Ideas de izquierda

Armas de la critica

SEMANARIO

Escritos militares de León Trotsky: apuntes sobre la guerra civil y el Petrogrado rojo

Liliana O. Calo

HISTORIA
Instituto Smolny, 1917.

Escritos militares de León Trotsky: apuntes sobre la guerra civil y el Petrogrado rojo

Liliana O. Calo

Ideas de Izquierda

Los apuntes que compartimos proponen una lectura de la revolución a partir de los sucesos de la guerra civil que siguen a la toma del poder, y entre ellos la defensa de la asediada Petrogrado, a través de los textos publicados en Cómo se armó la Revolución. Escritos militares de León Trotsky (Ediciones IPS).

En octubre de 1917 el antiguo y absolutista imperio zarista se transformó en la República de los soviets de obreros, soldados y campesinos “que conmovieron al mundo”. Dirigida por los bolcheviques, la revolución transformó el escenario de la Gran Guerra en guerra civil, puso en evidencia la potencia transformadora de la clase obrera y alteró la geopolítica del siglo XX.

Los apuntes que compartimos proponen una lectura de la revolución a partir de los sucesos de la guerra civil que siguen a la toma del poder, y entre ellos la defensa de la asediada Petrogrado, a través de los textos publicados en Cómo se armó la Revolución. Escritos militares de León Trotsky (Ediciones IPS), en los que el dirigente del Ejército Rojo narra la clave de cómo enfrentaron los problemas en la esfera militar combinados con la intervención desplegada por las masas laboriosas, que toman conciencia de su fuerza política. Pasen y lean.

Guerra imperialista, guerra civil

La Primera Guerra Mundial fue expresión de la expansión imperialista, del conflicto entre potencias por la dominación mundial y un nuevo reparto del planeta. Ese acontecimiento de barbarie sanguinaria, como declaraba el Manifiesto de Zimmerwald, que dejó en crisis a las fuerzas armadas del zarismo, fue decisivo para el estallido revolucionario del febrero ruso de 1917. Síntoma de su desintegración, durante aquellas jornadas, los soldados imperiales se negaron a reprimir y atacar a la población movilizada en las calles de la insurrecta Petrogrado.

La modernización de las Fuerzas Armadas zaristas emprendida diez años antes, luego de la derrota ruso-japonesa de 1904, no había sido suficiente para anular en su interior las contradicciones de la sociedad rusa, reflejadas unas veces en el atraso cultural del oprimido soldado-campesino, otras en la impericia de los mandos militares o en la distorsionada provisión de recursos.

La Gran Guerra fue sin dudas su prueba más dura. Sin librarse batallas significativas en su territorio, el conflicto tuvo un impacto tremendo: con un número de muertos superior al de todas las potencias que tomaron parte en la matanza, se podía ver, cuenta Victor Serge, desfilando en las ciudades, ejércitos listos para el combate sin municiones, improvisando en el frente el arte de sobrevivir usando armas blancas [1]. En todos los países la experiencia fue traumática. Los sentimientos de patriotismo y confianza iniciales se evaporan al descubrir la tragedia de las trincheras y el recuerdo imborrable de la muerte de camaradas, que crudamente describió el historiador Marc Ferro, “clavados a las alambradas y el barro pegajoso de la sangre de los muertos” [2]. En el bando ruso este viraje profundo se sintió apenas iniciado el enfrentamiento. Desde febrero de 1915 y la “Gran retirada” rusa (de Galitzia y Polonia) que causó la pérdida de 400.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, comenzaron a horadar el futuro de victoria reemplazado por inagotables deseos de paz.

Mientras la guerra devastaba a Europa, Lenin al frente de los bolcheviques encaró un viraje teórico, político y programático [3] al combatir las tendencias chauvinistas que alcanzaron a la II Internacional, planteando en 1915 la política revolucionaria de pelear por la derrota de los gobiernos capitalistas y dirigir las energías desplegadas por las masas hacia la transformación social revolucionaria, pues en las guerras, recordaba, no se suspenden las distinciones de clase. En su folleto El socialismo y la guerra enfrentó las posiciones pacifistas y anarquistas:

…comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes [...] diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente cada guerra en particular.

Su traducción de la fórmula de Carl von Clausewitz respecto a que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” se convirtió en una de las lecciones programáticas centrales de la estrategia revolucionaria del proletariado, al señalar la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil.

Miembros de la Guardia Roja posan con sus armas en el Instituto Smolny, edificio elegido por Lenin como sede central de los bolcheviques durante la Revolución de octubre en 1917.

