Ideas de izquierda

Armas de la critica

SEMANARIO

El doble poder y los soviets, una cuestión de prácticas y estrategias

Matías Maiello

debates

El doble poder y los soviets, una cuestión de prácticas y estrategias

Matías Maiello

Ideas de Izquierda

Agustín Santella publicó en la revista Jacobin una reseña de mi libro De la movilización a la revolución. Quería agradecer a Agustín por sus comentarios y consideraciones sobre el libro, al tiempo que aprovechar la oportunidad para tomar el guante de algunos debates que plantea. Hay un tema central que atraviesa su interpretación del Programa de Transición que podría sintetizarse en la siguiente crítica:

Nos parece que el mismo Trotsky empieza a crear un obstáculo epistemológico en su lectura de la guerra civil española, al reclamar el doble poder en “soviets”, sin atender a las formas de la lucha por el poder en la guerra civil. La Cuarta Internacional, al hacer de este obstáculo una tradición, creó un sectarismo que lo marginó del proceso mundial.

Trotsky, efectivamente, ponía en primer plano la perspectiva estratégica de los soviets o consejos. Tanto es así que decía: “todo el programa de transición debe llenar los espacios entre las condiciones actuales y los soviets del futuro” [1]. Otra cosa muy distinta es que las diferentes tendencias que se reivindicaron trotskistas desde la segunda mitad del siglo XX a esta parte hayan hecho suya esta idea. De hecho, aquella centralidad que Trotsky le daba a la perspectiva de los consejos fue y es una rareza entre las corrientes que se reivindican trotskistas; a lo sumo es recordada en los días de fiesta pero sin incidencia en las tácticas y estrategias concretas.

En lo que refiere a la Revolución española, Agustín no acompaña su crítica al “doble poder en soviets” de un planteo estratégico alternativo, tampoco se refiere a la política opuesta a la planteada por Trotsky, la del Frente Popular. Esto representa un límite para el debate. Sin embargo, nos parece pertinente retomarlo, ya que el caso español es particularmente ilustrativo para abordar la significación de la perspectiva “soviética”.

La cuestión del “doble poder” en la Revolución española

En 1936 llega al poder el Frente Popular conformado principalmente por el Partido Comunista, el Partido Socialista (PSOE) y un sector minoritario de burgueses republicanos (Partido Radical). Era un frente de colaboración de clases donde, a pesar del minúsculo peso relativo del sector burgués, todo el programa se adaptaba a sus exigencias, aclarando explícitamente que “los republicanos no aceptan el principio de nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos”; otro tanto sucedía con el rechazo a la independencia de Marruecos. Cuando se produjo el golpe de Franco, la actitud del Frente Popular fue llamar a la calma al movimiento obrero. Incluso, el mismo día del levantamiento, el presidente de la Generalitat mandaba guardias de asalto a varios sindicatos de la CNT para requisar las armas que los obreros se habían procurado para resistir. Con altos costos y un enorme despliegue de espontaneidad de la clase trabajadora, las tropas de Franco fueron derrotadas en varias de las principales ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao y otras. Entonces comienza la guerra civil y el país se divide en dos: las regiones bajo control franquista donde había triunfado el golpe y aquellas donde había sido derrotado, en las cuales se mantiene la república y el gobierno del Frente Popular.

Hecho este preámbulo podemos hacernos la primera pregunta: ¿fue esta división territorial una situación de “doble poder”? Claro. Es una situación de “soberanía múltiple” –podríamos decir en términos de Charles Tilly– donde dos poderes se disputan el control del país. Segunda pregunta: ¿el problema del “doble poder” en aquel momento se limitaba a esta división territorial? No, y acá comienza la cuestión. La forma en que se derrotó el golpe en parte del territorio, con la acción del movimiento de masas y la actitud pusilánime del Frente Popular, tuvo importantes consecuencias. El Estado republicano había quedado casi en bancarrota, había perdido buena parte del ejército y le quedaban leales una parte de los cuerpos policiales. En este marco era altamente dependiente de las milicias obreras organizadas por los partidos y los sindicatos. La clase trabajadora emprendió la constitución de múltiples organismos que se hicieron cargo del orden público, del control del abastecimiento, del control de las empresas [2], del poder local y de la justicia (comités locales, patrullas de control, comités de abastos, tribunales revolucionarios). Todos ellos constituyeron una nueva institucionalidad paralela a la del Estado republicano, aunque a diferencia de este último no estaban centralizados [3].

