Compartimos a continuación un relato de Gabriel Christin
Gabriel Christin @khalipsys
Domingo 5 de noviembre de 2023
Yerba y libros
Querida R.:
Perdóname la demora. La verdad es que no conseguía poner mis sentimientos de acuerdo. Sé que debí escribir antes. Ahora lo lamento.
Pero es que la distancia inicial me resultaba tan agobiante que decidí potenciarla. Alejarme lo más posible.
Pero quiero que sepas que ni el barco, ni el mar, ni mucho menos las mujeres, lograron que te olvidara. Me lo decía todos los días. Se me recordaba en cada instante.
Sin embargo, me mantuve en el silencio por no sé…, quizás cobardía.
Lo cierto es que se me empezaron a detener los instantes. En cada dama parisina, en la sutil luna, en el color violeta. Las situaciones y los objetos te requerían. Empezó como una bruma a impregnar tu ausencia. Sobretodo, en los whiskys de las esquinas y en los mates compartidos.
A propósito, voy a necesitar yerba. Sabes bien que es casi mi elemento y en esta ciudad, con la que tantas veces soñé, me es difícil encontrarla.
Por lo demás, la vida se ajustaba correctamente. Conocí gente muy agradable y el trabajo era ameno. Las calles de París son entre demoledoras y gratificantes, como un espléndido astro que te recibe. Hay un aire de jazz en cada momento, como una uva morena y tierna. El idioma es armonioso, conciso, de delicadas armonías. Luego del trabajo, solía leer principalmente. Novelas, cuentos, lo que encontraba.
Si pudieras de todos modos enviarme algunos en español te lo agradecería profundamente. Extraño sobre todo el que leíamos juntos.
Sé, sin embargo, que te debo la vedad. Te la mereces. También los niños. No es una disculpa ni una excusa. Es sólo la verdad. Luego de mucho pensarlo supe que era lo único que debía decirte.
Todo comenzó con pensar que era lo que tu deseabas. Que era importante para la cofradía mi presencia aquí. Además de poder conocer la ciudad que siempre había anhelado.
Nunca sospeché de algún otro indicio. No pude prevenir la sucesión de los hechos. No termino de entender tampoco por qué tanto silencio. Supongo que había que esconder los nombres, que era una prevención acaso necesaria.
Lo cierto es que sabías que encontraría tarde o temprano a mis camaradas. Sabías que de alguna forma el foco de las llamas empezaba a encenderse. Fue todo realmente muy precipitado. Empezó a crecer la adrenalina por las armas y los rifles. Creíamos intuir sangre emancipadora, desalienante.
Sin embargo, nada termina de explicar aún mi silencio.
Crecía en mí una intriga como un sonoro desafío. Una incongruencia que surgía de aquel silencio inicial y se replicaba por las ramas de mi cerebro. No confiaba del todo en mis sentidos, ni en mi propiocepción, ni en mí mismo.
Empecé entonces a mover el tablero de ajedrez en sus distintas combinaciones. Se iban armando dibujos, claves de otras claves, hechos que tenían que tener segundas significaciones. Había señales, gestos, brillos en ciertos ojos que algo me advertían.
Debo confesar también que al no prever que ya se había fijado un día, que estaba todo ya dicho, me entregué a embriagarme en los rincones de París. Aprendía a disfrutar el trabajo rutinario sin que esto me impidiera escarbar la ciudad.
Sin embargo, las dudas empezaron a tomar distintas dimensiones y direcciones. Sólo el opio lograba realmente distraerme. El día se dividía entre sueño e incertidumbre, sin contar aquella vez que soñé con el signo de interrogación en mi mate rojo.
Es curioso saber que tallaste mis horas sabiendo exactamente lo que haría. Me diste mi gran oportunidad tejiendo una enorme telaraña de personas y hechos. Sabías que iba a estar preparado aun conociendo que huiría entre las tentadoras fugas de París, precipitando el himno a la poesía maldita y al vino barato.
Lo curioso es entonces que la verdad que puedo contar es muy poco mía personal. Anticipaste con gran precisión todos mis devenires. Hasta mi gélido silencio fue parte de tu plan.
Verás que no es enojo. Extrañarte sigue siendo mi primera condición. Sé también que estarás pronto a mi lado en esta lucha y que entenderás al fin por qué debo hacer esto.
Acuérdate por favor de la yerba y los libros. Lo más probable es que pronto esté preso o, en el mejor de los casos, muerto. Si caigo entre paredes me vendrían bien unos amargos y algunos libros.
Entonces, aquí viene el punto, la única verdad que queda, que es sólo mía, y es que en realidad soy un cómplice de la facción de las afueras parisinas cuyo objetivo es eliminar a nuestro eterno líder. En veinte minutos iremos a encontrarlo a la salida de un teatro.
Sentí que no podía hacer nada de esto sin escribirte antes. Sobre todo, porque esto es lo único que no pudiste prever. Me encargué de que así fuera.
Por esto también te he extrañado tanto. Hace tiempo que empecé a sentirte afuera. Mi silencio crecía y me hacía ruido a la vez. La distancia empezó a ser como una pequeña grieta que se va abriendo gradualmente.
Lo cierto es que ninguno de los dos supo del plan del otro. Esta ironía creo que fue el verdadero motivo que me llevó a escribirte.
En no más de treinta minutos mataré a nuestro líder de tantos años. Me habías mandado a ser su perro faldero, su mano amputada, su mero escriba… Hoy su cabeza tiene el tamaño de una bala que guardo aquí bien cerquita. La introduje en el arma con decisión y no sin romanticismo.
Sé que te dolerá no entender las intrincadas explicaciones. Sumado al hecho de que te enterarás de su muerte mucho antes de que recibas esta carta. Por esto quizás el carácter un tanto declamatorio. Quizás el que te dice te Amo en este momento sea sólo un muerto.
El destino a veces nos marca puntual. Nos individualiza en una jornada precisa. La mía es hoy y sé muy bien que muerto el tirano surgirán las cicatrices del pueblo, dispuestas a purificarse en las lluvias de una miel ardiente, revolucionaria.
Ya con los últimos minutos debo envestirme en lo preparado, acatar el plan estrictamente. Hay sólo una entre ocho probabilidades de que salga vivo. Sólo me importaba saber que podía comunicarme contigo de alguna forma.
Sabes bien que no podía informar nada. Sólo recibirás esta carta una vez transcurrido los hechos.
Podrás juzgarme o entenderme. Lo único que de verdad sé es que ante la seria posibilidad de morir o ser torturado en una jaula, quiero decirte que sos la única deidad por la que imploré todo este tiempo.
Siempre Tuyo.
K.
Te puede interesar: Tribuna abierta. Escritura creativa: "Cuentos de la Costa"
Te puede interesar: Tribuna abierta. Escritura creativa: "Cuentos de la Costa"