[Desde París] No hay país del mundo donde la invasión rusa a Ucrania ha tenido más repercusiones inmediatas que Alemania. Sin embargo, el giro histórico en el gasto militar esta aún en sus inicios y se choca por el momento a los imperativos de preservar la paz social. Equilibrio frágil que no podrá sostenerse a largo plazo en el nuevo mundo convulsivo donde la guerra en Ucrania es su primera manifestación.
El giro histórico de Alemania
El 27 de febrero, el canciller alemán Olaf Scholz pronunció un decidido discurso en el que anunció 100.000 millones de euros de gasto en defensa alemana como parte de un fondo especial para equipar mejor a la Bundeswehr[FF.AA. de Alemania,], casi el doble de todo lo que recibió en todo el año 2021. Más significativo aún, anunció que Alemania gastará ahora "muy por encima" del 2 % del producto interior bruto fijado por la OTAN como objetivo de gasto para sus miembros, y seguirá haciéndolo cada año. O, dicho de otra manera, un gasto militar muy por encima del Reino Unido y Francia en términos absolutos. A su vez, ya se empieza a discutir si reactiva el servicio militar obligatorio y si acepta la oferta de Francia de compartir armas nucleares. Múltiples encuestas de opinión pública en Alemania muestran un fuerte apoyo a la decisión del gobierno de gastar 100.000 millones de euros para armar a la Bundeswehr. Entre el 65 y el 78 % apoyan el programa de gasto militar.
La maniobra sin precedentes de Berlín, que utilizó la crisis para justificar su propio rearme, es un hecho geopolítico mayor. La crisis de Ucrania marca el regreso de Alemania al centro de la seguridad europea como superpotencia. La militarización alemana simplemente no es posible sin el estímulo tácito de Estados Unidos derivado de consideraciones geopolíticas: la estrategia de contención de Washington contra Rusia. Pero junto con este elemento geopolítico central que Scholz se animó a cruzar, es importante ver que esto también responde a una fuerte frustración de los militares y por ende al mayor peso de sus posiciones de ahora en más en Alemania. Como da cuenta la historiadora Katja Hoyer en The Spectator luego de la invasión de Putin:
El jefe del ejército alemán está enfadado. Las palabras de Alfons Mais estaban teñidas de una evidente frustración cuando dijo que la Bundeswehr había sido "pillada con los pantalones bajados" en la actual crisis de Ucrania: "Las opciones que podemos ofrecer a los políticos para apoyar la alianza son extremadamente limitadas·.Una crítica política tan abierta es poco frecuente en las figuras militares alemanas de alto rango, lo que dio a la arenga de Mais una resonancia aún mayor. Se sentía especialmente frustrado porque él y otros habían planteado sus preocupaciones durante años. "Pero nuestros argumentos para sacar conclusiones de la anexión de Crimea y ponerlas en práctica no han calado", dijo. Mais admitió: "¡No me siento bien! Estoy cabreado" [1].
La necesidad de preservar la paz social, el modelo productivo y la maquinaria exportadora alemana
La decisión de Occidente de lanzar una tanda masiva de sanciones, incluida la llamada “arma nuclear”, el sistema Swift, es una de las piezas claves para obligarlo a Putin a retroceder. Pero una vez que la lista de sanciones pasó por el “peine fino” de las conversaciones entre los estados miembros, sólo sobrevivieron siete bancos, que representan una cuarta parte del sector bancario ruso, sujetos a las sanciones. Los siete bancos afectados por la exclusión de Swift son VTB, Bank Otkritie, Novikombank, Promsvyazbank, Rossiya Bank, Sovcombank y VEB. En un principio, la Unión Europea (UE) había prometido golpear al 70 % del sistema bancario ruso. En particular, los dos gigantes bancarios rusos, Sberbank y Gazprom Bank, están excluidos. Uno de los motivos de la exclusión de Sberbank son los depósitos de los ahorristas en las filiales del banco en la UE, que habría desencadenado enormes reclamos de seguros de depósitos.
Mas significativo aún, Occidente sigue financiando la maquinaria de guerra rusa con 700 millones de dólares diarios de importaciones de petróleo, gas y carbón. Es cierto que Putin no previó el "congelamiento" de las reservas del banco central ruso. Eso ha resultado ser un verdadero problema para la economía rusa. Pero sí previó correctamente que Occidente seguiría comprando gas y petróleo rusos. Para prueba, un botón: Robert Habeck, el ministro de economía alemán, ha descartado categóricamente una prohibición de las importaciones de energía, alegando que pondría en peligro la paz social de Alemania. Tomemos en cuenta que Habeck es el político alemán que se oponía al gasoducto Nord Stream 2 mucho antes de que estuviera de moda hacerlo.
La realidad es que más allá de la retórica guerrerista económica, los Estados miembros de la UE no están dispuestos a imponer sanciones transaccionales a Rusia en ámbitos considerados vitales para la economía de la UE, especialmente la importación de gas, petróleo y carbón rusos. La realidad es que una prohibición de la importación de gas ruso constituiría un choque brutal para todo el modelo económico de Alemania. Es que las necesidades energéticas de Alemania y la estructura de su industria exportadora están interconectadas.
Por lo dicho, a pesar del impacto de la guerra en Ucrania, una crisis energética a gran escala sigue siendo una hipótesis poco probable (no nos referimos acá al aumento de precios que ya han aumentado). Aunque en teoría no pueden descartarse movimientos drásticos –como fue el caso en la década de 1970 cuando la política agresiva de los principales productores árabes desencadenó una poderosa estrategia de diversificación de los suministros de los grandes países consumidores, que volcó el equilibrio del mercado en menos de diez años y transformó a la OPEP (Organización de Países Exportadores y Productores de Petróleo) de gestora a reguladora del mercado–, la realidad es que los europeos carecen de una alternativa real a su relación con Rusia pues no hay soluciones viables a corto plazo. Incluso por lo mismo, tan pronto como las tensiones se hayan relajado un poco, también es probable que el proceso de certificación del Nord Stream 2 retome su curso.