:

Una guerra de “autodefensa revolucionaria”

A partir de la caída del zar en febrero de 1917, los bolcheviques fueron ganando la dirección de los soviets, preparándose para la toma del poder y el desarrollo de la insurrección como arte, una combinación de preparación consciente y participación de las masas a través de los soviets y sus organizaciones armadas que impusieron su propio gobierno, su propio poder.

Luego de la insurrección de Octubre la guerra civil se convirtió en una experiencia inédita: se trataba de conservar el poder del primer Estado obrero y campesino revolucionario del siglo XX contra el asedio interno y de los ejércitos blancos imperialistas. Esta etapa en la que se busca la consolidación de la victoria [4], creó una nueva situación. El pasaje de la ofensiva a la defensa estratégica [5] requiere en términos militares una fuerza que exprese la nueva configuración social, tal como había ocurrido en las revoluciones previas como la inglesa bajo el ejército comandado por Cromwell, representante de la burguesía parlamentaria enfrentada a los realistas, o la francesa en 1793, que reclutó a la soldadesca plebeya y a jefes del antiguo ejército contra la aristocracia monárquica, en el momento más radical de la revolución.

En el caso de la experiencia soviética de 1917, como parte de la organización general del aparato estatal, se creó también un ejército nuevo, centralizado: el Ejército Rojo. No se organizó de un solo golpe y se vio atravesado por debates y polémicas de urgente importancia, como la misma viabilidad de un ejército regular y, no menor, los peligros de no contar con mandos militares comunistas. Aunque los trabajadores habían experimentado el ensayo de 1905 y los campesinos el manejo de las armas, estas experiencias no anulaban la debilidad del atraso ruso en su complejidad. Impuesta por esta situación, la política del doble mando, de “especialistas militares” del zarismo y los comisarios políticos comunistas, al frente de los ejércitos y regimientos, fue una de las medidas más audaces [6]. Trotsky defendió esta “creación” comprendiendo lo que estaba en juego. Si hubiesen contado con mandos comunistas, las ventajas hubiesen sido incalculables pues en las guerras, entendidas también como fenómenos sociales, la confianza de los soldados en sus jefes no es un dato más. Sin embargo, las cualidades propiamente militares no se improvisan y son necesarias para superar las contingencias en el combate, “el reino de la incertidumbre” como decía el general prusiano, que exigen alta preparación de la conducción. El “doble mando” tal vez sea una de las grandes experiencias de este momento de la guerra civil, una actualización marxista de la experiencia militar que conserve “a su manera” cierta vitalidad.

El Ejército se organizó al calor del combate, a lo largo del año 1918 y parte de 1919, bajo un centro único, disciplinado y aprovisionado. Fueron sus precursoras las milicias obreras –llamadas Guardias Rojas– que surgieron en el interregno entre la caída del zar y la insurrección y respondían a los comités de fábrica. A partir del golpe de Kornilov convergieron y se subordinaron al Comité Militar Revolucionario de Petrogrado, con lazos en los regimientos estratégicos; “dejan de ser las milicias fabriles y barriales para transformarse en el ‘futuro ejército de la insurrección’” [7] convertidas en la fuerza militar del doble poder. El Ejército Rojo no alteró a lo largo de la guerra civil, incluso en momentos difíciles, esta fortaleza original; se mantuvo como instrumento de los soviets, cuyas autoridades lo crearon y designaron a sus jefes y responsables en una práctica democrática de bases soviéticas [8], que comienza a alterarse con el giro que impone la derrota de las revoluciones europeas a partir de 1923.

Recordemos también la nueva expresión de la guerra civil en el idioma de los bolcheviques. Trotsky la definió como una guerra de autodefensa revolucionaria en la que la política de paz no significaba una capitulación, “no, la política de paz presupone estar prestos a defender las conquistas de la revolución, si el enemigo las amenaza, hasta el último aliento” [9].

Así, la resistencia y la fuerza de la revolución dependían en tres cuartas partes del apoyo obrero y campesino, en una especie de enlace de guerra civil y guerra campesina. Su dimensión política también fue leída por la contrarrevolución, que se nutrió de esta última utilizando el sentimiento de opresión heredado del imperio en levantamientos armados separatistas, la mayoría de las veces bajo líderes antibolcheviques.

