En este artículo, André Barbieri, dirigente del Movimento Revolucionário de Trabalhadores (MRT) y editor del semanario Ideias de Esquerda de Brasil y de Esquerda Diário, se adentra en un debate central hoy en la izquierda brasileña en torno a la segunda vuelta electoral: ¿estamos ante un enfrentamiento “fascismo vs. democracia” o se trata de una operación para canalizar el voto hacia la fórmula que conforman Lula y el neoliberal Alckmin?
El marxismo es una guía para la acción, y como tal, una guía para el pensamiento que ordena y diferencia a los fenómenos según la situación concreta. En Brasil, la organización y la lucha decidida contra la extrema derecha bolsonarista es una necesidad de primer orden, reafirmada por los resultados de la primera vuelta donde la salvajería bolsonarista tuvo éxitos dentro del régimen. Ocurre que, con el fin de impedir la movilización de las bases en las calles contra la extrema derecha, la dirección de campaña de Lula y el PT eligieron el artificio de decir que estamos ante la “amenaza fascista”. Eso sirve para encubrir mejor el obstáculo que está oponiendo al enfrentamiento serio contra Bolsonaro.
Basándose en rasgos fascistizantes reales de Bolsonaro, la operación intenta crear la dualidad “fascismo vs. democracia” e insuflar terror en sectores de masas para que el rechazo a la extrema derecha sea canalizado hacia las urnas por la fórmula Lula-Alckmin. Ante el programa ultraliberal y trumpista de Bolsonaro, se ofrece una fórmula de conciliación de clases con la derecha, con el gran capital industrial y financiero y con el ala Demócrata del imperialismo estadounidense, todos responsables por la derechización del país a partir del golpe institucional de 2016, que facultó la victoria de la extrema derecha y nos trajo hasta aquí.
Corrientes como Resistencia/PSOL adhieren de cuerpo y alma a la operación petista. Valério Arcary, referente de aquella corriente, se hace eco de la propaganda de ideólogos petistas como Emir Sader marcada por la dualidad “fascismo vs. democracia”. Con la larga tolerancia a la sustitución aleatoria de conceptos, Arcary agita la necesidad de derrotar al “neofascismo a la brasileña”, a los “fascistas”. Esto se daría por medio de las urnas, en las elecciones. En esta línea Resistencia, que convoca a “enrojecer el país para derrotar al fascismo en las elecciones”. En esta adhesión a la política de conciliación de la fórmula Lula-Alckmin, esa organización “no resiste” ni siquiera al insólito argumento del llamado “fascismo de segundo mandato”, que reza que, si Bolsonaro no fue capaz de erigir un gobierno fascista en su primera estadía presidencial, ciertamente lo haría en la segunda.
Más adelante discutiremos qué es el fascismo y qué hay hoy en Brasil. Pero antes de eso queremos mostrar como Resistencia rompe terminantemente con el marxismo incluso si fuera verdad que en Brasil viviésemos bajo la égida del fascismo.
¿Cómo combatir al fascismo en la tradición marxista?
La extrema derecha bolsonarista es la enemiga central de toda la clase trabajadora, de las mujeres, de los negros, de los pueblos originarios y de la comunidad sexodiversa. Bolsonaro y sus huestes tienen elementos protofascistas notables. Transformemos, hipotéticamente, esos elementos protofascistas individuales en una tendencia de masas. Imaginemos que lo que vive Brasil fuera un ascenso fascista. Eso solo podría hacerse realidad ante un ascenso, en el otro polo, de la clase trabajadora con sus propios métodos, en una situación que prefigura choques entre revolución y contrarrevolución. ¿Qué haría la organización de Valério Arcary ante un fenómeno fascista real? Resistencia -que se siente cómoda disuelta en una lista con Alckmin, la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, la Federación Brasilera de Bancos, el Partido Demócrata estadounidense, todos dotados de eximias credenciales golpistas- considera que al fascismo se lo combate votando en las urnas con una alianza del PT con la derecha.
