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Red Internacional
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Novedades literarias. Ezequiel Pérez: de amistades, ríos, terror y secretos inocultables

"Hay que llegar a las casas", su novela, es una de las finalistas del Premio Medifé Filba 2022. Una historia de amistad lejana a los estereotipos de felicidad de maqueta. "Hay muchas trabas e ideas de lo que se debe ser y de cómo se debe actuar, muchas marcas de propiedad del pueblo que pesan sobre el cuerpo" cuenta Ezequiel.

Sábado 23 de julio de 2022 01:33

"La noche en que seguíamos atando sogas a los árboles el tranco se medía en respiraciones cortas. Dos pasos y aspirábamos. Dos pasos y soltábamos el aire. Todo a nuestro alrededor parecía detenerse cuando conteníamos la respiración". Imágenes, metáforas diminutas, movimientos acompasados, juegos de niños. La novela de Ezequiel Pérez es una historia de los que no se dice, de misterio, de amistad que hinca y perfora.

El protagonista regresa a su casa familiar, en el interior de Buenos Aires, a la vera del Río Paraná. Lo arrebata la noticia de la muerte de su hermano Andrés. Su padre, Abel, junto con un grupo de amigos (el Tordo y Barrientos), intentan pasar el mal momento. Poco a poco descubre que lo que está viviendo el pueblo es mas macabro que una seguidilla de hechos trágicos. Nadie entiende, nadie habla, todos cierran las cortinas. Todos ocultan algo, todos envueltos en un aura de misterio que baila por el texto a distintos compases.

Ezequiel nació en Villa Ramallo en el año 1987. Es docente en la Facultad de Filosofía y Letras de UBA. Especializado en literatura de la época colonial, integra diversos equipos de investigación con proyectos del Instituto de Literatura Argentina Ricardo Rojas. "Hay que llegar a las casas" fue finalista del Premio de Novela Futurock 2019 y recibió el Premio Especial del Concurso de Letras del Fonda Nacional de las Artes en el año 2020. Fue publicada en el año por Libros de UNAHUR.

Damajuanas, el río y cuatro varones

"El río se traga la costa, las puertas y las persianas del pueblo", así comienza la novela de Ezequiel Pérez.

LID: ¿Y quiénes son los hombres que acostumbran tomar vino en damajuana y charlas largas horas con amigos?

Ezequiel: Esos hombres que están en el bar tomándose unos vinos son una mezcla de los hombres que me crucé cuando era pibe y de aquellos que leí o imaginé. Un poco yo mismo. La damajuana de Domingo Hermanos fue un descubrimiento de la adolescencia; algunos gestos son los míos y los de gente cercana; el dolor de los amigos que se suicidan y la certeza de que a ese le van a seguir otros, como si el pueblo fuese un camino sin salida y a nadie le interesara hablar de ese miedo.

¿"Por qué hay que guardarse un poco si ninguno de nosotros hizo nada para tener que andar metiéndose en la cucha y cerrar la trompa?" dice uno de tus personajes. ¿Por qué callan estos hombres, qué gritan en sus silencios?

Yo creo que estos hombres callan porque a veces lo que se tiene que decir está lleno de alambrados y compuertas. Es decir, todo eso que en un pueblo está cercado en términos de territorio, esos carteles que recién mencionabas, también se cuelan entre las personas. Hay muchas mediaciones, muchas trabas e ideas de lo que se debe ser y de cómo se debe actuar, muchas marcas de propiedad del pueblo que pesan sobre el cuerpo, que hace que estos tipos estén con muchas ganas de darse un abrazo, de llorar la muerte del hijo y del hermano, y que sin embargo estén ahí, tomándose un vino sin decir nada, dando vueltas por la noche a los tumbos por la borrachera y comiéndose lo que les pasa.

¿Abel es la soledad de los pueblos que parecen haberse quedado en el tiempo?

