Tras la decimosegunda jornada de huelga en Francia y la validación de la reforma de las pensiones de Macron-Borne por el Consejo Constitucional, el movimiento se encuentra en un punto de inflexión. Es un buen momento para discutir las “once tesis” publicadas en Contretemps (y en castellano en Jacobin Latinoamérica), que desarrollan lo que sería la línea a defender en el marco de la movilización: cero críticas a la Intersindical, disolución del Parlamento y un gobierno de cohabitación NUPES-Macron.
Leyendo en Internet “aquí y allá”, como afirmó Ugo Palheta, este autor se encontró con textos escritos por quienes, en la extrema izquierda, tendrían la tendencia, según él, a “teñir de rojo la situación”. Si bien los textos citados por el codirector de la publicación Contretemps no serían más que las posiciones de “organizaciones (…) muy débiles”, aún así el autor ha decidido darles una larga respuesta articulada en torno a “once tesis”, como hizo en el pasado Marx contra Feurbach (nada más ni nada menos). Como estamos convencidos, como decía Daniel Bensaïd, de que “la lucha entre partidos (y el debate entre corrientes) no es obstáculo para la democracia política, sino al contrario es la condición, si no suficiente, al menos necesaria” [1], hemos tratado de esbozar algunos elementos de reflexión en respuesta a estos onces matices de gris que supuestamente buscan responder a aquellos y aquellas que, como nosotros y algunos huelguistas en el país, estarían pintando de rojo la situación.
¿Un movimiento débil, un régimen intacto pero una victoria al alcance de la mano?
Toda la lectura de Ugo Palheta tiene por objetivo realizar un análisis de la situación actual en lo que considera su justa medida. Subraya la importancia del movimiento en curso al mismo tiempo que insiste en su carácter absolutamente no revolucionario. Para ello el autor se esfuerza en “matizar” todos los aspectos de la situación destacando toda una serie de insuficiencias que la caracterizan y a las que nosotros trataríamos de restarle importancia con “trucos retóricos”.
Según el texto, solo “solo unos pocos sectores de la economía están experimentando una verdadera actividad huelguística”, por tanto, “solo una pequeña fracción de la clase se ha manifestado”. Para darle peso a su análisis el autor recurre al argumento del comparativismo: Mayo del 68. “se calcula que (…) había 7,5 millones de huelguistas (y 10 millones de personas movilizadas), en un país que, sin embargo, tenía muchos menos asalariados que hoy (unos 15 millones frente a más de 26 millones en la actualidad)”. Una comparación no da la razón y, analizando bien la situación, el movimiento actual no es análogo a la “revolución de mayo” ni al otoño caliente italiano, respectivamente los movimientos de huelga más intensos del movimiento obrero de Europa Occidental.
Pero basta con estudiar el alcance nacional, la densidad y composición de los cortejos de las jornadas de acción de la última secuencia para darse cuenta de que hablar de una “pequeña fracción de la clase” es algo alejado de la realidad, como coinciden la mayoría de los analistas. Un solo ejemplo: el oeste armoricano (en Bretaña). La región no ha sido el centro de los conflictos en los últimos años, exceptuando el movimiento de los Gorros Rojos (movimiento que surgió contra un intento de tasa a los vehículos de mercancías y en contra de los despidos en el sector agroalimentario) en el otoño de 2013. Y, sin embargo, en 2023, hemos visto cortejos importantes por las calles de Brest, por supuesto, pero también en Quimper y Morlaix, así como Carhaix, Quimperlé, Douarnenez, Châteaulin y Crozon, por Finistère, St-Brieuc y Lannion, por la Costa de Armor, pero también Dinan, Guingamp, Lamballe, Paimpol, Plaintel y Bégard. Estas manifestaciones, que van desde una pequeña centena de personas a, normalmente, varios miles de personas en ciudades medianas y pequeñas, no pueden explicarse únicamente por la presencia de algunos equipos sindicales de docentes o de empleados públicos en huelga [2]. Sistemáticamente, es la industria agro-alimentaria y alimentaria, la construcción, pescadores, asalariados del sector terciario privado, así como batallones del sector público y semipúblico quienes se movilizan, quizás más masivamente en proporción que en las grandes ciudades teniendo en cuenta las diferentes realidades demográficas locales. A nivel histórico, no se veía algo así desde 1995. O quizás 1968. En cualquier caso, la densidad de estas manifestaciones en el Oeste bretón a lo largo de las últimas semanas no es una excepción regional y podríamos dar muchos más ejemplos para exponer como el movimiento incluye a amplios sectores de la clase trabajadora.