“Derrotar al fascismo en las elecciones” es la bandera de Resistencia. Esa organización agita a través de Arcary y sus voceros, la urgencia de utilizar las urnas y el voto como eficaz arma antifascista. La conclusión lógica es sacar el enfrentamiento al fascismo del terreno de la lucha física entre las clases e insertarlo en los canales normales de dominio de la burguesía en “tiempos de paz”. Acto seguido, la tarea de la izquierda sería reunir el más amplio frente con las “fuerzas antifascistas” (en el caso de Luciana Genro del MES/PSOL, se convierten en “fuerzas democráticas”), denominación que muchas personalidades del régimen político utilizan al referirse al Frente Amplio Lula-Alckmin, celebrando la adhesión de la derecha y de los funcionarios económicos neoliberales de los 90 como Persio Arida, Armínio Fraga, Pedro Malan y cia.
Pero, ¿es esa realmente la forma de enfrentar un ascenso fascista? En la tradición marxista, la lógica política opera con vectores exactamente inversos: el combate al fascismo solo se da por la lucha de clases con una política hegemónica de la clase trabajadora e independiente de todas las alas de la burguesía. En otras palabras, a la luz de la teoría marxista, el combate al fascismo pasa por la unificación del conjunto de trabajadores en el terreno de la acción contra el conjunto de la burguesía, en alianza con los movimientos de mujeres, con el movimiento negro, la juventud y los pueblos oprimidos. Se trata del terreno de la hegemonía y de la táctica del frente único obrero, elaborada por la dirección de Lenin y Trotsky en la Internacional Comunista.
La táctica del frente único obrero, elaborada en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista en 1921 (teorización inspirada en el éxito de la lucha de los obreros alemanes contra la tentativa de golpe de Estado de Wolfgang Kapp y Walther von Lüttwitz) y parte del arsenal de tesoros legados por el marxismo con predominancia estratégica a nuestra época, implica, por un lado, acuerdos con los reformistas como aliados circunstanciales con el objetivo de unificar las filas obreras para luchas parciales en común, incluyendo la defensa frente a los ataques de la extrema derecha a los derechos democráticos. Por otro lado, busca la ampliación de la influencia de los partidos revolucionarios como producto de la experiencia en común (o de su rechazo por parte de las direcciones reformistas), buscando ganar a la mayoría de los trabajadores para la conquista del poder. Siempre de manera independiente de todas las fracciones de la clase dominante. El triunfo de Hitler en Alemania en 1933, se debió al menosprecio del stalinismo de la táctica del frente único obrero al impedir cualquier unificación de los trabajadores comunistas con los socialdemócratas para luchar contra las bandas fascistas. Posteriormente, mediante un giro de 180 grados, Stalin paso a la política de Frente Populares, que tuvieron el mismo efecto de llevar a la derrota las revoluciones y conceder el triunfo al fascismo en Francia y en España.
Antes del triunfo de Hitler en 1933, la Oposición de Izquierda trotskista empeñaba sus esfuerzos para lograr la unificación de los trabajadores socialdemócratas y comunistas en el terreno del combate a los fascistas (en la defensa de las fábricas, de los barrios obreros, de los derechos democráticos de la población alemana y de los pueblos oprimidos). Esa política de unificación independiente de los trabajadores fue saboteada por la dirección stalinista de la Internacional Comunista en Alemania y en Austria, fruto de la política del “tercer período”, en función de la disputa del aparato comunista contra el socialdemócrata en el seno del movimiento obrero, luego de los desastres oportunistas en Inglaterra y en China. Con el triunfo de los nazis, producto de la catastrófica política sectaria de los stalinistas, la Internacional Comunista pasa a adoptar la política simétrica opuesta, aliándose no solo con la socialdemocracia europea (absteniéndose de criticar a los reformistas durante la vigencia de esos acuerdos) sino también con el ala “democrática” de los partidos burgueses imperialistas. El acuerdo Stalin-Laval en Francia (mediante el cual la alianza militar con el imperialismo francés quedaba asegurada a través de una garantía de “paz social” por parte del PC francés) fue el modelo para la generalización de la línea de los Frentes Populares “antifascistas” en todo el mundo. El frente único obrero, que tenía como núcleo la unidad de acción de los trabajadores (en alianza con todos los sectores oprimidos) por objetivos prácticos de la lucha de clases, fue utilizado por Trotsky para el combate a la política oportunista de conciliación de clases de los Frente Populares.