Abel está solo, es cierto, pero también los otros personajes transitan a su manera la soledad. En todo caso, lo que hay es una forma particular de relacionarse, de decir aquellas cosas que podrían sacarnos de la soledad y acercarnos. En la novela intenté explorar lo poco entrenados que están estos muchachos para hacerlo. Sobre todo, por lo que se supone que tienen que hacer: la obligación de bancarse esa soledad sin chistar.

“Todavía no llegó a la costa el alumbrado y las casas tienen que arreglarse con unos aparatos viejos cedidos por la Municipalidad”. Esta imagen es del pueblo pero tiene mucho que ver con el Conurbano

Sí, creo que tiene que ver con el conurbano, porque plantea una especie de margen, de frontera en la que conviven esos tremendos caserones, los barrios privados, los lujos que da la tranquilidad del afuera de la ciudad, con las faltas de los que están expulsados por esos muros, en otro tipo de margen que construyen los alambrados y que deja a la vera, en el afuera, a sujetos olvidados, situaciones de vida en las que también el Estado pareciera hacer gala de su ausencia.

En tu novela Hay que llegar a las casas las metáforas ocupan lugar particular: el protagonista llega al pueblo y comienza a reconocer olores, duraznos y carteles de propiedad privada. ¿Qué significan estos carteles en un pequeño pueblo?

Crecí viendo los carteles de propiedad privada. En los pueblos la propiedad se te cae encima: grandes extensiones de tierra que pasan a formar parte de una lógica que se interpone todo el tiempo con el que vive ahí y apenas, con suerte, tiene un terrenito o una casa. Las ideas de alambrado, “el campo”, los carteles, me parecieron siempre una amenaza sobre los que estábamos queriendo cruzar por esas propiedades para llegar más rápido al río y cortar camino.

¿Cómo es ser escritor e intentar publicar o vivir de tu literatura?

En rigor, no soy un escritor del conurbano. Sería, en todo caso, un escritor del “interior”, aunque no sé muy bien qué significa eso. La de “interior” es una categoría que arrasa con las particularidades de espacios muy heterogéneos. Por eso me gustó mucho la propuesta de Julián López cuando me invitó a publicar en la colección Transurbana que él dirige dentro de la editorial Libros de Unahur, porque no se proponía fijar una idea de lo conurbano, sino que la ampliaba y la volvía un territorio de interacción entre los márgenes. Era una idea compleja de conurbano la que estaba planteando Julián; de repente podía aparecer una novela como la mía, que tiene como escenario el río Paraná y las Lechiguanas, con una novela como Outlet de Laura Liébana que ocurre en una especie de Salada. En el roce de esos espacios está lo conurbano, lo que se escapa de la idea de urbe más clásica y centrista. El trabajo de escritor no me permite vivir ni mantenerme. Vivo, sí, de dar clases de literatura.

El Premio FundaciónMedifé Filba se propone darle una segunda oportunidad a las novelas que salieron el año pasado y que ya no están en las vidrieras de las librerías. Las seleccionadas son: El corazón del daño, de María Negron; La estirpe de Carla Maliandi; La jaula de los onas, de Carlos Gamerro; Madre robot, de Nora Rabinowicz; Materiales para una pesadilla, de Juan Mattio; Modesta dinamita, de Víctor Goldgel; Olimpia, de Betina González; Tilde, tilde, cruz de Fernando Chulak y Sodio, de Jorge Consiglio.

¿Por qué escribís?

No estoy muy seguro de por qué escribo y me gusta que sea así, a los tumbos, en la incertidumbre de para qué y por qué. A veces pienso que es una de las pocas cosas que hago que no tienen por qué, ni función, ni razón. Sí tengo más claro para qué o para quiénes no escribiría. En esos tanteos, en lo que se me escapa, es donde me gusta escarbar.

Ezequiel Pérez nos recomienda " a Humberto Bas, porque me interesa ver el modo en que busca el tono de sus textos. A Alejandra Urresti, una poeta y artista que arma paisajes con lo mínimo. Sobre todo, recomiendo su libro El ascensor cruzando el patio. Y tirando a lo clásico, nunca está de más invitar a Lezama Lima".

#TRANSURBANA Gabriela Cabezón Cámara presenta "Hay que llegar a las casas"