Cuando Antígona, el personaje de Sófocles, se enfrenta a Creonte, lo que está en juego es la contienda entre las leyes divinas y naturales, representadas por Antígona, y las leyes de la polis, encarnadas por Creonte. Imaginar lo que pudo pasar en el anfiteatro de Epidauro cuando se estrenó la obra, puede ser un saludable ejercicio para la imaginación. Pero lo innegable es que la de Sófocles nunca fue, y lo es mucho menos ahora, una literatura complaciente.
Osvaldo Quiroga @osvaldo_quiroga
Sábado 5 de octubre 17:27
Ariana Harwicz, en “Perder el juicio”, su última novela, habla de la rebelión de una mujer que es capaz de secuestrar a sus propios hijos cuando le impiden estar con ellos, que puede, también, provocar un incendio y pasar por alto las reglas del sentido común, que suele ser, dicho sea de paso, el menos común de los sentidos.
El crítico de Kirkus Reviews sostuvo que la escritura de Harwicz posee una belleza salvaje. Nada más acertado para hablar de su prosa. En el mundo capitalista los seres humanos suelen soportar las peores injusticias: desde pasar hambre hasta ser condenados por leyes vetustas y patriarcales. Los creontes se han multiplicado y creen tener todo el poder. Pero “la chiquilla”, como Lacan llama a Antígona en el Seminario de La Ética, se planta frente al poder aun cuando sabe que se le va la vida en su firmeza.
Unas semanas atrás, conversando con Ariana Harwicz, me habló del racismo de buena parte de la sociedad francesa, de la discriminación hacia el inmigrante, de ser sudaca en el primer mundo, de la violencia soterrada detrás de cierta fingida amabilidad y de un progresismo que tiene la consistencia de un barrilete en un cielo tormentoso.
Esos son los temas que aborda Ariana Harwicz en “Perder el juicio”. Y la pregunta es: ¿quién perdió el juicio? Antígona no lo perdió y la protagonista de esta novela tampoco. La escritura de Harwicz transita por los límites. En “La débil mental” es la madre la que se proyecta en la hija en una relación casi animal entre una y otra; en “Precoz” es la madre y el hijo aislados en una casa y cercados por las vías del tren. Una y otra vez los vínculos familiares ponen al descubierto la íntima violencia que los acecha. Es la misma violencia que está en la sociedad cuando las leyes son el sostén de los poderosos y se utilizan para someter a las mayorías.
Las palabras cambian siempre de sentido o van llenándose de nuevos sentidos. Los grandes escritores siempre han sido creadores de mundos. Han sabido reinventar la lengua para que hable de lo invisible, de lo que no se ve a simple vista pero condiciona la vida de unos y otros. La potencia de la prosa de Harwicz, casi un incendio como el que irrumpe en las páginas de “Perder el juicio”, enfrenta al lector con la extrañeza de un mundo que se aleja de lo humano, casi como un mandato similar al destino que los dioses griegos le imponían a los mortales. Por eso la revuelta, la rebelión, o como quiera llamársele, resultan indispensables a la hora de construir un nuevo humanismo.
Osvaldo Quiroga
Periodista especializado en Cultura, creador de El Refugio y Otra Trama. Actualmente al frente de Cultura 2.4, que se emite por la plataforma Global Play.