeterminado “campo popular” propicio para la colaboración de clases. Una cuestión más que presente en la actualidad, que desde el posmarxismo de Laclau –que impugna la hegemonía obrera como “esencialismo” de clase y apela a una construcción discursiva del “pueblo” como agente histórico– en adelante y con las corrientes “nac & pop” marcando el clima de época latinoamericano, se ha transformado en una moda. La misma a la que parece plegarse tardíamente el PO.
Tratando de explicar este embrollo, el PO ahora nos dice que: “la consigna ‘por un movimiento popular con banderas socialistas’ presupone el liderazgo de la clase obrera, en tanto el socialismo no es otra cosa que el gobierno de trabajadores” [1]; y agrega que se trata de “‘un movimiento popular con banderas socialistas’, o sea que imponga un gobierno de trabajadores”.
Esta serie de presupuestos y equivalencias explicaría, por ejemplo, por qué en el manifiesto del PO donde lanzan el slogan, aquel “liderazgo de la clase obrera” queda diluido y el planteo de “gobierno de trabajadores” brilla por su ausencia. Es decir, un gran slogan donde todo lo principal está “presupuesto”.
Ahora bien, hay otra explicación mucho más convincente –aunque menos tranquilizadora– en el reciente artículo del PO cuando señala que el planteo de un movimiento popular con banderas socialistas “establece una polémica de fondo con el peronismo, que fue la corriente política que puso en pie un movimiento popular en la Argentina, pero no bajo las banderas del socialismo sino bajo las del nacionalismo burgués, que son las de la colaboración de clases”. Esta aproximación tiene mucha más sustancia.
En primer lugar, es significativa la definición del peronismo como la corriente política que “puso en pie” un movimiento popular en Argentina. Esta es la explicación de sí mismo que hace el propio peronismo. Sin embargo, la historia es diferente. Lejos de “ponerlo en pie”, previo a su surgimiento la clase trabajadora había protagonizado una rica historia de organización y lucha marcada por los límites de las estrategias que habían primado: el anarquismo, por un lado, el PS reformista y el PC con su “tercer período” en los años ’30. Estos dos últimos luego confluirán en la Unión Democrática detrás de la embajada norteamericana, mientras que el contingente principal de lo que era el anarquismo pasará a conformar la corriente “sindicalista”. Esta última será fundamental en la conformación del Partido Laborista en 1945 que llevará por primera vez a Perón a la presidencia.
Con Perón en el gobierno se produce un gran salto en la pérdida de autonomía de la clase trabajadora y en la estatización/regimentación de los sindicatos. El peronismo no “puso en pie” aquel movimiento popular sino que se trata de un proceso mucho más complejo en el cual regimentó y pasivizó a la clase trabajadora, al tiempo que le dio concesiones para maniobrar frente al imperialismo. No hay identidad entre “movimiento popular” y peronismo, que fue un movimiento nacionalista burgués semicolonial con métodos bonapartistas, lo que Trotsky denominó “bonapartismos sui géneris” de izquierda. El peronismo no fue solo una retórica, como sugiere Laclau, sino que comprende un conjunto de prácticas e instituciones, que van desde la burocracia y los sindicatos estatizados hasta la política clientelar del Estado, pasando por la regimentación de movimientos al estilo “rama femenina” para organizar a las mujeres, etc. Aunque degradadas y bajo formas relativamente diferentes, estas siguen operando plenamente en la actualidad.
Esto sería el ABC de una interpretación de la historia nacional desde el marxismo revolucionario. Sin embargo, el PO parece olvidarlo a la hora explicar su “movimiento popular bajo banderas socialistas”. No es un hecho menor ya que, si esto es así no se trata de un problema de “banderas” equivocadas, al estilo Carlitos Chaplin en Tiempos Modernos, sino también de la regimentación del movimiento obrero y estatización de sus organizaciones. De lo cual se desprende que “ganar a los trabajadores para el socialismo revolucionario” (objetivo que plantea el artículo del PO) implica también el desarrollo de la lucha y la organización independiente del Estado y de la burguesía para que la clase obrera pueda convertirse en clase hegemónica de los sectores populares, así como la lucha por un programa transicional para ello. Todo esto, lejos de estar presupuesto como pretende el PO, es una de las principales tareas de la política revolucionaria.
Si no le gusta mi programa (de transición) tengo otro…
En paralelo a la “nueva” teoría del “movimiento popular” el PO protagoniza una embestida contra la consigna de reducción de la jornada de trabajo a 6 horas (que por otra parte había aceptado en la última campaña electoral del FITU y en numerosos programas de actos de lucha). Ambas cuestiones están más ligadas de lo que podría parecer a simple vista. En artículos anteriores han catalogado aquella consigna de “pura propaganda” porque la Argentina es una país atrasado “sin industria desarrollada y con una pauperización elevada”, y disparates por el estilo a los que ya nos hemos referido, pero que, sin embargo, el PO aún no ha contestado: ¿defienden la tesis –o mejor dicho, el dislate– de que no se puede pelear por la reducción de la jornada laboral en Argentina porque es un país atrasado?