En la década de 1930, Trotsky combatió frontalmente la política de conciliación con la llamada ala republicano-democrática de la burguesía bajo la denominación de “frentes antifascistas”, que siempre encuentra su expresión electoral. Esa fue la bandera bajo la cual el estalinismo instituyó un frente de colaboración de clases con la burguesía republicana en Francia y en España, los llamados “Frentes Populares”, destruyendo estos enormes procesos revolucionarios y facilitando el camino de los verdaderos fascistas. En Brasil, eco de esa política en la segunda mitad del siglo XX pavimentó una serie de derrotas, bajo los auspicios del PCB en el período previo al golpe militar de 1964, esa política de conciliación había llevado a la derrota del ascenso obrero y campesino y facilitado el triunfo de los militares. La conciliación con la “burguesía democrática” en el período post dictadura llevó a la permanencia de la tutela militar sobre la Constitución de 1988 y allanó el camino al neoliberalismo de los años 1990. Son varias las referencias históricas que llevan a la misma conclusión.
Enfrentando una situación de ascenso real del fascismo, Trotsky iluminó el problema en un diálogo con los obreros austríacos, de julio de 1936. Criticando la política de los socialistas y stalinistas de Austria, que impulsaban la alianza con las “fuerzas antifascistas” nacionales contra Hitler, decía que “Toda su política se basa en la siguiente idea: el principal enemigo de los obreros austríacos y rusos es Hitler. Por lo tanto, la primera tarea es golpear a Hitler. Por eso es necesario que el proletariado se alíe con las ‘fuerzas antifascistas’, término vergonzoso que incluye a la burguesía ‘democrática’ dentro y fuera de Austria. Lógicamente, no se puede formar esta alianza sin la postergación de la lucha de clases. La alianza del proletariado con la burguesía es inconcebible sobre otras bases. Pero, como hemos tratado de demostrar, esta política facilita la victoria de los nazis”.
Se trata de una reflexión lapidaria. La alianza con la burguesía (considerada parte de las “fuerzas antifascistas”) significa postergar la lucha de clases, dejar en segundo plano la movilización y organización independiente para enfrentar a la extrema derecha. Desde el punto de vista del enfrentamiento a un fenómeno fascista, significa renunciar a la aplicación quirúrgica del único remedio eficaz. Si abstraemos temporalmente la caracterización de lo que pasa en Brasil, podemos ver en el aspecto de la “postergación de la lucha de clases” el modus vivendi de la burocracia petista. A título de ejemplo, aun frente al ataque de Bolsonaro a las universidades federales, las direcciones burocráticas ligadas al PT huyen como de la peste de la organización de la lucha. Lula no desea dar ninguna señal de inestabilidad a los empresarios que corteja con Alckmin. La solución es dejada a las urnas, apostando electoralmente a la conciliación con la burguesía para “derrotar al fascismo”, cuando los hechos del 2 de octubre revelaron que tal política solo fortalece a la extrema derecha.
En sus cartas a Andrés Nin y a los oposicionistas de todo el mundo, Trotsky critica que tales alianzas con la burguesía, sea bajo la denominación de “frente antifascista” o Frente Amplio, fuesen presentadas en la década de 1930 como el “frente único de las masas” por figuras pacifistas como Henri Barbusse, Romain Roland y por los dirigentes de la Internacional Comunista ya stalinizada. Dice: “Sin embargo, esta idea elemental, que es acertada cuando se refiere a las organizaciones de masas del proletariado pierde todo su significado cuando se refiere a personalidades burguesas, pacifistas, demócratas del mundo literario, etc.”. Concluye que “todos estos bloques, congresos y comités tienen como objetivo esconder la pasividad, la cobardía y la incapacidad de resolver las tareas que constituyen la esencia misma de la lucha de clases del proletariado”.
Trotsky estuvo en lo cierto con sus pronósticos. Los que querían resolver “electoralmente” el problema fascista llevaron a millones a la pesadilla de los años 1930. La alianza de la socialdemocracia y de los stalinistas austríacos con la burguesía nacional llevó a la pasivización de la lucha de clases en nombre de la “lucha antifascista”; aprovechando la desmoralización de los trabajadores, el gobierno Dollfuss escenificó una serie de provocaciones con el fin de generar un incidente que, en febrero de 1934, permitió a las tropas austríacas derrotar a los trabajadores. En Francia, la alianza de los partidos socialista y comunista con la burguesía republicana (Partido Radical) llevó a la conformación del Frente Popular en 1936; supuestamente diseñada para “frenar a los fascistas” que avanzaban desde 1934, el Frente Popular frenó la lucha de clases, representada en la expansión de la ola de ocupaciones de fábricas y facilitó el camino a la derrota del ascenso revolucionario, abriendo paso al régimen entreguista de Pétain después de la ocupación nazi. En España, el Frente Popular de anarquistas, socialistas y stalinistas (contando con Nin y el POUM) con la burguesía republicana de Manuel Azaña y Martínez Barrio, sosteniendo los mismos principios de defensa de la propiedad y el dominio capitalista, destruyó la heroica revolución española, pavimentando el camino hacia Franco. En todos estos escenarios, quedó claro que la derrota del fascismo no tenía nada que ver con las “urnas”, como agita Resistencia en su ruptura con el marxismo.
