Precursor en muchos terrenos, Engels desarrolló una importante obra sobre temas militares. En un libro de hace unos años dedicado a su obra, el mayor del ejército norteamericano Michael Boden lo llamó “el primer Clausewitz rojo” [1]. Razones no le faltaban, aunque las opiniones se dividen respecto a quién tuvo más influencia sobre Engels, si Carl von Clausewitz o el general napoleónico Antoine-Henri Jomini. Lo cierto es que el coautor del Manifiesto Comunista sentó las bases para una comprensión del fenómeno de la guerra desde el punto de vista del materialismo histórico. Una línea de investigación que continuará Franz Mehring, quien en su extensa obra militar se propuso cruzar los aportes de Engels con la obra de Clausewitz y la de uno de sus continuadores, Hans Delbrück. Lenin y Trotsky retomarían estas reflexiones y las llevarían al terreno de la estrategia revolucionaria en el siglo XX. Por otra parte, existen diversos estudios de la obra militar de Engels de resultados variados como los de Martin Berger [2], Walter B. Gallie [3], Gilbert Achcar [4], Sigmund Neumann y Mark von Hagen [5], además de Boden, entre otros.
El interés de Engels en estos asuntos no era puramente intelectual, estaba completamente ligado a la conquista del poder por la clase trabajadora como cuestión práctica. La combinación entre el análisis de la guerra como fenómeno y la utilización de la teoría militar para abordar los problemas estratégicos, tácticos y hasta técnicos de la revolución le fue característica. Contando con una breve experiencia militar en la artillería prusiana por la que había pasado a los 21 años, en 1849 tuvo la oportunidad de participar de los combates durante el proceso revolucionario en Alemania luchando en las filas del ejército insurreccional de Baden y el Palatinado. De allí en más nunca abandonó la reflexión sobre los problemas militares. Wilhelm Liebknecht decía que “Si hubiera habido otra revolución en su vida, habríamos tenido en Engels nuestro Carnot [6], el organizador de ejércitos y victorias, el cerebro militar” [7]. En 1857, cuando parecían volver a abrirse momentos convulsivos, Engels se entusiasmó con la posibilidad de pasar nuevamente al campo de batalla, pero no sucedió.
Durante gran parte de su vida, analizó los principales conflictos de su tiempo, los enfrentamientos de las revoluciones de 1848-49 en Francia y Alemania, la guerra de Crimea (1853-56), las guerras coloniales de Inglaterra, la campaña de Garibaldi el sur de Italia y Sicilia. Fue de los primeros en señalar el significado histórico de la guerra civil norteamericana (1861-1865) para el futuro del arte de la guerra, así como el punto de inflexión que representaba la guerra franco-prusiana (1870-1871) para el militarismo europeo. La calidad de sus trabajos hizo que aquellos publicados anónimamente fueran atribuidos a importantes militares de la época, como su folleto “Po y Rin” (1859) al general prusiano von Pfuel. En el Anti-Dühring sintetizó toda una serie de elementos teóricos sobre la relación entre el desarrollo de la tecnología y su aplicación en la guerra, su relación con los cambios en las tácticas de combate y en las estrategias, el lugar de la política, los factores morales. Boden señala con razón que “aportó los mismos elementos a la causa socialista que los que su sucesor más famoso, Hans Delbrück, aportó a su propio auditorio en las décadas posteriores a la muerte de Engels” [8].
Sobre esta base, en los 12 años que sobrevivió a Marx, Engels logró entrever algunos contornos –otros obviamente no– de la nueva fase del capitalismo y la lucha de clases que se aproximaba. Gracias a la profundidad de su pensamiento estratégico anticipó la probabilidad de una guerra mundial de dimensiones apocalípticas, la necesidad de construir un partido revolucionario de nuevo tipo, el carácter mucho más masivo que adquirirían las revoluciones en el siglo XX, entre otros.
Fuerzas destructivas y guerra mundial
Al año de la muerte Engels, en 1896, se empieza a perfilar el Bernstein-Debatte o debate del revisionismo. Eduard Bernstein consideraba que Marx y Engels habían exagerado las tendencias del capitalismo a las crisis y la importancia de la lucha de clases. Veía un crecimiento cada vez más armónico de las fuerzas productivas que posibilitaba un futuro socialista sin necesidad de revolución. Las grandes conmociones, las crisis, las guerras y las revoluciones parecían quedar paulatinamente por detrás, como cosas del siglo XIX. Contrastando con estas visiones optimistas del desarrollo de las fuerzas productivas como impulso para la emancipación, Engels pasó sus últimos años analizando cómo el capitalismo iba traduciendo los avances de la técnica y de la ciencia en nuevas fuerzas destructivas a una escala nunca antes vista.
