En varios países de Europa central el populismo de derecha está en el poder, en algunas ocasiones desde hace varios años. ¿Qué política aplican? ¿Qué pasaría si, después de tantos años en el poder, se convirtieran en el blanco del sentimiento generalizado antiestablishment que se desarrolla en Europa, especialmente en estos países?
Sábado 18 de mayo de 2019 00:28
En varios países de Europa central el populismo de derecha está en el poder, en algunas ocasiones desde hace varios años. ¿Qué política aplican? ¿Qué pasaría si, después de tantos años en el poder, se convirtieran en el blanco del sentimiento generalizado antiestablishment que se desarrolla en Europa, especialmente en estos países?
Las elecciones europeas se acercan y muchos predicen una marea de votos para los partidos populistas de derecha en el contexto de una crisis de los regímenes políticos que gobiernas desde hace varias décadas. Pero mientras que en una gran parte de los países esas corrientes aparecen todavía como una amenaza electoral, en otros países, los populistas de derecha (o “iliberales” como se les llama a menudo) ya están en el poder, en algunos casos hace mucho tiempo. Este es el caso por ejemplo de los países del Grupo Visegrado, el V4, representado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa.
Aunque existen diferencias entre esos países (que discutiremos mas adelante), se puede decir que estas tendencias políticas surgen en gran medida como una respuesta derechista a los desarrollos económicos, políticos y sociales que vivieron durante el llamado periodo “possocialista”, en particular en los años 90.
Una reconfiguración del espectro político
La llegada al poder de estas corrientes implicó un cambio profundo en el espectro político, con un giro generalizado hacia la derecha. La socialdemocracia completamente neoliberal que gobernaba en muchos de estos países, aplicando a veces los peores ataques contra las condiciones de vida de los trabajadores durante los primeros años de transición hacia el capitalismo en los años 1990 y principios de la década del 2000, se derrumbó. Hungría vivió en 2006 revueltas muy importantes contra el gobierno socialdemócrata (donde la extrema derecha tuvo un rol privilegiado), lo cual allanó el camino para la llegada del parido Fidesz, del actual presidente Viktor Orbán, al poder.
De hecho, los llamados populistas de derecha se presentaron como aquellos que iban a restaurar el orgullo de la nación y, sobre todo, ayudarían a todos aquellos que fueron marginados por los años de políticas neoliberales, especialmente a la población rural y de las ciudades pequeñas. De hecho, el modelo económico establecido por la restauración del capitalismo en estos países, basado en particular en las exportaciones (sobre lo cual volveremos mas adelante), creó desigualdades muy significativas según las regiones y actividad. Así, uno de los grandes argumentos de estas corrientes reaccionarias fue oponer las poblaciones rurales y de las pequeñas y medianas ciudades a los grandes centros urbanos, incluyendo a los trabajadores y las clases populares. Un argumento que va mas allá de la Europa central, como lo vimos en Francia con los Chalecos Amarillos, con los cuales varios representantes de este tipo de derecha populista comenzaron a hacer uso de este tipo de argumentos.
Es así que un analista comenta en un informe sobre el modelo social y económico del partido PiS en Polonia, el “solidarismo”: “Aunque el modelo socioeconomico polaco fue relativamente liberal hasta ahora, comenzó a evolucionar hacia el solidarismo. Este ‘capitalismo polaco’ enfatiza la política social y una visión mas inclusiva del crecimiento económico, que no se limita a la élite urbana”. Para los autores del informe, esta decisión es una respuesta al tipo de capitalismo polaco que surgió tras la caída del comunismo. “Polonia y otros países de Europa Central y Oriental no tuvieron la posibilidad de seguir un modelo diferente al que fue impuesto desde el exterior para unirse a las estructuras occidentales, porque su poder de negociación era muy débil en la década del 90”, dice el informe.