Es decir, no había una situación de doble poder sino dos. Una respondía a la división territorial pos-golpe, otra a la emergencia de instituciones de poder alternativas, aunque dispersas, frente a la crisis del Estado burgués republicano. En este segundo caso podemos encontrar cierta semejanza con lo que Trotsky llamaba “la paradoja de la revolución de febrero” en Rusia de 1917 [4]. Producto del carácter conciliador de las direcciones del movimiento obrero (PC, PS, CNT, POUM) la nueva institucionalidad surgida de la resistencia al golpe era la que “sostenía” al gobierno del Estado republicano en crisis. La mayoría de aquellos nuevos organismos se formaron por medio de un frente único “por arriba” de los representantes de los sindicatos y partidos obreros. Solo en algunos casos se conformaron con elección directa de las bases como lo hicieron los soviets rusos en 1917. Claramente ninguna organización buscó impulsar esta segunda vía, ni siquiera el POUM.

Por todo esto, el “reclamar el doble poder en soviets”, o más precisamente el planteo de desarrollar los elementos de autoorganización para constituir soviets –o “juntas”, como proponía denominarlas–, estaba muy lejos de ser una elucubración de Trotsky “sin atender las formas de lucha por el poder en la guerra civil”. La lucha en torno a cómo debían articularse aquellas dos situaciones de doble poder en el campo republicano fue central. La misma se dio en términos de cuál debía ser la relación entre guerra civil y revolución. La divisa de las direcciones conciliadoras del Frente Popular era “primero la guerra, después las reformas sociales”, la de Trotsky era hacer la guerra y la revolución al mismo tiempo. La primera consistía en “normalizar” el campo republicano terminando con los elementos de doble poder “interior”. La segunda pasaba por desarrollar los elementos de autoorganización para constituir un poder obrero y campesino, y avanzar en medidas revolucionarias –tierra para los campesinos, expropiación de las fábricas y talleres bajo control obrero, etc.– llamando a replicarlas en las zonas dominadas por Franco, lo cual incluía la liberación de las colonias africanas.

En un primer momento, Largo Caballero (PSOE) pasó a ocupar el puesto de Presidente del Consejo de Ministros con el objetivo de desactivar aquellos elementos de doble poder en forma pacífica bajo la bandera de “primero la guerra”. Como señala Santiago Lupe, esta operación tenía puntos de contacto con la política llevada adelante por la socialdemocracia alemana en 1918 frente a los räte (consejos): integrar los elementos de doble poder a la propia institucionalidad burguesa. El PSOE, la CNT-FAI y el PCE estaban ampliamente comprometidos con esta política. El mismo proceso se llevó a cabo en Cataluña bajo la dirección de la Generalitat, con la diferencia de que el arraigo de socialistas y stalinistas era mucho menor. Su presidente, Lluís Companys (Esquerra Republicana), navegó hábilmente sobre aquellas aguas repletas de comités que en muchos municipios controlaban el poder local (en algunos, como el de Lérida, se habían excluido a los partidos republicanos) [5].

Entre agosto de 1936 y febrero de 1937, tanto el gobierno central como el catalán fueron aprobando toda una serie de decretos para regimentar o directamente liquidar los comités y las conquistas revolucionarias de julio. Los dos más importantes fueron el de militarización de las milicias para su integración en el nuevo Ejército Popular y el de disolución de los comités locales que habían sustituido a los ayuntamientos republicanos. Luego del momento de desarticulación pacífica de los elementos de doble poder, en Cataluña la Generalitat preparó el golpe definitivo contra la vanguardia obrera de Barcelona. La historia es conocida: el 3 de mayo el gobierno intenta tomar con los guardias de asalto la central de teléfonos en manos de la CNT y se da una enorme reacción espontánea de la clase trabajadora. Se proclama la huelga general, se levantan barricadas y los trabajadores se hacen del control territorial casi total de la ciudad. Tanto los dirigentes de la CNT-FAI como los del POUM llaman a la calma, mientras que sectores del movimiento anarquista, como la Agrupación Amigos de Durruti, habían sacado conclusiones del proceso anterior encaminadas a la lucha por el poder obrero pero no habían logrado la fuerza suficiente para cumplir un rol decisivo.

