“Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez”, Roberto Bolaño.
Felisberto Hernández fue pianista, compositor, escritor y catalogado como el “raro” de la literatura latinoamericana. Sus escritos se focalizaron en objetos antropomorfizados y, al mismo tiempo, en humanos que son llevados a la dimensión de objetos. Además, su propia experiencia de vida, como pianista de pueblos del interior, el haber sido esposo de una espía soviética y la inclusión de uno de sus relatos en la antología seleccionada por Ángel Rama: Aquí cien años de raros, suman elementos a la fascinación de su literatura.
El pianista y los libros sin tapas
Felisberto Hernández fue un pianista que recorrió parte de su país, dando conciertos en pequeños pueblos o departamentos, antes de dedicarse a la literatura y ser uno de los cuentistas latinoamericanos más originales y de difícil clasificación, mostrando un estilo propio que rompía con el canon de su época.
Nació en Montevideo el 20 de octubre de 1902. Su padre le puso Felisberto, pero el registro civil anotó Félix Verti, mientras que su familia lo haría llamar Feliciano Felisberto Hernández. Fue el mayor de los cuatro hijos de Prudencio Hernández y Juana Silva. A los nueve años comenzó sus estudios de piano, para luego conocer al profesor Clemente Colling, a quien dedicaría una de sus novelas más importantes. Debido a dificultades económicas, en la adolescencia comenzará a dar clases de piano y a musicalizar películas para el cine mudo en varias salas. A los 20 años, dará recitales en los que interpretará también algunas obras de su creación.
Su primera publicación, Fulano de tal de 1925, fue un pequeño folleto de muy pocas páginas, el cual, en su versión original, incluía alguna publicidad para sustentar la publicación. Se puede observar desde su título, Fulano de tal, que busca ubicarse por fuera del dominio de autor, mientras que estructura la obra a través del juego, con características lúdicas que realiza el narrador en primera persona, jugando con la escritura y la utilización de la estética y el pensamiento reflexivo como entretenimiento, reclamando la atención del lector.
En este primer folleto, Felisberto narra el testimonio de un loco lúcido a través de una variedad de textos, un prólogo, varios relatos cortos y un pequeño diario, concluyendo con el “Prólogo de un libro que nunca pude empezar”.
El escritor argentino Julio Cortázar, profundo admirador del escritor uruguayo, escribirá, en estricta segunda persona epistolar, en el prólogo “Carta en mano propia”: “Felisberto, tú sabés (no escribiré “tú sabías”; a los dos nos gustó siempre transgredir los tiempos verbales, justa manera de poner en crisis ese otro tiempo que nos hostiga con calendarios y relojes)” [1]. En este texto, que se presentó para la edición de novelas y cuentos de Felisberto Hernández publicada en 1985 por la Biblioteca Ayacucho, no solo se ubica como admirador del escritor uruguayo, sino que pone en evidencia la cercanía que sentía al referirse a que ambos autores preferían la literatura lúdica y el uso de la primera persona, que consigue traer a la memoria un pasado de calles de tierra, cafés, hoteles y pueblos del interior.
En 1929 aparece Libro sin tapas, dedicado a Carlos Vaz Ferreira, filósofo uruguayo, que comienza con el siguiente epígrafe: “Este libro es sin tapas porque es abierto y libre: se puede escribir antes y después de él” [2]. Incluye ocho relatos y un pequeño drama, que podría ser actuado en varios cuadros. Con mucha imaginación y entregado al extrañamiento en su escritura, se aleja del canon tradicional de la narración, un libro enmarcado en relatos cargados de misterios que ingresan a la realidad que presenta Felisberto, como si ese elemento extraño y delirante conviviera y fuera parte de lo cotidiano.
Los libros de cuentos La cara de Ana de 1930 y La envenenada de 1931 continúan la misma línea, como pequeños folletines impresos en baja calidad, con ese juego de lo misterioso como un componente necesario dentro de situaciones cotidianas, donde el impulso narrativo parecería ser la dinámica de cada uno de los misteriosos mundos que pertenecerían a ese mundo que nos presenta en su literatura Felisberto.
El escritor y la memoria como nouvelle
En esta segunda etapa de la obra de Hernández, que va desde 1942 hasta 1943, comienza a darse un lento abandono de la práctica pianística y una mayor dedicación a la literatura.
Por los tiempos de Clemente Colling de 1942, es uno de los tres textos fundamentales sobre la memoria y la reconstrucción del pasado, junto con El caballo perdido de 1943 y Tierras de la memoria (póstumo) de 1965, siendo el primero para Juan Carlos Onetti su libro más importante.
Estas novelas cortas o nouvelles se caracterizan por traer a la memoria hechos del pasado para el personaje principal, pero que, al mismo tiempo, presentan elementos extraños dentro de la memoria del narrador, que son de difícil comprensión y se confunden con recuerdos más nítidos. A esos elementos extraños prefiere llamarlos lo “otro”, aquello que este no llega a comprender, que son insólitos y que siente la necesidad de contar, como en Clemente Colling, donde el narrador manifiesta: “Pero no creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro" [3], dando cuenta de que aquello que se vuelve oscuro en la memoria, indescifrable, y de los cual no puede estar seguro de ser verdadero o falso, igualmente debe ser contado.
