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Red Internacional
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EL DIARIO DE IRINA. En los talleres está la realidad de los jóvenes que los gobiernos ocultan

Domingo 22 de mayo de 2016 00:54

Explotación, precariedad y perversión. Esas son las tres palabras que pasan por mi cabeza. No soy escritora, mucho menos periodista, intento hacer una crónica de esta experiencia y sacar las mejores conclusiones, tomar más valor y plantarme con la mirada bien en alto, que de ella brote a borbotones cómo odio desde lo más profundo de mis entrañas a los patrones.

Luego de haber pasado dos entrevistas en una nueva panificadora que habría en el barrio de mi infancia, sentí alegría, no voy a negarlo. Conseguir trabajo y en un puesto en producción. Lo había buscado por mucho tiempo, cansada de trabajos en comercio, de niñera, limpiando casas, en gastronomía. Este era un nuevo empleo con las expectativas razonables siendo una mujer consiente de lo que esto conlleva.

Conocí el taller, me mostraron las máquinas, me explicaron el proceso de producción. Hasta tenía un vestuario. Me hicieron análisis, ilusa de mi, creí llegar a los 30 con una obra social.

  •  Venite mañana que empezamos las pruebas

    Y ahí caí realmente. Vi su cara sedienta de ganancia a costa de nuestras condiciones de precariedad. Nos tuvieron 9 horas sin comer, sin descanso, sin siquiera una silla. Para tomar nos dieron un frasco para sacar agua de la canilla. Eramos 4, y ese día empezamos con 100 kilos de harina. Teníamos que aprender todos los puestos, qué hacia cada uno y cómo lo hacía.

    Conocí a Caty, la chica que estaba en mantenimiento y limpieza, ella sola para todo el taller. Para que se den una idea, estaba la parte de producción con las respectivas máquinas; la estufa, que es un cuarto donde fermenta el pan; el cuarto del horno; la parte de enfriamiento y el sector de empaque; además de contar el sector donde se acopia; vestuarios de ambos sexos, oficinas y patio.

    Los demás trabajadores eran hombres, más el dueño y el encargado, ellos dos todo el tiempo ahí observando, corrigiendo, exigiendo.

    Un día, recuerdo patente, cayeron con una planilla.

  •  A partir de hoy vamos a tomar el tiempo

    Vino una chica muy coqueta, puso un cronómetro y casi en la oreja te decía “más rápido, más rápido” y aceleraban las máquinas. Ese mismo día pedí diez minutos para salir, la puerta estaba cerrada con llave, me abrieron para salir al patio. Insistí que el banco de trabajo era muy bajo, que nos hacía mal a la espalda y cintura. A mi puesto, que en teoría iba a ser de estibadora y controlar el peso de la mercadería, en consecuencia se le agregó tener que cargar el peso las latas, que son carros de metal de 15 bandejas de 450 unidades para hamburguesas cada una, y otros carros para panchos que contienen 45 bandejas de 9 productos cada una. En resumidas cuentas la respuesta fue más trabajo.

    Pedimos sillas, nunca llegaron. Las cajas para poner los paquetes de panes se arman en el piso, en el mismo lugar están los cajones de plástico para acopiar mientras la máquina escupe. Los cajones se enciman uno arriba del otro, sumando peso, cada uno de ellos contiene entre 18 y 24 paquetes. Mientras uno desmolda las latas, otro arma los panes y los introduce en la empaquetadora, otro los recibe y acomoda para el acopio y el pedido de venta. Esto se desarrolla mientras siguen cocinando en el horno.

    El baño no tiene puertas, sólo a la entrada, y las duchas no funcionan.

    Llegamos a producir 400 kilos de harina en dos horas, esto equivale a 3.684 unidades de pan para hamburguesas y 8.064 unidades para panchos. Estas cuentas las saqué el mismo día que pusieron el cronometro.

    Se rumoreaba que a Caty la despidieron por que pidió de cobro 9000 pesos, y era cierto, era lo más razonable de exigir, el trabajo es de lunes a sábados, 8 horas en promedio si no más, hasta que se termine la tarea.

    A la otra semana despidieron a Daniel y Gonzalo. Ahí entraron dos compañeros nuevos, Pablo de 17 años, que entró escapando a la presión familiar de ser policía, aún más desesperadamente después de que un cana matara a su mejor amigo; y Fernando de 18, que hacía un año y medio trabajaba en el otro taller, ya era maestro-panadero pero sin categoría, él era el que sabía amasar y sobar, había abandonado la escuela y entró en el taller, estaba orgulloso de su oficio.

    También vino una nueva encargada y el dueño ya casi ni venía a la producción. Semana a semana nos cambiaban el horario, cuando nos íbamos nos decían a cada uno si al otro día entrabamos a las 6 o a las 8.

    Ya no tengo un puesto, ninguno lo tiene, cumplo como tres o cuatro. Así corremos, nos chocamos, nos quemamos, limpiamos, seguimos sin descanso para comer y los días corren, llevamos un mes y del sueldo ni noticias.

    Hoy decido golpear la puerta.

  •  Vengo a hablar porque necesito saber cuánto me vas a pagar
     
    Dentro de mi cabeza pasan tantas cosas para decirle.
  •  Tengo muchos gastos, no recuperé la inversión, te puedo dar 4000 pesos. No tengo plata.
  •  Mirá Martín, como vos vendes panes, yo te vendo mi tiempo y mi trabajo. Por la cantidad de horas, los días y el trabajo, esa remuneración es muy poca. Yo tengo cosas que pagar, tengo una realidad.
  •  No tengo qué decirte, tengo los sueldos por el techo, las ventas no están bien. Yo les dije que si quieren se busquen otra cosa.

    Ahí siguió como media hora hablando con sus lágrimas de cocodrilo, su nefasta moral, y sus juicios de valor patronal.

  •  A mí esto no me sirve no me alcanza. ¡Me voy!

    Yo pude decir algo, pude golpear esa oficina. La bronca es inmensa, se me acelera el corazón a dos mil, pero ¿saben qué pienso? que esto no me pasa a mí, esto no es un mérito personal, que mi mano de obra no sirve o que merezco ser vapuleada. Esta es la realidad de millones de jóvenes en el mundo, que somos arrojados al mercado laboral capitalista, nefasto en la historia de la humanidad. Ellos quieren que creamos eso, tanto Cristina en su momento y ahora Macri con su campaña de que esto es lo que tenemos porque lo merecemos. 

    Yo digo que no. Y somos muchos los que decimos que no, los que decimos basta, los que pensamos todo el tiempo cómo destruir este sistema que nos rompe los huesos literal y metafóricamente.

    A vos, joven, mujer, hombre, esto que padecemos todos los días tiene nombre y tiene responsables. Parémonos. Salgamos a las calles. Seamos conscientes de que la historia está en nuestras manos.