Entonces, ¿cuál sería el método para enfrentar seriamente seriamente un fenómeno fascista real, en la tradición marxista? La lucha contra el fascismo no se resuelve en elecciones, sino en las confrontaciones de la lucha de clases que incluyen la lucha física, cuya premisa es la independencia política frente a todas las fracciones burguesas. El frente único obrero, la unidad de acción que organiza a los trabajadores por objetivos prácticos en la lucha de clases contra el conjunto de la burguesía (inclusive la llamada “democrática”), es la política correcta para enfrentar a la extrema derecha (y el fascismo). Discutiendo la situación alemana previa al nazismo contra los stalinistas, Trotsky afirma que “no comprenden la diferencia que existe entre un acuerdo parlamentario y un acuerdo para la lucha por medio de la huelga o en defensa de las prensas obreras. Los socialdemócratas acostumbran servir, por regla general, a los reformistas. Acuerdos prácticos para la acción de masas, por los fines concretos de la lucha, sirven siempre a los revolucionarios”. La sugerencia de Trotsky es simple y categórica: “¡Ninguna plataforma común con la socialdemocracia o los dirigentes sindicales alemanes, ninguna publicación, ninguna bandera común! ¡Marchar separados y golpear juntos! ¡Es necesario y suficiente ponerse de acuerdo únicamente en cómo golpear, a quién golpear y cuándo golpear!”. Es preciso notar, además, que en ese momento Trotsky problematiza los compromisos electorales (en detrimento de la lucha de clases) entre organizaciones obreras, o sea, con partidos reformistas como la socialdemocracia. No se había entrado aún en el período de los Frentes Populares. ¡Cuanto peor es la adaptación oportunista de Resistencia que se diluye en una fórmula presidencial en alianza con la derecha, el gran capital y el ala Demócrata del imperialismo norteamericano.
Ese método de frente único obrero de Trotsky (cómo golpear, a quién golpear y cuándo golpear), ¿se mostró exitoso en la realidad? Sí, en muchos momentos. En 1917, en la lucha contra la intentona de Kornilov (de carácter fascista, contra la revolución rusa) la política de frente único propuesto por los bolcheviques a los mencheviques y socialistas revolucionarios (reformistas que estaban a la cabeza de los soviets conciliadores en el gobierno de Kerenski) unificó a los trabajadores y aniquiló la ofensiva de los generales aliados a Kerenski, abriendo camino al fortalecimiento de los bolcheviques a costa de los conciliadores. El combate a Kornilov fue hecho sin ningún apoyo a Kerenski, y no mediante el auxilio de las urnas, y sí con las armas en las manos. En marzo de 1920, el frente único de los sindicatos alemanes fue la razón de la derrota del intento del golpe de Estado de Kapp-Lüttwitz. En la Revolución Española, las jornadas de Barcelona de 1936 unieron a los obreros socialistas, anarquistas y comunistas, aplastando la reacción fascista (antes de ser contenidos y desarmados por el ejército del Frente Popular). En el mismo Brasil, aunque en menor escala, la llamada “Huída de las Gallinas Verde”s, en 1934, con protagonismo de los trotskistas en el frente único con trabajadores de distintas organizaciones políticas, barrió a los integralistas de la Plaza da Sé.
Al contrario de la política marxista de frente único obrero, Resistencia adopta una variante de la política antimarxista de los Frentes Populares. Su política privilegia los bloques electorales con la derecha “antifascista” y la mezcla de banderas con la Fiesp, Alckmin y Biden. “Marchar juntos y no golpear jamás” es su fórmula. No tiene otro sentido su adhesión a la política-programa de conciliación de la fórmula Lula-Alckmin, incapaz de enfrentar al bolsonarismo, pero suficientemente útil para fortalecerlo. Es una política vergonzosa, de postergación de la lucha de clases en nombre de la unidad con nuestros verdugos.
