Peter Drucker, graduado en historia en la Universidad de Yale y doctorado en ciencia política en la Universidad de Columbia, es especialista en debates sobre el movimiento de liberación sexual. En la siguiente entrevista abordamos las nociones centrales de su trabajo sobre la construcción y fractura de las identidades LGBT en el capitalismo, especialmente durante los años del llamado neoliberalismo
En los debates políticos y teóricos sobre la opresión basada en la sexualidad y las identidades de género, se consolidaron, durante el neoliberalismo, dos grandes vertientes. En primer lugar, aquella que podríamos denominar “identitaria”, que consideran la identidad (relacionada con la etnia, la sexualidad, el género, la edad, entre otros) determinaría los intereses de cierto bloque como “las mujeres” o “las personas negras”, dejando en un segundo plano otros aspectos materiales –como la pertenencia de clase– que suelen condicionar la experiencia de la opresión en las sociedades capitalistas. La vertiente identitaria tendió a proponer como horizonte la conquista de la igualdad para gays, lesbianas, bisexuales y trans, (en relación a los derechos civiles de las personas heterosexuales) a través de la ampliación de derechos dentro de las democracias capitalistas y, en los hechos, confluye con las agendas de partidos neoliberales que integraron las demandas “de género” o “diversidad” en las políticas de sus plataformas o gobiernos. Por otro lado, y en parte como respuesta a estos sectores, surgió la vertiente asociada a las teorías queer, una de cuyas principales exponentes es la teoría de la performatividad de Judith Butler [1]. En contraposición a las visiones identitarias, esa perspectiva establece que el género y también el sexo son construcciones culturales impuestas, que al definir la identidad, son represivas y excluyentes. Razón por la cual propone subvertir dichas categorías a través de prácticas performativas. En esta concepción también se devalúan los aspectos materiales-económicos que moldean y condicionan, de múltiples maneras, las vivencias y expresiones de la sexualidad y el género en determinado contexto histórico y social.
En este marco, las reflexiones de Peter Drucker situando históricamente el proceso de fragmentación identitaria de la diversidad sexual, representan un aporte para desarrollar ese debate.
Drucker parte del surgimiento de las identidades LGBT durante el periodo posterior a la II Guerra Mundial que describe el historiador John D’Emilio, para luego establecer como hipótesis la existencia de una tendencia a la fragmentación durante el neoliberalismo, con el surgimiento de nuevos sectores que desafían el imaginario de la identidad gay-lésbica “clásicas” (surgidas, según su visión, durante la segunda posguerra).
Muchos de los temas abordados en esta entrevista están desarrollados en su trabajo “La fractura de las identidades LGBT bajo el capitalismo neoliberal”, inédito en castellano, que ponemos a disposición de nuestros lectores y lectoras.
En el texto “La fractura de las identidades LGBT bajo el capitalismo neoliberal” señalás que la identidad gay-lésbica en los países centrales se construyó durante el fordismo y el Estado de bienestar después de la II Guerra Mundial, ¿cuáles son las particularidades de este proceso y qué características tuvo esa construcción identitaria?
La conclusión a la que llegué después de leer a otros historiadores e historiadoras es que lo que adquirió la forma de identidad gay-lésbica clásica era muy diferente a la mayoría de las relaciones entre personas del mismo género que habían existido a lo largo de la historia. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, las diferentes sexualidades estaban enlazadas a diferencias en el género. Las identidades trans son muy antiguas; si vamos miles de años hacia atrás, por ejemplo, había varones que podían asumir en algún sentido los roles sociales de las mujeres y también sus roles sexuales.
Pero en el siglo XX, gradualmente y a diferentes ritmos en diferentes lugares del mundo, aparece la idea de que gays y lesbianas eran varones como otros varones y mujeres como otras mujeres, con la excepción de su sexualidad. Entonces, se suponía que los varones gay debían ser tan masculinos como los heterosexuales y las lesbianas, tan femeninas como las mujeres heterosexuales. Y esto estaba conectado a toda una serie de cambios en el capitalismo. Al crecimiento de un capitalismo orientado al consumo, en el que el deseo de consumidores y consumidoras se volvía particularmente importante para la economía y el deseo por objetos o productos se entrelazaba crecientemente con los deseos por otras personas.