Un equilibrio frágil: hacia saltos convulsivos en Alemania
La decisión de Scholz fue una especie de golpe palaciego para sus aliados de coalición que solo se enteraron cuando este estaba hablando en el Bundestag y era ovacionado. Según cuenta la prensa alemana, el canciller, preocupado por la posible oposición de los Verdes a su discurso, no les avisó de antemano de su contenido. Solo el ministro de finanzas, Christian Lindner (Partido Liberal-Democrático, de centro derecha), estaba al tanto sobre su giro de 180 grados en política exterior.
Pero luego del shock inicial, ya han empezado a aparecer las primeras grietas en la nueva confianza de la nación. Es que este violento giro militarista de Alemania choca con los sentimientos pacifistas generados en Alemania después de la catástrofe nazi, que han dado lugar en la década de 1980 al movimiento pacifista más grande de Europa cuando el presidente norteamericano Ronald Reagan intentó instalar misiles de la OTAN en territorio alemán en la llamada segunda guerra fría. Movimiento que estuvo en el origen de los Verdes como partido. Aunque instrumentalizadas y confundidas por el rechazo que genera la intervención rusa –como muestran las encuestas con el aval al programa de rearme militar, estas tradiciones es difícil que se vayan de un día para el otro–. La realidad, es que mientras Scholz intenta crear una nueva Alemania con mayor despliegue en la escena internacional, su liderazgo será puesto a prueba.
Por el momento, el gobierno ha resistido hasta ahora todas las presiones para dar marcha atrás, incluida la posibilidad de sustituir los envejecidos aviones Tornado de Alemania por aviones estadounidenses F-35. Esto supondría una importante contribución a la disuasión compartida en Europa, ya que los F-35 pueden utilizarse para lanzar bombas nucleares estadounidenses. Pero, para garantizar que no haya vuelta atrás, Scholz ha pedido que el aumento del gasto en defensa se proteja anclándolo en la Constitución alemana, lo que requerirá una mayoría de dos tercios. Los tres partidos del gobierno y el líder de la oposición tendrán que disciplinar a todas las alas criticas o disidentes de sus partidos. Necesita también el acuerdo de la oposición conservadora (CDU/CSU) y de los Länder [los estados en que se divide la república federal alemana]. La CDU/CSU no se opone en principio, pero quiere saber más sobre los detalles de la financiación.
Lo que está claro es que, los estadounidenses harán pagar la factura de esta nueva carga imperial a Alemania y a todos los imperialismos europeos. Es probable que los sacrificios que estos van a implicar para las masas atemperen y/o generen descontento en las masas que hoy mayoritariamente apoyan el actual giro militarista, espantadas por la invasión rusa.
Internacionalmente, el panorama tampoco se presenta fácil. Es que Alemania ha vuelto a la senda de la militarización por tercera vez en el último siglo. Y como dice el analista geopolítico George Friedman: “2022 no es 1914 o 1939, pero una Alemania armada es significativo” [2]. Nuevamente, las ambiciones del imperialismo alemán están saliendo a la superficie. Como expresara el entonces ministro de Asuntos Exteriores y actual presidente Frank-Walter Steinmeier en un discurso en el Bundestag -y en una intervención en la Conferencia de Seguridad de Munich- a finales de enero/principios de febrero de 2014 cuando afirmó que Alemania era "demasiado grande y demasiado importante" para limitarse por más tiempo a "comentar la política mundial como observadores".
El pivote hacia Europa y el pivote hacia Asia para la doble contención de Rusia y China –encarnados por la OTAN y el Quad plus– son hoy opciones obligadas para Biden. Pero estas necesidades geoestratégicas van mucho más allá de los recursos del dividido y en decadencia hegemón norteamericano. Es esta brecha la que esta utilizando Alemania apara redesplegar sus alas, cumpliendo cuando nadie lo esperaba el pedido de años del Pentágono para que aumente su presupuesto militar y contribución a la OTAN. Esta inesperada decisión estratégica y la utilización de la crisis ucraniana para justificar su propio rearme, es un importante riesgo de la opción política de Washington decidido a jugar un rol de segundo orden en Ucrania, velando al mismo tiempo para que no marque el inicio de una mutación independiente de la política exterior de la principal potencia europea. En cuanto al frente europeo, la Unión Europea se muestra más sólida que nunca. Pero detrás de la fachada, el formidable conjunto de sanciones sigue marcado por las incompatibilidades de intereses entre las naciones europeas. El nuevo paso decidido por Alemania no es una buena novedad estratégica para París, donde su supremacía militar en Europa es su principal instrumento para pesar en el concierto europeo. Ni hablar para Londres e incluso Roma. A ambos lados del Atlántico, a los aliados no les gustaría un día encontrar a los alemanes, conscientes de su peso, desplegando sus divisiones frescas en el lado equivocado.
Toda esta serie de contradicciones internas y externas, auguran que la tan preciada estabilidad alemana llegó a su fin y que esta entra en un período convulsivo a tono con el carácter del mundo en 2022, una actualización de la “época de crisis, guerras y revoluciones” de la que los islotes de estabilidad como la Alemania de la ex canciller Merkel no serán más exceptuados.
¡¡¡A prepararse!!!
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