A propósito de Antología (Esencial) de Manuel Sacristán Luzón (Bs. As., Ed. Marat, 2021), compilado y presentado por Ariel Petruccelli y Salvador López Arnal.
La publicación de este libro es una gran noticia para quienes se interesan por el marxismo. La introducción de los compiladores señala que tienen el objetivo de reparar una injusticia intelectual compuesta de dos circunstancias: la falta de una publicación de los escritos de Sacristán en la Argentina y el hecho de que es prácticamente desconocido incluso entre quienes reivindican el marxismo. Junto con un esbozo biográfico, los compiladores trazan una semblanza de Sacristán, sus preocupaciones teóricas y políticas y su modo de comprender el marxismo. Recomendamos leerla con atención, para conocer mejor al autor (sin duda singular).
La selección de textos (compuesta de artículos, transcripciones de conferencias y cartas) recorre algunos trabajos fundamentales para introducirse en la obra de Sacristán, que a su vez coinciden con problemas centrales de la teoría marxista.
Para un marxismo sin canonizaciones
La sección I, titulada “Marxismo crítico”, recoge tres textos. “La tarea de Engels en el Anti-Dühring” (1964) concentra varias preocupaciones teóricas de Sacristán a lo largo de toda su trayectoria político-intelectual. Concebido como un prólogo a la edición de la obra de Engels publicada en México por Editorial Grijalbo, este artículo parte de señalar que el propósito del co-fundador del materialismo histórico no había sido ofrecer una especie de manual o compendio de verdades comunistas, sino escribir una polémica contra una posición puntual. La utilización del texto como una obra canónica había sido una consecuencia ajena a las intenciones originales de su autor. Al mismo tiempo, Sacristán abordaba un tema fundamental para Engels, desde una perspectiva distinta pero no totalmente contrapuesta a la de aquel. Me refiero particularmente a la cuestión de la dialéctica y sus “leyes”, que Sacristán encontraba problemática por cierto carácter acrítico de la construcción teórica. En algunas ocasiones, Engels presentaba fenómenos específicos (físicos o químicos) como manifestación directa de las “leyes” de la dialéctica (como la negación de la negación o el salto de cantidad en calidad) y de esa forma caía en una visión difícilmente compatible con la ciencia moderna, en la que el propio Engels pretendía basarse o al menos estar acompasado con ella. Relacionado con esta cuestión, Sacristán señalaba un tema al que volvería posteriormente en diversas ocasiones: el comunismo implicaba no solamente una teoría o una construcción científica sino sobre todo una concepción del mundo, una opción política y en ese sentido el marxismo implicaba la unidad de diversas actividades intelectuales y político-prácticas en una concepción teórica que a su vez era parte de un movimiento político y social.
“De la dialéctica” (1973) corresponde a una conferencia dictada por Sacristán en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona. Comienza su exposición con una breve recapitulación de la cuestión de la dialéctica en los antiguos, comparando los enfoques de Heráclito y Platón. Mientras el primero pensaba en la dialéctica como algo propio de la realidad, el segundo la ubicaba como una cuestión central en el plano metodológico de la elaboración y explicación de las ideas. Esta diversidad de enfoques debe ser tenida en cuenta ya que continúa presente en los desarrollos posteriores del pensamiento dialéctico en sus diversas variantes. Agregaba Sacristán que la dialéctica en Platón tenía también un elemento moral, ya que, en la alegoría de la caverna, el acceso al conocimiento de las esencias planteaba el dilema de sostenerse mirando hacia la luz o volver a la oscuridad tranquilizadora. Posteriormente, Sacristán señalaba que iba a pegar un salto y retomar la cuestión desde la fundación de la dialéctica moderna, con Hegel, particularmente con su texto sobre la diferencia entre los sistemas filosóficos de Fichte y Schelling, en el que Hegel afirmaba que este –quien era en ese entonces su amigo– había logrado superar los límites del sistema kantiano, de los que Fichte había quedado prisionero. Aquí recordaba la controversia entre estudiosos de Hegel, sobre si su dialéctica surgió como producto de un intento de comprender las contradicciones de la sociedad