Así, si hubiese un ascenso fascista en Brasil, la política de Resistencia llevaría fatalmente a la derrota de los trabajadores. Se trata de una ruptura sin mediaciones con la tradición marxista.
¿Cual es el objetivo de decirle fascismo a algo que no lo es?
¿Qué hay realmente en Brasil? A pesar de que Resistencia hace una fotocopia de la propaganda petista sobre el “fascismo”, esa no es la realidad política del país. Hay que distinguir la actuación reaccionaria de la extrema derecha bolsonarista de la categoría teórico-política de fascismo.
En la tradición marxista, que aprende con la realidad sobre la base de la práctica generalizada teóricamente, la esencia del fascismo consiste en liquidar completamente todas las organizaciones obreras y a través de su atomización, impedir que resurjan. Dice Trotsky que en la sociedad capitalista desarrollada, “no es posible alcanzar este objetivo solo por medios policíacos. La única manera de lograrlo consiste en oponer directamente a la presión del proletariado -cuando ésta se debilita- la presión de las masas pequeñoburguesas desesperadas. Es este sistema particular de reacción capitalista lo que entró a la historia bajo el nombre de fascismo”. El fascismo nace de la unión de la desesperación de las clases medias y de la política terrorista del gran capital financiero, que impulsa a estos sectores arruinados de la pequeñoburguesía a considerar que la razón de su ruina es la lucha de clases de los trabajadores. Se trata de la respuesta contrarrevolucionaria, posterior o preventiva, frente a choques abiertos entre las clases, que asumen sus posiciones de lucha directa.
Bolsonaro es, una vez más, el salvajismo de la extrema derecha trumpista, y es necesario captar en toda su dimensión el carácter profundamente reaccionario de su política. No es por otra razón que debe ser combatido seriamente, con los mejores métodos históricos de los trabajadores. Como dijo Luiza Eineck, estudiante de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Brasilia (UnB) e integrante del agrupamiento juvenil Faísca, “necesitamos construir la unidad para combatir los recortes en la educación, al bolsonarismo y esa extrema derecha asquerosa, que no esté aliada a los patrones y a la derecha como está el PT”. Sin embargo, el mínimo rigor teórico revela que, excepto en determinadas fantasías electorales, no existe fascismo o ascenso fascista en Brasil. Hay muchos estadíos de transición intermedios entre la democracia burguesa degradada y el fascismo, variadas gradaciones bonapartistas, ninguno de los cuales se alcanza sin importantes conmociones.
El concepto de bonapartismo nos ayuda a captar el núcleo del gobierno. Trotsky definía el bonapartismo como una forma de gobierno que busca elevarse por encima de los dos campos de clase en lucha, apoyándose más directamente en las fuerzas armadas en detrimento del parlamento, siempre con el fin de preservar la propiedad capitalista e imponer el orden, sin que suene aún la alarma de enfrentamientos físicos más decisivos. El bonapartismo “es el instrumento del ‘orden’. Está llamado a salvaguardar lo existente. El bonapartismo, al erigirse políticamente por encima de las clases al igual que su predecesor, el cesarismo, representa representa en el sentido social, siempre y en todas las épocas, el dominio del sector más fuerte y firme de los explotadores”. Esta definición, pensada para los países europeos, se refiere al poder determinante del capital financiero imperialista, “que dirige, inspira y corrompe a los sectores más altos de la burocracia estatal”. Aplicado a los gobiernos de regiones dependientes con rasgos semicoloniales, como América Latina, tiene el sentido de la representación nativa del entreguismo al capital extranjero. Bolsonaro es el símbolo de la sumisión más grosera al imperialismo. Además, se tiró a los brazos de los generales de su gobierno y al autoritarismo judicial para imponer ataques favorables al capital financiero e industrial. A pesar de ello, no logró prescindir del parlamento, dependiendo sistemáticamente de su base en el Congreso para evitar crisis. Esta variante bonapartista de derecha (o pre bonapartista) sirvió para la contención de la lucha de clases mientras se apoyaba en el imperialismo para aplicar ajustes.