Después de la toma del poder, la burguesía y todos los estamentos privilegiados del zarismo intentaron contraatacar. A cuenta de su debilidad estructural la joven burguesía dependió de la ayuda exterior; detrás de cada jefe y guardia blanco estaba la sombra de una potencia imperialista. En esta dependencia, afirmaba Trotsky, yacían los fundamentos para considerar la sublevación de la Legión checoslovaca en el Volga, en mayo de 1918, como el inicio real, “concreto”, de la guerra civil. Este cuerpo instigado por Francia se convirtió en el centro de la reorganización interna de la contrarrevolución conectada al frente Norte. Allí los anglo-franceses se habían apoderado de las ciudades de Murmansk y Arcángel, amenazando marchar a Vologda, sede de bases militares.

La fórmula de guerra de autodefensa revolucionaria se tradujo en una combinación de defensa estratégica política y militar, que apostaba al triunfo de la revolución internacional y a objetivos limitados, necesarios, para la derrota de la resistencia burguesa interior, situados en un “país aislado, exhausto por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo” [10], como reconocía Rosa Luxemburgo antes de ser asesinada en Berlín.

Los bolcheviques eran conscientes de que el devenir de la revolución se jugaba en la arena internacional y los sucesos de posguerra daban veracidad al pronóstico: al descontento entre las tropas se sumó el levantamiento alemán de 1918, el soviet de Baviera ese mismo año y uno después, el bienio rojo italiano.

Es cierto –reflexionaba Trotsky en Los problemas de la guerra civil–, si en el momento de la Revolución de Octubre nosotros hubiésemos estado relacionados con una Alemania victoriosa y si la paz se hubiera sellado, Alemania no se habría privado de aplastarnos aunque hubiéramos contado con un ejército de tres millones de hombres porque, ni en 1918 ni en 1919, habríamos podido encontrar las fuerzas capaces de medirse con los ejércitos alemanes triunfantes. En esas condiciones, la lucha entre los dos campos imperialistas fue nuestra principal barrera de protección [11] –sin olvidar, agregaba–, que en los marcos de esta lucha habríamos podido morir cien veces en 1918 si no hubiéramos tenido nuestro embrión de Ejército Rojo.

Trotsky arengando a las tropas frente al Teatro Bolshói de Moscú, junto a Lenin y Lev Kámenev, en mayo de 1920.

Petrogrado rojo

En la guerra civil la capital revolucionaria se presentó a los ojos de la contrarrevolución como una de las principales fuentes de fuerza, cohesión y determinación de la revolución, como un “centro de gravedad”. Clausewitz entendía este concepto como el punto en el que se concentra la fuerza adversaria, “el centro de poder o movimiento del cual todo depende”, que podían ser uno o varios, abarcando espacio, alianzas, recursos y, no menos importante, el factor del tiempo.

Petrogrado era considerada la ciudad más occidental de Rusia no solo por historia, arquitectura y localización; el mismo Pedro I “el Grande” aspiró a convertirla desde el momento de su fundación en 1703 en la "ventana hacia Europa" del vasto imperio. Desde 1712 hasta 1917 Petrogrado fue la capital y allí funcionó la Duma. Densamente poblada –con más de un millón de habitantes– renovó su fama luego de los eventos de 1905, transformada en la ciudad de los soviets, albergó junto a Moscú, la región del Donetsk y el Cáucaso una de las mayores concentraciones obreras del antiguo Imperio que, sin alcanzar a la clásica Londres, le imprimió su fisonomía moderna.

Con la revolución de febrero de 1917 la ciudad retomó el camino de la revolución y del doble poder. Fue el Soviet de Petrogrado el que emitió la recordada Orden N.° 1 por la que todas las unidades militares estaban llamadas a conservar las armas, designar sus representantes al Soviet y ejercer derechos políticos. Volvería a ganar protagonismo durante Octubre como escenario del Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia. Ya en los días previos a la toma del Palacio de Invierno, como residencia del gobierno provisional, se palpitaba en ella el ánimo insurreccional de la revolución. Tal vez solo en pocos aspectos Moscú podía opacarla en influencia política y cultural. Su ubicación en la desembocadura del río Neva, conexión con Europa, la transformó en una vía de fácil acceso a Moscú y al interior del país y por eso también del frente Noroccidental, reducto de la conspiración de Francia y Gran Bretaña.