capitalista (Lukács) o las del sistema kantiano (Merker), observando que en realidad ambas interpretaciones pueden ser complementarias, porque a Hegel le interesaban las dos cuestiones: pensar el problema de la sociedad capitalista (particularmente la escisión que surge entre individuo y comunidad y la división de clases al nivel en que llegó a conocerla) y el de la conformación de un sistema filosófico acorde a la nueva época. El intento de Hegel de restituir la Razón en la Historia generaba que en sus obras hubiera una extraordinaria combinación de material empírico y razonamiento arbitrario, por el intento de presentar un esquema que demostrase la racionalidad del desarrollo. La dialéctica de Hegel, producto de esta idea de la Historia como racional, como ideal, había tenido una gran eficacia en la historia político-cultural. Por un lado, había servido a un extremo conservadurismo, pero por otro había dado impulso a los movimientos revolucionarios, porque –siguiendo el comentario del poeta Heine– “todo la racional es real” se puede leer como “ha de ser real”. Por último, Sacristán encaraba la idea de que Marx había tomado el método y rechazado el sistema de Hegel o invertido la dialéctica hegeliana. Para él, esta era una interpretación unilateral. Retomando la crítica de la Filosofía del Derecho hegeliana (en la que Marx sostenía que Hegel transforma el sujeto en predicado o los sujetos reales en materialización de un sujeto abstracto, por ejemplo el Estado o la familia como encarnación del Espíritu), Sacristán señalaba que Marx afirmaba que Hegel distorsionaba no solo los hechos sino también las ideas. Esta crítica apuntaba entonces a que la racionalidad que expone Hegel no es interna a los hechos sino que es una racionalidad mística que les viene de afuera y en ese sentido, la discusión sobre la primacía de la práctica señalada en las Tesis sobre Feuerbach era tanto contra el materialismo contemplativo de Feuerbach como contra la combinación de tergiversación de la empiria y tergiversación de la idea que llevaba adelante Hegel. El texto se completa con la transcripción de la discusión posterior a la intervención de Sacristán, en la que surge el tema del “método dialéctico”. Sacristán señalaba que en su opinión no podía hablar de método dialéctico sino de aspiración dialéctica, cuestión ya planteada en el prólogo al Anti-Dühring y que será tema también del texto que completa esta sección.
“El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” (1978) es el texto correspondiente a una conferencia dictada por Sacristán en la Fundación Miró de Barcelona. En esa intervención, Sacristán busca indagar sobre la concepción de ciencia en Marx, señalando la confluencia en su pensamiento de tres concepciones: la science de raíz anglosajona, que Sacristán define por razones didácticas como “ciencia normal” (parafraseando de manera peculiar la expresión de Kuhn), es decir, la ciencia caracterizada por el método hipotético-deductivo y la contrastación experimental o algorítmica; la crítica, de filiación joven-hegeliana; y la “ciencia alemana” característica de la filosofía de Hegel, que intentaba reconstruir teóricamente el movimiento de la realidad y constituir al mismo tiempo un sistema que lo contuviera, resolviendo todas las contradicciones. El resultado de esta confluencia había sido una excepcional “ciencia histórico-social sui generis” que había empalmado a su vez con el movimiento social y político del proletariado. Sacristán consideraba que no se podía desmembrar la concepción de Marx, para elegir alguna de sus vertientes constitutivas sobre las otras, pero enfatizaba la importancia que había tenido la dialéctica hegeliana para el trabajo científico de Marx. Mientras la crítica joven-hegeliana se esforzaba al máximo por rebatir las concepciones teóricas, la filosofía de Hegel había tenido la vocación de reconstruir el “movimiento de la cosa”, es decir, de explicar (aunque de manera idealista) el proceso de la realidad en su totalidad. Cuando Marx había vuelto a leer la Ciencia de la Lógica en 1857, esa relectura le había permitido profundizar en la idea de que además de hacer crítica de la economía política debía reconstruir teóricamente el funcionamiento del sistema capitalista como tal. Aquí también aparece una aparente paradoja relacionada con la dialéctica: el “elemento más