La familia, su configuración y metamorfosis han generado interés a lo largo de la historia. Desde su surgimiento, el marxismo buceó en los lazos −siempre contradictorios− entre la familia y el capitalismo. De hecho, uno de los primeros trabajos marxistas que reflexionó sobre esa institución y el patriarcado, considerado por muchas corrientes feministas como un texto indispensable, es El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Fue escrito por Friedrich Engels, aunque como afirmó en su prólogo, “los capítulos siguientes vienen a ser, en cierto sentido, la ejecución de un testamento”; se refería a Karl Marx, que había muerto el año anterior. Lo plasmado en esas páginas era parte del trabajo que habían desarrollado juntos durante años.
Desde 1884, cuando se publicó El origen…, pasaron demasiadas cosas. La familia siguió siendo un terreno de debates: venerada como territorio de reproducción de valores patriarcales y amenazada por el mismo sistema social que se beneficia de esos valores. Los lazos de afecto y solidaridad se mezclan a menudo con jerarquías y dependencias económicas, que hacen imposible pensar esta institución fuera del sistema organizado en base a la opresión de género de las mujeres, el patriarcado, y a la explotación de la clase trabajadora, el capitalismo.
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Between Sex and Power: Family in the World (Entre el sexo y el poder: la familia en el mundo), el trabajo del sociólogo sueco Göran Therborn, a pesar de sus ya casi 15 años de publicación, sigue siendo una referencia para analizar y discutir la forma en la que se relaciona la familia con los cambios históricos y las tendencias de transformación. Esta institución, esencial para garantizar la herencia (basada en la monogamia, “la gran derrota del sexo femenino” en palabras de Engels) en las familias de la clase dominante, e indispensable para reproducir la fuerza de trabajo en las familias de la clase trabajadora, atravesó enormes procesos de cambios, que debilitó lo que Therborn denomina el “patriarcado institucionalizado” (se refiere a sistemas que cuentan con leyes que lo amparan, por ejemplo que el derecho a votar sea negado a las mujeres). Al mismo tiempo, el autor sostiene que el capitalismo, en su afán de ampliar la explotación del trabajo asalariado, sigue siendo la fuerza más “eficaz” para destruir a la familia.
En Argentina, entre sus trabajos más conocidos se encuentran La ideología del poder y el poder de la ideología y Cómo domina la clase dominante. Conversamos con el autor sobre algunos de los ejes de su libro Between Sex and Power: Family in the World (Entre el sexo y el poder: la familia en el mundo, no disponible en castellano).
Entre Lund y Buenos Aires
Göran Therborn fue parte del panel de cierre durante la primera jornada de la III Conferencia Feminista Marxista realizada en la ciudad de Lund (Suecia), sede de la universidad donde se formó. Junto a Hansalbin Sältenberg, Rebecca Selberg y Diana Mulinari realizaron un debate sobre el feminismo marxista en Suecia y los países nórdicos, las políticas estatales sobre las desigualdades que persisten, especialmente entre los sectores migrantes y precarios, que quedan fuera de ese viejo y debilitado Estado de bienestar que resiste, recortado, en Escandinavia.
La conversación, truncada por cambios de vuelos, se completó de forma virtual. El autor analiza lo que considera el momento más débil del patriarcado, aunque se sostenga lo que denomina “sexismo no institucionalizado” y las nuevas tendencias “neopatriarcales”, alentadas por los sectores fundamentalistas de casi todas las religiones. La movilización de las mujeres sigue siendo, para él, la principal contratendencia.
Hoy, el movimiento de mujeres y el feminismo se han transformado en un actor político ineludible. Cuando la polarización social y política es oxígeno para una nueva derecha, que alienta y reivindica los gestos más arcaicos del patriarcado, la movilización de las mujeres desnaturaliza muchos de esos gestos que tantos servicios han prestado a las democracias capitalistas, como la disciplina de la violencia machista, la misoginia y la desigualdad. La exaltación del matrimonio y la familia, la demonización de cualquier forma de sexualidad fuera de la heteronormatividad y el rechazo al derecho democrático fundamental de las mujeres a decidir sobre su cuerpo se transformaron en banderas políticas de esas nuevas derechas, así como la xenofobia y el racismo. Pero al mismo tiempo, los reclamos considerados “femeninos”, consiguen apoyo entre la clase trabajadora (donde las mujeres hoy son casi la mitad) y los sectores empobrecidos (donde son la mayoría), como una forma incipiente −y quizás elemental− de identificar quiénes son aliados en la pelea contra la explotación y la opresión.