Aludiendo a la situación “por lo alto”, el autor peca igualmente de exceso de matices al punto de minimizar la crisis de régimen. Así pues, si la movilización “acentuó la crisis de hegemonía” no ha cambiado nada cualitativamente al haber ausencia de “fisuras en el aparato de Estado y, más ampliamente, en la clase dominante”. Claro, el aparato del Estado al igual que la burguesía no se han dividido estos últimos meses. Sin embargo, aún con falta de “fisuras”, deberíamos estar de acuerdo en que existen grietas graves, no solo en el dispositivo político macroniano, que hace agua por todas partes, sino también en el marco más institucional de la V República Francesa. Los mecanismos hasta ahora bien lubricados de la V República concebidos para resistir, “por derecha” y “por izquierda”, toda erupción política o social, casi se han agotado en las últimas semanas, como se ve con el desbocamiento de la secuencia parlamentaria entre la aplicación del art 49.3, la moción de censura y un gobierno que ha corrido el riesgo de caer [3]. Y que, actualmente, se sostiene a golpe de represión necesitando reconquistar un mínimo de legitimidad con la decisión del Consejo Constitucional (órgano que decide si las leyes aprobadas respetan la constitución y regula las elecciones presidenciales y parlamentarias).
En cuanto a la clase dominante, aún no ha habido ninguna deserción explícita, al igual que tampoco la hubo en mayo-junio de 1968, por cierto. Pero estas últimas semanas los portavoces mediáticos de la burguesía no se han privado y no se privan de dejar correr la palabra de aquellos que le piden a Macron que deje la terquedad, actitud considerada peligrosa, y busque una salida honorable. Otra cosa es si realmente Macron tiene otra opción, sobre lo cual volveremos más abajo, pero sus apoyos se queman y su capacidad de gobernar durante cuatro años más se pone seriamente en duda [4]. Presentar al enemigo como más poderoso de lo que es no es ser precavido sino contribuir al desánimo.
La paradoja es, sin embargo, que a pesar de las enormes debilidades que se perciben en la situación, el autor considera posible un retroceso de Macron. Incluso considera dicha cuestión como el estricto “mínimo”. Mientras que el Elíseo se encierra en su reforma, no solo por obstinación, sino porque un retroceso del ejecutivo abriría una crisis mayor en un contexto donde el margen de maniobra de la burguesía se reduciría y donde las concesiones a las direcciones sindicales, incluso las más reformistas, aparecen como totalmente inaceptables, Ugo Palheta ofrece una visión imaginaria de las dinámicas, alimentando la esperanza de una victoria fácil contra Macron. Esta perspectiva le permite conservar la piedra angular de su análisis, la idea de que no haría falta ningún plan de batalla superior a la estratégica errática de la Intersindical para ganar, ya que esta última estaría llevando a cabo la única política posible en las condiciones actuales.
¿Del lado de la Intersindical o del lado de la victoria de nuestra clase?
Los límites del análisis de Ugo Palheta no surgen por debates sobre un aspecto u otro del movimiento actual. Son el producto de una lógica de conjunto, marcada por un objetivismo que exagera los límites de la situación sin pensar las condiciones para desbordar dichos límites. El movimiento obrero revolucionario siempre ha tenido la tradición de tratar de elaborar una o varias estrategias que permitan conquistar la dirección del movimiento de masas cuando entra en acción y orientarlo hacia el derrocamiento del capitalismo. En el sentido contrario, el autor busca redirigir la movilización al “realismo” de la estrecha perspectiva institucional.