Observó a partir de la guerra franco-prusiana de 1870-71 un salto cualitativo en el desarrollo de los medios de destrucción de las potencias europeas. El ojo entrenado del “general”, como le llamaban amigos y allegados, lo llevó a realizar una de las más asombrosas predicciones sobre el futuro de la guerra. En 1887 en la introducción a un libro de Zygmunt Borkheim decía que: “Para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer otra guerra que no sea la mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud desconocida hasta ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente […] La devastación producida por la guerra de los Treinta Años condensada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente”. Se produciría “el derrumbe de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria –una quiebra de tal magnitud, que las coronas estarán tiradas a docenas por el pavimento y no se encontrará a nadie que las levante–; una imposibilidad absoluta de prever cómo terminará […] Sólo un resultado no deja lugar a dudas: el agotamiento total y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera” [9].
Así, Engels anticipaba 27 años antes el carácter mundial de una futura guerra de Alemania y la devastación masiva, “de magnitud desconocida hasta ahora”, que provocará la Primera Guerra Mundial. Incluso las precisiones de la descripción son llamativas. El número de soldados muertos -casi idéntico a las cifras oficiales-, otro tanto con su duración. También sus consecuencias militares, que llevarán a un “agotamiento total”, y políticas, con coronas rodando por el pavimento, como sucedió con las del káiser Guillermo II de Alemania o el zar Nicolás II de Rusia. Y por último, fundamental, el planteo de que esta situación crearía las condiciones para una victoria definitiva de la clase obrera. Condiciones que se expresarían en los múltiples procesos revolucionarios, no solo en Rusia, sino en también en Alemania, Hungría, Finlandia o luego en el bienio rojo italiano.
En sucesivas cartas durante esos años continuará aportando precisiones. Por ejemplo, en la carta a Sorge del 7 de enero de 1888 escribe que la guerra “no terminaría rápidamente, a pesar de las colosales fuerzas militares comprometidas. Porque Francia está protegida por fortificaciones muy extensas a lo largo de sus fronteras en el noroeste y sureste, y las nuevas obras en París son modelos para su tipo. Por lo tanto, llevará mucho tiempo, y Rusia tampoco se verá reducida por la tormenta. Incluso si todo va de acuerdo con los deseos de Bismarck, por consiguiente, se harán exigencias sin precedentes a la nación y es muy posible que el aplazamiento de una victoria decisiva y reveses parciales provoquen la revolución dentro del país” [10]. De esta manera anticipaba el estancamiento al que llegó el avance de las tropas alemanas en Francia a finales de 1914 y la lucha en dos frentes que tuvo que encarar también con Rusia, así como las consecuencias que tendría al interior de Alemania.
Para Engels, la posibilidad de detener esta guerra pasaba por poner de pie a la clase obrera con una organización, un programa y una estrategia capaz de salvar a la humanidad de la barbarie que el militarismo capitalista le deparaba. A esto dedicó gran parte de su energía durante los últimos años de su vida. Junto con Marx habían protagonizado muchas batallas políticas fundamentales –no siempre con éxito, por cierto– que hicieron a la formación del entonces Partido Socialista Obrero de Alemania. Pero Engels continuará este trabajo en soledad durante la década siguiente, con el partido en la clandestinidad bajo la persecución de las leyes antisocialistas de Bismarck. Serán los años donde el partido se desarrollará ampliamente a través del periódico Sozialdemokrat, editado en Suiza por Kautsky con la colaboración de Engels, e introducido clandestinamente en Alemania. Un modelo que retomaría Lenin en el ¿Qué hacer? años más tarde [11]. En 1889 también impulsará la formación de la Segunda Internacional.
