Después del primer turno de las elecciones presidenciales en Francia, los resultados prometedores de la Unión Popular que casi llega a la segunda vuelta, han generado una nueva esperanza en el decaído espacio neo-reformista a nivel internacional. Después de la traición histórica de SYRIZA en Grecia, el fuerte retroceso de Jeremy Corbyn dentro del Labour Party en Gran Bretaña luego de la votación del Brexit, la sumisión de Bernie Sanders a la dirección neoliberal del Partido Demócrata del actual presidente Biden, así como los límites insuperables de PODEMOS en la coalición con el PSOE en el Estado Español que llevaron a la renuncia de su líder Pablo Iglesias, Melenchón es el último cartucho de la experiencia política “populista de izquierda” que contra la ley de gravedad que impera sobre estos movimientos deberá luchar contra grandes obstáculos si quiere arraigarse durablemente.
Es indudable que después del primer turno de las elecciones presidenciales francesas donde la Unión Popular obtuvo un 21,95% de los votos emitidos [1], Jean Luc Mélenchon está en una posición de fuerza. Como dice la principal editorialista política de Le Monde a días del primer turno, Françoise Fressoz:
El tercer lugar no es el más cómodo en el sistema electoral francés que, desde las elecciones presidenciales hasta las legislativas, pretende favorecer la bipolarización de la vida política. François Fillon, que la ocupó en 2017, desapareció del radar; François Bayrou, que se había alzado con ella en 2007, solo pudo cumplir su proyecto uniéndose a Emmanuel Macron diez años después. Esta vez, sin embargo, Jean-Luc Mélenchon puede esperar contar mucho más que cualquiera de sus predecesores [2].
Esta nueva relación de fuerzas en la que se han constituido tres polos más o menos similares en el campo político, uno neoliberal autoritario en torno de Enmanuel Macron, otro neoliberal identitario en torno a la extrema derecha de Marine Le Pen y un tercero de la izquierda neo-reformista, le otorga un mayor margen de maniobra tanto en la política nacional como en el campo de la izquierda. A nivel de la política nacional, su proposición emitida en la cadena BMFTV antes del segundo turno electoral del pasado domingo de que los votantes lo declaren primer ministro en las próximas elecciones legislativas de junio ha generado un enorme revuelo. A nivel de la izquierda, confortado ahora en su posición casi hegemónica, ha lanzado un llamado al centroizquierdista y pro mercado Europa Ecología-Los Verdes, al social-chovinista Partido Comunista Francés e inclusive al NPA en la extrema izquierda detrás de “el objetivo concreto [es] construir una nueva mayoría gubernamental, es decir, una mayoría política en la Asamblea Nacional... Su base debe ser un programa común compartido: El futuro en común”. Este programa no es anticapitalista ni mucho menos revolucionario [3], sino el de un gobierno de izquierdas en el marco del capitalismo. La operación política, calificada por algunos como una fusión hostil, quiere absolutamente que todo el mundo se ponga detrás de la “unión popular”, cuya etiqueta debería estar en todos los volantes junto a la cara de Jean-Luc Mélenchon. En el marco del fuerte debilitamiento de las otras fuerzas de izquierda luego del primer turno electoral, las ambiciones de los demás partidos se limitan a intentar conservar sus diputados, así como la financiación pública en función del número de votos obtenidos en las elecciones legislativas, cuestión para nada secundaria para una organización como EELV que quedo superendeudada. Tan es así, que el social-liberal Partido Socialista cuya candidata presidencial saco un increíble 1,75 % ha decidido también sumarse a las negociaciones, a pesar de la negativa “definitiva” de la líder de los diputados de la LFI, Mathilde Panot, quien había afirmado que no habría discusiones con el PS. Pero nada es definitivo en las maniobras electorales de estos viejos zorros de la política y el martes pasado las dos formaciones se encontraron. Peor aún, Manuel Bompard, el negociador de LFI, salió rápidamente a lavarle la cara a su eventual partenaire: “Está claro que hay un deseo de mostrar una ruptura con el historial de François Hollande. A decir verdad, no teníamos la impresión de estar discutiendo con el mismo Partido Socialista que hace dos o tres años”. Esta reunión y esas declaraciones han puesto incómoda a la dirección del NPA que al principio había puesto una línea roja en la delimitación con los social-liberales (¿y por qué no con EELV?), pero que a pesar de esto prosigue aun las discusiones con los partidarios de Melenchon. Más importante, un acuerdo a carácter fuertemente politiquero donde el PS o más probablemente un sector de los mismos no se comprometa a nada serio programáticamente solo para aprovecharse del peso que este aparato moribundo socialdemócrata aún conserva en las regiones, marcaría un giro a la derecha de la retórica de la UP en la última campaña electoral en relación al social liberalismo, que puede causar decepción en su propio electorado popular.