anticientífico” de su formación, fue el que más decididamente impulsó a Marx para hacer ciencia. De ahí que, a diferencia de otras lecturas, como la del Althusser de los años ´60, Sacristán considerara positivamente la influencia hegeliana sobre Marx. Esta influencia, sin embargo, tenía para Sacristán ciertas consecuencias secundarias negativas sobre el pensamiento de Marx. Una de ellas era cierta tendencia a los paralogismos, producto de la sobreabundancia argumentativa (en términos de Sacristán, la “redundancia de la dialéctica”) provocada por la búsqueda de exponer la explicación en términos de un “todo artístico”. La otra surgía de que, al privilegiar la explicación del “movimiento de la cosa” proclamando la oposición a los “conceptos fijos”, Marx había subestimado que trabajaba con conceptos y modelos teóricos. Sacristán señalaba que el “método” de Marx no podía entenderse en términos de un procedimiento aprendible por cualquiera (utilizaba la expresión “truco aprendible”, parafraseando la chicana de Hegel contra Schelling) y priorizaba, al igual que en el prólogo del Anti-Dühring, la definición de la dialéctica en términos de un procedimiento intelectual tendiente a la totalización. Pensando esta relación entre vocación científica positiva, crítica teórica y elaboración filosófica, Sacristán señalaba que Marx, al igual que Aristóteles y otros grandes pensadores, había sido un científico autor de su propia metafísica. Aclaremos, de paso, si bien Sacristán no lo explicitaba abiertamente, que el término “metafísica” no tenía el mismo sentido en que Engels había usado muchas veces la expresión “metafísico” (como un análisis rígido o abstracto) sino el sentido de una conceptualización filosófica que va más allá del análisis de hechos puntuales o de las teorías abocadas a explicar procesos específicos, en el mismo sentido de la totalización dialéctica que unifica ciencia, política y concepción del mundo o valores.
Estas intervenciones sintetizan bien la perspectiva de Sacristán respecto de las relaciones entre ciencia, filosofía y marxismo. Mientras defiende el carácter científico del marxismo, pone límites a su identificación sin más como una ciencia, destaca su peculiaridad, derivada de ser al mismo tiempo una concepción filosófica, ética y política y un movimiento social.
Hacia un enfoque comunista de la cuestión ecológica (y viceversa)
La sección II se llama “Renovaciones” y consta de dos textos referidos a la cuestión ecológica. El primero de ellos es “Comunicación a las Jornadas de Ecología y Política” (1979). En esta intervención, Sacristán señalaba la importancia de captar en toda su profundidad la relación problemática entre el carácter social y creador de una realidad artificial de la especie humana y sus condicionamientos naturales. Esto implicaba, para la tradición marxista (o mejor dicho las diversas tradiciones, en la medida en que sostuvieron tal imagen onírica), que la revolución social no conlleva la solución automática de todos los problemas y que la relación entre la sociedad y la naturaleza se presenta como una dialéctica abierta. En este contexto, Sacristán rescataba la idea de Marx de que toda fuerza productiva bajo el capitalismo es a su vez una fuerza destructiva, idea mucho más vigente en el marco del agravamiento de la crisis ecológica. Para pensar una salida a esta crisis, era necesaria una práctica política que cuestionara las tendencias corporativistas en el movimiento obrero, que terminaban solidarizándose con el capital. La tarea del sujeto revolucionario no podía ser, como había imaginado cierto marxismo productivista –especialmente el estalinismo– “liberar las fuerzas productivas” entendida esta expresión como dar rienda suelta a un industrialismo y productivismo indiscriminados. Habiendo planteado este punto de vista, Sacristán polemizaba con Rudolf Bahro, que proponía reemplazar a la clase obrera por los intelectuales como sujeto revolucionario. Contra la posición de Bahro, Sacristán señalaba que la clase trabajadora seguía siendo el sujeto revolucionario, no solamente por su rol en la economía capitalista sino también porque en ella descansaba la continuidad de la especie. También debatía con el comunista alemán Wolfgang Harich, quien proponía un “comunismo sin crecimiento” como solución a la crisis ecológica, que imaginaba posible imponer de modo autoritario.