Aquella “discusión” sobre la articulación entre las dos situaciones de “doble poder” se terminó dirimiendo en el levantamiento en armas de los trabajadores catalanes para defender sus posiciones de los ataques de las guardias de asalto dirigidas por los stalinistas. Trotsky opinaba que en mayo del ‘37 aún era posible evitar la derrota, no solo de Cataluña sino de la Revolución española. “Si el proletariado de Cataluña –decía– se hubiera apoderado del poder en mayo de 1937, habría encontrado el apoyo de toda España. La reacción burguesa stalinista no habría encontrado ni siquiera dos regimientos para aplastar a los obreros catalanes” [6]. Se trataba de la perspectiva de constituir un “gobierno obrero” en Cataluña, que Trotsky llama a impulsar al POUM y a la izquierda de la CNT. La hipótesis estratégica era que se erigiese como una “fortaleza revolucionaria” para, a partir de su defensa, desarrollar la revolución a escala nacional y alzar el programa de nacionalización de la tierra, la liberación de Marruecos, etc., es decir, las demandas que el Frente Popular había negado explícitamente, y así desatar las fuerzas revolucionarias que este se proponía contener [7].

La derrota de Barcelona y, por ende, la liquidación definitiva del doble poder en el campo republicano, selló el triunfo de la perspectiva de “primero la guerra, después la revolución” y, con ella, la derrota tanto de la revolución como en la guerra civil.

Espontaneidad y conciencia de clase: el lugar de los “soviets”

Sin esta problemática de los “soviets” y de la autoorganización de la clase trabajadora y el movimiento de masas es imposible comprender el Programa de Transición. A pesar de ello, lo que primó y prima, tanto entre quienes lo reivindican o lo critican, es el divorcio entre “programa” (los objetivos a conquistar) y “estrategia” (el cómo hacerlo), entre el contenido y la realización de las demandas y la constitución de una fuerza e identidad política hegemónica de la clase trabajadora. La crítica de Agustín no es ajena a esta constelación, así como tampoco el académico británico John Kelly a quien trae como referencia al debate. Según Kelly, el modelo “trotskista” para abordar estos problemas sería tan simple y abstracto como: acción colectiva + partido revolucionario = aumento de la conciencia de clase revolucionaria. Uno de los problemas básicos del planteo de Kelly es que su “objeto de estudio”, un “movimiento trotskista mundial”, no existe como tal. De allí su endeble argumentación, basada en citas parciales de periódicos de todo un conjunto de organizaciones cuya práctica, estrategia, programa y teoría tienen poco o nada que ver entre sí.

El autor recomienda aprovechar la literatura sobre los movimientos sociales para enriquecer aquel supuesto esquema con conceptos que hacen a diversos problemas. A saber: a los motivos para la participación en la acción (ideológicos, sociales o instrumentales), a la naturaleza de las demandas (defensivas u ofensivas, singulares o plurales), a las formas de acción (pacífica o violenta, esporádica o sostenida), a la escala de la protesta, a la naturaleza y cohesión de los protagonistas y los oponentes, a las estrategias del oponente (negociación, contestación o represión), a la estructura de las oportunidades políticas, a los resultados (victoria, compromiso o derrota), etc. Efectivamente, en los autores a los que hace referencia, como Sidney Tarrow o Charles Tilly, podemos encontrar diversos conceptos de utilidad para una apropiación crítica, en nuestro caso, desde el marxismo. Sin embargo, a diferencia de otros teóricos del conflicto como Tilly, quien tomara la obra de Trotsky como referencia para elaborar conceptos importantes en su teoría como el de “soberanía múltiple” [8], Kelly construye un Trotsky de paja para fundamentar su tesis de que fue incapaz de comprender la relación entre lucha de clases y conciencia de clase [9].

De hecho, Trotsky ha desarrollado muchas de las problemáticas a las que hace alusión Kelly en sus análisis de caso (Revolución rusa de 1905 y 1917, Revolución alemana de 1918 a 1923, ascenso del nazismo, ascenso de la lucha de clases en Francia de 1934 al 1938, Revolución y guerra civil española, reacción stalinista en la URSS, entre muchos otros). También lo ha hecho en términos conceptuales, muy ligados a una apropiación crítica de clásicos de la estrategia como Carl Clausewitz, aunque no siempre haya sistematizado esos conceptos. Algo de esto hemos trabajado en Estrategia socialista y arte militar con Emilio Albamonte, y luego en De la movilización a la revolución. Claro que el abordaje de Trotsky está indisolublemente ligado a una perspectiva socialista y revolucionaria. El punto de vista de Kelly es totalmente diferente: por un lado, argumenta la imposibilidad de cualquier estrategia revolucionaria en países con regímenes democrático-burgueses y, por otro lado, hace una apuesta estratégica a “reformas radicales” dentro del capitalismo. La defensa de esta perspectiva limita sus investigaciones y tiñe toda su interpretación del marxismo.

