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Red Internacional
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Con otros ojos. El sexo de los relojes

Imaginemos por un momento que todo el trabajo doméstico y de cuidados se repartiera, equitativamente, entre todas las personas adultas, que tanto hombres como mujeres dedicaran la misma cantidad de horas a lavar ropa, preparar comida, llevar a niñas y niños a la escuela, limpiar la casa, hacer compras… ¿Cuánto tiempo le quedaría a cada uno, disponible para el trabajo asalariado que realiza fuera del hogar?

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri | Diputada porteña PTS/FIT

Lunes 1ro de agosto de 2022 11:01

Hoy, en Argentina, se calcula que el trabajo no remunerado ocupa, en promedio, algo más de 5 horas por persona. Pero ese número oculta que las mujeres dedican 6,4 horas, mientras los varones solo lo hacen por 3,4, es decir, casi la mitad. Eso significa que, aunque tanto para las mujeres como para los hombres la ley establece que las jornadas laborales asalariadas deben ser de 8 horas, unas y otros no disfrutan de la misma cantidad de horas de ocio y de descanso.

Dice Kathi Weeks que, cuando la jornada de 8 horas se estandarizó internacionalmente como el límite del trabajo a tiempo completo, "se presumía que el trabajador —que típicamente se imaginaba como un hombre— tenía el apoyo de una mujer en el hogar (…). Si en vez de ello el trabajador masculino se hubiese considerado responsable del trabajo doméstico no asalariado, hubiera sido difícil imaginar como viable que trabajara un mínimo de ocho horas al día."

Pero como ni siquiera el robo de horas al sueño alcanza, la consecuencia es que las mujeres son quienes asumen, prioritariamente, trabajos asalariados part-time, flexibilizados, irregulares o a domicilio, trabajos por cuenta propia, venta ambulante, changas, con la consiguiente menor remuneración y mayor precarización.

Actualmente, cuando para cientos de miles de personas, los ingresos salariales no alcanzan a cubrir la canasta familiar, en general son los varones quienes se ven empujados a hacer horas extras, no tener ningún día de descanso o tener dos o más empleos, lo que la sociedad valora positivamente como un sacrificio del proveedor de la familia.

Pero para que eso ocurra, hay alguien, en general una mujer, asumiendo la responsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados. De ahí que cuando las mujeres solas están a cargo de una familia, esos hogares son abrumadoramente pobres: ella deberá hacer malabares para congeniar el trabajo asalariado y no asalariado y, por eso mismo, sus posibilidades en el mercado laboral son mucho más restringidas a las ocupaciones con menores retribuciones e ingresos.

Esa es la verdadera "solución patriarcal" que el capitalismo encuentra a la contradicción entre el tiempo de su explotación y el tiempo de nuestras vidas.

Por eso, la estigmatización de las mujeres que, por hacerse cargo solas del mantenimiento de sus hijas e hijos no acceden más que a empleos precarios, de pocas horas y bajos salarios y, por ende, deben recurrir a la ayuda estatal para complementar sus magros ingresos, se devela como una de las formas de discriminación sexista más detestables. Enfrentados a los discursos que estigmatizan a los movimientos sociales que pelean por la subsistencia, acompañamos el reclamo de los movimientos sociales, cada vez más "feminizados", por incrementar y extender las ayudas estatales. Más aún en situaciones de crisis como la que vivimos actualmente. Pero incluso sus beneficiarias saben que eso no alcanza y, peor aún, reconocen que es apenas un paliativo circunstancial que no ataca el problema de fondo.

Hoy, el desarrollo de la ciencia y la tecnología permiten alcanzar un nivel tan alto de la productividad del trabajo que, cada vez se necesita menos tiempo para fabricar el mismo producto. O dicho de otra manera, en el mismo tiempo en que antes se producía una mercancía cualquiera, ahora se producen muchas más. Pero si las trabajadoras y trabajadores asalariados no ganan más ni ven reducidas sus jornadas laborales ¿quién gana? Es fácil adivinarlo.

Imaginemos por un momento que todo el trabajo asalariado se repartiera, equitativamente, entre todas las personas adultas, sin distinción de género y partiendo de un mínimo salarial que cubra el costo de la canasta básica. Quienes hoy no tienen un empleo, podrían acceder a él. Quienes hoy necesitan extender su jornada laboral hasta límites insoportables para alcanzar un salario mínimo, podrían disminuirla ostensiblemente. ¿Cuánto tiempo le quedaría disponible a cada uno por fuera del trabajo asalariado?

Pablo Anino, economista de La Izquierda Diario, hizo esa cuenta solo tomando las horas de trabajo de las empresas más grandes del país y el resultado es que podrían trabajar un millón de personas más y todas trabajarían 6 horas y 5 días a las semana. Ahora imaginemos que eso puede extenderse a todas las oficinas, todas las empresas, fábricas y talleres.

Si el mismo trabajo existente se reparte entre más personas que reciben el mismo salario que percibían en jornadas mucho más prolongadas. ¿Quién pierde? También es fácil adivinarlo: los que ganan fortunas multimillonarias a costa de nuestro trabajo y de hundir a millones en la pobreza.

Imaginemos que una parte de esos millones de puestos de trabajo se destinaran a transformar, en gran medida, el trabajo doméstico y de cuidados en ocupaciones asalariadas y en servicios sociales públicos y gratuitos. Millones de hombres y mujeres podrían trabajar en la construcción de barrios sustentables, que resolverían el problema de la vivienda que hoy afecta mayoritariamente a esos hogares pobres monomarentales. Una gran fuerza laboral se ocuparía en obras de extensión de las redes de agua, cloacas, electricidad y gas, en la construcción y reparación de escuelas y hospitales, con una planificación urbana racional, armónica con el cuidado del ambiente. Se podrían organizar restaurantes con menús económicos o gratuitos, lavanderías públicas, diseñar parques, campos deportivos, clubes, centros culturales de acceso libre y gratuito. No faltarían trabajadoras y trabajadores especializados en la construcción y atención de centros de cuidado infantil universales y otros para personas adultas mayores con atención integral a quienes están en situación de dependencia.

Así, liberando más horas de nuestro tiempo de la explotación laboral y de las cargas más pesadas del trabajo no asalariado, podríamos expandir y explorar nuevas formas de sensibilidad y afecto en el cuidado de las otras y los otros. Dispondríamos de más horas para el descanso y el ocio, para desarrollar los vínculos que deseemos sin las constricciones que hoy nos impone la falta de tiempo.

La reducción de una jornada laboral no estaría en función de aumentar la otra, como sucede actualmente sobrecargando a las mujeres con el trabajo doméstico y a los varones con las horas extras para arañar un salario que saque a su familia de la pobreza. Tendríamos tiempo para imaginar nuevas ocupaciones creativas, placenteras, comunitarias y políticas. Tiempo para lo que quisiéramos. Incluso, organizarnos colectivamente para ejercer el autogobierno de nuestras sociedades.

Claro que, con imaginar no alcanza. Esta perspectiva requiere de una lucha organizada de la clase trabajadora, que enfrentará la resistencia de los capitalistas, su Estado, los políticos que están al servicio de garantizar sus ganancias y las burocracias que negocian algunas migajas a cambio de no cuestionar la explotación de la clase trabajadora ni su fragmentación.

Pero, como decía Lenin, el dirigente de la Revolución Rusa de 1917, "es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños; de examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía".

Pero ése, ya es otro tema…


Andrea D’Atri

Diputada porteña del PTS/Frente de Izquierda. Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. (…)

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