El segundo texto es “Algunos atisbos político-ecológicos en Marx” (1983) y corresponde a la transcripción de una conferencia dictada en el L’Hospitalet de Llobregat (ciudad trabajadora pegada a Barcelona). Sacristán señalaba que los problemas ecológicos eran problemas políticos y no ideológicos y que tenían un carácter internacional. Daba como ejemplo los problemas que había generado a los países escandinavos la limpieza del cielo de Londres a través del desplazamiento o elevación de la emisión de polucionantes. Este carácter internacional de la problemática ecológica cuestionaba la organización burguesa de la política basada en los Estados nacionales. Para indagar en el tratamiento de este tema en la tradición marxista, Sacristán volvía sobre los atisbos presentes en el pensamiento de Marx y Engels. El primer aspecto que señalaba era el tratamiento de las condiciones de vida de la fuerza de trabajo, tanto de la clase trabajadora industrial como agrícola y de las masas populares más en general. Definía Sacristán esta cuestión como un asunto de “ecología humana” al que se ligaba la reflexión de Marx sobre la depredación de la fuerza de trabajo mediante la extracción de plusvalía, en un paralelismo explícito con la depredación de la tierra, generada por el mismo afán de explotación. El estudio de las estadísticas militares centroeuropeas relativas a la estatura y condiciones físicas de los conscriptos así como de los “Libros Azules” [1] del gobierno inglés era parte de este interés de Marx por la cuestión. Pero además de la “ecología humana” ligada a las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, Marx había tomado en consideración los problemas de la vivienda y la alimentación, en este último tema denunciando la práctica de adulteración de alimentos, que obedecía también al objetivo de abaratar la fuerza de trabajo. Por último, Sacristán destacaba las reflexiones de Marx y Engels sobre la necesidad de terminar con la organización en grandes centros urbanos bajo el socialismo. Señalaba que estos atisbos no habían tenido continuación casi en la tradición marxista, con excepción de Kautsky y su preocupación por los problemas demográficos y Sergei Podolinsky, que había reflexionado sobre la relación entre la teoría del valor-trabajo y la segunda ley de la termodinámica, retomando ciertos punto de vista naturalistas de Marx que mostraban la contradicción entre la producción capitalista y la posibilidad de una relación armónica entre sociedad y naturaleza. Cerraba su intervención indagando sobre las contradicciones de los planteos del propio Marx entre estos atisbos y la idea de que la historia “avanza por el lado malo”, que Sacristán consideraba directamente inspirada por la filosofía hegeliana de la historia.
Las reflexiones de Sacristán en estas conferencias lo muestran como un precursor del tratamiento de la cuestión ecológica en el marxismo, al mismo tiempo que sirven para rediscutir en qué medida en la tradición marxista existían elementos para pensar la problemática ecológica, cuestión confirmada por estudios posteriores que han profundizado muchos de los elementos señalados por Sacristán y han planteado otros.
Ciencia sin cientificismo
La sección III es “Ciencia, Política de la Ciencia”. El primer trabajo de la sección es “Reflexión sobre una una política socialista de la ciencia” (1979), que corresponde a una conferencia dictada por Sacristán en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Señalaba que la cuestión de la política de la ciencia era un problema de resolución práctica, pero de dominio filosófico (por las aristas de discusión que ponía en juego) y que no era un problema estrictamente científico sino de metaciencia, es decir de una reflexión sobre la ciencia. Distinguía Sacristán dos maneras de enfocar la cuestión de la ciencia desde el punto de vista filosófico. Una era epistemológica, es decir, aquella reflexión que buscaba analizar las relaciones de la ciencia con la cultura desde diversas ópticas, que iban desde quienes consideraban a la ciencia una forma de alienación hasta quienes consideraban, como los neo-posivistas, que el análisis lógico del lenguaje superaba para siempre la metafísica, pasando por posiciones más equilibradas que pensaban los nexos entre ciencia y cultura de manera más interconectada. La otra posibilidad de abordaje de la cuestión tenía que ver con el enfoque ontológico, dentro del cual a Sacristán le interesaba discutir el más pesimista, con el cual ya se había topado anteriormente y al que le había dedicado su tesis doctoral: Heidegger, que asociaba la ciencia con la tecnificación y la “explotación del ente” pero terminaba en una tentativa de “salvar el pensamiento cientìfico” al igual que el filósofo Theodore Roszak, autor de El nacimiento de una contracultura. Sacristán afirmaba que, aunque la cuestión epistemológica iba a ser siempre importante, perdía peso en ese momento frente al enfoque ontológico. Haciendo una relectura materialista de la cuestión heideggeriana de la “explotación del ente”, Sacristán señalaba que en el momento actual del capitalismo, el problema principal de la ciencia pasaba por los efectos destructivos que el uso de los avances científicos podía tener contra la especie humana. Nuestra especie era excesiva, capaz de excederse hasta la autodestrucción en su relación con la naturaleza. Pero eso no aplicaba solamente a la técnica moderna sino a las más variadas formas sociales (sin desconocer el mayor potencial destructivo de la técnica y la ciencia contemporáneas). Contra cualquier idealización romántica del pasado y contra las concepciones productivistas y consumistas, una política socialista de la ciencia tenía que privilegiar la educación por sobre la investigación, contribuir a la disminución del consumo y priorizar la investigación básica por sobre la aplicada, los aspectos contemplativos por sobre los instrumentales, los descriptivos por sobre los teóricos y el desarrollo de tecnologías ligeras acompañado por la eliminación de producción nociva y superflua. Condición para estos desarrollos era la sustitución del poder de la clase dominante por un poder igualitarista. En la conversación posterior a la intervención de Sacristán se plantean diversas preguntas sobre la cuestión del naturalismo en la izquierda, el rol de la clase trabajadora para la implementación de una política de este tipo y las polémicas con la posición de Wolfgang Harich, a la que ya hicimos referencia.