Pero estas políticas sociales buscan sobre todo construir una clientelismo electoral así como también “comprar” paz social. Tanto en Hungría como en Polonia, los gobiernos utilizan principalmente los fondos de la Unión Europea para financiar los programas sociales que benefician a las capas más precarias de las zonas rurales o de las pequeñas ciudades. El otro elemento fundamental de su política es el conservadurismo social. Son corrientes que alimentan los prejuicios racistas y xenófobos (antisemitas, islamófobos, y antirromanies) de la sociedad, poniendo por adelante los valores de la “familia tradicional” y las “raíces cristianas de Europa” (de las que sus países serían los garantes frente a las “invasiones” extranjeras). Y esto tiene consecuencias sociales muy importantes. Por ejemplo Polonia, tras la aplicación de una subvención a las familias numerosas, alrededor de 100.000 mujeres abandonaron el mercado laboral desde 2017, reforzando su dependencia del Estado y eventualmente la de sus parejas.
Sin embargo, la incapacidad de estos partidos políticos para constituir un “bloque histórico”, que pudiera resolver las contradicciones acumuladas durante toda una época, abre la vía a una forma de inestabilidad política, que se expresa por un lado por las corrientes neoliberales que, utilizando la retorica “progresista”, en favor de las minorías, solo persiguen las mismas políticas, y de la otra el resurgimiento de tendencias neofascistas a su derecha. Estas tendencias no son en absoluto contradictorias, como lo demuestra el caso de Eslovaquia.
En Eslovaquia, mientras que una presidenta liberal acaba de ser elegida, un grupo neofascista sacó el 10% de los votos. Según algunos analistas, no sería sorprendente que la formación de Robert Fico, la Smer SD (de origen socialdemócrata que fue girando a derecha), intente apoyarse en ellos para mantener el cargo de Primer Ministro, que su formación retiene hace años. En Hungría, mientras que durante años el partido neofascista Jobbik representó la principal oposición a Orbán, operó un giro hacia el centro, “purgando” algunas de sus corrientes mas “radicales”. Sin embargo, pequeños grupos de extrema derecha están tratando de reconstruir una extrema derecha fascistizante con el probable resurgimiento de milicias paramilitares.
La crisis económica internacional que estallo en 2007-2008 acentuó las contradicciones internas en cada Estado, acelerando la evolución de esos regímenes hacia la derecha, a la vez que abrió ciertas contradicciones. De hecho, aunque estos Estados centroeuropeos, comparados con los antiguos estados del “bloque socialista” fueron parte de los más “integrados” en el mercado europeo y mundial, recibiendo mucha inversión de capital extranjero (especialmente alemán, pero no solo) el modelo del capitalismo introducido tras la caída de los regímenes burocráticos (erróneamente descriptos como “socialistas”) fue brutal. Las “terapias de choque” impuestas por las instituciones financieras internacionales (FMI, Banco Mundial) implicaron un desmantelamiento de la mayor parte de su industria y también el saqueo por parte de los capitales internacionales de las riquezas nacionales. A esto hay que agregar un grado de corrupción de los mas altos del planeta y una clase política totalmente regalada de sus “socios” extranjeros, tanto de los países centrales de Europa como, evidentemente, de Estados Unidos. Todo ello bajo el disfraz de los discursos demagógicos de una Unión Europea en lucha contra la corrupción.
Si bien la prosperidad relativa, que combinó la afluencia del capital extranjero y la explotación intensiva de mano de obra barata por parte de las empresas occidentales, consolidó en su momento un bloque social relativamente estable, las contradicciones de este modelo (con enormes disparidades regionales) iban a crear tensiones sociales y crisis profundas de los partidos de poder, especialmente después de la crisis de 2008.
Es en este contexto de crisis económica global, sobre un fondo de estancamiento económico y de agotamiento de la hegemonía neoliberal proglobalización, que los partidos gobernantes en Europa del Este recurren cada vez mas a una forma de “capitalismo nacional”, apelando a la figura del “pueblo” para intentar consolidar las tendencias centrifugas dentro de su base social.
En 2010, Viktor Orbán llegó al poder en Hungría con un discurso que reforzaba el “orgullo nacional” denunciando los “años neoliberales” después de los gobiernos social-liberales cuyas políticas habían creado una gran desestabilización del país. Lo mismo ocurrió en Eslovaquia donde Robert Fico, a la cabeza de una coalición de partidos de “izquierda” aliada a las formaciones nacionalistas de derecha, ganó las elecciones del 2006, y luego en 2010 y 2012, adoptando un tono cada vez mas derechista y reaccionario, (tuvo que dimitir en 2018 tras el asesinato de un periodista, pero sigue siendo un político influyente en el país). En Polonia, el Partido de la Ley y Justicia (PiS por sus siglas en Polaco) de los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski después de un breve gobierno de 2005 a 2007 volvieron al poder en 2015 con un discurso y un proyecto similar al de Viktor Orbán y su partido Fidesz en Hungría. En la República Checa, Andrej Babis, multimillonario fundador de la Acción de los Ciudadanos Insatisfechos (ANO) en 2011, tras una breve coalición con los socialdemócratas ganó las elecciones de 2017 detrás de un programa por la “protección de las fronteras de Europa” contra los refugiados de África y Medio Oriente.
