Con géneros de tradición verídica, el escritor argentino inventó un cóctel falaz pero feliz.
Viernes 12 de febrero de 2021 15:18
Editada por primera vez en 2004, Correrías de un infiel , de Osvaldo Baigorria, desconcertó bastante en sus primeros años de circulación. En el centro de la novela aparece el retrato alucinado de otro Baigorria, el famoso coronel unitario que, ante el asedio de Rosas, pasó veinte años refugiado entre ranqueles (de 1831 a 1852), hizo buenas migas al sur de la frontera y se convirtió en cacique. La biografía, la no-ficción y la crónica, géneros que tradicionalmente tensionaron el discurso histórico, son a su vez tensionados por el autor, que se da a la doble tarea de escribir una ficción y, al mismo tiempo, poner en el mundo un estilo.
La vitalidad que ofrece el paso de un registro a otro sobre el trazo firme de una escritura sin vacilaciones y una sorpresiva capacidad de interpelación, caracterizan a este texto que la editorial independiente Blatt & Ríos acaba de rescatar.
Mirarse en la pampa
Hay en buena parte de la literatura argentina contemporánea una vocación periodística por ofrecer a los lectores noticias e información sobre usos y costumbres que podrían calificarse a veces de exóticas, a veces de bizarras, a veces de marginales, siempre extrañas a las representaciones sociales de la clase media. A esa fórmula resultadista y pulida, Baigorria le opone la incertidumbre de una novela opaca por naturaleza, una novela construida a partir de retazos biográficos (verificables) del cacique/unitario pero incrustada con ensoñaciones, con crónicas más o menos ficticias y con un despliegue de elucubraciones caseras sobre sexualidad y contracultura.
Como en un juego de espejos, Baigorria inventa un narrador de apellido Baigorria que viaja al corazón de la pampa argentina en busca de documentos que confirmen el supuesto parentesco con un tercer Baigorria, el ex militar puntano del siglo XIX al que los ranqueles acogieron y llamaron Lautramán: Cóndor Petizo en el idioma chedungun (Qué nombre. Hay gente que se llama Joel), que será el objeto del relato. “Aunque unitario, supo ganarse el desprecio de Sarmiento. Ambivalente: un bárbaro republicano, un gaucho sublevado contra Rosas, un jefe mestizo pero anticaudillista. Otra que indígena: indirigible” , dice el narrador en un rapto de dignidad para luego, unas páginas más adelante, relajar el tono y llamarlo coleccionista de esposas, pariente, bon vivant de las tolderías o simplemente Petiso.
En parte, la operación consiste en narrar una vida de forma no cronológica, registrando la investigación y las propias dificultades para escribirla, todo con un marcado sesgo testimonial. Pero la biografía es un género tramposo y por definición antinarrativo. Baigorria entiende que no se puede escribir sobre una vida a menos que sea improvisando. Incluso su narrador cede ante “la tentación de llenar el vacío que dejó la Historia en el paso por el desierto con ensueños”. De ese corrimiento emerge la dimensión poética de su escritura.
En un epílogo que se agrega en esta nueva edición, el autor señala que quiso trabajar con varios de los géneros en los que estaba dividido el mercado editorial del nuevo siglo: no ficción, ficción, metaficción, crónica, ensayo y experiencia propia. “Es un libro que se cae de cualquier estante” , comenta acerca de su novela y del método que usa para hacer avanzar el relato. Una década más tarde, Baigorria usaría una variante autoficcional del procedimiento en su Sobre Sánchez , publicado en 2013 por la editorial Mansalva.
La lengua del malón
En la mencionada exploración de representaciones sociales que el público urbano podría considerar extrañas, aunque muy presentes en los productos de la industria cultural, Osvaldo Baigorria encuentra la posibilidad de marcar rasgos de nuestro conservadurismo citadino. Las potencialidades de la sexualidad nativa y la vocación orgiástica de su conformación matrimonial, salen a cruzarse con las nociones actuales de vinculación erótica y de amor romántico, aún en sus estadíos progresistas más avanzados: “Ese par llamado pareja es una institución con relativamente poca historia dentro de la especie, aunque sí mucha literatura” , reniega la voz que narra en la novela. Y luego agrega: “le tengo más respeto a la horda” .
En los momentos más radicales de este careo de culturas, el narrador imagina y relata escenas sexuales hiper explícitas protagonizadas por mujeres y hombres que llegan desde ambos lados de la frontera a las tolderías originarias. Este porno/palabra es presentado como ceremonias de intercambio a la manera del Potlatch indoamericano del Pacífico Norte. La vieja partición civilización/barbarie queda resuelta en largas y variopintas sesiones eróticas. Pero, como en Sade, la pornografía tiene siempre una dimensión moral. La contrastación de la propia cultura con otra que no es mensurable con la nuestra produce una sensación de vértigo capaz de suspender el antojo por detalles extravagantes de sociedades ajenas; y puede que uno deba afirmarse en un mueble para impedir que tambalee parte de eso que hoy, indistintamente, llamamos identidad.
Otras disquisiciones
Un apartado especial merecen las menciones a Lucio V. Mansilla y a su libro clásico ‘Una excursión a los indios ranqueles’, por lo general formando parte de las irradiaciones humorísticas de la novela. Resulta que Manuel Baigorria, el histórico, dedicó sus últimos años a la composición de Memorias , un libro en el que dejó plasmada su experiencia de dos décadas siendo “uno con el indio”, y el narrador, un siglo y medio después, viaja a un convento ubicado en ex zona ranquel para consultarlo. En ese contexto, Lucio Victorio -a quien, no sin malicia, se lo llama “cronista-filósofo-coronel” o “el etnógrafo amateur”- y su “Minitour por los ranqueles” son presentados en la novela como el contrapunto careta de la sacrificada observación participante que El Petiso necesitó para escribir sus modestas memorias. Modestas en extensión, no en estilo. Así empieza este libro raro que César Aira pagaría por haber escrito: “El coronel Baigorria, en la Villa de Río Cuarto, a seis días del mes de mayo de 1868, no teniendo en qué distraerse, se ocupa en recordar ligeramente su pasada y agitada vida:..." .
Correrías concluye alternando entre la anotación ingeniosa y la reflexión melancólica acerca del último éxodo ranquel. Lo que ya era un robusto sistema formal resulta enriquecido por la evocación afectiva y afectada de dos momentos históricos enfrentados: la ‘Solución final’ del Estado nacional encarnada en Julio Argentino Roca y la resistencia épica del cacique mayor Baigorrita (era ahijado del otro), alias MariCó -Diez Aguas-. El final nos propone una manera no romancera de experimentar esa sensación que Jorge Teillier llamaba “una nostalgia del futuro”: sobre lo que no pasó pero debiera haber pasado.
Estresándolos, Osvaldo Baigorria logra enrarecer algunos géneros que estaban bien acomodados entre la literatura y la Historia. El resultado son estas Correrías de un infiel , un objeto sólido al que, al mismo tiempo, todavía no le terminan de encajar las partes. Quizás a esta condición inestable se deba su asunto contra “cualquier estante”.