Completa esta sección “La función de la ciencia en la sociedad contemporánea” (1981), que corresponde a un conferencia realizada por Sacristán en el Instituto Nacional de Bachillerato Boscán de Barcelona. Sacristán analiza un dossier preparado por el Instituto, en el que se mencionan diversos hechos relacionados con la ciencia, desde las bombas atómicas hasta los satélites, y señala que efectivamente los desastres del siglo XX estaban relacionados con la utilización de los avances científicos. ¿Cuál era el lado positivo? Los avances en ordenadores y microprocesadores aplicados a la producción y los servicios ampliaban enormemente las posibilidades de automatización y por ende de conquista de tiempo libre, planteando la promesa de la liberación material de la humanidad. Esta vinculación entre ciencia y tecnología era característica de la ciencia moderna, así como la teoría operativa en vez de la contemplativa, con lo cual la ciencia moderna era en definitiva una “fuerza productiva”. Esto implicaba que simultáneamente era una fuerza destructiva, como los ejemplos de las bombas atómicas dejaban claro. Esta característica hacía que la ciencia tuviera una relación muy particular con el poder político y económico, lo cual se manifestaba en las relaciones estrechas con los grandes grupos económicos, la asignación de recursos para la investigación volcada al desarrollo armamentístico o experiencias como las de la “revolución verde” que ampliaban de manera extraordinaria la producción agrícola al precio de la contaminación y el agotamiento del suelo. La automatización, en manos del capitalismo, se podía utilizar como medio de fomentar la desocupación. No obstante, el potencial destructivo de una mala utilización de la ciencia, para Sacristán, no surgía exclusivamente del capitalismo, sino que era potenciado por este. Señalaba que la solución pasaba por una mayor racionalidad, pero una racionalidad integral, no solamente instrumental o técnica. En la conversación posterior, Sacristán retoma algunos de estos temas, planteando precisiones.
Ambas intervenciones muestran el enfoque de Sacristán sobre la cuestión de la ciencia y su relación con el socialismo. Tanto contra las visiones románticas como contra las productivistas, abogaba por un desarrollo de la ciencia enfocado en las necesidades sociales contra la ganancia capitalista, la búsqueda del tiempo libre y una relación equilibrada entre sociedad y naturaleza.
Ni estalinismo ni eurocomunismo
La sección IV, dedicada a la “Política comunista”, reúne dos textos que expresan las críticas de Sacristán al eurocomunismo y el estalinismo. En “A propósito del eurocomunismo” (1977), examina la orientación asumida por los partidos comunistas de Europa occidental en la segunda mitad de los años ’70, señalando que si bien podía contener un aspecto de análisis realista basado en el retroceso de la revolución internacional, consistía en un abandono liso y llano de cualquier política de confrontación con el capitalismo, al presentarse como una vía evolutiva o pacífica al socialismo. En el mismo sentido en que había rechazado la política de Carrillo [2], Sacristán afirmaba que rechazar el reformismo no implicaba en lo más mínimo forzar los análisis para presentar como que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Su criterio principal era “no engañarse y no desnaturalizarse”: no inventar supuestas vías graduales al socialismo, lo cual llevaba a aceptar el capitalismo en vez de luchar contra él, ni tampoco empeñarse de manera irracional en sostener la inevitabilidad del comunismo. La posición de Sacristán era que había que sostener una práctica ligada estrechamente a la lucha de clases, de manera independiente y contra cualquier tipo de alianza con la burguesía.