En este período, Felisberto retrata el mundo de su infancia, un mundo de “clase media baja”, de muebles viejos y clases de piano, que se mezclan con procesos en los cuales el autor utiliza otro yo para desmantelar fragmentos de la memoria: "Otras veces pienso que si me ha dado por escribir los recuerdos, es porque alguien que está en mí y que sabe más que yo quiere que escriba los recuerdos porque pronto me iré a morir, de no sé qué enfermedad" [4]; hallándose un narrador que se desdobla, un socio que lo ayuda a recordar el pasado, que es el producto de ese viaje hacia los recuerdos, que en la novela corta El caballo perdido será llamado "el socio" [5].
Un escritor que no se parece a ninguno
En el ingreso al tercer período creativo de Felisberto se ve un mayor interés, dentro de su literatura, por los componentes extraños, inexplicables, que se vuelven incómodos, con cierto elementos oníricos, como el cuento “el acomodador” del libro Nadie encendía las lámparas de 1947, uno de los cuentos más significativos de la narrativa del autor, donde se percibe un importante grado experimental y vanguardista, siendo el narrador, en primera persona del singular, un joven que desarrolla a través de sus ojos la capacidad de ver aquello imperceptible para cualquier ser humano normal. Él es dueño de una luz que le permite ver objetos en la oscuridad.
El libro está plagado de cuentos melancólicos, de pobreza en aquellas familias que habían tenido un buen pasar, pero que comenzaban a perder ese privilegio, narraciones en un mundo donde los personajes y sus relaciones se han cosificado, y donde no obstante la realidad termina introduciéndose en situaciones insólitas, como la amistad que entabla la protagonista con el balconcillo suicida de su casa en el cuento “El balcón”. Por aquellos años, Felisberto Hernández trabajaba como empleado de control de radios, tomando nota en una planilla de los temas que pasaban en distintas audiciones que tenía que escuchar, informando la duración de las canciones así como también el nombre de los autores de las letras y de la música.
Ítalo Calvino traducirá y prologará la edición italiana de Nadie encendía las lámparas. Anotará Calvino: “Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno; a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos; es un ‘irregular’ que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero a cada página se nos presenta como inconfundible”.
Escrito en Francia, a fines de los años 40, más precisamente en 1949, Las Hortensias narra la historia de Horacio, un hombre de clase alta y muy extravagante, que está obsesionado con su colección de muñecas de gran estatura, que componen escenas teatrales en las vitrinas de una sala de su casa, y particularmente, obsesionado con Hortensia, la muñeca más parecida a su esposa, María.
La novela corta está dedicada a la tercera esposa del escritor, África de Las Heras. “A María Luisa, en el día que dejó de ser mi novia, 14 de febrero de 1949” [6], consta en el epígrafe. La discrepancia entre el verdadero nombre de su esposa, África de las Heras Gavilán y el apelativo por el que él la conoció, María Luisa, son elementos de un episodio novelesco, que suman para una vida nada normal. Durante su estadía en París, Felisberto Hernández se enamora de María Luisa de Las Heras, quien, aunque el escritor jamás lo supo, más aún siendo que Felisberto era un declarado anticomunista, que era una espía de la NKVD –anterior a la KGB– de nombre clave Patria, e infiltrada en Uruguay. Antes de estar en el país de Felisberto, una de sus misiones fue en México, donde logró infiltrarse como asistente de León Trotsky y estuvo involucrada en los planes de su primer atentado en mayo de 1940 en Coyoacán. Durante ese tiempo, se dedicó a pasar información a la NKVD, ayudando a Ramón Mercader y al estalinismo a organizar el asesinato del dirigente bolchevique.
En el 2013, la editorial El Cuenco de Plata edita Las Hortensias Comic, con dibujos de Renzo Vayra, artista plástico que ya había trabajado con cuentos de Horacio Quiroga y con Juan el Zorro de Serafín J. García.
En Tierras de la memoria de 1967, publicado póstumamente e inacabado, la narración vuelve a traer al recuerdo las primeras décadas del siglo XX, con el viaje de un joven pianista de 23 años en compañía de Mandolión. La memoria y el recuerdo estructuran a la obra y dejan que ese pasado de dinámica al futuro que acontece dentro de la narración, como dice el narrador: “Todo esto lo iba recordando en este otro viaje que hacía ahora en compañía de Mandolión” [7]. Parece ser que la literatura de Felisberto ocurre en el presente, a través de los recuerdos de un pasado que se esfuma, y siempre de forma extraña.
Explicación falsa
En la Explicación falsa de mis cuentos, un pequeño texto publicado en 1950 por Felisberto, da algunas pistas de su narración: “No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida” [8], dando muestra que su narración es marcada por la dinámica misma de su escritura, y además asegura que “Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia” [9].
Felisberto Hernández, casado cuatro veces y con dos hijas, murió en el Hospital de Clínicas de Montevideo en enero de 1964 de una leucemia aguda. Siendo uno de los escritos más importantes de Uruguay, compartió cartelera literaria con la “generación del 45” que pertenecía al semanario Marcha. Sin quererlo pasó a ser uno de los raros de la literatura que fue calificado por Elvio Gandolfo como: “ese hombre que luchó a brazo partido, con tenacidad demoníaca, por describir un proceso esquivo, o mezclas extrañas de imágenes (humanas, animales, de objetos), y que lo logró con humor y genialidad”.
Un pianista que decidió convertirse en escritor, narrador de hechos cotidianos que pueden derivar en excentricidades, es decir, en acciones fantásticas que logran que este sea el escritor inclasificable, el raro de la literatura latinoamericana, que tomó como pilares de su escritura lo extraño y la memoria.
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