Así, por ejemplo, a la hora de analizar la relación entre conciencia sindicalista (“tradeunionista”) y conciencia socialista que establece Lenin en el ¿Qué hacer?, Kelly busca relativizar las críticas del dirigente bolchevique al sindicalismo desde un abordaje evolutivo del problema. Su forma de argumentación es muy problemática, ya que consiste en demostrar la importancia que le daba Lenin a la intervención en los sindicatos y en las luchas económicas, lo cual es evidente para cualquiera que conozca su obra [10]. La cuestión es de qué forma y con qué fines intervenir allí. Ahora bien, en aquel texto Lenin sostenía que: “La historia de todos los países demuestra que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, está en condiciones de elaborar solo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.” [11]. En 1905, con la emergencia del Soviet de San Petersburgo, revisará aquel diagnóstico e incorporará el desarrollo de este tipo de organismos de autoorganización al arsenal espontáneo de la clase trabajadora. Contra los bolcheviques que oponían el nuevo “soviet” al partido revolucionario, Lenin planteará que la ecuación estratégica es “soviet y partido” [12].

Kelly, en todo su análisis sobre la dinámica de la conciencia de clase en Lenin, va a omitir esta importante problemática. Pero lo cierto es que bajo el punto de vista de que el “elemento espontáneo” es una “forma embrionaria de lo consciente”, pocos años después del ¿Qué hacer?, Lenin incorpora rápidamente en su concepción de la política revolucionaria a los soviets. Ve en ellos una nueva práctica política desarrollada por el movimiento de masas, antagónica a la práctica burguesa de la política, y que permite articular las diversas reivindicaciones y formas de lucha en nuevas instituciones de autoorganización para crear un poder alternativo. Esta misma cuestión atravesará toda la obra de Trotsky. Sin ella el Programa de Transición se reduciría, utilizando los términos de Agustín, a alguna especie de “consignismo”. Como condición necesaria para triunfar, la clase trabajadora debe articular un poder propio capaz de “reemplazar” al aparato estatal burgués. Es decir, no se trata simplemente de “tomar posesión” de este último para implementar un “programa de gobierno socialista”. La gran cuestión relegada por todas las visiones que dividen –implícita o explícitamente– entre programa mínimo y máximo es que para “tomar el poder” es necesario desarrollar un poder alternativo que no surge ex nihilo.

Ahora bien, que exista una tendencia espontánea al desarrollo de organismos de autoorganización –que va más allá de la “conciencia tradeunionista”– no significa, ni mucho menos, que sea automática. Como señalamos en torno al ejemplo de la Revolución española, su desarrollo implica una enorme lucha política –incluso física–. Lo que encontramos históricamente son dos tendencias contrapuestas que atravesarán la lucha de clases y, especialmente, sus momentos más agudos. Por un lado, la tendencia al desarrollo de organismos de autoorganización de tipo “soviético” o “consejos”, con contornos particulares según los países, sus tradiciones y las características propias de cada proceso (sea que pensemos en los räte alemanes, en los consejos húngaros del ‘56, en los shoras iraníes, en los Cordones Industriales chilenos, etc.). Por otro lado, una tendencia contrarrestante a la pérdida de autonomía de la clase trabajadora, a su fragmentación e “integración” al Estado burgués, basada en la estatización de las organizaciones de masas cuyo agente privilegiado son las burocracias en su interior. De la ecuación entre estas dos tendencias surge de una verdadera “guerra de posiciones” que es determinante para los procesos revolucionarios.

