Después de su gran disco debut, Rata Blanca publicó en 1990 la obra que haría del metal argentino algo popular pero sofisticado, agresivo pero romántico.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Lunes 15 de junio de 2020 21:00
Para 1990 la cultura heavy metal Argentina ya tenía su prehistoria (primero El Reloj, luego Riff), su banda fundacional (V8), un grupo que estaba penetrando en los barrios populares (Hermética), una pequeña escena con cultores de distintas escuelas (la NWOBHM de Kamikaze, el thrash de Lethal, el glam y el hard rock de Alakrán) y hasta algún que otro epicentro geográfico como los puestos de discos del Parque Rivadavia o el boliche Halley del microcentro porteño.
Parecía que en ese breve tiempo ya estaba todo dicho. Pero no: Rata Blanca vino a demostrar que el género también podía ser un producto masivo, televisado y con hits radiables. Después del homónimo disco debut, Magos, espadas y rosas -su sucesor- rompió con todo lo conocido hasta ese entonces, vendiendo 300 mil copias en los primeros meses y llegando a los cinco millones en lo sucesivo. Treinta años después sería difícil explicar y entender a la cultural metálica criolla sin ese disco clave que estableció un hito, un antes y un después decisivo e influyente que hizo escuela y expandió los límites de lo que entonces podía considerarse como heavy metal.
Una nueva voz
La banda de Walter Giardino y compañía había instalado novedades con su primer disco al caballo de canciones largas, solos pirotécnicos y líricas de ficción y fantasía, orientaciones no del todo transitadas en la escena heavy argentino (en La Izquierda Diario ya habíamos recordado esta gesta en diciembre de 2018 cuando se cumplieron tres décadas de su lanzamiento). Pero Magos, espadas y rosas dio otro paso más con un cambio sensible, el del cantante Adrián Barilari en lugar del de Saúl Blanch. Su estilo de voz más pulcro, melódico y virtuoso contribuyó a que Rata alcanzara una imagen más ATP frente a la impronta rockera y exigida de Blanch (quien, además, era diez años más grande que el resto de sus compañeros).
“Saúl era más grande, tenía una familia y debía mantenerla. Y nosotros, en cambio… estábamos en cualquiera. Solo queríamos tener una banda de rock y salir a tocar por donde sea. Él no podía estar en esa posición y el grupo lo fue dejando atrás, esa es la verdad. Pero no hubo problemas, sino algo estrictamente generacional”, reconoce Giardino. “Adrián, por su parte, vivía en un mundo completamente diferente al de Rata. Había tenido un hijo, estaba prácticamente retirándose de la música, y su ingreso a la banda fue una hecatombe mental y personal para él. Hoy vive de Rata, como todos nosotros, pero en ese momento no estaba muy claro lo que podría suceder. Había que jugarse el cuero”.
Antes de la aparición de Adrián Barilari, Walter Giardino ya había creado varias canciones. “Cuando terminamos de grabar el primer disco, tenía temas como para hacer otro. Estaba en un estado de gracia supremo”, confiesa. La principal prueba de eso es un video de Rata todavía con Saúl Blanch haciendo “La leyenda del hada y el mago”, composición que grabaría Barilari en Magos, espadas y rosas.
“La leyenda” fue el primer corte del disco y también el primer gran hit de Rata Blanca. Al mismo tiempo, es la muestra del estilo compositivo predilecto de la banda en esos tiempos, donde se combinaban aires neoclásicos, riffs picantes, varios tramos de solos de guitarra, la omnipresencia del teclado a través de colchones o de intervenciones melódicas, una base monolítica, agudos insondables en la voz y duraciones por encima de lo que se acostumbraba escuchar no solo en el metal argentino, sino también en las radios. El video fue grabado en La Plata.
En los créditos de la letra de “La leyenda del hada y el mago” aparece la dupla Giardino-Giardino. Se trata del guitarrista Walter acompañado por su hermana Roxana, quien también figura en “El beso de la bruja”, “Haz tu jugada” y “El camino del sol”, un tándem de tres canciones consecutivas de Magos, espadas y rosas que componen algo así como un bloque progresivo con poéticas medievales y progresivas (rubricado por la impronta operística de “El camino…” y sus casi diez minutos de duración). Rata Blanca exhibió en esa tríada sus ambiciones artísticas, su universo literario y ese imaginario en el que letra y música van de la mano hacia terrenos inexplorados no solo en la escena heavy local, sino en toda la cultura rock argentina.