En “Sobre el estalinismo” (1978) Sacristán recapitulaba sobre el significado histórico del estalinismo, caracterizándolo por tres aspectos esenciales: la concentración del poder, la represión como práctica permanente y la utilización del nacionalismo ruso. El estalinismo había elevado a “teoría” ciertas prácticas (como la prohibición de las fracciones en el X Congreso del PC(b)), dictadas por necesidad en épocas de Lenin, deformando a su vez el socialismo, que pasaba a ser entendido como tecnificación o “estatalización”. Señalaba Sacristán que el “socialismo en un solo país” era una idea absolutamente ajena a la tradición marxista y que en lugar de una “acumulación primitiva socialista” (como la imaginada por Preobrazhensky) en la URSS había tenido lugar una acumulación primitiva capitalista en favor de “una nueva clase” o “un nuevo grupo” o “agrupación de personas” que eran los funcionarios del Estado y del partido. Desde el punto de vista de la caracterización de la URSS, estas definiciones dejaban bastantes lagunas. ¿Consideraba Sacristán que la URSS representaba un régimen de capitalismo de Estado? No queda del todo claro en su intervención, pero parecería inclinarse por una postura de ese tipo. Estas cuestiones implicarían toda una discusión más de fondo sobre elaboraciones teóricas respecto de las contradicciones de la URSS y las sociedades de transición de los años de posguerra y al mismo tiempo sobre el programa frente al fenómeno de la burocratización. Sacristán no sistematizó un posicionamiento detallado en términos teóricos generales sobre estos temas, sino que intervino con definiciones puntuales o concretas según las situaciones. Por ejemplo, la política que había sostenido en apoyo de la Primavera de Praga partía de la defensa de las conquistas económico-sociales generadas por la expropiación del capitalismo, a las que sumaba la importancia de los consejos de fábrica y la democratización de las decisiones políticas. Esta posición era objetivamente contraria a la caracterización de la sociedad de transición como “capitalismo de Estado”. En este caso, diez años después de la represión de la Primavera de Praga, apuntaba a señalar que el estalinismo había implicado una ruptura con cuestiones fundamentales de la tradición marxista y que había generado un régimen burocrático y dictatorial que continuaba “atenuado” hasta ese momento en la URSS. Pero, para Sacristán, la crisis terminal del estalinismo abría la posibilidad de que resurgiera la consciencia revolucionaria en el movimiento obrero. El texto viene acompañado de la transcripción de la discusión posterior, en la que intervienen Wilebaldo Solano, en ese momento secretario general del POUM [3] y otros asistentes, entre ellos algunos defensores del estalinismo. En esa discusión, Sacristán señala, entre otras cuestiones, que bajo el estalinismo no hubo nunca dictadura del proletariado, sino una dictadura sobre el proletariado, y que por eso quien adhiere al marxismo tiene que estar por la dictadura del proletariado pero contra el estalinismo.
En estas intervenciones de fines de los años ’70, se sintetiza un posicionamiento de Sacristán que destaca por comparación con amplias camadas de intelectuales que por los mismos años se pasaron a la defensa lisa y llana de la democracia burguesa o al “anti-totalitarismo” de tipo reaccionario. Mantuvo su crítica del reformismo y su defensa del comunismo al mismo tiempo que intentó trazar un balance crítico del estalinismo. En sus posicionamientos también hay un trasfondo que tiene que ver con la relación entre la política, la militancia en el plano social y la lucha ideológica. Sacristán pensaba, en base a su larga experiencia en el PSUC y el PCE, que junto con la participación directa en la lucha de clases (incluyendo las luchas sociales antes mencionadas del feminismo, el ecologismo, contra la guerra, etc.) era necesario promover formas de agrupamiento que demostraran en la práctica que se podía defender valores alternativos a los de la sociedad capitalista. En este marco, señalaba la importancia de promover una “cultura comunista” no como si fuera posible imponerla sobre el conjunto de la sociedad antes de la revolución, sino como práctica de las clases y sectores subalternos que constituía un punto de apoyo necesario para cualquier tipo de transformación revolucionaria.