Aunque hay algunas excepciones, vemos que en la mayoría de los casos, el giro populista de derecha no es operado por figuras ajenas al mundo político sino, en general, por políticos que se “convierten” al descubrirse a si mismos con ciertas “vocaciones populistas”. El ejemplo de Viktor Orbán es particularmente claro: de una figura destacada del liberalismo anticomunista que surgió a finales de la década de 1980, muy apreciada por los occidentales, pasó a ser un “nacionalista radical” en los años 2000. Lo mismo podría decirse de Robert Fico que era parte del grupo socialdemocrata europeo.
Una bonapartización de los regímenes
Estas corrientes que nos acostumbramos a llamar “populistas” presentan en la mayoría de los casos un proyecto político con rasgos bonapartistas. Así un “hombre (o mujer) providencial a costa de una relativa independencia de los mecanismos institucionales, y a veces de las clases dominantes mismas, se propone resolver las contracciones políticas,económicas y sociales de la nación para evitar una “explosión social”, contener las tendencias centrifugas y, en última instancia preservar los intereses de las clases dominantes, oscilando, en el caso de estos regímenes, entre el capital extranjero, proveniente de los países de Europa Occidental, el capital autóctono y la clase obrera nacional.
Aunque estos gobiernos difieren de los de los años 30, que se basaban en una “camarilla” burocrático-policial, que había llegado al poder a través de las instituciones, no podemos negar los cambios importantes que algunos de estos gobiernos impusieron en sus regímenes políticos, todos ellos dirigidos a fortalecer un aparato Ejecutivo de tipo policial: concentración del poder en las manos del partido gobernante, control del Ejecutivo de los diferentes poderes e instituciones del Estado, control cada vez mas restrictivo de los medios y represión contra las voces disidentes, cambios en las leyes electorales, entre otros. Así, Gyözö Lugosi, miembro del comité de redacción de la revista de izquierda húngara Eszmelet, escribió a propósito de régimen de Viktor Orbán en Hungría “[Orbán] desmanteló todos los “frenos” y “contrapesos” jurídicos e institucionales, para después ocupar los puestos políticos clave con personas incondicionalmente fieles a su persona. Así están sometidos a sus objetivos –además de las instancias del poder ejecutivo, y esto a todos los niveles– los puestos de presidente de la República, del presidente del Parlamento, de la mayoría de los jueces de la corte constitucional, la dirección de la Oficina Estatal de Auditoria, de la Fiscalía General (que sistemáticamente bloquea cualquier investigación judicial sobre la gigantesca corrupción orquestada por la esfera amplia y bien jerarquizada de Orbán), el consejo de los Medios etc.”
En Polonia, el PiS está tratando de seguir los pasos de Viktor Orbán y recientemente experimentó una disputa importante con la UE adoptando una ley que ponía la justicia bajo el control del poder Ejecutivo. Recientemente en la República Checa, el Primer Ministro Babis desencadenó importantes movilizaciones en Praga al intentar adoptar una ley similar (en medio de un escándalo de corrupción en el cual estaba involucrado).
Sin embargo, el grado de avance de concentración de poderes y de control de las diferentes instancias de autoridad no es el mismo en cada país. Hungría es sin dudas el país donde el grado de bonapartización del régimen es el mas avanzado. Así, un articulo reciente de Foreign Policy explica las diferencias entre Eslovaquia y sus vecinos de la siguiente manera: “Eslovaquia, a pesar de todos los crímenes (traducción literal) cometidos bajo el [gobierno de Robert Fico], incluido el asesinato de un periodista no siguió la misma vía que sus vecinos antiliberales al reforzar el control de la élite dirigente sobre todas las instituciones del Estado. La independencia de la justicia Eslovaca ha sido objeto de cruzadas gubernamentales como en Hungría y Polonia. (...) La mayoría de los medios privados del país son claramente anti-Smer [el partido de Fico], mientras que los medios de comunicación públicos, que recientemente reforzaron su apoyo al gobierno, están todavía lejos de ser fuentes de propaganda gubernamental, al contrario de los medios estatales en Hungría y Polonia.”