La reacción esperó el momento adecuado en el que la capacidad operativa de la ciudad y la voluntad de mantenerse en combate estuvieran debilitadas. Y ese momento se presentó antes del invierno de 1919. El cálculo, si bien no del todo exacto tenía, debe admitirse algo de razón. Para entonces, en el frente Norte las tropas inglesas habían evacuado sus posiciones, dejando una retaguardia de tropas blancas a la espera; en el Este el Ejército Rojo había derrotado a Kolchak y sus unidades se mantenían en retirada; si en el Sur el Don y el Kubán seguían en manos de Denikin y su caballería, observaba Trotsky [12], estos generales blancos no alcanzaban a asentar sus victorias por el hecho político de que en los dos años el poder soviético había ampliado su autoridad entre el campesinado que resistía sumarse, en el sentido militar, a las fuerzas de la contrarrevolución sabiendo que con ella volvería la dominación monárquica y terrateniente.

Petrogrado parecía por esas horas estar a salvo. Tanto era así que, como cuenta Trotsky en “La lucha por Petrogrado” [13], entre las tropas del revolucionario VII Ejército asentado en la ciudad, apoyado en las fronteras de Finlandia y Estonia, se creó la impresión de no tener que prestar ya grandes servicios, lo que representaba un enorme peligro. Esta actitud debilitó los lazos internos que unían sus filas pues el ejército no es un organismo “natural" que surge como resultado del trabajo productivo o económico. Son lazos artificiales, escribió Trotsky, creados por objetivos impuestos y circunstancias determinadas, por tanto pueden ser más volátiles y difusos. Si esa presión externa desaparece, los “nervios también ceden” y con ello la tensión de combate. Si bien el VII Ejército al estilo de los napoleónicos vibraba por sentirse enlazado a la nueva nación obrera y campesina, se debilitó al aceptar la idea de que lo peor había pasado. Superar este cambio “psicológico” tenía una importancia de primer orden.

Por otro lado, la capacidad operativa de la ciudad acusaba cierto desgaste. Los obreros de Petrogrado habían sido la vanguardia de la clase obrera y ante cada uno de los peligros había suministrado sus mejores combatientes. Los días previos a la toma del poder velando las armas del Soviet cuando Kerensky buscó alejar las guarniciones de la ciudad y los días siguientes, cuando la capacidad de resistencia de las unidades era insignificante y el ánimo pacifista se multiplicaba por millones, los bolcheviques y milicianos de las Guardias Rojas de Petrogrado habían sido su baluarte defensivo; dieron muestras de valentía ante la rebelión checoslovaca, enviando el Soviet de Petrogrado la cuarta parte de sus miembros. Sus hombres nutrieron el mando y las tropas del Ejército Rojo con comunistas y comisarios militares. En suma, Petrogrado había suministrado a la revolución sus mejores comandantes y cuadros político-militares.

Soldados llevando pancartas revolucionarias en Liteiny Prospekt, San Petersburgo en octubre de 1917.

La ciudad no había estado tan amenazada como en aquellos días. Cuando el avance del comandante imperial Yudenich se hizo crítico a las puertas de la ciudad, Trotsky hizo de la defensa del Petrogrado un objetivo mayor, sin descartar ningún desenlace; estaba claro que para el triunfo se necesitaban más que acciones militares.

Se contaba con experiencia de combate y un Ejército más sólido pero el llamado al refuerzo de las tropas desde otros frentes no podía ser inmediato y el tiempo agravaba el peligro. Dando muestras de una enorme flexibilidad táctica apostó a la organización de la defensa interior a cargo de la población obrera, por cuyas manos pasaba el funcionamiento y conocimiento de la ciudad, sin excluir a las mujeres: “la mujer obrera, la mujer esposa, la mujer madre, pueden armarse no peor que los hombres, con fusiles, revólveres y granadas de mano, para defender en las calles, las plazas y las casas de Petrogrado el porvenir de la clase obrera de Rusia y del mundo” [14].

La táctica de su defensa no solo contempló su proyección laberíntica como obstáculo para los atacantes sino también que todos en ella sabían que “Petrogrado era Petrogrado” y mucho más, “no ceder Petrogrado significaba asestar un rudo golpe a la Bolsa europea, ponerla en un aprieto, ridiculizarla ante las grandes masas obreras de Europa y Norteamérica”, escribía Trotsky [15]. La estrategia se centró en “atacar y aniquilar”, explicaba el dirigente del Ejército Rojo [16], buscando despertar el coraje de los propios y el terror del enemigo, confiado en que si cada regimiento era conducido por un buen comandante o comisario decidido, los blancos retrocederían por temor a la superioridad numérica del combate. El plan era exigente, no solo por la posibilidad de perder la ciudad sino fundamentalmente por el impacto moral que provocaría la derrota de Petrogrado rojo.

