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Red Internacional
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Opinión. Ensayo sobre la ceguera... del Siprosa

Juan Paz Médico (Universidad Nacional de Tucumán)

Viernes 9 de abril de 2021 11:15

El escritor José Saramago, a través de una ficción narrativa, pone en relieve una crisis humanitaria profunda, desatada por una enfermedad pandémica: la Ceguera Blanca. Con un relato simbólico los personajes del Ensayo sobre la Ceguera se sumergen en una barbarie destilada por el caos que engendró la falta de organización y planificación sanitaria por parte del gobierno, que frente al miedo a una enfermedad nueva y desconocida, determina el encierro en un manicomio de los ciegos con el fin de hacer cumplir una cuarentena estricta. El desamparo de los que están adentro y el miedo de los que están fuera, se combinan en una descomposición social, brutal y dantesca que interpela a la reflexión humanista sobre las virtudes y defectos de las personas enfermas y sanas, que se describen en la obra.

Aunque nos podemos inmiscuir en los dilemas éticos y morales de los personajes de esta novela, nos queda muy claro la fuerte responsabilidad política de los gobernantes a pesar de su presencia casi imperceptible en el relato de Saramago. La única medida adoptada por los gobernantes fue la de condenar a los enfermos a una cuarentena garantista de la violación de los derechos humanos. Si bien hay que remarcar las abismales diferencias entre la descomposición social de la ficción de Saramago ante la “Ceguera Blanca” y la realidad sanitaria de Tucumán ante la segunda ola del COVID, existe algo que se presenta como corolario común, y que es: la falta de una política sanitaria integral.

Con el ascenso de casos en la provincia, la segunda ola ya muestra una cresta que vaticina un pico extremadamente alarmante. La incidencia de casos ya supera los 800 diarios, cifra a la que debe multiplicarse por tres o más números para aproximarse a la realidad. En las escuelas, las burbujas son aisladas con frecuencia y ya hay muchos docentes y alumnos contagiados, y se tuvo que lamentar la muerte de 6 docentes tucumanos. La capacidad de testeo ha aumentado, pero no así los recursos para garantizar un aislamiento preventivo, y esto se observa cuando una persona es positiva en el test y luego cae en la incertidumbre preguntándose "¿Ahora que hago? ¿Dónde consulto?" Dejando el bloqueo de la trasmisión del virus a la autoconciencia y el albedrío de la persona contagiada.

La campaña de vacunación ha generado una polémica de mayor magnitud que el bajo porcentaje de la población inmunizada en Tucumán. Los allegados a la bestia magnífica del poder político Tucumano y los que se encuentran dentro del radio de acción del campo magnético de atracción política de la ministra, han conseguido con mayor celeridad el acceso a alguna vacuna. Ya el filósofo Aristóteles señalaba sobre este tipo de amistad utilitaria, de donde se pueden tener beneficios en todas las direcciones mientras el amigo o amiga se encuentre en una posición clave como en la casa de gobierno, y este nepotismo, claramente, se agudiza más en tiempos de pandemia.

Lo característico es que desde la primera a la segunda ola, la ministra Chahla y el SIPROSA sólo se encargaron de perseguir y amedrentar a los trabajadores de la salud; desmantelar y desgastar a la primera línea, al compás de la campaña vacunatoria demagógica y nepótica (palabra muy utilizada en España y practicada en extremos en Tucumán, observada con las vacunas VIP) como política mediática para paliar una realidad sanitaria que, al parecer, todavía no se encuentra dimensionada por estas autoridades. En mí caso particular, fui despedido con excusa de que la campaña del COVID "había finalizado" para ocultar una evidente persecución ideológica por opinar distinto a la ministra Chahla, difundir la cifra real de trabajadores fallecidos y ser parte de los reclamos. Aunque en la práctica, quizás esta "finalización de la campaña" sea un verdadero convencimiento de que el escaso porcentaje de vacunación es suficiente para evitar una gran letalidad de la segunda ola, y que por eso explica que las autoridades no destinaron los recursos suficientes para enfrentar el nuevo rebrote de la Pandemia.