La actualidad del problema

En contraste con aproximaciones evolutivas como la ensayada por John Kelly, Trotsky en su prólogo a la Historia de la Revolución rusa toma como punto de partida el carácter profundamente conservador de la psiquis humana para explicar los cambios que se producen en la conciencia en momentos revolucionarios. Las instituciones no cambian nunca en la medida en que la sociedad lo necesita, aun cuando están en una profunda crisis pueden pasar largos períodos donde las fuerzas de oposición no hacen más que oficiar de válvula de escape para descomprimir el descontento de las masas, y así garantizar la producción del régimen social dominante; es el caso hoy de todo tipo de “progresismos” o “populismos de izquierda”. Este carácter crónicamente rezagado de las ideas y las relaciones humanas respecto a las condiciones en las que están inmersas hace que, cuando aquellas condiciones se desploman y las grandes mayorías irrumpen en el escenario político, los cambios en la subjetividad superen en pocos días a los de años de evolución pacífica [13].

El enfoque del Programa de Transición parte, justamente, de esta discordancia de tiempos entre las crisis económicas, políticas, militares y la subjetividad de los diferentes sectores del movimiento de masas. De allí que busca establecer un puente entre las demandas inmediatas que surgen de un determinado estadio “actual” de la movilización y aquellas consignas que se plantean como “necesarias” para hacer frente a determinada situación de crisis desde un punto de vista anticapitalista y socialista. Así también, apunta a tender un puente en la organización para la articulación de las fuerzas políticas y sociales capaces de lograr la “realización” de aquellas demandas. Por ello le atribuye una importancia central a la intervención en los sindicatos ligada el combate contra todo conservadurismo y adaptación a las burocracias sindicales, así como al impulso de instituciones de autoorganización, desde comités de fábrica hasta consejos/soviets.

Aquí nos hemos concentrado sobre todo en este último aspecto, y vale la pena hacerlo porque se trata de un elemento clave frente a un problema que se viene planteando sistemáticamente en los procesos de lucha de clases de los últimos años. La mayoría de ellos han quedado limitados al estadío de revueltas. A pesar de la energía desplegada por el movimiento de masas, se termina configurando una especie de ecosistema de reproducción de regímenes burgueses en crisis, donde al tiempo que se desarrollan fenómenos de derecha y ultraderecha, se suceden frentes “anti” estas variantes –“antineoliberales” o “populismos de izquierda”– que ofician de válvula de escape para sostener políticamente un capitalismo cada vez más imposibilitado de consolidar nuevas hegemonías. Sin el desarrollo de instituciones de unificación y coordinación de los sectores en lucha y, en perspectiva, de consejos/soviets, es prácticamente imposible quebrar este esquema.

Francia es, sin duda, el gran laboratorio donde mejor pueden analizarse hoy las tendencias que fuimos debatiendo en este artículo. La lucha contra la reforma previsional de Macron se ha transformado en un verdadero movimiento de masas de amplias capas de la clase trabajadora extendido a escala nacional. El gobierno, en crisis, apela cada vez más a los mecanismos bonapartistas de la V República. Frente a esto, la dirección del movimiento obrero, encarnada en la Intersindical, se mantiene incólume llamando a Macron a la negociación mientras lleva adelante una estrategia de desgaste con movilizaciones que se suceden sin una perspectiva para triunfar, y busca circunscribir el programa al no aumento de la edad jubilatoria, dejando de lado los extendidos reclamos por el salario frente a la inflación, las condiciones de trabajo y las demandas democráticas ante un gobierno cada vez más autoritario. Por su parte, la perspectiva neorreformista encarnada por Mélenchon apunta a canalizar el proceso en los marcos del régimen, apostando a unas nuevas elecciones donde batirse frente al lepenismo.

Si hoy vemos el panorama de la extrême gauche francesa, ni lo que queda del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) ni Lutte Ouvrière (LO) se han planteado ninguna pelea por la autoorganización y coordinación de los sectores en lucha para poder incidir en el proceso. En este sentido es muy significativo el desarrollo de la Réseau pour la grève générale (Red por la Huelga General), impulsada originalmente por Révolution Permanente. Hoy en la Red se nuclean sectores de diferentes ramas del movimiento obrero: del transporte (RATP); ferroviarios (SNCF); recolectores de basura y alcantarillados; de las centrales nucleares de Paluel y Nogent-sur-Seine; trabajadores de la electricidad (Enedis y RTE); sectores de la metalurgia (como Airbus y fábricas como Sidel, Safran o Stellantis/PSA); trabajadores de los aeropuertos de Roissy y Orly; trabajadoras y trabajadores de la educación; también sectores de la juventud combativa e intelectuales como Frédéric Lordon, entre otros. Varios de estos sectores aparecen comprometidos en uno de los combates centrales del momento: impedir que la represión estatal derrote las huelgas duras en lugares estratégicos, mediante la llamada “requisición de trabajadores”.