Eso implicó, como habían hecho los bolcheviques en Brest Litovsk y en toda su práctica política, que las masas tuvieran conciencia del objetivo, de los medios disponibles y se identificaran con la victoria, dispuestas al sacrificio exigido por más difícil que fuera la situación. Los bolcheviques lo expusieron con claridad y lejos de debilitarse fue una de sus fortalezas.

Aunque continuaron las escaramuzas militares, la derrota del general blanco Wrangel el 20 de noviembre de 1920 fue considerada el fin de la guerra civil, una vez que las potencias extranjeras abandonaron las esperanzas de la intervención armada y se inclinaron por el sometimiento económico, reanudando las relaciones comerciales [17], flexibilizando el cerco que habían levantado contra la Rusia soviética. Un muro que trató de impedir el contagio revolucionario al interior de sus propios países en los que la defensa de la Revolución contaba con amplias simpatías, especialmente entre los obreros británicos y alemanes.

Vista de la Plaza Dvortsovaya y el Palacio de Invierno de Zimny en San Petersburgo.

VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN
NOTAS AL PIE

[1Serge, Victor, El año I de la Revolución rusa, Madrid, Traficantes de Sueños, 2017.

[2Ferro, Marc, La Gran Guerra 1914-1918, Madrid, Alianza Editorial, 2014.

[3Para profundizar en este tema, ver Marxistas en la Primera Guerra Mundial, con textos de Lenin, L. Trotsky, R. Luxemburg, K. Liebknecht, F. Mehring, Bs. As., Ediciones IPS, 2014.

[4“La guerra civil constituye una etapa determinada de la lucha de clases, cuando ésta, rompiendo los marcos de la legalidad, viene a ubicarse en el plano de un enfrentamiento público y en cierta medida físico, de las fuerzas enfrentadas. Concebida de este modo, la guerra civil abarca las insurrecciones espontáneas, determinadas por causas locales, las intervenciones sanguinarias de las hordas contrarrevolucionarias, la huelga general revolucionaria, la insurrección para la toma del poder y el período de liquidación de los intentos de levantamientos contrarrevolucionarios. Todo esto entra en el marco de la noción de la guerra civil, todo esto es más amplio que la insurrección, y al mismo tiempo, infinitamente más estrecho que la noción de la lucha de clases que transcurre a través de toda la historia de la Humanidad”, en Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, Boletín N.º 11, febrero 2009, CEIP-LT.

[5Para profundizar este punto, ver Albamonte Emilio y Maiello, Matías, “Parte II: la batalla insurreccional”, capítulo 2 “La ofensiva”, en Estrategia socialista y arte militar, Bs. As., Ediciones IPS, 2017.

[6Trotsky, León, “Los especialistas militares y el Ejército Rojo”, Liski, 31 de diciembre de 1918, en Cómo se armó la revolución. Escritos militares, Bs. As., Ediciones IPS, 2024.

[7Albamonte Emilio y Maiello, “A modo de introducción”, en Harold Walter Nelson, León Trotsky y el arte de la insurrección,1905-1917, Bs.As., Ediciones IPS, 2016.

[8Trotsky, León, “El ejército rojo”, discurso en la sesión del Comité Central Ejecutivo del 22 de abril de 1918, en Cómo se armó la revolución. Escritos militares, ob. cit.

[9Trotsky, León, “Sobre los frentes. Informe hecho en Moscú, en la sala de las columnas de la Casa de los sindicatos”, el 24 de febrero de 1919, en [Cómo se armó la revolución. Escritos militares, ob. cit.

[10Luxemburgo, Rosa, La revolución rusa.

[11Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.

[12Trotsky, León, “La lucha por Petrogrado”, discurso en el Soviet de diputados obreros, campesinos y soldados rojos de Petrogrado, durante la sesión del 19 de octubre de 1919, en Cómo se armó la revolución. Escritos militares, ob. cit.

[13Ídem.

[14Ídem.

[15Trotsky, León, “La defensa de Petrogrado”. Informe al Comité Central Ejecutivo panruso, 7 de noviembre de 1919, en Cómo se armó la revolución. Escritos militares, ob. cit.

[16Trotsky, León, “La lucha por Petrogrado”, ob. cit.

[17Excepto Francia, que junto a los emigrados blancos hizo un último intento y preparó el motín de Kronstadt.
COMENTARIOS
CATEGORÍAS

[Ideas & Debates]   /   [Ejército Rojo]   /   [Revolución rusa]   /   [León Trotsky]   /   [Ediciones IPS-CEIP]

Liliana O. Calo

@LilianaOgCa
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.