En el reciente artículo del PO ahora sostienen que el problema es que desde el PTS: “Oponen el planteo de ‘seis horas de trabajo cinco días a la semana’ a la lucha por trabajo genuino, el seguro al parado y por la reapertura, el aumento y la universalización de los programas sociales”. Difícilmente la reducción de la jornada laboral se pueda oponer a la consigna de trabajo genuino, cuando justamente la primera es clave para conquistar la segunda (solo con implementarla en las 12 mil principales empresas se crearían 1 millón de puestos de trabajo genuinos). Si aquella consigna se opone a algo, no es al legítimo derecho a la asistencia social, aumento y universalidad de los planes como medidas de emergencia, sino a transformar la conquista de planes sociales en una estrategia. Es decir, se opone a naturalizar la precariedad y la desocupación con la que se profundiza la división de las filas de la clase trabajadora, donde una parte de esta última tenga que depender indefinidamente de la asistencia estatal para sobrevivir. En este lugar terminan cayendo muchas organizaciones sociales que, partiendo de la grave situación social, se adaptan a la miseria de lo posible como “los cayetanos” del MTE, UTEP, CCC, entre otras.
Otro aspecto que parece molestar al PO es que desde el PTS levantamos la consigna de reducción de la jornada laboral a 6 horas bajo el lema de “repartir las horas de trabajo para trabajar todas y todos”, es decir, ligándola al reparto de las horas de trabajo para acabar con la desocupación y la precarización. Esta última consigna cuestiona uno de los pilares del funcionamiento del capitalismo, como es contar con un “ejército de reserva” de desocupados para presionar a la baja el salario obrero. Por eso, si bien bajo el capitalismo, producto de grandes luchas (como las que conquistaron la jornada de 8 horas hace un siglo) se puede lograr la reducción de la jornada laboral y conseguir nuevos puestos de trabajo genuinos, para que el conjunto del tiempo de trabajo se reparta entre todas las manos disponibles y terminar definitivamente con la desocupación hace falta un gobierno de trabajadores que socialice los medios de producción y evite que los capitalistas pongan sus ganancias por sobre la vida de los trabajadores. A este tipo de consignas Trotsky las llamaba “transitorias” porque cuestionaban la propiedad privada y la institucionalidad de la sociedad burguesa.
Según el PO, las consignas “mínimas” (que no significa que no impliquen grandes luchas) y la pelea por las reivindicaciones inmediatas del movimiento de desocupados tendrían que mantenerse prudentemente separadas de la consigna “transitoria” de reparto de las horas de trabajo. Señalan que: “Ese programa [del reparto de las horas de trabajo], que solo podrá ser puesto en marcha por un gobierno de trabajadores, es agitado y propagandizado permanentemente por nuestro partido. Pero eso no quita la importancia de organizar e impulsar la lucha por las reivindicaciones urgentes e inmediatas del movimiento de desocupados”. Claro que “no lo quita”; el problema es esta división, típicamente electoralista que el PO establece, según la cual el movimiento debe limitarse a sus reivindicaciones inmediatas y el “reparto de las horas de trabajo” debe quedar para la propaganda y agitación del PO por fuera del movimiento.
Ahora bien, decíamos que esta discusión se relaciona estrechamente con la del “movimiento popular” porque es justamente la vinculación entre las demandas mínimas y la consigna transitoria del reparto de las horas de trabajo lo que puede unir en una lucha común a ocupados (que dejan la vida en el trabajo) y desocupados (que tienen que depender del Estado para sobrevivir) superando cualquier corporativismo. La unidad entre ocupados y desocupados es clave para cualquier lucha seria; un programa que no contribuye a forjarla no sirve en absoluto. A su vez, desde el punto de vista estratégico esta unidad es condición para la emergencia de la clase obrera como sujeto independiente y para pelear efectivamente por el liderazgo de los sectores populares. También para cualquier desarrollo de un frente único obrero propiamente dicho y en perspectiva para la constitución de organismos de poder obrero, como consejos obreros (soviets), que puedan desarrollarse como poder alternativo al Estado burgués, sin los cuales no hay revolución obrera y socialista posible, por lo menos como la entendían Lenin y Trotsky.