Defensa del realismo revolucionario en todos los frentes
La sección V reúne dos cartas de Sacristán. La primera está dirigida a Luis Maruny (1968) y se dedica a discutir en profundidad la propuesta de este sobre poner en pie una escuela de “sociología dialéctica”, frente a la cual Sacristán señalaba los peligros de caer en una visión ideológica –en sentido de falsa consciencia– de la ciencia, que pretendía establecer una superioridad respecto de la ciencia burguesa por la mera apelación a la dialéctica, lo cual implicaba una similitud con las viejas concepciones estalinistas de “ciencia burguesa y proletaria”. Contra esta posición, Sacristán señalaba que la ciencia era una producto sobre-estructural y que como tal estaba ligada a posiciones ideológicas así como a una organización subordinada al carácter clasista de la sociedad, pero que esto no podía justificar liquidar la división entre ciencia y pseudociencia ni los criterios básicos de construcción y comprobación de los conocimientos teóricos que la ciencia había generado en su larga historia. Esta posición, contraria a las “epistemologías de parte”, resulta de mucha actualidad frente a las posturas posmodernas, posmarxistas y decoloniales [4].
Cierra esta última sección una carta dirigida al preso político Félix Novales, militante del GRAPO, quien se encontraba detenido en la cárcel de Soria, fechada el 24 de agosto de 1985, tres días antes de la muerte de Sacristán. En esa carta, hablando del realismo o falta de realismo en la izquierda, Sacristán sintetiza muy bien varias de las cuestiones sobre la relación entre política cotidiana y defensa de los grandes objetivos que siempre caracterizó sus reflexiones. Vale la pena citarlo:
Si tú eres un extraño producto de los 70, otros lo somos de los 40 y te puedo asegurar que no fuimos mucho más realistas. Pero sin que con eso quiera justificar la falta de sentido de la realidad, creo que de las dos cosas tristes con las que empiezas tu carta –la falta de realismo de los unos y el enlodado de los otros– es más triste la segunda que la primera. Y tiene menos arreglo: porque se puede conseguir comprensión de la realidad sin necesidad de demasiados esfuerzos ni cambiar de pensamiento; pero me parece difícil que el que aprende a disfrutar revolcándose en el lodo tenga un renacer posible. Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente.
Posiciones de este tipo nos sirven para entender por qué Santiago Carrillo –en uno de los videos documentales de “Integral Sacristán”– definió a Sacristán como un “intelectual puro” que no entendía cuestiones tales como “separar a los ultras de los moderados dentro del franquismo” y por tanto como alguien inhábil para los asuntos políticos. Para Sacristán, ese tipo de “realismo político” –que llevaba incluso a abdicar no ya de las reivindicaciones socialistas, sino incluso de las más módicas reivindicaciones republicanas– era una ideología subalterna de la política burguesa, tal como lo había señalado en su crítica del eurocomunismo.
La conjunción de ambas cartas arroja un saldo que pinta bastante completo al personaje y reúne en dos textos las diversas cuestiones planteadas en los anteriores. En el plano teórico, una equilibrada combinación de materialismo científico y totalización dialéctica. En el político, ninguna representación ideológica de la revolución como una especie de acontecimiento mesiánico que pueda realizarse por fuera de los sujetos implicados en ella, al mismo tiempo que una oposición frontal al reformismo que conduce a la aceptación de esta sociedad. Siempre, un compromiso con la verdad.
Comentarios finales
Personalmente, me hubiera gustado ver incluidos algún texto específico de Sacristán sobre la Primavera de Praga (aunque el tema aparece en la introducción y en la conferencia sobre el estalinismo) y alguno sobre Gramsci (aunque la impostación gramsciana tiene sus ecos aquí y allá en el conjunto de los textos elegidos también). El proceso checoslovaco marcó a fuego la experiencia de Sacristán y su mirada sobre el estalinismo. Gramsci, humana y políticamente, le impactó muchísimo, además de que Sacristán realizó lecturas originales de su pensamiento. Pero, más allá de estos dos aspectos puntuales, esta antología tiene todos los elementos para cumplir la tarea que se propone: dar a conocer el pensamiento de Sacristán en sus principales aristas, para rescatarlo del desconocimiento o el olvido. Es una gran iniciativa editorial que merece ser difundida, al igual que el pensamiento de Manuel Sacristán Luzón, para ver en qué medida podemos apoyarnos en sus ideas frente al desastre al que nos está llevando el capitalismo hoy.
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