Al momento de escribir este artículo, no sabemos si las discusiones bilaterales entre las distintas fuerzas de izquierda llegarán a un éxito. Aparentemente después de un inicio favorable, la dinámica parece haberse tensado con EELV, que teme quedar totalmente diluida detrás de un proyecto al que denunció abiertamente durante las presidenciales. Su candidato presidencial, Yannick Jadot, salió con los tapones de punta, afirmando que “No funcionará”, negando que Mélenchon se haya convertido en el líder de la izquierda a pesar de sus resultados en la primera vuelta. Por otro lado, otra ala de este partido sigue presionando por un acuerdo. La realidad es que los objetivos ambiciosos del líder de la UP que afirma que la izquierda puede tener el poder constituyen una gran ilusión, por no decir una gran ficción. En primer lugar, súbitamente el candidato de la UP encontró que en la ultra presidencialista V República ahora el verdadero poder está en el primer ministro y no en el monarca presidencial. Esto es un fraude abierto por no decir una traición a la lucha democrática contra este sistema antidemocrático por parte de alguien que había hecho de la necesidad de una VI República una marca de fábrica. Y, en segundo lugar, aunque matemáticamente posible, es altamente improbable que un polo de izquierda alcance una mayoría absoluta parlamentaria [4]. Mucho más plausible seria la posibilidad de un bloque de izquierda considerable pero minoritario, que podría llegar a ver multiplicada su influencia en caso de que el macronismo no logre como en 2017 la mayoría absoluta y deba recurrir a alianzas para aprobar las leyes. Tomando en cuenta la debilidad y la falta de mística con la que logró Macron su reelección, podría ser más probable como posibilidad, aunque para nada totalmente asegurada ya que constituiría la primera vez desde la instalación del quinquenato que un presidente recién electo no logra una mayoría absoluta. Este último escenario, más favorable a la izquierda, presupondría la existencia de varios triangulares electorales con la extrema derecha que llegó primero en muchos distritos en la primera vuelta de las presidenciales, según las proyecciones electorales que hacen algunos expertos. En estos casos, las fuerzas de izquierda y el macronismo deberían hacer frente al dilema de un “frente republicano” mutuo retirándose uno de ellos para estar seguros de ganar en la segunda vuelta, decisión políticamente costosa para ambos campos políticos y por ende aun incierta. La realidad es que la operación de Mélenchon sobre todo lo que busca es mantener a sus votantes movilizados (y por tanto ilusionado en el llamado tercer turno electoral de las legislativas, un camino institucional opuesto por el vértice al tradicional tercer turno social en las calles que siempre levantaron las fuerzas que se reclaman del movimiento obrero) a su electorado juvenil y de los barrios populares uno de los que más se abstiene en este tipo de elecciones [5]. En 2017, sus siete millones de votantes abandonaron entonces masivamente los colegios electorales y muchos candidatos de la FI fracasaron al final a las puertas de la segunda vuelta, dilapidando una parte considerable de su capital electoral [6].
Es evidente que en las próximas semanas se juega mucho para la UP. Es evidente que su suerte no será la misma si sus ambiciosas apuestas electorales se concretan en lo esencial o si –aunque en una menor medida que en las anteriores legislativas– sale de este “tercer turno electoral” con un resultado mediocre. Pero sea cual sea su suerte en la coyuntura, la UP se chocará con ciertos límites estructurales que ponen serios interrogantes de su futura consolidación perenne en el panorama político francés y el riesgo que termine como alguno de sus socios en América o Europa.