Lejos del optimismo en el progreso y el avance evolutivo de las conquistas sociales y democráticas que irá impregnando a la socialdemocracia año tras año, Engels valoraba estos avances como provisorios. Así, algunos meses después de que el Partido Socialdemócrata de Alemania diese su primer gran salto electoral en 1890, obteniendo 1,4 millones de votos (19,75%), escribía desde Londres a Hermann Schlüter: “Hasta ahora todo va bien aquí, como también en Alemania, donde pequeño Willie [el káiser] amenaza con abolir el sufragio universal, ¡qué mejor podría sucedernos! En cualquier caso, nos dirigimos lo suficientemente rápido hacia una guerra mundial o hacia una revolución mundial, o ambas” [12]. Coherente con ello criticará al programa de Erfurt (1891) adoptado por la socialdemocracia marcando la ausencia de una clara estrategia revolucionaria; un planteo que fue soslayado y que se mostraría de primer orden años después.
Militarismo capitalista y estrategia revolucionaria
Ahora bien, ¿qué sucedería para Engels si la clase trabajadora fuera incapaz de detener la guerra? Estaba convencido de que la guerra traería la revolución, incluso expresaba sus expectativas de que sucediese en Rusia. Sin embargo, era consciente que en sus inicios tendría duras consecuencias para las organizaciones socialistas. Así lo expresa en sucesivas cartas, como la que escribe a Bebel en septiembre de 1886, donde señala que: “Una revolución en Alemania después de una derrota sería útil solo si conduce a la paz con Francia. Lo mejor de todo sería una revolución rusa que, sin embargo, solo puede esperarse después de que se hayan infligido severas derrotas al ejército ruso. Esto es cierto: una guerra retardaría nuestro movimiento en toda Europa, lo interrumpiría por completo en muchos países, suscitaría el chovinismo y la xenofobia, y nos dejaría con la perspectiva cierta, entre muchas otras inciertas, de tener que empezar de nuevo después de la guerra, aunque sobre una base mucho más favorable incluso que hoy” [13].
Es decir, lejos de cualquier visión evolutiva del partido, Engels venía las duras consecuencias que tendría la guerra para los socialistas con el auge del chovinismo y la xenofobia, pero opinaba que resurgiría sobre “una base mucho más favorable”. En este sentido, en el citado prefacio de 1887 señalaba a modo de desafío: “que la guerra nos lance por cierto tiempo a una etapa ya pasada, que nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas. […] al final de la tragedia quedaréis convertidos en una ruina, y la victoria del proletariado ya habrá sido conquistada” [14]. Este planteo anticipaba la encrucijada en la que se encontrará la socialdemocracia alemana frente al estallido de una guerra mundial. La resolución que sugería Engels era justamente la contraria a la adoptada por los dirigentes socialdemócratas en 1914, que para evitar que el Estado les quitara las “posiciones ya conquistadas” apoyaron los créditos de guerra y se convirtieron en garantes de la “paz civil”, evitando la lucha del proletariado –lo que incluía garantizar la prohibición de huelgas– y siendo cómplices de la persecución contra el ala izquierda del partido.
Pero el planteo de Engels contrastaba también con la interpretación que se pretendió hacer de su obra y que Karl Kautsky finalmente “teorizó” en 1910 bajo el nombre de “estrategia de desgaste”, según la cual la clave pasaba por una acumulación de fuerzas donde la perspectiva revolucionaria quedaba progresivamente relegada para un futuro indeterminado. Según Kautsky, Engels había anticipado una nueva estrategia cuyo objetivo principal era la conquista evolutiva de posiciones (sindicales, parlamentarias, etc.) dentro del régimen. Para este planteo tradicionalmente se tomó como base la Introducción de Engels de 1895 al libro de Marx, La lucha de clases en Francia. La misma, para eludir la censura estatal, había sido recortada por Wilhelm Liebknecht eliminando la parte referida a la estrategia revolucionaria para la toma del poder. De los planteos de Engels sobre el combate físico en la revolución solo quedó la idea de que “la rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, quedaba considerablemente anticuada” [15].
Sin embargo, en la parte omitida, Engels continuaba: “¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por eso […] deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y estas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París [16], preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas” [17]. Es decir, el planteo que sugería era prácticamente contrario al del texto recortado. Con razón Engels se había quejado a la redacción de que el texto se había publicado “truncado de tal manera que yo aparezco en él como un adorador pacífico de la legalidad” [18]. Pocos meses después Engels muere, el asunto queda sin resolución, y ese texto recortado es tomado como su testamento. Las cartas de queja de Engels fueron cajoneadas y recién en 1930 se publicará completa la Introducción.
