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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Cuento: "El gigante hedonista"

Reproducimos el cuento "El gigante hedonista" De Perroult

Jueves 2 de julio de 2020

Cada tarde, a la salida de sus trabajos, miles de niños, jóvenes y ancianos iban a jugar al Jardín del Gigante. Para ser concreto, él y su círculo cercano, se creían dueños de este espacio y como su avaricia era aún más enorme, también se creían dueños del reino. Los allegados, por su parte, tenían la convicción de que nada les pertenecía.

El jardín era amplio y hermoso, con arbustos, flores y un verde césped. En el centro había un monumento que la gente coloreaba y llenaba de banderas. Todo alrededor lucía ordenado y limpio, era un oasis en medio del desierto, oasis que poco a poco se transformó en un espejismo. El humo y las balas difuminaron el sector, el pasto se tiñó de rojo. El Gigante había vuelto.

Luego de visitar al Ogro de Washington y de pasar una larga temporada junto a él hablando de negocios, decidió volver a su mansión. Lo primero que vio fue a la
muchedumbre jugando en el jardín.

  •  ¿Qué hacen aquí? - exclamó, intentando a duras penas mantener la frente en alto.

    La multitud corrió hacia a sus casas.

  •  Todo aquí me pertenece, es patrimonio del esfuerzo de mi familia y no aguantaré que ningún patipelao se quiera apropiar de él.-

    Acto seguido, contrató a tres ingenieros comerciales y estos se dispusieron a levantar un muro. En realidad había más gente, pero esos no se cuentan. Cuando la obra estuvo terminada colgó un papelito que decía “estamos bien el refugio los 33”, lo hizo para inspirar respeto y para que el pueblo supiera que se le debía agradecimiento y admiración.

    Los invasores, por su lado, volvieron a sus poblaciones grises con calles sin veredas y escasos parques. Ingresaron a sus casas pareadas, en donde vivían hacinados y pasaban hambre. La rabia los carcomía por dentro porque siempre hubo muros invisibles que los marginaban y les hacían ver que su único destino era la miseria.

    Era invierno y sus casas se llovían, mientras el Gigante capeaba el temporal degustando caviar de salmón y paté de jabalí al lado de su chimenea. Estaba contento porque una publicación del Forbes lo situaba en puestos de avanzada, incluso sobre su amigo, el Ogro de Washington. Pensó que todo mejoraría llegando la primavera, pues había manejado las leyes a su haber. Nada ni nadie podría derrumbar su castillo porque hacerlo iba en contra de la Constitución.

    La primavera no llegó al jardín del Gigante y tampoco a las poblaciones. Ese invierno fue el más crudo de los últimos años, el reino no estaba preparado para semejante tragedia y poco a poco sus habitantes comenzaron a sucumbir. La indiferencia de las autoridades fue aún más grande que el protagonista, prefirieron defender la economía a costa de la vida del pueblo.

    Tanta rabia acumulada, nos hará salir a conquistar la primavera. Botaremos los muros y volveremos a ocupar los jardines que nos robaron. Saldrá el sol y nos pegará tan fuerte que todas nuestras lágrimas se irán al cielo. Ese día festejaremos viendo como aquel pequeño niño que acompaña al Gigante lo arrastra hasta el mismísimo infierno.