En su libro, Therborn recorre cinco sistemas familiares principales que conviven: el europeo (que incluye el continente Americano, por su influencia colonizadora), Asia Oriental (por ej. China), África subsahariana, Asia occidental (gran parte de Medio Oriente) y África del Norte (y dentro de estos hay varias combinaciones e intersecciones, con religiones y culturas locales). Estos sistemas, según su esquema, están compuestos por tres regímenes: el del patriarcado, el del matrimonio y el de la fertilidad o tasa de natalidad. El punto de partida elegido es 1900, cuando el patriarcado “clásico” (poder y autoridad del padre y el marido) reinaba en el mundo, para recorrer el largo siglo XX hasta el año 2000.
Pasados casi 15 años desde la publicación de Between Sex and Power (Entre el sexo y el poder), existen muchos cambios de diferente magnitud pero, ¿se mantiene el panorama general descrito en el año 2000?
De conjunto sí. Pero existe una nueva polarización de clase en la manera en que se forman las parejas y la familia, una parte muy importante de la nueva complejidad social después de la estandarización de las sociedades industriales desarrolladas. Las familias de clase media y alta se están volviendo más estables y más centradas en los hijos e hijas, mientras que en la clase trabajadora y, en especial, los sectores precarios, la pareja y las familias se vuelven inestables y a menudo disfuncionales. Esto es más pronunciado en Estados Unidos y en Sudáfrica, pero se muestran tendencias similares también en los países escandinavos.
Otra característica nueva es la prominencia de la sexualidad y el género, con las personas LGBT uniéndose como un bloque político, que incluye representaciones oficiales en la Universidad, como sucede en el departamento de Sociología de Cambridge, donde doy clases. La orientación sexual se volvió una parte significativa de la forma en que los políticos en Estados Unidos se presentan [“autopresentación”, que define el comportamiento de las personas para influenciar la forma en que son vistas por otros, NdR] y las marchas del orgullo gay se extendieron a muchos países. En Suecia, las marchas del orgullo incluyen a dirigentes de todos los partidos, así como a funcionarios de alto rango y al arzobispo.
En su libro, Therborn sostiene que el patriarcado se conviritó en el “gran perdedor del siglo XX” (p. 73), producto de varios golpes políticos, la segunda ola feminista de los años 1960 y 1970 y el movimiento de liberación sexual, todos movimientos que son parte de la generación de 1968, cuando el mundo estaba atravesado por la rebelión de la juventud, huelgas y protestas de la clase trabajadora y los levantamientos en el denominado “tercer mundo”, hoy “Sur global”. Sin embargo, ese debilitamiento del patriarcado coexiste hoy, ya en el siglo XXI, con una revitalización del movimiento de mujeres, uno de cuyos ejes es el reclamo contra la violencia machista y los femicidios, un elemento importante de las relaciones de poder en el patriarcado.
Ha habido reacciones negativas y derrotas en casi todos los frentes del “movimiento de 1968”, con excepción del desmantelamiento del patriarcado institucionalizado. El feminismo es el único movimiento exitoso del año ‘68. Es cierto que, como dije en el libro, el patriarcado en este sentido todavía prevalece en el Sur de Asia, en África y en el Medio Oriente, aunque existen fuerzas de erosión en proceso también en esos lugares.
El sexismo no institucionalizado es otro tema, y puede encontrarse de forma mucho más frecuente, de hecho en todos los países, como lo ha dejado en evidencia el movimiento Me Too. Las mujeres que se expresaron en el movimiento Me Too también mostraron, sin mencionarlo de forma explícita, los fuertes lazos del acoso sexual y el abuso con la clase y el poder de clase. Esto puso sobre la mesa el abuso sexual por parte de empleadores, jefes de varios tipos, que usan su poder cultural y económico para abusar de las mujeres.
Sin embargo, entre sus reflexiones, Therborn afirma que lo que más golpeó a la institución de la familia es el propio capitalismo, y bastante menos el feminismo o las modernizaciones que se introdujeron. Considerando el gran cisma que significó el nacimiento del capitalismo como punto de partida, las transformaciones producto de la segunda ola feminista son, para él, lo que se podría agrupar en una tercera época de cambios, después de la primera en la Primera Guerra Mundial, que incluyó reformas como la paridad en países nórdicos como Suecia o cambios radicales como los que provocó la Revolución rusa; y la segunda en la gran guerra siguiente, que extendió los cambios a lugares impensables como el gigante chino, también de la mano de una revolución, con incontables contradicciones, pero que significó “un ataque a gran escala al patriarcado más antiguo y complejo del mundo” (p. 93).
En una perspectiva histórica, se puede ver que la familia ha sufrido transformaciones sociales profundas y de largo alcance, como el desarraigo del campesinado mediante la proletarización y la urbanización capitalistas, al romper el caparazón del patriarcado tradicional. [También es posible ver] cómo la exitosa industrialización estabilizó la vida familiar entre la clase trabajadora y, luego, cómo la desindustrialización y la globalización capitalistas están destruyendo la familia de las clases populares.