El hit escondido
La idea inicial era prefijar como segundo corte de difusión “Días duros”, un hard rock mid tempo que Walter Giardino había coescrito antes del primer álbum con Carlos Périgo, cantante platense de paso fugaz por Rata. El propósito era claro: después de la intensidad y el medievalismo de “La leyenda del hada y el mago”, convenía contrapesar con una canción más afable. Sin embargo, un inesperado episodio se interpuso en este plan.
Resulta que cuando la banda le entrega al sello discográfico las canciones para Magos, espadas y rosas, este responde que todas ellas no totalizaban el tiempo mínimo indispensable para producir el vinilo. Barilari había escrito una letra de amor a la que Giardino le hizo algunos arreglos y luego le agregó música, aunque el resultado final en ese entonces no convenció. Pero la urgencia impuesta por la discográfica obligó a rever la decisión. Así fue como “Mujer amante” salió del tacho del descarte y entró al disco en el segundo lugar del lado A, precisamente luego de “La leyenda del hada y el mago”, dando como resultado algo fuera de los cánones del metal argentino: un disco que comienza con dos letras románticas. El resto, claro, es historia conocida.
“En mi opinión, un cincuenta por ciento”, respondió Adrián Barilari cuando este periodista le preguntó cuánto le debe Rata Blanca a esa canción que el cantante había titulado originalmente “Estrella fugaz”. “Nos dio mucho de lo que somos, y a mí, en lo personal, me disparó una carrera como compositor. Es hasta el día de hoy que se siguen grabando distintas versiones. La gente viene a escuchar esa canción y las caras de felicidad hacen que no te puedas cansar nunca de cantarla”.
Si bien la factura técnica y artística de Magos, espadas y rosas por sí misma aumentaba las perspectivas de convocatoria y respeto de Rata Blanca, “Mujer amante” rompió el techo y le habilitó caminos por encima de las expectativas propias del heavy metal. Es cierto que el grupo ya venía experimentando un ascenso en su popularidad (antes de la salida del disco habían llenado dos veces el teatro Ópera luego de una intensa gira por la Patagonia), aunque esa balada abrió puertas impensadas.
De repente Rata Blanca empezaba a sonar en todos lados, se sucedían las giras por el interior del país y aparecía en el prime time a través de programas en los que nunca nadie hubiese imaginado a una banda de metal argentino. Eso, claro, de la mano también de cuestionamientos y polémicas, la primera de ellas por un motivo que hoy sonaría insólito: el video original, con pequeños cameos de Adrián Barilari en una cama con la actriz Amalia Pinetta, tuvo que ser reemplazado por otro en el que simplemente aparece la banda tocando en un estudio vacío.
“Algunos nos criticaban por tocar canciones que pasaban en las radios, ¿y cuál es el problema? Tal vez seamos muy duros para los tranquilos y muy blandos para los duros, pero no pertenecemos a ninguna tribu y además me gustan las canciones de amor: en el heavy a veces hay un culto tan machista, que se vuelve misógino”, banca Giardino. “Siempre pusimos toda la leña en lo que somos: una banda de rock sobre el escenario y nada más. Pese a lo que digan, ocupamos nuestro lugar de forma legítima y nunca nos vendimos”. La muestra de cómo envejeció Magos, espadas y rosas está en la reversión que Rata Blanca hizo en 2011 de manera cruda y directa con la formación de ese entonces.
El disco salió en mayo de 1990, lo presentaron por primera vez el 14 de julio en Obras y en el resto del año hicieron solo cinco shows. El agite llegó en 1991, donde tocaron un total de 120 veces de enero a noviembre, mes en el que sacaron el disco Guerrero del arco iris (compuesto en medio de la gira maratónica) y entonces Magos, espadas y rosas quedó en el pasado. Un pasado que luego se convirtió en Historia, con mayúscula: la misma a la que hoy hay que acudir para entender a la banda y al heavy metal. Aunque treinta años después Giardino se desmarque de etiquetas: “¿Quién tiene escrita la doctrina del heavy metal? A mí no me la mostró nadie. Para mí, la única doctrina que existe es que esto es rock and roll desde que se inició en el ’50 y fue cambiando de nombres a medida que evolucionó hasta llegar a ahora, que estamos con estas guitarras, estos equipos y a este volumen”.