
Juan Duarte Ciencia y Ambiente | tw: @elzahir2006
Martes 11 de noviembre de 2014
Foto: Yenpitsu Nemoto
En El banquete, Platón plantea la cuestión del amor. Los comensales van dando su punto de vista sucesivamente, en un desarrollo dialéctico que encuentra su punto más alto cuando Sócrates cuenta lo que él conoce sobre eros, cuya fuente le es revelada por la vidente Diotima. Se trata acaso de las páginas más bellas de la obra del ateniense, de gran profundidad a pesar de su punto de vista idealista.
Veintitrés siglos después, las páginas de los diarios burgueses prometen haber encontrado, finalmente, la verdad sobre el amor. Pero la fuente de esa verdad ya no está en las visiones de Diotima, sino en los desarrollos de la neurociencia y el conocimiento de la circuitería y las localizaciones cerebrales. Y ya no es Sócrates quien dice saber la verdad sobre eros, sino los publicistas del reduccionismo biologicista moderno. A pesar de los contrastes, algo se mantiene, el idealismo.
Sólo por dar un ejemplo, podemos tomar esta nota que publicó La Nación el día de San Valentín bajo el pomposo título de “Día de San Valentín: para la ciencia, el amor es pura química”. El título ya habla por sí mismo: la complejidad del amor (fenómeno social, e históricamente determinado) es reducida a nada más que… pura química (de neurotransmisores). El amor es una emoción y desde los años 40 aparecieron herramientas para “medirlo”, dice la autora, pero en los últimos cinco años “se multiplicaron los estudios que exploran sus misterios”. ¿Qué estudios? Los desarrollados por las neurociencias.
“Aunque es común vincularlo con el corazón, lo cierto es que el amor reside en el cerebro”, cita a un galardonado profesor de ciencias cognitivas. Y “el amor podría pensarse como una emoción ‘secundaria’ (más compleja que la alegría, el miedo o la tristeza)”. La complejidad extrema se reduce entonces, para explicarla, a su localización cerebral y los circuitos involucrados.
“A lo largo de los años, descubrí que viene de la parte del cerebro que desea, que ansía", cita también la autora a cierta antropóloga. Y finalmente concluye señalando que el mecanismo biológico del amor serían las feromonas. Estas serían determinantes para detectar la histocompatibilidad, por lo que “aportarían información sobre el sistema inmune de los individuos y, entre otras cosas, ayudarían a evitar la endogamia”. Pero también “los cambios en la neuroquímica del cerebro explicarían los de la dinámica de la pareja a lo largo del tiempo”. El razonamiento, arropado siempre en frondosos galardones académicos, va desde los neurotransmisores hasta las conductas sociales, pasando una interpretación determinista biológica de la teoría de la evolución darwiniana.
Clarín hace cada tanto su aporte a la oleada biologicista y normalizadora de las conductas. En esta nota, por ejemplo, desfilan un abanico de razonamientos falaces, del tipo: “resulta que [el psiquiatra] Akiska estudió personas enamoradas y encontró que sus niveles de serotonina (un neurotransmisor del sistema nervioso) eran similares a los de los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo”. ¿La conclusión?: “estar enamorado más de seis meses puede ser patológico”.
Finalmente, no podía faltar a la cita el “neurostar” Facundo Manes quien, en medio de su campaña electoral con el republicanismo del FAUNEN, se hace tiempo para insistir en sus apreciaciones sobre el amor (acá). “Más que con el corazón, se ama con el cerebro”, dice Manes, y se explaya sobre la activación de circuitos cerebrales como clave para comprender la conducta en situaciones de enamoramiento, y en la –supuesta– explicación evolutiva (nuevamente, ¡pobre Darwin!) del fenómeno: “¿Por qué el cerebro se comporta así? Quizá por altos fines biológicos y promover de esta manera la reproducción”. El cerebro como sujeto y la naturalización en clave evolucionista de fenómenos sociales e históricos son una constante en esta mirada. Manes llega a plantear en su libro –entre otras sesudas afirmaciones– que el cerebro de la mujer está moldeado para cuidar a los chicos en la casa.
Se trata de una mirada reduce a una explicación biológica fenómenos humanos como el enamoramiento, que implican la unidad bio-psico-social, y –sobre todo- que están determinados históricamente. A su vez, se trata de una perspectiva cosificadora, que apunta a encontrar, medir y cuantificar cada fenómeno mental. En este sentido, aunque a Manes ambicione verse como un continuador de… ¡Shakespeare! (ver acá), es más justo decir que es una visión deudora de tradiciones como la frenología de Gall, y la psicométrica de Francis Galton, y lejos de aportar a la poesía, lo hace a las ganancias de los laboratorios psicofarmacológicos. La objetivación que plantean estos enfoques corre pareja con la mercantilización (y medicalización) de los cuerpos y el deseo, como señala acá Andrea D’ Atri.
Volviendo al principio, podríamos decir que para abordar las emociones en su complejidad, deberíamos retomar enfoques como el de Lev Vigotsky, que parten de las condiciones reales de vida de las personas, y teóricamente de la unidad entre biología y cultura en un contexto histórico concreto –las relaciones de producción capitalistas y su correlato fetichista, por ejemplo- para comprender las emociones y los fenómenos psicológicos propiamente humanos.
Es importante señalar que no se trata de negar avances importantes en el conocimiento de los sistemas cerebrales, o incluso en el de relaciones entre fenómenos cerebrales y biológicos, al contrario, estos son muy importantes y útiles. De lo que se trata es de estar atento y afilar la crítica a concepciones reduccionistas que contrabandean una aceptación de la miseria social y la opresión, al tiempo que dan las bases teóricas para la mercantilización de los fenómenos sociales e históricos.
En el relato platónico, luego del ascenso a lo más abstracto de la naturaleza de eros, la aparición de Alcibíades y su relación con Sócrates dan cuenta de su realización concreta. Del mismo modo, la mercantilización de los fenómenos sociales dentro del capitalismo constituye la realización concreta de los cantos de sirena que ofrece el reduccionismo de la neurociencia.

Juan Duarte
Psicólogo y docente universitario en la UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Editó y prologó Genes, células y cerebros (Hilary y Steven Rose), La biología en cuestión (Richard Lewontin y Richard Levins), La ecología de Marx (John Bellamy Foster), El significado histórico de la crisis de la psicología y Lecciones de paidología (Lev Vigotski), La naturaleza contra el capital (Kohei Saito) y León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917), de Harold Nelson (2017), en Ediciones IPS.