Esa mirada científica sobre la realidad, que no confunde etapas políticas distintas, es indispensable para combatir mejor a la extrema derecha. No hay choques entre revolución y contrarrevolución en Brasil; no hay agitación en las bases obreras ni un grado de lucha de clases que determine a la gran burguesía a preparar la utilización de métodos de guerra civil contra los trabajadores y la población pobre. Bolsonaro no puede prescindir de su base parlamentaria, sin la cual es frágil; fue condicionado por meses por las instituciones legislativas y judiciales (Supremo Tribunal Federal) del actual régimen, que buscan “normalizarlo” al absorber a la extrema derecha. Las condiciones de posibilidad de un movimiento fascista no dependen de los deseos personales de un líder, sino de las exigencias objetivas de una de las clases en lucha para retener su dominio amenazado. Eso no significa reducir la importancia de los elementos de derechización en el país, ni excluye a las amenazas golpistas, ataques a los procedimientos electorales, y otros ademanes propios del bolsonarismo. Implica comprender el actual estadío de los conflictos sociales, con el objetivo de desarrollar una orientación justa.
De esto, debemos aclarar: no estando frente a dicho fenómeno, ¿cuál es el objetivo de las direcciones que enaltecen la “amenaza fascista”? El objetivo es generar una atmósfera de miedo capaz de convencer de que la única manera de evitar el endurecimiento del régimen y los “arrebatos fascistas” es el “liderazgo de Lula”, o sea, su triunfo electoral. Valério Arcary y Resistencia son voceros, a bajo costo, de la campaña de Lula-Alckmin, que se esmera ahora en mostrar buenas relaciones con las cúpulas de las iglesias y hacer propaganda de que no defiende el derecho de las mujeres al aborto. La adhesión al contenido de campaña del PT llega al punto de asumir el discurso oficial sobre las reformas antiobreras. según Arcary, la reforma laboral debe ser “revisada”. Esa forma de negar el programa de revocación integral de todas las reformas ultraliberales atiende a los designios del gran empresariado. La conciliación tiene consecuencias, y rebajar el programa en cuestiones vitales de las mujeres y de la clase trabajadora es la conclusión.
Llamar fascismo a lo que pasa en Brasil hoy no solo sirve para impedir que el movimiento de masas se prepare para una verdadera amenaza fascista. Sirve para legitimar la corriente política del PT, su coalición social liberal actual, que frena la movilización para enfrentar los ataques económicos y sociales impuestos por la extrema derecha. Como dice Trotsky, la alianza con las “fuerzas antifascistas” sirve solo para postergar la lucha de clases, ya que la conciliación con la burguesía solo se puede dar sobre las bases de la “paz social”. Es lo que el PT viene haciendo desde el golpe institucional de 2016. ‚Quién podría olvidar la huelga general del 28 de abril de 2017 contra la reforma laboral de Temer, cuya continuidad fue bloqueada por las centrales sindicales ligadas al PT? ¿O que haya pasado la nefasta reforma previsional en 2019 sin respuesta? El propio asesinato de Marielle Franco, de mestre Moa, ambos en 2018, o la de los ambientalistas Bruno Ferreira y Dom Phillips, en 2022, que ameritaban parar el país contra la extrema derecha, y que fueron ignorados por las centrales? Los ítems de la “Cartera Verde e Amarelo” -con la que el ministro de Economía Paulo Guedes busca precarizar el trabajo- que pasaron durante la pandemia de Covid-19 e incrementaron el infierno de la dictadura patronal, pasaron sin lucha. Ni hablar de los incontables ataques a la educación pública. La acción del PT a través de las direcciones de las centrales sindicales mayoritarias (CUT, CTB) y de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) fue paralizar el movimiento de masas ante los ajustes más nefastos de la extrema derecha. Se engañan los que piensan que una situación a la derecha no permitiría escenarios de fuerte lucha de clases. Estados Unidos en 2020, pleno gobierno de Trump, mostró el equívoco de esta tesis. El papel de las direcciones es fundamental para entender el momento.