El frío corporativismo del Partido Obrero
En su crítica sobre el supuesto electoralismo del PTS, por proponer a Myriam Bregman y Alejandro Vilca como posibles candidatos del Frente de Izquierda, el PO deja traslucir un desmedido respeto por la agenda que impone el régimen. Hay un tiempo para hablar de economía, un tiempo para hablar de demandas, un tiempo para hablar de política general, un tiempo para hablar de voceros, otro tiempo para hablar de candidaturas, etc. No es solo un derecho, es una obligación que los principales referentes estén en la primera línea –por lo cual los del PTS son reconocidos en cada lucha, entre ellas por los trabajadores de Télam, cuestión que parece escandalizar al PO [2]– y aprovechen cada tribuna para hacer visibles las demandas y plantear una alternativa obrera y socialista a la decadencia capitalista.
Separar las luchas sindicales o reclamos gremiales de la lucha política es aceptar los condicionamientos del régimen y ceder a un antipartidismo mal digerido. Nuestra experiencia viene siendo la inversa. Miles de trabajadores ven potenciadas y revitalizadas sus luchas y sus peleas y se referencian en la Izquierda. El enojo del PO por nuestro planteo de buscar y organizar a miles de estos compañeros y compañeras que ya dieron y están dando pasos en la independencia de clase votando al Frente de Izquierda Unidad es desconcertante, o bien un reflejo equivocado frente a una debilidad del PO en cuanto a contar con lxs cuadrxs capaces de encarar esta tarea. En un país donde el peronismo (expresión máxima de la conciliación de clases) separa la lucha sindical o reivindicativa (cuando la asume) para llevar luego en masa a la clase trabajadora detrás de sectores patronales, no disputar la dirección política, no dar aun en cada batalla, por pequeña que sea, una perspectiva obrera y socialista es contribuir a ese statu quo.
En este punto, el PO deja traslucir su profundo y frío corporativismo sindical. Una corriente revolucionaria no puede medirse solo por cargos sindicales, que dicho sea de paso pueden ganarse o perderse circunstancialmente. Lo que no es circunstancial ni efímero es la consolidación de la militancia. El PTS cuenta con la mayor cantidad de cuadros, centenares de jóvenes que son un gran capital político y un gran semillero de militancia. El más desarrollado en todo el país. En la alimentación, gráficos, ceramistas, obreros del neumático, ferroviarios, docentes, estatales, metalúrgicos, de la UTA, la UATRE, en subte, aeronáuticos, en gremios de producción, de servicios y de transporte claves en nuestro país. El PTS y nuestras agrupaciones militantes fueron y son un gran punto de referencia en muchos gremios, así como en uno de los procesos más agudos de la lucha de clases como lo son las gestiones obreras.
Contrariamente, la estrategia del PO, donde vale más el acuerdo con algún “secretario general” que la construcción de fuertes corrientes verdaderamente clasistas en los sindicatos, ya la vimos fracasar una y otra vez. Lleva a que un día supuestamente “dirijan” un sindicato, como pasó con Grossi en el Sitraic, Macho en ATE Mendoza, o en FOETRA o el SOIP, y al otro día, cuando rompen determinados caudillos, vuelvan a cero. Obviamente la construcción sindical es importante, pero es evidente que fluye al calor de la lucha de clases y muchas veces retrocede con ella, igual que el puro espacio electoral. Pero cuando se forman cuadros revolucionarios que aprenden a avanzar y retroceder con su clase podemos decir que se está construyendo sobre buenas bases. Lo mismo sucede en el terreno estudiantil universitario donde, luego de años donde el PO condujo por ejemplo la FUBA, hoy por hoy el PTS y su juventud es la principal corriente estudiantil nacional de la izquierda revolucionaria.
Un ejemplo de qué significan estas corrientes lo muestra la intervención del PTS y la agrupación Bordó en el sindicato de la alimentación. Habiendo protagonizado luchas emblemáticas, como Kraft en el 2009, Pepsico en 2017, sendas luchas por los contratados, etc., con triunfos y derrotas, sigue siendo hoy la corriente clasista del sindicato. Los exabruptos de Giachello respecto a las batallas del PTS y la Bordó en Kraft –cuya lucha marcó época y abrió una nueva tradición en el movimiento obrero industrial con los cortes de la Panamericana– queremos creer que son producto de su completa ignorancia, que podría comenzar a superar leyendo acá y acá. A su vez, de aquellas luchas que hicieron historia surgieron y se forjaron lxs cuadrxs, compañeras y compañeros, que siguen batallando desde el clasismo y el programa de independencia de clase del Frente de Izquierda en cada rincón de la fábrica como fuera de ella, colaborando con la organización de otras fábricas y de cientos de trabajadores y trabajadoras. La militancia revolucionaria no se mide en cargos.
