A propósito de The Room Where It Happened. A White House Memoir, John Bolton, Simon & Shuster, 2020.
Junio vino con malas noticias para Donald Trump. Su campaña por la reelección sigue en pendiente, no solo en las encuestas –en la mayoría de los sondeos Joe Biden le saca una ventaja de entre 10 y 14 puntos, incluso en el “rust belt”– sino también en el mundo real. El acto de relanzamiento en Tusla, Oklahoma, fracasó de manera miserable. Imposible disimular los enormes blancos en el estadio. Tampoco hubo multitudes en las afueras ni pantallas gigantes. La explicación de este fallido, que tomó al presidente por sorpresa y disparó su ira, todavía se está discutiendo para no repetir el error cuando aún el fuerte de la campaña está por delante. Algunas razones parecen obvias, como el clima antitrump levantisco o la pandemia. Sin embargo, el hecho de que en parte se deba a una picardía de centennials usuarios de TikTok que reservaron todos los lugares, habla por sí mismo del grado de decadencia en que se encuentra el partido republicano en su versión trumpista.
Parece que no solo la realidad y la lucha de clases, sino también la industria editorial se confabularon para que Trump sea un presidente de un solo término.
A la crisis sanitaria por el coronavirus –que va por su segundo brote cuando aún el primero no agotó todos sus efectos–, la recesión económica y una rebelión nacional contra el racismo y la violencia policial disparada por el asesinato de George Floyd, se sumó a fines de junio la publicación de The Room Where It Happened. A White House Memoir, de John Bolton. En este libro, el enésimo sobre la situación caótica en la Casa Blanca, el ex Asesor de Seguridad Nacional de Trump hace un relato pormenorizado de lo que vio en los 17 meses que estuvo en el cargo.
El libro tuvo una recepción ambigua en los medios liberales norteamericanos que hicieron equilibrio entre la oportunidad de pegarle una vez más a Trump y la incomodidad que supone darle crédito a un personaje como Bolton, un halcón desenfrenado que carga con gran parte de la responsabilidad de las guerras de Irak y Afganistán, dos desastres que profundizaron la decadencia del liderazgo imperial de Estados Unidos. Que por otra parte se negó a testificar en el proceso de impeachment fallido contra el presidente. Pero más allá de la corrección política, The Room… resultó un regalo para la campaña demócrata y también para los republicanos que militan en la galaxia difusa del “never Trump” y que volverán a probar suerte después del fracaso de 2016. Bolton se sumó por derecha a esta tribu, pero a diferencia de sus compañeros moderados, tampoco votará por Joe Biden según declaró en una extensa entrevista en ABC News.
La publicación de The Room… se postergó varios meses, lo que le dio tiempo a Bolton para incluir unas líneas de apuro sobre la desastrosa respuesta de Trump a la crisis del coronavirus. Y de paso tratar de justificar que él tampoco escuchó las advertencias de que podía suceder, a pesar de que las pandemias son consideradas amenazas a la Seguridad Nacional, y por lo tanto eran competencia de su área.
El manuscrito fue revisado minuciosamente, censurado por la Casa Blanca para proteger secretos de Estado y judicializado. Sin embargo, la disputa en la justicia, que Donald Trump perdió a último momento, y la descarga de ira por Twitter del círculo íntimo del presidente contra el ex funcionario del bigote frondoso –al que llamaron traidor, chiflado (wacko), incompetente, mentiroso, enemigo de todos los seres vivos del planeta, y siguen los elogios–, terminaron teniendo el efecto inverso.
Además de la resistencia de la burocracia estatal, Bolton tuvo que sobrellevar la denuncia pública del compositor Lin Manuel-Miranda. El creador de Hamilton, el musical supertaquillero de Broadway que se convirtió en un símbolo contra el racismo, lo acusó de haber robado el título de una de sus canciones.
Dejando de lado estos pequeños tropiezos, y que no es lo que se dice una gran pieza literaria, The Room… rápidamente trepó al primer puesto de ventas en el ranking de Amazon, y compite con la novela psico-familiar de Mary Trump, la sobrina desheredada del presidente de inminente aparición, que amenaza dañar la imagen trumpiana en un registro mucho más popular.
Es cierto que ventilar la cotidianidad caótica de la Casa Blanca no tiene ninguna originalidad. Bolton tiene definiciones envenenadas pero a esta altura ya parecen rutinarias: que Trump no está calificado para el cargo, que cree que se puede gobernar confiando en relaciones personales, o que no tiene una “gran estrategia” en política exterior y su pensamiento luce como un “archipiélago de puntos” en lugar de una totalidad coherente.