En este sentido los liberales de todo el continente cuentan con la nueva presidenta Eslovaca Zuzana Caputova, abogada liberal, “outsider” y “progresista”, para contrarrestar el avance de los populistas de derecha en la región. Una tarea muy incierta. Lo que es cierto, es que las corrientes populistas reaccionarias son ahora claramente parte del paisaje político de estos países. Pero debemos ir mas lejos: se volvieron parte considerable del establishment.
¿Un modelo económico antiliberal?
Mas allá de la retórica nacional-populista conservadora y xenófoba, los modelos económicos de estos países tienen ciertos matices, lo que permite relativizar la idea de un “bloque populista” homogéneo y hegemónico.
En los años 90, la reintroducción del capitalismo en la región dictó la necesidad de aplicar políticas agresivas y “eficientes” que vuelvan “irreversible” el proceso de privatización de la economía. Las riquezas nacionales fueron vendidas al capital occidental y ramas enteras de la industria cerraron. Las desigualdades sociales explotaron pero la sumisión de estos países a las potencias imperialistas también. Como lo explica Thomas Piketty en un post en su blog de Le Monde “Después del derrumbe del comunismo, los inversores occidentales (sobre todo alemanes) se volvieron gradualmente en dueños de una parte considerable del capital de los ex-países del Este (...) El trabajo de Filip Novokmet demostró que si las desigualdades crecieron con menos fuerza en Europa del Este que en Rusia o en Estados Unidos, es simplemente porque una buena parte de los altos ingresos del capital de Europa del Este se envían al extranjero (como sucedía antes del comunismo, con los poseedores de capital que ya eran alemanes o franceses, y, a veces, austriacos u otomanos)” [es decir, el motivo por el que hay menos desigualdad es que hay una burguesía autóctona y una oligarquía menos desarrollada y extendida que en esos países].
Ya hemos mencionado el hecho de que Viktor Orbán llegó al poder con un discurso destinado a revertir la lógica de las políticas neoliebrales de los años 1990. Sin embargo, su proyecto de base, ante todo fue la creación de un “capitalismo magiar”, un capitalismo húngaro, el fortalecimiento de una clase capitalista nacional contra sus poderosos competidores internacionales, al mismo tiempo que ante una clase obrera que sigue creciendo, aunque políticamente y socialmente es muy poco activa, incluso paralizada por los fracasos de los años 1990. Todo esto por supuesto, sin cuestionar lo esencial de los vínculos y la “asociación” existente con los capitales occidentales.
Así como se explica en un articulo de LeftEast a propósito de la política económica de Viktor Orbán: “El Fidesz gano las elecciones de 2010 con un discurso de deconolonización económica, un contra-discurso de la hegemonía liberal de las décadas possocialistas. Lo que en la comunicación política se llamó interés económico húngaro, significó un solido programa para el crecimiento del capital nacional apoyado por el Estado. Sin embargo, el régimen solo puede tratar de ampliar el margen de maniobra del capital nacional en las condiciones objetivas de integración al mercado mundial. Los subsidios para las inversiones extranjeras directas (IED) en las industrias exportadoras ayudan a mantener el orden en la balanza de pagos, mientras que los sectores no transables, donde las condiciones pueden estar condicionadas por las políticas del Estado (como los bancos, las telecomunicaciones o el transporte), ven una reorganización importante de la propiedad a favor de un nuevo capital nacional oligárquico”.
Es también el caso para la Polonia del PiS. Asíi se describe el proyecto económico del gobierno del PiS en Bloomberg: “La misión de Morawiecki [primer ministro polaco] es ahora “desplazar lentamente pero seguramente las cosas hacia su lugar” hacia lo que llama una “economía subjetiva”. Esto significa una pausa en las privatizaciones, que según Morawiecki contribuyeron a un presupuesto de 14 mil millones de zlotys por año, una preferencia por las deudas internas mas que externas (la parte de la deuda polaca en manos extranjeras pasó del 60% al 50% en 3 años) y una confianza hacia las empresas de Estado para hacer crecer las inversiones, porque las empresas privadas son demasiado pequeñas o no son lo suficientemente expansionistas como para aumentar las expectativas”.