Este giro implica describir los límites, a veces reales, del movimiento (por ejemplo, la debilidad de su autoorganización y la ausencia de ciertos sectores de la clase obrera), pensándolos como la expresión de debilidades inscritas en la situación y dándoles un carácter de insuperabilidad. La consecuencia central de esta perspectiva es que toda crítica a la política de la Intersindical es rechazada, se asocia a delirios de grupúsculos que solo buscarían su “autoconstrucción”. Para el autor, “la hipótesis de direcciones traidoras en el movimiento obrero que impiden la transformación del movimiento en un auténtico proceso revolucionario” ya no tiene “base objetiva” debido al debilitamiento de las organizaciones del movimiento obrero.
Esta observación permite ignorar un conjunto de discusiones que son esenciales, como la estrategia de jornadas aisladas de la Intersindical. Desde el 19 de enero, la Intersindical se ha embarcado en una lógica que no busca construir la correlación de fuerzas para la huelga, sino que quiere hacer presión sobre las instituciones: al principio la Asamblea Nacional, con Laurent Berger (secretario general de la CFDT, la mayor central sindical) teniendo la mano a la derecha, después el Senado y, más recientemente, el Consejo Constitucional, y ya hemos visto el éxito que han tenido. En este marco, las jornadas interprofesionales han sido concebidas como movilizaciones simbólicas y no como una herramienta para bloquear la economía, la consigna “detener Francia”, no ha sido más que un lema muy artificial para tratar de contentar a una base que aspiraba a radicalizar el movimiento desde las primeras jornadas.
Todo en ausencia de un bloqueo real de la economía, un aspecto central de la situación, pero que el texto minimiza y retoma la justificación lanzada por las propias cúpulas sindicales afirmando que “una política más combativa de la intersindical -rechazo de las jornadas de movilización espaciadas hasta por más de una semana, llamamiento claro a una huelga reconductible y a participar en las asambleas generales, etc.- habría permitido desbloquear ciertas cosas en algunos sectores donde los sindicatos están implantados”, lo que entraría en contradicción con los “límites del marco de la movilización actual, que constituye también uno de sus puntos fuertes: la unidad mantenida del frente sindical, sin la cual es dudoso que el movimiento hubiera tomado esta magnitud y hubiera obtenido esta aprobación entre la población”. Para el autor, que cita sin embargo las huelgas de noviembre y diciembre de 1995, se olvida rápidamente que en aquel momento la dirección de la CFDT con Nicole Notat no formaba parte de la Intersindical, lo que no impidió la oleada social que vimos y la rebelión, desde la base, de varias federaciones que formaban parte de la CFDT. Desde esta perspectiva se concibe el frente único desde el prisma del cónclave de los burócratas y no a la luz de la presión decidida desde la base. En efecto, Laurent Berger permanece en la Intersindical no solo porque el movimiento lo presiona sino porque ya en el pasado congreso de la CFDT en diciembre se vio en minoría entre sus propios afiliados cuando quiso abordar la hipótesis de un potencial apoyo a una reforma Borne-Macron. En el caso de la CGT, el último congreso de Clermont y los agitados debates que se dieron hablan por sí mismos: es la primera vez en la historia del sindicato que la dirección saliente está en minoría y debe pactar con la oposición para no perder todo. No es la Intersindical quien ha creado este espíritu generalizado de antimacronismo y de apoyo al movimiento: son los trabajadores por sí mismos quienes han empujado a las direcciones a asumir esta conducta y quienes les han impedido durante mucho tiempo cambiar de postura.
Al mismo tiempo, si el hecho de que una parte de los trabajadores “todavía se mantienen pasivos”, constituye para el autor “problema estratégico de primer orden para el movimiento” que nosotros tendríamos tendencia a ignorar o a considerar como “resuelto”, Palheta evita esbozar un intento de respuesta. En realidad, todo lo contrario, nosotros hemos señalado desde el inicio del movimiento que la manera en que el rechazo a ampliar el programa de demandas del movimiento debilitaba su capacidad de dialogo con los sectores más precarios de la clase. Estos últimos sin embargo han mostrado en los últimos años su capacidad de luchar y de llevar a cabo huelgas emblemáticas, como la de las trabajadoras de la limpieza de Onet o la de los hoteles Ibis, por ejemplo. Para ellas, sin embargo, la retirada únicamente de la reforma actual con el mantenimiento de la obligación de los 43 años de aportes no soluciona nada.