Tampoco aporta nada extraordinario que no se pueda encontrar en libros similares al suyo, como Furia y fuego de Michael Wolff, y Miedo. Trump en la Casa Blanca de Bob Woodward, el periodista de Watergate, que describen con lujo de detalles el “clima hobbesiano” (Bolton dixit) instalado en el escalón más alto del poder mundial. El presidente mismo da un material inagotable en su actividad diaria, desde las conferencias de prensa hasta su cuenta de Twitter. Por lo que más allá de algunos textuales de Trump –que era “cool invadir Venezuela” (cap. 8) o preguntar si Finlandia era parte de Rusia (cap. 5)–, no hay mayores novedades. A decir verdad, el contenido más jugoso de The Room… había sido filtrado en dosis convenientes a periodistas formadores de opinión y al “círculo rojo” del establishment. Con lo que al momento de su aparición ya se conocían las principales revelaciones.
Pero más que el contenido lo que causó conmoción es el acontecimiento en sí mismo. Y no es para menos. Ni siquiera en momentos de crisis institucionales agudas como el final de la administración Nixon un funcionario de altísimo rango había publicado un relato tan demoledor de un presidente aún en ejercicio, lo que habla por sí mismo de la podredumbre que corroe el sistema político burgués.
La Casa Blanca puso en marcha una operación de control de daños, aunque probablemente la avería en el barco trumpista esté ya en la línea de flotación.
Crisis orgánica
Antes de hacer una lectura sintomática del contenido –es imposible otro método de abordaje para las más de 500 páginas que tiene The Room– vale preguntarse por qué un conservador empedernido como Bolton se transformó en spoiler de la campaña republicana. Sobre esto hay varias hipótesis.
Una es económica –se dice que recibió un anticipo de 2 millones de dólares por el libro–, aunque a decir verdad, el hombre no pasa necesidades: trabaja como columnista fijo en Fox News, donde es un amigo de la casa, además de otros rebusques.
La otra es personal. La relación con Trump terminó de la peor forma, y es plausible que el libro tenga algo de compensación simbólica. Es evidente que el libro tiene un estilo fanfarrón. Bolton exagera su rol primero en la campaña electoral de 2016 y luego en el equipo de transición de Trump. Sobrevalora su paso por tres administraciones republicanas –Reagan y los dos Bush–. Hace alarde del apoyo de los sectores pro israelíes (judíos y evangélicos), los cubanos, venezolanos y taiwaneses americanos, los defensores de la “segunda enmienda” (léase milicias, Asociación Nacional del Rifle, etc.) y conservadores de derecha en general. E invoca a su favor a H. Kissinger, que es como el nombre propio del interés nacional imperialista.
Pero aunque la billetera y el narcisismo son motivos por sí mismos gravitantes, el libro tiene un objetivo eminentemente político, que es reivindicar al ala dura de la política exterior, en particular a los neoconservadores partidarios de las “guerras preventivas” y el unilateralismo frente a los supuestos “moderados” que buscarían recomponer el “orden liberal multilateral” que garantizó durante décadas la preeminencia norteamericana.
En ese sentido, The Room… debe leerse como una radiografía de las profundas divisiones en la superestructura político-estatal, es decir, de las tendencias a la crisis orgánica abiertas con la Gran Recesión de 2008 y profundizadas por la presidencia de Trump.
Una alianza táctica con fecha de vencimiento
De principio al fin The Room… es un alegato a favor de la estrategia guerrerista por la que milita Bolton desde hace décadas, convencido de que Estados Unidos tiene el suficiente poder para actuar solo, sin las restricciones que imponen las instituciones del orden “multilateral” como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde tienen poder de veto Rusia y China.
Bolton discute contra el sentido común de Washington que consideraba que en los primeros 15 meses Trump estuvo contenido por una serie de factores moderadores, en particular, los llamados “adultos en la sala”. Esta banda de “adultos” estaba integrada por los tres militares que ocupaban puestos centrales –John Mattis, HR McMaster y John Kelly– y miembros del establishment, como Steven Mnuchin, el banquero “globalista” que aún está al frente del Tesoro. Según este consenso, esa etapa de moderación inestable que coincidió con la hegemonía débil de los generales, se terminó cuando fueron reemplazados por funcionarios leales al presidente.
La interpretación de Bolton es justamente la opuesta. Según su percepción, estos “adultos” solo alimentaban las teorías conspirativas de Trump y su base electoral, y que en última instancia eran los que impedían que cumpliera lo que había prometido a sus votantes. Entre estas promesas de la campaña de 2016 estaban: retirarse del acuerdo nuclear con Irán; retirarse del acuerdo climático y… volver a hacer grande nuevamente a América (el famoso MAGA).
Previo a integrar el gabinete, Bolton se había encargado de ventilar sus diferencias con la administración Trump. Para Irán y Corea del Norte planteaba la receta de “guerra preventiva” y “cambio de régimen” a pesar del fiasco de Irak y Afganistán. Este intervencionismo no cuadraba con la base electoral de Trump, que había comprado la promesa de terminar con las “guerras eternas” y estaba más próxima al aislacionismo. A pesar de estas diferencias manifiestas, el unilateralismo de Bolton hacía sintonía con el “America First” de Trump.