Esto se conectaba con lo que el historiador Jonathan Ned Katz llamó la “invención de la heterosexualidad” hacia fines del siglo XIX. La idea de que el matrimonio podía basarse en el amor, la idea del amor romántico, que solo se había extendido muy gradualmente entre la población en diferentes momentos y clases sociales, y que otras personas, y de un género en particular, se transformaran en objeto de deseo. Esto primero se extendió socialmente en la forma de deseo heterosexual, pero pronto le siguió el deseo por personas del mismo género.
Al inicio, esto sucedió mayormente entre la clase media pero luego de la Segunda Guerra Mundial, con el consumo masivo de la clase trabajadora bajo el fordismo, se extendió también entre trabajadores y trabajadoras. Por eso surgen estas nuevas formas de sexualidad entre personas del mismo género, la sexualidad gay y lesbiana, en particular después de la guerra, y sobre todo en los países más ricos, donde era posible el consumo de la clase trabajadora y existía un relativo crecimiento del Estado de bienestar, por lo que la gente no era completamente dependiente de sus familias tradicionales para subsistir. Todo esto converge para crear la forma clásica de sexualidad y las comunidades gay-lésbicas.
A mediados de los años ‘70 decís que comenzaron a proliferar identidades sexuales o de género alternativas a la gay-lésbica, ¿Cómo se desarrolló y con qué particularidades ves este proceso en países dependientes como los de América Latina?
En comparación con otros periodos, en el fordismo existía de alguna forma una comunidad gay-lésbica más homogénea. Se suponía que los bares y los saunas eran lugares de socialización interclasista, donde se formaban las relaciones. Bajo el neoliberalismo, eso no fue tan así y la identidad gay-lésbica más o menos uniforme que existía comenzó a fracturarse de diferentes maneras.
La identidad gay de elite pone todavía más énfasis que antes en la masculinidad de los varones gay y la feminidad de las mujeres lesbianas. Esto tiene su apogeo en los años ‘90, cuando las personas LGBTQI que no eran lo suficientemente binarias ya no son siquiera contadas como gays y lesbianas. Vemos la emergencia de las identidades trans para todas las personas que no encajan en la definición estrecha de lo que significa ser gay y lesbiana, y las prácticas sexuales se multiplican de muchas otras formas, como por ejemplo alrededor del sadomasoquismo (hoy BDSM), y todo tipo de cosas que se transformaron en la base de identidades distintivas.
En lugar de una comunidad gay-lésbica aparece un creciente rango de diferentes identidades fragmentadas que corresponden a comunidades LGBTQI plurales. El tipo de consumo de masas que había existido en las pocas décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial en los países imperialistas nunca se estableció de forma tan penetrante en los países dependientes, donde los ingresos de la clase trabajadora nunca fueron tan altos. Por eso, el patrón gay-lésbico dominante tuvo menos oportunidades de establecerse, y las fracturas (aquí) son incluso más visibles.
En países de América latina hay, por ejemplo, identidades homosexuales que perduraron en el tiempo y existían antes del establecimiento de la comunidad gay-lésbica que no desaparecieron y se volvieron más visibles bajo el neoliberalismo, como los maricones y las locas [el destacado es nuestro porque el autor utiliza estas palabras en castellano para diferenciarlas]. Sin conocer demasiado, sé que en Argentina existe un movimiento trans particularmente fuerte, un pensamiento queer asociado a todos los tipos de activismo feminista, no necesariamente y siempre institucionalizado, sino más alternativo. De ahí surgen todas estas comunidades nuevas o relativamente más nuevas con mayor diversidad y pluralidad.
En el texto decís: “El fin de la larga onda expansiva fordista no fue una mala noticia para todo el mundo, en absoluto, y tampoco para todas las personas LGB.”, ¿quiénes se vieron beneficiados con el proceso desarrollado bajo el neoliberalismo?
En comparación con las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, el neoliberalismo ha sido un periodo en el que se profundizó la desigualdad social. Esto significa que los ricos se volvieron más ricos y los pobres, más pobres; la mayoría de la clase trabajadora en todo el mundo vio estancados sus salarios y condiciones de vida. Esas son malas noticias para la mayoría de las trabajadoras y los trabajadores, pero no para todos.
El fordismo, que estaba basado en una buena cantidad de consumo incluso entre personas de ingresos relativamente bajos, ha sido progresivamente reemplazado por una economía apoyada en el consumo de lujo de una minoría de la población, y cierta proporción de esa minoría consiste en personas LGBT de clase alta.