Las fuerzas y debilidades del movimientismo
El melenchonismo es sobre todo una maquinaria electoral fenomenal, en especial en tiempos presidenciales donde las cualidades de Mélenchon como tribuno resaltan frente al resto de los políticos tradicionales franceses. Lanzado tempranamente a la campaña presidencial en noviembre de 2020 y arrancando desde una base importante pero aún modesta, poco a poco sus fortalezas fueron cobrando paso. Roger Martelli, intelectual y antiguo militante del PCF, lo resume de la siguiente manera:
Gradualmente, el líder de la Francia Insumisa, rebautizado como la “tortuga sagaz”, tomó la delantera sobre el resto de la izquierda, como Macron pudo hacer en la derecha y Le Pen en la extrema derecha. Su innegable talento oratorio, su fortaleza de carácter en la adversidad, una confianza inquebrantable en su destino, una dosis de desparpajo inigualable, una estructura adaptada a su objetivo (la “unión popular”), una notable ocupación de la esfera cada vez más decisiva de las redes sociales y un programa sólido, continuando el construido en la izquierda de la izquierda desde principios de los 2000… [7].
Pero a diferencia de los partidos obreros reformistas del siglo XX, el melenchonismo no tiene estructuras estables como las que tenían el PCF o el PS, en las regiones obreras del norte de Francia o región parisina, el llamado cordón rojo. Tal circunstancia no debe nada al azar, sino que es una consecuencia del giro a una estrategia neo-reformista o populista de izquierda, donde las referencias de clase -mismo si son utilizadas de forma simbólica en algunas ocasiones- no son más el hilo conductor. Como dice el mismo Jean Luc Mélenchon en relación a la FI, su anterior organización antes de las recientes elecciones:
Es un movimiento. No queremos ser un partido. El partido es la herramienta de la clase. El movimiento es la forma organizada del pueblo. Se trata de articular el movimiento, su forma y su expresión: la red. Sé que no es obvio de entender para los políticos de alto nivel que llevan sus viejos guiones de los años sesenta, pero el objetivo del movimiento France Insoumise no es ser democrático sino colectivo. Se niega a ser divisivo, quiere ser inclusivo. No tiene nada que ver con la lógica de un partido. Además, debe ser un organismo útil. Así que los compañeros distribuyen alimentos, van a buscar ropa, ayudan a la gente a solicitar las prestaciones sociales a las que tienen derecho. Y para el resto, el movimiento sólo hace campaña. Por eso, cuando la gente nos pregunta dónde está el liderazgo, puede sonar extraño, pero no lo hay. Nuestros observadores están encerrados en una visión binaria que opone verticalidad y horizontalidad. Pero el movimiento no es ni vertical ni horizontal, es gaseoso.
La consecuencia de esta organización movimientista es la devaluación consciente de la militancia al mismo tiempo que se le otorga carta blanca al líder para dirigir al movimiento a su gusto y manera. Como explica correctamente Manuel Cervera-Marzal, sociologue et auteur de Le populisme de gauche - Sociologie de la France insoumise (El populismo de izquierda – Sociologìa de la Francia Insumisa):
Así, la desvaloración de la militancia se lleva a cabo desde arriba, en beneficio de un líder omnipotente, y desde abajo, en beneficio de los cientos de miles de afiliados cuya voz, en las consultas internas, pesa tanto como la de los militantes sobre el terreno. El integrante de la Francia Insumisa tiene pocos deberes y muy pocos derechos. El movimiento permite un compromiso a la carta, que puede terminarse en cualquier momento [8].
En la campaña que viene de terminar jugando a fondo su papel de futuro presidente, Mélenchon ha hecho una utilización desmesurada de la personalización de esta elección y de su función, una personalización que se corresponde también con el carácter “gaseoso” de su movimiento, es decir sin ninguna estructuración democrática. Aunque, a diferencia de 2017, el propio Mélenchon puso en pie el Parlamento para la campaña de la Unión Popular, con el objetivo de jugar el papel de puente entre su candidatura y los movimientos sociales, este no tuvo ningún poder decisorio ya que todo lo importante pasaba por el candidato a presidente.