Dicho de otra manera, las corrientes políticas utilizan los fondos del Estado para, por una parte reforzar su “clientela política”, subvencionar y atraer inversiones extranjeras en ciertos sectores importantes de la economía y, finalmente, ayudar a los oligarcas nacionales a enriquecerse y construir una forma de “capitalismo nacional de amigos”. Pero siempre dentro del marco de un capitalismo sometido a los intereses imperialistas.
En este sentido podemos interpretar las fricciones regulares entre estos dirigentes y la UE no por cualquier acto de irreverencia hacia las potencias internacionales sino por la lucha para obtener mas margen de maniobra (y menos control) desde su capitalismo nacional en un contexto de intercambio comercial subordinado y desigual.
Economías dependientes y subordinadas
De hecho, a pesar de todos los discursos, de las maniobras, de las polémicas y de las intrigas entre estos gobiernos y las instituciones europeas, los países del V4 siguen siendo ampliamente dominados y sometidos a los intereses políticos y económicos imperialistas. Incluso aunque los dirigentes europeos levantar eventualmente la voz contra Orbán y sus ataques contra los derechos democráticos básicos, saben muy bien que su política también sirve a sus intereses. No olvidemos que la política reaccionaria anti-refugiados de Orbán, que bloqueó la ruta de los migrantes que cruzaban Hungría hacia el norte de Europa era totalmente funcional a los intereses de Merkel.
A nivel económico, aunque como se mencionó anteriormente hubo renegociaciones de cuotas de mercado en algunos sectores (creando fricciones con los inversores extranjeros), lo esencial de la economía sigue dominado por el capital imperialista. Sólo en Hungría, entre empleados directos y subcontratistas, alrededor de 240.000 trabajadores (de una población de 9,7 millones -incluidos niños y pensionistas-) trabajan en el sector automotriz, dominado por las multinacionales, en particular las alemanas.
A pesar del discurso sobre el "orgullo nacional" y el giro discursivo contra las políticas de los años noventa, el saqueo de la riqueza nacional continúa. Piketty, en el artículo ya citado, afirma que entre "2010 y 2016, las salidas anuales de beneficios y de rentas de la propiedad (netas de las entradas correspondientes) representaron por término medio el 4,7% del producto interior bruto en Polonia, el 7,2% en Hungría, el 7,6% en la República Checa y el 4,2% en Eslovaquia, lo que redujo en consecuencia la renta nacional de estos países".
Otra plaga de este modelo económico de dependencia que el antiliberalismo no cuestiona en modo alguno es la emigración económica forzada. Así, se estima que 600.000 húngaros han abandonado el país en los últimos años y en el caso de Polonia es aún peor: alrededor del 10% de la población (4,4 millones de personas) abandonó el país para trabajar en otro lugar. Esta es una demostración de que a pesar de las grandes inversiones extranjeras, la clase obrera sigue en una situación precaria y con salarios muy bajos, incluso en los sectores mejor pagados, como la industria automotriz. Esta emigración masiva está produciendo un problema de falta de mano de obra que lleva a estos gobiernos a adoptar leyes para satisfacer las necesidades laborales de las multinacionales. El último ejemplo paradigmático es la denominada “ley de esclavitud" adoptada por Viktor Orbán en diciembre pasado, a pedido de las automotrices alemanas.
Detrás de los conflictos de fachada, la política concreta de estos regímenes es favorecer a las clases capitalistas nacionales y a los capitalistas imperialistas sobre la base de la explotación y opresión de la clase obrera y de las clases populares nacionales. Al mismo tiempo, los líderes políticos imperialistas pueden criticar a políticos como Orbán por querer "controlarlo", pero saben que en última instancia son aliados y pueden contar con él para garantizar la mayor parte de sus intereses económicos y políticos. Pero esta situación no está exenta de contradicciones. Y ya vemos aparecer signos de erosión (parcial) de estos regímenes.