Esto es más cierto, sobre todo, en la imaginación que alimentan los medios que en la realidad. Se asocia un estilo de vida gay con el consumo, un consumo al que muchas personas en el mundo no pueden acceder. Existe una imagen, sobre todo, de varones gay que van a beber a los bares, usan drogas y van a restaurantes lindos, viajan en cruceros gay paradisíacos, ese tipo de cosas. Esta imagen del estilo de vida gay se volvió cada vez más posible bajo el neoliberalismo. También gays y lesbianas en una serie de países conquistaron derechos civiles y han sido crecientemente integrados a la sociedad neoliberal. Esto es real para una minoría de personas LGBT, no minúscula sino significativa.
A comienzo de los años ‘80 afirmás que se estabilizaron tres aspectos de la identidad gay-lésbica que encajan con el orden neoliberal: “la autodefinición de la comunidad como una minoría estable, su creciente tendencia hacia la conformidad del género y la marginación de sus propias minorías sexuales”. ¿Por qué opinás que encajaron con el establecimiento del neoliberalismo?
Tradicionalmente, en particular en Europa y América, las homosexualidades eran reprimidas en general, y las personas que las practicaban eran oprimidas. En parte por eso, existe una asociación tradicional de las personas LGTBQI con la izquierda. La Iglesia, especialmente la católica, pero en general las cristianas, se han opuesto a las personas LGBTQI, y como a la Iglesia se la relacionaba con la derecha, estas personas tuvieron cierta tendencia, sobre todo si eran activistas, a ser abiertas al liberalismo, el socialismo o el comunismo.
Bajo el neoliberalismo, esto comienza a cambiar. Gradualmente, empieza a forjarse una asociación perdurable entre la derecha, la derecha neoliberal y formas conservadoras del cristianismo, sobre todo de cristianismo evangélico. Se vio durante la administración de Ronald Reagan en Estados Unidos y en varios países de América latina, con el crecimiento de fuerzas evangélicas de derecha.
Pero también existe, en cierta medida, el crecimiento de una derecha neoliberal que no está tan relacionada con el conservadurismo cristiano tradicional, y en algunos países esto crea una apertura para que los varones gay exitosos –en menor medida a las lesbianas– se identifiquen con la derecha neoliberal y que se rompa la vieja asociación LGBTQI y la izquierda. Crece el conservadurismo de gays y lesbianas, particularmente el conservadurismo de varones gay, primero con la llamada “guerra contra el terrorismo” y luego con la crisis económica a partir de 2008 [ambas con epicentro en Estados Unidos, N. del T.].
Hay una minoría nada insignificante, de varones gay sobre todo, que se identifican con la ultraderecha. Es un proceso muy paradójico, porque ves a alguien como Donald Trump en Estados Unidos que dio marcha atrás con conquistas para las personas LGBTQI, pero al mismo tiempo, tiene seguidores abiertamente gay como Richard Grenell, que fue su embajador en Alemania, su embajador para la ultraderecha europea y cumplió otros roles prominentes en la administración. Cosas similares sucedieron en otros países. Incluso en Brasil, donde la homofobia y la transfobia del presidente Jair Bolsonaro son notables, sectores LGBT lo apoyan. La diversidad en la fragmentación entre las personas LGBTQI no es solo una fragmentación socioeconómica, también es política.
Sobre esto, decís que se puede observar una polarización en las comunidades LGBT, en la que las personas pobres de clase trabajadora se sienten alejadas de las identidades gay-lésbicas establecidas, y que esto no necesariamente se define por las identidades de género. ¿Cómo funciona este proceso?
Existe una correlación entre las posiciones precarias en las economías neoliberales, por un lado, y las prácticas queer y formas de autoexpresión, por la otra, aunque no siempre está claro cuál es la causa y cuál el efecto. Las personas LGBTQI que eligen presentarse como queers –o que simplemente no pueden confirmar convenciones de género estándar– es improbable que ocupen posiciones gerenciales o incluso mejor pagas, puestos de trabajo estables en corporaciones multinacionales u oficinas públicas, por lo tanto sus ingresos suelen ser más bajos. Las personas queer más marginales, trans e intersex a menudo llegan obligadas al mercado sexual o a diferentes sectores ilegales o semilegales.
A la inversa, las personas que tienen oportunidades y ambiciones de ascender en la economía son incentivadas a adoptar identidades gay-lésbicas, estructuras familiares y formas de expresión que son más aceptables en las sociedades neoliberales. Existe una dimensión generacional en esto: las personas jóvenes en el neoliberalismo, en general, tienen más probabilidades de estar en una posición económica precaria, lo que amplía el espacio para ser queer; algunas pueden escapar a la precariedad cuando envejecen, pagando el precio de ser más “normales”; muchas nunca tendrán esa oportunidad.