La consecuencia de la estructura organizativa de esta fuerza política, que es óptima en los períodos de campaña presidencial, crea una toda una serie de problemas cuando este período intenso finaliza, incluso en el terreno electoral. Así, en general, France Insumise tuvo un mal desempeño en las elecciones locales y regionales durante el mandato de Macron, en detrimento de los candidatos de izquierda social-liberal ya sea del PS o de EELV. Pero sobre todo impide un trabajo de construcción y estructuración, una acumulación de fuerza orgánica en la realidad. Como dice el sociólogo Didier Eribon, que apoyó la campaña de Mélenchon,
Cuando los actos, las manifestaciones, las elecciones se detienen, hay que mantener la movilización en lo "pratico-inerte", según la expresión de Sartre, recordada por Geoffroy de Lagasnerie en Salir de nuestra impotencia política: es decir, en la vida cotidiana, en el lugar de trabajo, en los barrios, etc. [9].
Las conjeturas sobre la posible creación de una estructura de partido más formalizada para la Unión Popular con la perspectiva de convertirla en una parte más duradera del panorama político, capaz de generar organización y arraigo en el tiempo, no solo son conjeturas por el momento como ejemplifica el golpe mediático del propio Mélenchon anunciando su objetivo de ser primer ministro a pocos días que parecía que iba a dejar paso a las nuevas generaciones, sino fundamentalmente se chocan a teorizaciones y prácticas políticas muy arraigadas en este espacio político en especial de su fracción dirigente. En todo caso, lo que hizo la fuerza de los partidos obreros reformistas en el pasado, antes de que esta fuerza fuera devorada y dilapidada por los años de gestión del sistema capitalista en especial después de la ofensiva neoliberal, fue la red de miles de militantes implantados en las empresas y los barrios de la que el melenchonismo carece casi por completo.
Las tendencias a la profesionalización del bloque parlamentario y el riesgo de todo parlamentarismo
Es conocido en la historia del movimiento obrero y en especial de su organización más fuerte a comienzos del siglo XX, la socialdemocracia alemana como la fracción parlamentaria al Reichstag (parlamento) tenía el poder de decisión ideológico y táctico sobre los destinos y las tareas del partido. Sin que esta tenga ni por las tapas las fortalezas de la forma partido que tenía esta organización, sin embargo, si tiene todos sus defectos. Como dice Manuel Cervera-Marzal:
La estructura bicéfala de la FI y la forma en que, tras las elecciones legislativas de 2017, el grupo parlamentario tomó de facto el control del movimiento, recuerda lejanamente a la Sección Francesa de la Internacional de los Trabajadores (SFIO) de la Belle Époque. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, debido a su progreso electoral, el grupo parlamentario socialista, bajo la dirección de Jean Jaurès, pasó a dominar el partido. Esto llevó a un debate sobre si los diputados socialistas debían estar sujetos a un mandato imperativo del partido que los había investido como legisladores [10].
Esta tendencia parlamentarista va a profundizarse en las próximas legislativas sea cual sea el resultado final, es casi seguro que la UP tendrá más diputados que la FI. En teoría, la estrategia consiste en estar presente en las calles y en las urnas. En la práctica, esto último pesa más que lo primero. Ya sabemos las consecuencias que tiene esto para la política. En 1918, Rosa Luxemburgo sacaba este balance amargo de su vieja organización en el discurso en el Congreso de fundación del Partido Comunista Alemán (Liga Espartaco)-KPD(s):
“En primer lugar, se contrapuso la lucha parlamentaria a la acción revolucionaria directa del proletariado, y se señaló que es esa la única forma práctica de llevar adelante la lucha de clases. La consecuencia lógica de la crítica fue el parlamentarismo, y nada más que parlamentarismo [11].