La crítica al fetichismo de la barricada no era algo nuevo en la obra de Engels y era compartida con Marx. Puede rastrearse hasta sus artículos de 1848 en la Nueva Gaceta Renana sobre la insurrección obrera de junio de aquel año en Francia. Las barricadas seguían siendo uno de los elementos técnicos de la insurrección –y con un importante papel para socavar la moral de las tropas– pero no constituían una estrategia. Así, en sus artículos para The New York Daily Tribune –luego compilados como Revolución y contrarrevolución en Alemania [19]– desarrolla la concepción de la insurrección como un arte, que implica preparación, la combinación entre el elemento “sorpresa” propio de la “conspiración” y el elemento “masivo” de la revolución en tanto intervención violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos para que pueda triunfar [20]. Un concepto que será retomado por Lenin, Trotsky y la III Internacional de los orígenes como elemento clave de la estrategia revolucionaria.
Aunque el planteo de Engels en la Introducción de 1895 consistía en señalar las virtudes de utilizar el sufragio universal y el parlamento para contribuir a la acumulación de fuerzas para que la lucha extraparlamentaria cuente “con fuerzas más considerables” para el “ataque abierto”, la conclusión que se pretendió extraer de su versión recortada fue que la conquista de posiciones dentro del régimen (parlamento, sindicatos, etc.) era un objetivo que en sí mismo conducía al avance de las posiciones del socialismo por fuera de la lucha de clases. La Primera Guerra Mundial vino a demostrar que aquellas ilusiones no tenían fundamento y que la perspectiva de Engels de un resurgimiento de los socialistas sobre una base mucho más favorable estuvo planteada y, de hecho, se concretó en Rusia y en Alemania, aunque en esta última, sin embargo, la izquierda de la socialdemocracia no llegó a tiempo para aprovecharla en la revolución de 1918-19.
El legado de Engels
De esta forma fue que Engels durante sus últimos años de vida vio cómo una época estaba terminando y comenzando otra nueva, que Lenin describió como de crisis, guerras y revoluciones. Desde luego, sus impactantes pronósticos sobre la Primera Guerra Mundial no implican que en otros no se haya equivocado. Como decía Trotsky, solamente “personas muy ingenuas pueden pensar que la grandeza de un Marx, Engels o Lenin reside en una infalibilidad automática. No, ellos también se equivocaron. Pero en los juicios que se refieren a las cuestiones más importantes y más complicadas, habitualmente cometen menos errores que los demás”. Por otra parte, muchas cosas cambiarían al poco tiempo después de su fallecimiento: no llegó a ver el auge del movimiento sindical, ni el posterior desarrollo de la burocracia en los sindicatos y en la socialdemocracia alemana. Tampoco el salto que dio desde los últimos años del siglo XIX la actividad del movimiento obrero con métodos propios (huelga de masas) ni el aumento cualitativo de las posiciones estratégicas de la clase trabajadora que se produjo entre un siglo y otro. No llegó a contrastar tampoco sus hipótesis en relación al desarrollo de los ejércitos de masas con su evolución posterior.
Sin embargo, su mirada anticipó algunos de los grandes dramas del siglo XX. Las ilusiones que tenía Bernstein en la evolución pacífica de un capitalismo más sosegado, así como las de Kautsky en la acumulación progresiva de posiciones y conquistas de derechos dentro del régimen burgués, se mostraron infundadas y tuvieron consecuencias catastróficas. A pesar de ello, pasado un siglo están más en boga de lo que se podría esperar. En el caso de Kautsky, ha sido explícitamente revalorizado por un sector significativo de la izquierda norteamericana referenciado en el DSA (Democratic Socialists of America) y la revista Jacobin, cuyo principal referente, Baskar Sunkara, propone volver a una “socialdemocracia pre-1914”. En el caso de Bernstein, más allá de la deuda que tienen con él autores de referencia del neorreformismo como Ernesto Laclau, su idea de un capitalismo sosegado y su visión teleológica del desarrollo de las fuerzas productivas pude rastrearse ampliamente en sus diferentes versiones –algunas más, otras menos optimistas–, en los teóricos “poscapitalistas”.
Frente a estos “revivals” el legado de Engels todavía tiene mucho para decirnos sobre la posibilidad de evitar que el nuevo siglo sea escenario de guerra y barbarie capitalista.
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