Perry Anderson, en una extensa y elogiosa reseña del trabajo de Therborn, concluye que:
los diferentes sistemas familiares del mundo revelan poca lógica interna de cambio. Han sido reestructuradas desde afuera, y la historia y sus transformaciones no han sido ni unilineales ni evolutivas, sino más bien determinadas por una serie de coyunturas internacionales a ritmo desigual de un carácter decididamente político. El resultado no sido de convergencia, con excepción del debilitamiento del patriarcado, debido más a guerras y revoluciones que a cualquier “espíritu feminista internacional” (“The Family World System”, The Nation, 12/05/2005).
Justamente, uno de los apartados del libro Between Sex and Power está dedicado a la tasa de natalidad y la reproducción de la vida. Allí señala un aspecto interesante, sobre el que la vorágine de la vida cotidiana a veces no permite reflexionar: la familia no genera cambios en otras esferas sociales porque es una institución que carece de una dinámica interna propia, son “reestructuradas” desde afuera, como bien explica Anderson en su análisis. Más bien, sucede lo contrario, los sistemas familiares que analiza Therborn en su trabajo, se ven afectados por fuerzas exógenas. Pero a la vez, la esfera privada de la vida familiar es la que menos ha cambiado para la mayoría de las mujeres; su lugar en ella sigue siendo subordinado y el reparto desigual del trabajo reproductivo sigue multiplicando desigualdades para el género femenino.
La reproducción es una esfera antigua de trabajo casi exclusivamente femenino, y deberíamos esperar que un proceso de cambio en ella sea lento y prolongado. Pero la vieja división generizada del trabajo está cambiando, de muchas maneras. Las mujeres con carreras profesionales exitosas, en la academia así como en los negocios, contratan a otras mujeres para realizar una gran parte del trabajo reproductivo de la familia. Y una parte nada insignificante de las mujeres educadas eligen no casarse y/o no tener hijos, un patrón que ya había distinguido en Alemania occidental desde finales de los años 1950, y visible en varias grandes ciudades asiáticas, de Singapur a Tokio. En algunas comunidades exindustriales en decadencia o que solían dedicarse a minería, por ejemplo, en Gran Bretaña, donde los hombres no pueden encontrar empleo pero sus esposas e hijas se ajustan mejor a las condiciones posindustriales, los hombres deben encargarse de una parte del trabajo doméstico. En los países escandinavos, especialmente en Dinamarca, ha habido una igualación sustancial del trabajo doméstico entre las parejas jóvenes.
Como reflexión final sobre las perspectivas que se abren, vistas desde hoy, su análisis sobre el futuro de la familia y el patriarcado en los próximos años es combinado. Como se ve en las calles de las grandes ciudades, dos fuerzas chocan con un escenario social y económico complejo, donde se extrema la explotación de la mano de obra femenina, juvenil y migrante, con altas tasas de precariedad, y un panorama incierto para los llamados “perdedores” de la globalización, especialmente varones blancos adultos (otrora imagen indiscutible del obrero industrial), que no por casualidad están en el centro de los fenómenos políticos signados por la polarización.
Existen dos tendencias muy preocupantes en curso. Una es una corriente neopartriarcal internacional, constituida sobre todo por movimientos fundamentalistas militantes de casi todas las religiones, en el cristianismo en particular el llamado protestantismo evangélico pero también el catolicismo y la Iglesia Ortodoxa en Europa del Este, el islamismo wahabita, el judaísmo conservador y ortodoxo y el hinduismo hindutva (quizás no en el budismo, al que nunca le interesaron mucho los temas familiares, que sin embargo ha engendrado recientemente corrientes racistas violentas en Myanmar y Sri Lanka). Es improbable que [estas corrientes] puedan traer de regreso el momento pre 1968, pero seguramente sean capaces de hacerles vivir un infierno a muchas mujeres casi en todo el mundo.
La segunda tendencia profundamente preocupante es la continua polarización de clases y el comportamiento autodestructivo que engendra entre las clases populares. Significa la destrucción social o una desventaja severa para una gran proporción de la próxima generación, los hijos y las hijas de madres y padres inseguros, pobres y/o autodestructivos.
El signo más alentador para el futuro es la combatividad de las mujeres en Estados Unidos que responden al sexismo de Donald Trump, como demostraron en las últimas elecciones en Estados Unidos [se refiere a las elecciones de medio término de 2018].
Sin duda, la respuesta de las mujeres, la juventud y la población migrante en Estados Unidos nutre la oposición al gobierno de Donald Trump, erigido como símbolo de la misoginia y la opresión en casi todo el mundo. Sus gestos de solidaridad y alianzas intuitivas o incipientes con sectores de la clase trabajadoras sean quizás el futuro más promisorio para enfrentar la barbarie que promete el capitalismo, o seguramente, el único posible. Ese camino no está ni estará exento de debates y choque de estrategias, indispensables para construir una sociedad donde los lazos entre las personas puedan ser despojados de las dependencias económicas y los valores patriarcales, y se funden en el afecto entre individuos libres.
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