¿Hacia un agotamiento hegemónico de los gobiernos populistas reaccionarios?
Estos gobiernos se beneficiaron así de la buena situación económica y de las altas tasas de crecimiento. Sin embargo, estos "modelos" de desarrollo dependientes siguen siendo frágiles. Un cambio en las condiciones económicas podría romper las grietas y contradicciones de este modelo y abrir grandes crisis sociales y políticas.
Mientras que en los países de Europa Occidental las corrientes populistas reaccionarias están en busca de ganar las elecciones, y de alguna manera pueden prometer maravillas sobre sus políticas una vez en el poder, la situación es bastante diferente para líderes como Orbán, que estuvo en el poder durante casi 10 años. Los resultados y efectos de sus políticas están a la vista. Y aunque disfrutaron de cierto crecimiento económico en los últimos años y de una relativa paz social, están empezando a aparecer grietas.
Si bien desde el punto de vista electoral sus competidores (principalmente liberales) no son todavía lo suficientemente poderosos, en los últimos meses empezaron a surgir señales interesantes, como las movilizaciones sociales que han sacudido a países como Hungría y Polonia y, en menor medida, Eslovaquia y la República Checa.
De hecho, tras la adopción de la "ley de esclavitud" en Hungría (que permite a las empresas imponer hasta 400 horas extras a los trabajadores y pagarles tres años más tarde), cientos de miles de personas salieron a la calle. Y esta vez no sólo en Budapest y otras ciudades importantes del país, sino también en ciudades pequeñas, donde Fidesz suele obtener buenos resultados en las elecciones. Otro elemento alentador de estas movilizaciones fue su composición social: muchos estudiantes jóvenes y estudiantes de secundaria marchando junto a trabajadores y sindicatos. La reforma finalmente fue aprobada, pero sin duda la movilización dejó su marca sobre el gobierno. También hay que señalar que se produjeron huelgas muy importantes de los trabajadores de la industria automotriz, en BMW y en particular en Audi donde los trabajadores han conseguido importantes victorias sobre los salarios y las condiciones de trabajo.
Este "pequeño despertar" de la lucha de clases en Hungría es muy interesante porque el régimen, habiendo bloqueado las posibilidades institucionales para que surja una alternativa política, incluso burguesa, un espacio político extraparlamentario es probable que abra y desestabilice el "modelo" neoliberal de capitalismo de amigos y sumisión al capital imperialista defendido por Orbán.
En Polonia, el PiS lleva menos tiempo en el gobierno que el Fidesz de Orbán, pero también en este caso es la lucha de clases y las movilizaciones sociales las que podrían estar anunciando la evolución de la situación. De hecho, Polonia vivió recientemente una huelga ofensiva masiva de los maestros por sus salarios. El gobierno finalmente logró no satisfacer las demandas de los huelguistas, pero no se pueden descartar más movilizaciones masivas. Como en Hungría, durante la huelga de docentes vimos a los jóvenes apoyar a sus maestros en la lucha organizando manifestaciones y piquetes. A todo esto hay que agregar las movilizaciones de las mujeres polacas, muy importantes, por su derecho a decidir sobre sus cuerpos contra la influencia reaccionaria, tanto en Polonia como en Hungría, de la Iglesia Católica, relevo ideológico y político de las clases dominantes.
Sin embargo, y sin ilusiones hacia las corrientes liberales que esperan capitalizar el creciente descontento en estos países, para los trabajadores, la juventud y las clases populares y los oprimidos de la región se trata de construir su propia organización política que responda a sus intereses. De lo contrario, no podemos excluir que sean aún más las fuerzas reaccionarias, abiertamente fascistas o fascistizantes, las que recuperen iniciativa política. Construir un partido obrero resueltamente anticapitalista y revolucionario, luchando por la independencia de clase, y la constitución de un programa hegemónico que se dirija a todas las clases oprimidas, desde los campesinos hasta la pequeña burguesía y las minorías étnicas, un programa capaz de romper con la dominación de los capitalistas imperialistas, es un tema de primer orden. Esta es la única perspectiva para combatir radicalmente a todas las corrientes y tendencias capitalistas y reaccionarias de la región.
Artículo publicado originalmente en Révolution Permanente el 11.05.19