Si este riesgo parlamentarista puede generar una distancia cada vez mayor respecto de las necesidades de la base obrera y popular, es aún peor cuando se liga los riesgos de la profesionalización de la vida política que tienden a alejar a los electos de las condiciones de vida del grueso de la población, que en tiempos de desclasamiento y pauperización es una de las principales fuentes de cólera contra los políticos y del rechazo de la política misma para las masas populares. Es sorprendente para una organización que pone tanto énfasis en la renovación de los cargos electos y de las prácticas políticas que ningún diputado de la FI, vea el más mínimo problema en el salario indecente ganado por los diputados. Dice Cervera-Marzal, que siguió a la FI durante meses y habló con varios de sus militantes y diputados para su investigación sociológica:
A excepción de François Ruffin, los diputados de Francia Insumisa no ven ningún problema en sus 5.700 euros mensuales. Les digo que en España o Bélgica, sus socios de Podemos y el Partido del Trabajo belga fijan un tope salarial de 2.300 euros y que devuelven la diferencia a su partido o a las asociaciones. Entonces cito al líder del PTB, Raoul Hedebouw: "Si no vives como piensas, acabas pensando como vives.
Y más adelante agrega:
Otros diputados Insumisos esgrimen su “fuerza de convicción”, su “moralidad” o su “dedicación” para explicarme que sus privilegios materiales no los alejan de la gente común. Estos argumentos y “buenas intenciones” ilustran una falta de reflexión sobre los efectos antidemocráticos de la profesionalización política. La cuestión del salario (y su tope) es un “tema tabú dentro del grupo”, me confirmó Clémentine Autain [12].
La mediación melenchoniana será sometida a la prueba de verdad de la lucha de clases
Desde 2016, Francia esta atravesada por un nuevo ciclo de la lucha de clases. Desde la lucha contra la reforma laboral de Hollande hasta el rechazo a la reforma de las jubilaciones de Macron en 2019, pasando por el punto culminante que fue la sublevación de los Gilets Jaunes que en diciembre de 2018 hizo tambalear al poder, sin nombrar a posteriori el despertar del movimiento contra las violencias policiales en torno al Comité Adama y las innumerables movilizaciones de la juventud por la ecología y por los derechos feministas y LGTBI, entre otros. Aunque en los últimos meses se dieron huelgas inéditas en varios sectores del empleo privado, incluso en sectores como la logística y la gran distribución que habitualmente no salían a la lucha, la realidad es que el confinamiento impuesto abruptamente cuando la lucha contra las jubilaciones no había aun terminado pasivizó las tendencias a la lucha de las grandes masas y, sobre todo, congeló la evolución política de la vanguardia de lucha que había emergido durante esos años, la nueva generación obrera que la precandidatura de Anasse Kazib expresaba fielmente y que por las brutales trabas antidemocráticas del régimen no estuvo representada genuinamente en esta elección. Esta pasivizacion de la lucha de clases –y no tanto los méritos de la “tortuga astuta” como se vanaglorian ahora algunos analistas en la izquierda reflejando sin quererlo en nuestro campo la teoría de los grandes hombres en la historia– ayudó de alguna manera al melenchonismo que empezó como dijimos increíblemente 16 meses antes su campaña presidencial. En otras palabras, cuando los huelguistas estaban aún cantando “Macron Dimisión” (canto que se impuso desde la revuelta de los Gilets Jaunes), Mélenchon les decía de hecho que había que esperar al 2022. De alguna manera y de forma distorsionada, estas luchas se expresaron en la alta votación de la UP. Decimos de forma distorsionada en parte por la presión brutal al voto útil a izquierda, y fundamentalmente en los sectores obreros y populares por la instrumentalización de la supuesta "posibilidad" del fascismo para alinearse con la UP y su programa reformista y electoralista, vehiculizada de forma abusiva por las direcciones del movimiento sindical y político obrero tradicional, pero también por una parte importante de la dirección mayoritaria del NPA así como una serie de referentes del movimiento anti-racista, que olvidaron toda su autonomía y descolonización detrás de uno de las caras humanistas y universalistas del imperialismo francés, del cual glorifica su presencia en los cinco continentes sin preocuparle que eso es un subproducto de la colonización y de la continuidad de la dominación imperialista francesa. Tan importante es en parte la distorsión que algunos en la izquierda llegan a decir que antes el Front de gauche [13] y La France Insoumise desplazaban la radicalidad de las luchas a las instituciones y que hoy en día la situación es la inversa.