Con Bolton la política exterior imperialista se hizo más dura y ofensiva pero no cambió en general la orientación. Y esto ponía fecha de caducidad a la asociación entre “dos policías malos”, chiste que Bolton atribuye a Trump.
Retrospectivamente, Trump usó esta alianza efímera con los neoconservadores para terminar de liquidar lo que quedaba del “multilateralismo” de Obama. Bolton fue útil para retirar a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, y también de los acuerdos sobre limitación de armamento nuclear con Rusia que databan desde antes del fin de la guerra fría. Pero no estaba dispuesto a concretar las guerras con las que soñaba Bolton. Dicho sea de paso, Trump ironizó que si Bolton aún estuviera en el gobierno, Estados Unidos estaría peleando la sexta guerra mundial.
En la lista de errores que hace Bolton pelean el primer puesto la cumbre de Hanoi (a la que no fue invitado) con Kim Jong Un; el retroceso a último momento de lanzar un ataque militar contra Irán en respuesta al derribo de un dron en junio de 2019; y la política errática en Siria, donde Trump ha decidido no competir militarmente y dejarle los dividendos de la “pax” a Rusia, Irán y Turquía.
El hombre del bigote frondoso se anotó algunos porotos. Por ejemplo, frustró una reunión con los talibán que estaban negociando Trump y Pompeo para poner fin a una guerra que está próxima a cumplir 20 años. Y aumentó considerablemente la hostilidad contra Rusia.
En Venezuela, Bolton y otros ilustres derechistas como Marco Rubio, que le deben sus puestos al gusanaje cubano-venezolano de Miami, estuvieron detrás del intento de golpe de la oposición escuálida contra el gobierno de Maduro encabezado por Juan Guaidó. Como se puede leer en su libro (cap. 9, “Venezuela libre”), de haber tenido éxito iba a permitir una mayor ofensiva imperialista sobre América Latina. A eso responde la reivindicación que hace Bolton de la Doctrina Monroe (América para los americanos) y el discurso ante los veteranos de la invasión de Bahía Cochinos (no se priva de nada el hombre) en el que definió a Cuba, Venezuela y Nicaragua como la “troika de la tiranía”, emulando el fatídico “eje del mal” de George W. Bush.
Según el relato de Bolton, Trump que estaba por la invasión lisa y llana de Venezuela, compró el plan golpista aunque consideraba a Guaidó básicamente un tonto y nunca creyó del todo en la división de las Fuerzas Armadas Bolivarianas. A la hora de hacerse cargo del fracaso, Bolton responsabiliza a la derecha venezolana y a la falta de voluntad guerrera de Colombia.
El palacio y la calle
De todo lo que describe en los 15 capítulos de su libro hay dos revelaciones que tienen el efecto de una bomba.
Bolton afirma haber estado presente durante la conversación telefónica en la que Trump le pide a su par ucraniano, Volodymyr Zelensky, que acelere las investigaciones sobre hechos de corrupción en los que estaba involucrado el hijo de Joe Biden como condición para liberar los 400 millones de dólares en ayuda militar cuando estaba en una guerra de baja intensidad con Rusia (cap. 14). Por este escándalo, revelado por un “soplón” del aparato de inteligencia, los demócratas iniciaron el fallido proceso de impeachment en el que Bolton se negó a declarar.
El otro tema picante es la instrumentación de la guerra comercial con China con fines electorales, lo que incluye desde aranceles hasta el encarcelamiento de una CEO de Huawei. Según Bolton, durante la cumbre del G20 en Buenos Aires, Trump le habría pedido a Xi Jinping que lo ayudara a ganar las elecciones aumentando la compra de soja y trigo, en particular de los estados que le podrían dar el segundo mandato, a cambio de lo cual estaba dispuesto a negociar tarifas y otras medidas punitivas (cap. 10). Este es un golpe a la estrategia “anti China” de Trump para ganar las elecciones.
Sin embargo, hay otros factores mucho más decisivos que el registro de la actividad diaria de un burócrata que podrían sellar la suerte del experimento político trumpista. El asesinato por parte de la policía racista de George Floyd fue el detonante que puso en actividad un movimiento de masas imponente. Según una nota de New York Times, entre 15 y 26 millones de personas (sí leyó bien) habrían participado en las movilizaciones que estallaron a principios de junio. Este cambio radical de situación incluye variadas manifestaciones de la lucha de clases (huelgas espontáneas de jóvenes precarios “esenciales”, de fábricas sindicalizadas, etc.) y de nuevos fenómenos políticos que preanuncian radicalización. Es cierto que hay una actividad febril del partido demócrata para evitar este escenario y llevar todo al terreno electoral. Pero también que parece muy difícil que un movimiento tan profundo desaparezca con el triunfo a esta altura bastante probable de Biden. Ese es el principal temor de republicanos, demócratas, y de la clase dominante imperialista.
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