En este sentido, la integración, por ejemplo, de reivindicaciones salariales, que surgen en todas las manifestaciones y que ha dado lugar a la explosión de huelgas a lo largo del conflicto (subcontratas aeronáuticas de Sabena o subcontratas de Air France de Samsic) habría probablemente permitido que nuevos batallones de trabajadores se sumasen al movimiento, evitando además que la huelga contra la reforma de las pensiones en ciertos sectores se resuelva localmente con acuerdos sobre los salarios… pero la Intersindical con Berger a la cabeza se ha negado sistemáticamente a toda ampliación del programa de reivindicaciones.
Podemos también plantear que otra política para el movimiento era posible y habría contribuido claramente a ampliar la batalla en otras coordenadas. Esto no se trata de una visión sin fundamento, ya que varios sectores han tratado de construir una alternativa. Es el caso por ejemplo de los sindicatos de la petroquímica, de ferroviarios o de la energía, que rápidamente coordinaron la huelga en función de un calendario progresivo para preparar el inicio de la huelga renovable a partir del 7 de marzo. Si esta política hubiese sido la del conjunto de la Intersindical, habría sido posible incluir a otros sectores en esta propuesta, planteando incluso un llamado a una huelga de 24 horas, seguido de una huelga de 48 horas y después de 72 horas, y así posteriormente, sobre un calendario estrecho, más que una docena de jornadas de acción y manifestaciones desperdigadas. Sin duda, la patronal habría encarado con mayor preocupación la secuencia actual. Sin embargo, a Ugo Palheta le parece inconcebible un calendario de huelga de este tipo, distinto de un calendario ralentizado que, sin embargo, no consiguió doblegar la determinación de los huelguistas.
No obstante, si esta opción no ha sido ni discutida, es porque la unidad sindical, de la cual se felicita el autor de las “once tesis”, está dirigida por la CFDT y mantiene la perspectiva de bloquear la politización de la movilización y de que se tome el conjunto de consignas que ello acarrearía (salarios, inflación, trabajo, democracia…) al mismo tiempo que la huelga en sí, desde el principio, era eminentemente política. Desde esta perspectiva, la gestión del tiempo de la huelga por parte de los burócratas sindicales nacionales era la expresión de su integración en los mecanismos institucionales de cogestión del sistema, incluso cuando dicho sistema trata a los dirigentes sindicales nacionales como pañuelos descartables. Como recuerda Daniel Bensaïd en un texto que Palheta debería conocer: “La unidad no tiene valor en sí, de forma independiente a sus objetivos y contenido. La unidad es la unidad para algo, para la acción, para unos objetivos. Así, cuando la unidad se realiza en 1935 bajo la forma del Frente Popular y los pactos entre direcciones socialistas y comunistas, o cuando se reconstituye en 1981 bajo la base del acuerdo de gobierno, se trata de una unidad burocrática contra la movilización y la democracia del movimiento de masas. La cuestión clave es por tanto ‘llenar el frente único de un contenido revolucionario’ (Trotsky)” [5]”. Al contrario de esta perspectiva, el texto legitima lo existente, tomando para sí los argumentos de la burocracia, incluyendo la critica a pequeños grupos izquierdistas culpables de aspirar a la huelga general para derribar a Macron.
Sobre el momento “prerrevolucionario”
El conjunto de estos elementos explica que sea difícil para Ugo Palheta tomar la noción de “momento prerrevolucionario” que hemos utilizado para caracterizar el cambio de situación que se ha producido desde el 16 de marzo. Para respondernos, el autor convoca de manera extrañamente “ortodoxa” unas seudo leyes que supuestamente permiten definir los contornos de una situación “prerrevolucionaria”: “un bloqueo consecuente de la economía, un nivel significativo de autoorganización, un inicio de centralización y coordinación nacional de los movimientos en lucha, así como fisuras en el aparato del Estado y, más ampliamente, en la clase dominante” [6]. A partir de este tipo ideal completamente maximalista que trata de asemejarse a la definición leninista de “situación revolucionaria” [7]. El autor puede descalificar la idea de un “momento prerrevolucionario” a partir por ejemplo del grado, efectivamente débil, de la autoorganización actual. Una perspectiva como esta le conduce a la ruptura con la tradición de la que proviene, ya que, por la misma razón, reduce Mayo del 68 a una “situación con elementos prerrevolucionarios” [8].