Pero lo más probable es que la vida vuelva a la normalidad, o más bien que la lucha de clases vuelva a expresarse de forma abierta. Junto a los nubarrones geopolíticos y económicos provenientes de la guerra de Ucrania, el quinquenato que se inicia presenta una economía en franca desaceleración, que corre el riesgo de enfrentarse a una marcada recesión en la cual ya hay señales de alarma. Esta vez, Emmanuel Macron inicia su segundo mandato en una economía que ya ha sido golpeada y que la tendencia es al empeoramiento. Esto contrasta con su primer quinquenio, que comenzó con un crecimiento superior al 2% y se aceleró rápidamente, lo que le permitió aliviar la presión presupuestaria. En el marco de las fuertes alzas inflacionarias que afectan el poder adquisitivo de los trabajadores, que fue el tema central de las presidenciales y no las cuestiones identitarias como había querido imponer la extrema derecha más radical de Eric Zemmour, algunos analistas temen lo peor. Así, Jean-Marc Vittori, editorialista del diario patronal Les Echos, dice:
La otra batalla promete ser aún más dura en una Francia donde el diálogo social sigue siendo escaso a pesar de los recientes avances. Enfrentará a empresarios y trabajadores. Con una subida de precios que supera el 5% por primera vez en décadas, las reivindicaciones salariales que ya se escuchan aquí y allá adquirirán una nueva dimensión. Existe el riesgo de que estallen huelgas en otoño, por ejemplo en el sector público, que casi no ha votado a Macron. Podrían extenderse a las grandes empresas, donde las frustraciones han ido en aumento. Los partidos populistas echarán alegremente leña al fuego. La votación de una ley que aumente la edad de jubilación tendría el mismo efecto. El clima social podría entonces volverse insurreccional [14].
Estas tendencias semiinsurreccionales o a la revuelta, por denominar la acción de los explotados que tiende a superar el control pacificador y de carácter rutinario del conflicto social de las direcciones oficiales del movimiento obrero, así como el marco legal autorizado de la protesta como fue el caso durante la sublevación de los Gilets Jaunes, pone a mal a las organizaciones neo-reformistas. Es que a pesar de que coquetean y buscan sacar rédito electoral con la radicalidad de la calle son enemigos por el vértice de toda tendencia a la lucha extraparlamentaria sobre todo si esta se sale de los canales normales de la movilización. Como he explicado en mi libro Gilets Jaunes. Le soulèvement. Quand le trône a vacillé, la ambigüedad programática de la FI encuentra su correlato en el ámbito de la acción política. El populismo de izquierda está atrapado en este estrecho margen de maniobra que caracteriza la tensión entre el campo institucional y el de la movilización popular. El vínculo entre la estrategia populista y la institucionalización constituye una delgada línea roja, que debe a la vez evitar la normalización total (convertirse en un partido como cualquier otro) y la incapacidad de mostrarse capaz de gobernar, de tranquilizar, de crear una cierta estabilidad. Esta lógica infernal será llevada hasta sus límites en el próximo quinquenato donde las tendencias de la UP a integrarse de forma cada vez mayor a nivel institucional como muestran el seguro crecimiento de su fracción parlamentaria y particularmente el llamado de Mélenchon a imponerle una cohabitación a Macron. Las tendencias de la UP a la cooptación de los movimientos sociales y subordinarlos a su estrategia institucional, así como la tendencia a encauzar y canalizar los movimientos de protesta en una dirección que cuyo objetivo es entrar al seno de las instituciones para transformarlas, serán sometidas a duras pruebas. La debilidad de la UP como mediación neo-reformista en las luchas obreras y sociales no tiene ni la menor comparación con el rol que jugaban los antiguos organizaciones reformistas del movimiento obrero, cuando se trataba de frenar una huelga como fue el caso del PCF en 1936 o 1968. Será en esos momentos que un partido de trabajadores revolucionario de combate, si no capitula a los primeros cantos de la conciliación de clases como es el caso que arriesga la mayoría del NPA si se disuelve de hecho en el bloque parlamentario de la UP y al mismo tiempo sabe hacerse un camino hacia la vanguardia y de las masas, podrá encontrar un eco favorable que no termine siendo un nuevo impasse reformista como amenaza convertirse la UP, a pesar de las ilusiones que ha despertado y abrir una vía verdaderamente eficaz para luchar por la liberación de todos los explotados.
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