Estas experiencias son muy importantes porque la discusión sobre la apuesta estratégica al desarrollo de instancias tipo “soviet” o consejos no se limita al día de la revolución, sino que hace a una perspectiva mucho más amplia de autoorganización, de la cual los consejos son un punto de llegada. Los “soviets” son organismos de frente único de masas. La lucha por el frente único de la clase trabajadora frente a las direcciones burocráticas y reformistas requiere de la articulación de volúmenes de fuerza suficientes para imponerlo. En un contexto de fragmentación de la clase trabajadora y el movimiento de masas, así como de debilidad de las fuerzas de izquierda revolucionarias, cobran especial relevancia tácticas complementarias al frente único como la desarrollada por Trotsky en torno a los “comités de acción”. Lejos de cualquier esquematismo, con los “comités de acción” Trotsky desarrolla, en sus escritos sobre Francia, una original concepción de la articulación de la vanguardia y sectores de masas a partir de la generación de instituciones de unificación y coordinación de las luchas y, a su vez, una vía para potenciar la influencia de la izquierda revolucionaria a partir de la confluencia con ellos.

En la actualidad, el primer paso para que reemerja una nueva izquierda revolucionaria es una ruptura con la concepción de la política como sinónimo de integración al Estado y a las formas en que este “organiza” el consenso activo de las masas. Durante lo que va del siglo XXI, gran parte de la izquierda en las más diversas latitudes, ha apostado a diferentes proyectos neorreformistas o populistas de izquierda que han fracasado sistemáticamente. Si consideramos esto, podríamos invertir la sentencia de Agustín sobre que los “soviets” serían un obstáculo epistemológico: lo que hay, más bien, es un obstáculo epistemológico que impide apreciar la significación estratégica de los soviets/consejos. Estos no responden una norma establecida abstractamente por fuera de la experiencia; al contrario, surgen de la necesidad de desarrollar las tendencias a la autoorganización de las masas para crear un poder alternativo capaz de derrotar al Estado capitalista y, luego, ser los órganos democráticos del poder de los trabajadores. De eso se trata.


VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN
NOTAS AL PIE

[1León Trotsky, “Un resumen sobre las reivindicaciones transitorias”, en El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2017, p. 120.

[2Sobre el problema del control obrero, ver: Micheal Seindman, Los obreros contra el trabajo, La Rioja, Editorial Pepitas de Calabaza, 2014.

[3Recomiendo en torno a estas discusiones el trabajo de Santiago Lupe, en el cual se encuentran desarrollados muchos de los elementos a los que refiero aquí (Santiago Lupe, “Prólogo”, en Trotsky, León, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2014).

[4Ver: León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2017.

[5Ver Santiago Lupe, ob. cit., pp. 35 y ss.

[6León Trotsky, “La verificación de las ideas y de los individuos a través de la experiencia de la Revolución española”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 330.

[7Ver capítulo 3 de Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.

[8Ver Charles Tilly, From Mobilization to Revolution, New York, Random House, 1978, p. 190 y ss.

[9Ver John Kelly, The Twilight of Word Trotskyism, Londres/Nueva York, Routledge, 2023.

[10Aquí hago referencia al libro de John Kelly, Trade Unions and Socialist Politics (Verso Books, 1988, pp. 26 y ss.). Agradezco a Agustín el haberme facilitado este texto.

[11V. I. Lenin, “¿Qué hacer?”, Obras selectas, Tomo 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2013, p. 89.

[12Ver V. I. Lenin “Nuestras tareas y el Soviet de Diputados Obreros”, Obras selectas, ob. cit.

[13Ver León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, ob. cit.
COMENTARIOS
CATEGORÍAS

[Ideas & Debates]   /   [Programa de Transición]   /   [León Trotsky]   /   [Ediciones IPS-CEIP]   /   [Marxismo]   /   [Internacional]

Matías Maiello

@MaielloMatias
Buenos Aires, 1979. Sociólogo y docente (UBA). Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Coautor con Emilio Albamonte del libro Estrategia Socialista y Arte Militar (2017) y autor de De la movilización a la revolución (2022).