Estas cosas son muy difíciles de definir exactamente, qué significa queer para cada persona en particular puede ser muy diferente. También existe un problema de lenguaje, de idioma, porque la palabra queer –en este sentido– creo que fue utilizada por primera vez en inglés y por teóricas y teóricos queer anglosajones, como Judith Butler y Eve Kosofsky Sedgwick. La palabra no se ha extendido tan rápidamente con este significado a otras partes del mundo con otros idiomas, pero se ha extendido.
Existe una tendencia internacional, sobre todo entre personas LGBTQI jóvenes, cuyos ingresos no suelen ser muy altos, a menudo tienen niveles educativos altos –leyeron una buena cantidad de teoría queer– y eligen estilos internacionales, que son variados y diversos, pero si una persona queer viaja de Buenos Aires a Nueva York o París puede reconocer a sus “almas gemelas”. Y en cierta medida, esto va acompañado con una postura política determinada, por eso se puede hablar de una subcultura internacional queer, que en cierto sentido puede ser una corriente política o se superpone con una corriente política.
¿Qué desafíos y perspectivas existen para las personas LGBTQI a partir de la crisis económica de gran profundidad que se desató este año a nivel internacional?
Enormes. Sabemos muy poco sobre cómo será el mundo este año. La pandemia no va a terminar de manera uniforme en todo el mundo, aun cuando las vacunas sean efectivas y garanticen inmunidad al covid-19. El mundo no va a compartir de forma equitativa los beneficios de la vacuna, esto se vio claramente en el hecho de que Europa, Estados Unidos y Canadá acapararon una gran proporción de las que estarán disponibles, contradiciendo su retórica. La pandemia durará más en las partes del mundo que no son ricas, que es la mayoría, por supuesto.
Esta es otra batalla de una guerra en curso, que nos retrotrae a la lucha contra el sida, existen continuidades importantes entre esa lucha y la que se desarrolla contra el covid, en particular sobre el régimen económico neoliberal en lo que respecta al comercio, y sobre todo cuando se trata de productos de salud. Luego del surgimiento de Act Up [en inglés, Coalición del Sida para Desatar el Poder], inicialmente en Estados Unidos, cuando el sida golpeó con dureza a África, más que en cualquier otra región, la campaña de tratamiento en Sudáfrica jugó un rol de vanguardia internacional al desafiar el régimen de comercio neoliberal, en particular, a los TRIP [en inglés, Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio].
Gracias al activismo se estableció el principio de que cuando una droga o vacuna es crucial para salvar vidas humanas, los derechos de las multinacionales farmacéuticas a las ganancias pueden desafiarse. Por ejemplo, Brasil ha sido uno de los países más grandes en fabricar retrovirales a una fracción del precio de las multinacionales de los países imperialistas. Con el covid-19, esto se vuelve una lucha de nuevo porque esa victoria está lejos, esto tiene grandes implicancias para todas las personas en general y por supuesto esto incluye a las personas LGBTQI.
Es claro además que la crisis económica que coincidió con la epidemia de covid-19 está profundizando la desigualdad global existente. Ya era terrible bajo el neoliberalismo y ahora empeora nuevamente. Los ideólogos y gobiernos del capitalismo en todo el mundo habían presumido sobre la reducción de la pobreza extrema, mostrando que es posible eliminarla. Ahora, decenas de millones de personas que, según la definición estrecha del Banco Mundial, habían escapado a la extrema pobreza, hoy vuelven a esa situación.
Todo esto alimentará las fracturas de las identidades y las comunidades entre las personas LGBTQI que mencioné antes. Las consecuencias serán peores, pero políticamente no sabemos cómo resultará. Lamentablemente, las décadas desde los años ‘90 no fueron grandes momentos para la izquierda anticapitalista mundial por varios motivos, al punto que la reacción al neoliberalismo en varios países fue una reacción falsa que benefició a la ultraderecha. La pandemia y la crisis han significado algunas rupturas prometedoras con esa tendencia, por ejemplo en la extensión del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos y la ola de activismo antirracista en otros países, eso es muy importante y alentador para la izquierda. Pero cuál será el balance de la relación de fuerzas en 2021 y los años que siguen no lo sabemos todavía y es absolutamente crucial. Hay muchas cosas en juego.
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