En todo este tiempo de experiencia con el Coronavirus, han transformado a la Vigilancia epidemiológica en un conjunto de números superficiales, de estadísticas obvias e inútiles por la inacción burocrática; que no responde a la complejidad del problema sanitario y terminan siendo una serie datos estadísticos sin análisis alguno para reorientar los recursos y las actividades. Imposible no darse cuenta de esta Ceguera Epidemiológica. Sin embargo, toda epidemiología y plan de contingencia no actúa en el aire, sino que necesita de recursos materiales y financieros, y por eso no podemos hacer oídos sordos o claudicar ante la ceguera política de la indiferencia al recorte presupuestario en salud que se votó en la legislatura más cara cara del país.

Al inicio de la pandemia hubo un plan de contingencia caracterizado por el discreto aumento de recursos hospitalarios, que incluía "hospitales modulares", reorganización de camas, la competencia entre los hospitales por las compras de Equipos de Protección de Personal y la precarización de profesionales en la primera línea. Desde el descenso de la curva en el mes de diciembre del año pasado, hasta el ascenso de marzo, el SIPROSA no sólo se encargó de debilitar su plan de contingencia inicial, sino también de desgastar física y psicológicamente a los trabajadores de la salud que pusieron el cuerpo en la atención de los pacientes con COVID-19, incluidos los residentes que formaron parte de la primera línea en desmedro de su formación de posgrado y que ahora les exigen nuevamente continuar cubriendo guardias que exceden y perjudican a su funciones en el aprendizaje.

La muerte de 102 compañeros de la salud, los salarios de pobreza, las persecuciones, los hostigamientos, la sobrecarga laboral y el vapuleo planificado contra los trabajadores de la salud son los ingredientes del caldo de la bronca que se cocina en todos los hospitales y CAPS de la provincia. Al parecer, desde el ministerio de salud no hay balances sobre el trabajo que se realizó en la primera ola; no hay autocrítica para mejorar o corregir errores. No hay argumentos para explicar por qué Tucumán es la provincia con uno de los índices de mortalidad de trabajadores de la salud más altos en todo el país. Porque solo existe una fuerte prepotencia calculada y alimentada día a día por una ministra que no puede analizar la situación sanitaria más allá de los cálculos políticos con los que pueda beneficiarse. Porque para los que imparten órdenes, carece de importancia el desgaste físico y anímico de miles de trabajadores que arriesgan sus vidas por salarios que ni siquiera llegan a cubrir la canasta básica familiar.

Todo vestigio de humanidad queda despojada por esa prepotencia irrisoria, fría, tiránica y ciega. En la cresta de la ola, los recursos físicos y humanos en los hospitales y CAPS se encuentran devastados. Con la diferencia de que los segundos se encuentran masticando bronca y organizándose en asambleas para enfrentar a la ceguera política con la que ningunean las autoridades sanitarias. Ceguera que excede a la normalidad fisiológica de los órganos de la visión, ya que se trata de una ceguera política y humanista, que imposibilita observar y empatizar con las angustias y dolores de los trabajadores de la salud.

Por eso de nada sirve remitirles las decenas de papers publicados en las más prestigiosas revistas científicas donde se advierte la importancia de cuidar al personal de salud durante la pandemia. Y en este sentido es que debemos continuar organizando asambleas de base en todos los hospitales, porque debemos confiar en nuestras propias fuerzas, que es capaz de revertir este presente. En Neuquén, la rebelión de los trabajadores de la salud irrumpió en la realidad política y sanitaria de la esa provincia, y están dando una lucha ejemplificadora para todo el país, organizándose en asambleas interhospitalarias de base donde cada activista vota a mano alzada las medidas a seguir y convocando al conjunto de los trabajadores neuquinos a defender la salud pública. Quizás este sea el camino que debamos tomar para terminar con la ceguera del gobierno y de su ministerio de Salud.

Parafraseando a la reflexión final del personaje más activo, voluntarioso, con una entereza inquebrantable: “la esposa del médico” en la obra de Saramago, pero, cambiando la conjugación verbal de la acción de observar, podríamos decir con respecto a las autoridades sanitarias de Tucumán que “no se quedaron ciegos, creemos que están ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven”, y que a pesar de esta ceguera, las y los trabajadores de la salud estamos de pie, dispuestos a continuar con nuestra lucha.