Martes 16 de diciembre de 2014
La otra mañana ocurrió un hecho curioso en la Plaza Miserere, llamada Once también por la cercanía de la estación terminal 11 de Septiembre del infausto ferrocarril Sarmiento. Es de conocimiento de muchos caminantes de la ciudad, que a cualquier hora, en indeterminados momentos y días, se instalan en la Plaza diversos e iluminados predicadores, que en general repiten algunos párrafos de la Biblia o de los Evangelios, aunque también hay otros que intentan llamar la atención afirmando que el fin del mundo es algo que está muy pronto a ocurrir. Hay transeúntes que en estos casos suelen sonreír, pensando que tal vez fuera conveniente un fin del mundo en comparación con la Plaza de Miserere a las 7 de la tarde de un día laborable.
Pero una mañana, después de una noche de tormenta, la Plaza invitaba a sentarse en un banco para dejarse acariciar por el sol tibio y una brisa fresca que parecían alejarlo a Manuel del verano inminente. Fue él quien me transcribió los fragmentos declamados por un predicador que de repente se le puso de frente, al que nunca pudo verle los ojos por el pelo tan largo que le tapaba casi toda la visión. Era incalculable su edad –me dijo Manuel- y he aquí lo que alcanzó a anotar cuando entendió que el que hablaba no era otro pastor ensimismado:
“Sigue siendo sumiso a la autoridad, sea cual fuere, que así nunca nada te ocurrirá y llegarás confortable al final de tu vida vacía.”
“Recuerda que los mediocres manejan el mundo: por lo tanto, serás más dichoso cuanto menos poder detentes”
“Trata de hacer la revolución, o cambiar algo o muchas cosas, y protesta e indígnate, que los torrentes de nuestra sangre no corren por las venas sólo para ver la vida pasar”.
“Cada día trata de darle una mano a alguien, o al menos piensa en eso, que hasta a Lucifer le dan horror los corazones vacíos”.
“El rico quiere al pobre marginado para que no pueda ver lo que le robó”
“No ames demasiado tiempo a alguien. El tiempo es un enemigo que acecha, no le permitas entonces que cumpla con su trabajo.”
“Cuando piensas que tu vida no tiene mayor sentido, revuélcate a jugar con tu perro: tú pensamiento cambiará.”
“No gastes energías en la violencia, pues la única transpiración saludable es cuando se hace el amor sin ventilador.”
“Como a un conejo una zanahoria, haz de cuenta que frente a tus narices han colgado una utopía: ve por la vida corriendo tras ella.”
“El que tiene diez amigos es un afortunado, el que tiene varios amantes, también; pero la verdad es que son pocos los grandes amigos y no tantos los amores inolvidables.”
“Es difícil que el funcionario cumpla con honestidad su labor: el sistema no lo ha puesto para que sea leal con el pueblo, sólo quiere que cumpla su papel de engranaje.”
“No hay nada mejor que mirarse a los ojos: en la mirada pueden habitar la alegría o la tristeza, la indiferencia o el ardor, la hipocresía o la verdad.”
“Es clarísima la diferencia entre el que lee o ve: el primero tendrá libre albedrío, el otro apenas repetirá.”
“Hay quienes buscan la eternidad, o que se los recuerde por sus actos u obras, y mientras piensan en ello les llega la muerte y el olvido.”
“Yo parezco religioso pero es para mí una ofensa: porque lo religioso obtura, abomba, anula; en cambio yo soy un pagano, que exalta los hechos de los días.”
Según Manuel, eso fue lo último que dijo antes de dirigirse al Sarmiento.
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