Otro cliché que repite el artículo del PO es un supuesto “histórico rechazo del PTS a la construcción del movimiento piquetero”. Sin embargo, el ofuscamiento del PO se debe tradicionalmente a nuestro planteo de poner en pie un movimiento único de desocupados con libertad de tendencias en su interior y, contra el modelo de colaterales partidarias que administran los planes sociales, impulsamos su autogestión en asamblea para combatir el clientelismo al que el Estado busca someter al movimiento. Con esta política venimos siendo parte de las Asambleas Permanentes en Guernica, luego de la emblemática lucha por tierra para vivir, en Rafael Castillo, en La Plata, en Córdoba donde junto a compañeros del FOL en un importante frente único nos movilizamos a las puertas de Arcor-Bagley en solidaridad con la lucha obrera por su convenio. También las escuelas de oficio que venimos impulsando en varios puntos del país son una base muy importante para desarrollar la militancia que surge desde cada una de estas luchas.
A su vez, la hermandad que supimos recrear desde cada lugar conquistado fue marcando hitos. El ejemplo de Zanón, por nombrar una de las luchas más emblemáticas que nos tuvo como protagonistas y con responsabilidad dirigente, mostró con hechos la unidad de ocupados y desocupados, con plenarios conjuntos, marchas, piquetes, acampes compartidos espalda con espalda. La creación de la Coordinadora Regional del Alto Valle, que hizo historia en Neuquén, fue solo una de sus expresiones. En este sentido, hoy desde el PTS y nuestro Movimiento de Agrupaciones Clasistas venimos insistiendo en forma sistemática sobre la necesidad de convocar a una reunión de emergencia al Plenario del Sindicalismo Combativo del que son parte el SUTNA y el Polo Obrero para discutir y motorizar propuestas concretas para fortalecer la lucha de neumático, convocando a jornadas nacionales discutidas en asambleas y plenarios regionales. Propuestas que vienen cayendo en saco roto, llegando al colmo de convocar a manifestaciones divididas con Unidad Piquetera por un lado y el SUTNA por el otro, el mismo día a la misma hora y a solo unas cuadras de distancia.
Marxismo, oportunismo y realpolitik revolucionaria
En el conjunto de planteos y prácticas del PO que fuimos repasando en este artículo pueden verse los trazos de una misma estrategia: 1) Un slogan –“movimiento popular bajo banderas socialistas”– que relega al nivel de “presupuestos” nada menos la hegemonía y la relación entre la clase obrera y el pueblo que es el principal problema que distingue a las corrientes políticas hace mucho más de un siglo, desde las populistas hasta las marxistas revolucionarias; 2) Un ataque a las consignas de reducción de la jornada laboral a 6 horas y reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados y un planteo de limitar el programa del movimiento piquetero a las demandas más inmediatas, lo que contribuye a que la unidad entre ocupados y desocupados en los planteos del PO quede relegada al discurso de sus referentes políticos, en el mejor de los casos; 3) Una separación entre la lucha sindical y reivindicativa y la lucha política –expresada en el enojo del PO por el planteo del PTS de organizar a quienes se referencian en el FITU–, así como una práctica sindicalista donde el desarrollo de corrientes militantes, clasistas y en perspectiva revolucionarias no tienen importancia frente a los acuerdos con dirigentes sindicales (con cargos, por supuesto) o el desarrollo de colaterales partidarias.
El gran problema de todo esto es que el peronismo, a pesar de la nueva versión de la historia del PO, no “puso en pie” el movimiento popular sino que regimentó a la clase trabajadora para subordinarla al nacionalismo burgués, y lo hizo no solo a través de un discurso sino de una serie de prácticas. De allí que no se trata simplemente de cambiar las banderas (socialismo en lugar de conciliación de clase), sino de combatir las prácticas concretas del peronismo desarrollando una práctica alternativa contra la estatización y el clientelismo, que apunte a poner en pie instituciones alternativas de autoorganización de la clase trabajadora y el movimiento de masas: sindicatos verdaderamente clasistas, “comités de acción”, coordinadoras y, en perspectiva, soviets/consejos. Es decir, un poder propio de la clase trabajadora sin el cual cualquier “presupuesto” gobierno obrero no significa nada.
La realpolitik o “realismo político” suele ser identificado como el sacrificio de los objetivos estratégicos a los intereses del momento; esa es la ilusión del oportunismo. Pero como señalaba Rosa Luxemburgo, la realpolitik de la clase obrera es necesariamente revolucionaria “en la medida en que, a través de todas sus luchas parciales, apunta como totalidad más allá del marco del orden existente en el que trabaja, en la medida en que se considera conscientemente a sí misma solo como la etapa preliminar del acto que volverá la política del proletariado dominante y subversiva”. No hay slogan ni cambio de “banderas” que pueda sustituir esto.
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