Toda esta acción de contención de la dirección del PT, en coalición con Alckmin, Biden, el Supremo Tribunal Federal y el gran capital, es legitimada por la política de Resistencia. Es a ese gobierno Lula-Alckmin, en posesión del Estado capitalista brasileño, que Arcary y Resistencia relegan la tarea de combate al llamado fascismo, algo que “mejoraría” las condiciones de lucha de la clase trabajadora. Esa concepción socialdemócrata de Arcary, de que el Estado burgués actúe como instrumento contra los fascistas, es el último eslabón de una gran cadena de rupturas con el marxismo. Al contrario de ese rescate socialdemócrata de Arcary, el marxismo parte del presupuesto de que el Estado burgués es un órgano de opresión de las clases subalternas por el gran capital. En ese aspecto, en la medida de sus necesidades, se utilizan distintos vehículos de transmisión de su dominio, sea “democráticos”, sea “fascistas”, cuando son exigidos por la lucha de clases. En un país como Brasil, incluso variantes bonapartistas (o pre bonapartista) de derecha.
No les importa la estatización de los sindicatos y el poder de la burocracia sindical, ligada al Estado, para someter a la pasividad la necesaria organización y lucha de los trabajadores. Huyen de la lucha de clases como de la peste, y todavía aseguran las ilusiones generadas por el PT en la supuesta “seguridad estatal” de un “gobierno progresista” contra esa extrema derecha atroz que debe ser aplastada con el puño de la autoorganización y de un programa obrero que luche por la revocación (¡no “revisión”!) de todos los ataques económicos y sociales.
Hace seis años, cuando el MRT peleaba contra el golpe institucional de la derecha que destituyó a Dilma Rousseff, la corriente de Valério Arcary se encontraba en debates internos en el PSTU sobre cuestiones elementales de cómo posicionarse, a favor o en contra, frente a un golpe institucional de la derecha. El PSTU lamentablemente, como debatimos en incontables ocasiones, asumió una posición que se adapta a los golpistas en la medida que consideraba un paso adelante que la operación judicial Lava Jato sacara al PT del poder. Frente a semejante equivocación, la corriente de Valério Arcary dió un paso adelante en ese momento, asumiendo una posición elemental del marxismo contra ese tipo de golpes institucionales, lo que en sí mismo era solo el ABC del marxismo y no un gran avance, como la capitulación del PSTU hacía parecer. La situación era trágica, pero después de no haber participado de las manifestaciones contra el golpe, la corriente de Valério Arcary organizó una fiesta denominada “Hay que ganarle alegría al futuro”. Allí se profundizó un camino de alejamiento del marxismo revolucionario que se consolida con el papel vejatorio que esa corriente cumple en la actualidad. Su dilución en el petismo, en base al más frenético electoralismo, ya está teniendo consecuencias nefastas para esta corriente, que declara su “alegría” de manos dadas con los golpistas, neoliberales y reaccionarios del STF, de la Fiesp, de Febraban y un largo etcétera, ni que hablar de Alckmin y Biden. ¿Resistirá Resistencia? El futuro lo dirá y será implacable.
La historia brasileña e internacional, generalizada por la teoría marxista, deja grandes lecciones. Es imposible combatir a la extrema derecha y conquistar una relación de fuerzas favorable a los trabajadores a través de alianzas con la burguesía. Fue eso lo que la agrupación juvenil Faísca demostró en las distintas intervenciones en las universidades del país -como en la UnB en Brasília, en la Unicamp en Campinas, en la USP en San Pablo - dialogando con los estudiantes y transmitiendo una política firme de independencia de clases en el combate frontal al bolsonarismo, sin ningún apoyo político a la lista Lula-Alckmin. Como dijo Mariana Duarte en la USP, “La primera tarea de este momento es organizar la lucha contra la extrema derecha, y eso solo puede pasar por la vía de nuestra organización de base, por asambleas, paros, y por nuestros métodos de lucha”. Juliana Begiato, en la Universidad de Campinas, definió el espíritu de combate que debe llenar las discusiones: “El bolsonarismo va a seguir en Brasil como fuerza social, con la elección de figuras asquerosas como Damares, Mourão, Ricardo Salles, y nosotros necesitamos responder al bolsonarismo reaccionario en la lucha y con movilización sin alianza con la derecha; por otro lado, quedó claro que la conciliación de clases del PT con los patrones y los empresarios no sirve para derrotar al bolsonarismo. Necesitamos derrotar a la derecha con nuestras fuerzas, exigiendo a las centrales sindicales y a la UNE asambleas de base en las que podamos autoorganizar a los estudiantes con los trabajadores, por asambleas de base que deliberen un plan de lucha contra todos los ataques”.
Traducción: Isabel Infanta
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