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Red Internacional
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EL DIARIO DE IRINA. Ver el futuro en sus ojos

Mientras miro a mi sobrino, una risa joven e inocente es frenada por sirenas y luces azules. Y a Jesica es como si se la hubiese tragado la tierra. ¡Los queremos vivos!

Domingo 19 de junio de 2016 00:00

Imagen: Joha García (detalle)

Miro a mi sobrino a los ojos. Trato de recorrer su figura, sus rasgos, sus manos, su vitalidad, sus sueños. Encuentro en esa mirada algo calmo, que me da respiro para inflar el pecho y seguir a delante.

Hoy, como hace un mes, vuelvo a recibir una patada en el hígado, así de dolorosa y seca, esa violencia recibida, que coarta lo cálido que viene siendo el sol del otoño. Ustedes se preguntarán a que me refiero.

Quedan a lo lejos esas risas inocentes y desinteresadas de nuestros jóvenes hambrientos de futuro. Son absorbidas en la niebla de la noche, donde ya no pueden caminar tranquilos por las esquinas de los barrios, donde las sirenas y los reflejos de las luces azules vienen una y otra vez a requisarlos, increparlos, golpearlos.

Y en este momento recuerdo a Pablo. Él tan solo con 17 años me relató un día cuando estábamos en el taller, mientras nos escondíamos de los encargados para poder tomar un mate y hacer un descanso merecido, que hacía tan solo un mes a su amigo lo había atropellado un patrullero. 

"Ellos lo mataron como a un perro", me dijo. "Se le acercó despacio con las luces apagadas, yo estaba ahí, nos asustamos. De golpe le prendió las luces y le pasó por encima, así sin más… me fui corriendo rápido al barrio a buscar a la señora y a los pibes, que son mi familia. Cuando llegamos destruimos el patrullero de la impotencia y la bronca. El falleció ahí en el piso, el milico se fue corriendo, y en cuestión de minutos estaba lleno de polis. Nos agarraron y nos llevaron a la comisaria, nos pegaron. Una semana estuvimos ahí, y ahora tenemos una causa. Una vez por semana llego a mi casa y están ahí, los polis en la puerta, esperando para llevarnos cuando les pinta."

Vuelvo a mirar a mi sobrino. Anhelo que sus ojos digan algo. Viene una ráfaga de perfume y justo ahí intento saber cómo sería el olor de Jesica. Fueron varios días que desapareció, como si se la hubiese tragado la tierra.

Unas semanas de marchas, de exigencia, de recorrer las calles acompañando a esa familia, a los amigos del secundario con testimonios que corren de un lado a otro, pistas falsas que llevan a lugares sin ninguna certeza.

¡Los queremos vivos! ¡Que no busquen a un muerto!

Ahora observo sus manos, sus dedos finos se expanden por la mesa.

Cuánto habrán tenido por delante esos jóvenes y tantos otros, que este sistema inmundo nos arrebata, y este Estado se encarga de matar. Cuántas palabras en las comisuras de sus labios ya no veremos brillar.

Bajo mis párpados y recorro sus figuras intentando reconstruir en nuestras memorias. Así los recordamos, así los llevamos con nosotros en cada anécdota, en cada paso que damos exigiendo justicia, en cada uno de nuestros gritos ellos están.

A todo esto no nos vamos a acostumbrar, ni a esos perros buldog que derraman baba de matar, que se creen dueños de la vida, llevándose a los pibes. A esa maquinaria perversa llamada Policía, un día la vamos a frenar, va a implosionar y tendrán que tragarse su propia espuma rabiosa.

Me levanto de la silla doy vuelta la mesa y abrazo a mi sobrino con todas mis fuerzas, hasta sentir sus latidos y su respiración y me digo a mi misma: por vos y por todos ellos lucho. Este abrazo se detiene en el tiempo que nadie se podrá llevar.

Imagen: Joha García