Desarrollada por Trotsky, la noción de situación “prerrevolucionaria” no puede ser tomada de esta forma. En Una vez más ¿A dónde va Francia? en marzo de 1935, explica que: “la situación es revolucionaria en tanto que puede ser revolucionaria con la política no revolucionaria de los partidos obreros. Lo más exacto es decir que la situación es prerrevolucionaria. Para que la situación madure, hace falta una movilización inmediata, audaz e incansable de las masas bajo las consignas de conquista del poder en nombre del socialismo. Solo con esta condición, la situación prerrevolucionaria cambiará a revolucionaria”. La noción es, pues, inseparable de la idea de que la revolución es posible, del examen de sus condiciones, especialmente subjetivas, y de un trabajo concreto para pensar y aplicar políticas capaces de permitir el desarrollo de las potencialidades revolucionarias. Como señala Juan Dal Maso en un comentario sobre esta idea: “La situación prerrevolucionaria no precede necesariamente a una situación revolucionaria, pero constituye la expresión de las dificultades de esta última en desarrollarse plenamente debido al rol de las direcciones obreras sindicales y políticas integradas en el Estado”.
Desde este punto de vista, hay que tener en cuenta que la aplicación del artículo 49.3 ha abierto un “momento” o una “coyuntura” de características prerrevolucionarias, que podría abrir el camino a la consolidación de una situación de este tipo. Sintéticamente, este momento estaría marcado por:
1) La conjugación de la masividad del movimiento con una radicalización de amplios sectores de la clase. Esto se expresa en las manifestaciones espontáneas que permiten la entrada en escena de la juventud, pero que movilizan también a numerosos trabajadores, por los saltos en ciertas huelgas con el ejemplo de los trabajadores de Normandía decidiendo detener las instalaciones de la refinería más grande de Francia o, por otro lado, con el desbordamiento de los cortejos sindicales por parte de los trabajadores en numerosas ciudades de Francia el 23 de marzo.
2) La apertura de la fuerte crisis por arriba, que se ha expresado con una moción de censura que ha fracasado por 9 votos; al igual que por el miedo del Ejecutivo a la vuelta del espectro de los Chalecos Amarillos, como hemos podido leer en prensa; o la enorme intensificación de la represión policial que se ha desencadenado en respuesta a las manifestaciones espontáneas, con centenares de detenciones preventivas y de violencias policiales brutales, así como la requisición de basureros y trabajadores de refinería en huelga.
3) Una política de apaciguamiento sistemática por parte de la Intersindical, que busca contener estas tendencias, rechazando a llamar a la movilización contra el 49.3, atrasando, por decisión de los dirigentes sindicales, la fecha de la próxima movilización hasta después de la moción de censura para evitar (esta vez) que no aparezca como una presión sobre la Asamblea en favor de derribar el gobierno, y no diciendo nada sobre la violenta represión.
Frente a esta política vergonzosa de las direcciones sindicales, la debilidad de los elementos de autoorganización, característica sobre la cual hemos insistido enormemente desde el inicio del movimiento, no ha permitido que emerja una política alternativa que permita abrir una verdadera situación prerrevolucionaria, por ejemplo, aprovechando las condiciones creadas por el 49.3 para lanzar iniciativas que vayan en el sentido de endurecer la huelga. Sin embargo, esta posibilidad está más que planteada a partir del 16 de marzo y el 23 de marzo, el punto álgido de la movilización.
En lugar de reflexionar sobre la manera en que podrían desarrollarse las potencialidades y debatir qué se ha hecho y qué se podría haber hecho para ir más lejos, para resolver estas contradicciones, el análisis objetivista del autor invisibiliza esta secuencia y concluye, en general, que los límites impiden un giro del movimiento debido a la no madurez de la situación. Concibe, por tanto, los movimientos de un ciclo de forma lineal y mecánica, sin saltos ni rupturas posibles. En sus “once tesis”, texto que se reivindica de una cierta filiación bensaïdiana, el tiempo es plano y los burócratas lo desarrollan de un extremo a otro sin que se puedan dar giros ni oportunidades o momentos de riesgos o rupturas. En este marco, el análisis “de la situación concreta”, resultado de contradicciones en la correlación de fuerzas nacida de la lucha de clases, se transforma en la descripción de un cliché estático de la correlación de fuerzas, que no sabría ser otra cosa que un adjunto a los mecanismos parlamentarios.
Apostando por las salidas institucionales para el movimiento, el desinterés del autor por las iniciativas en favor de la autoorganización es inversamente proporcional a su interés por “mayor fuerza y combatividad de la izquierda parlamentaria, en particular de los 74 diputados de la La France Insoumise (LFI), que contribuyeron en gran medida a politizar y radicalizar una movilización (…) [9]. El debate sobre el rol de la Francia Insumisa, que nosotros consideramos que, al contrario que el movimiento, esta corriente ya ha expresado sus límites estratégicos, excede el marco de este artículo. Pero es necesario señalar que es probablemente el único elemento de la situación que el autor acepta pintar de rojo… al mismo tiempo que se dice anticapitalista, lo único que propone como perspectiva a la enorme cólera de los últimos meses es la cohabitación de un gobierno NUPES-Macron (primer ministro de Nupes y Macron presidente), acompañado de una llamada a una militantismo sindical y a un “trabajo político-cultural que permita pasar del odio a Macron a la crítica al sistema en su conjunto” cuya puesta en práctica se aplaza sine die. Toda la onceava tesis está dedicada a la construcción de hipótesis presentando una victoria parlamentaria como la única salida política para la enorme movilización de los últimos meses.
¿Construir una dirección alternativa o elegir un gobierno de izquierdas?
No podemos más que lamentar que ninguna dirección alternativa o corriente de oposición, en conexión con las bases en huelga, en los sectores donde la huelga renovable se ha planteado, en conexión con las direcciones intermedias, UL o UD, que acompañe las huelgas más allá de las jornadas nacionales, no haya podido surgir y convertirse en un actor legítimo a nivel nacional. Pero no es la culpa de una insuficiente “conciencia anticapitalista” de las masas o a su retroceso, real pero relativo, de la subjetividad obrera tras décadas de la apisonadora neoliberal a pesar de las luchas de resistencias y algunas victorias (1995-2006). Es más bien la expresión de la incapacidad o de la oposición de las organizaciones y corrientes que se reivindican revolucionarias de plantear espacios que permitan surgir a una alternativa de este tipo, sea por quietismo y apatía, sea por una decisión política consciente. Esto es lo que ha permitido a la Intersindical y a los reformistas en el Parlamento jugar el mal papel que han venido teniendo sin que nunca se lo hayan impedido en modo alguno, ni los dos partidos lambertistas POI y POID, integrados o satélites de LFI, ni el NPA de Besancenot-Poutou al que está adscrito el autor, ni Lutte Ouvrière.
Nosotros formamos parte de quienes sí lo han intentado, a través de la puesta en marcha de la Red por la huelga general y de los Comités de Acción, que no han pecado de antisindicalismo primario. Al contrario, es a través de los lazos con los sectores más combativos del movimiento sindical que estas iniciativas han podido surgir. En todos los sitios donde nos ha sido posible, hemos tomado la decisión de desplegar nuestras fuerzas militantes en los puntos neurálgicos del conflicto, allí donde se concentraba la cuestión clave, la represión y las órdenes de requisición. Por señalar un ejemplo, con el despliegue de la solidaridad con los huelguistas de la CGT de la primera refinería de Francia, el 24 de marzo, la Red por la huelga general no hizo más que recuperar lo mejor de la tradición del movimiento obrero, el “piquete móvil” de los IWW estadounidenses del pasado siglo, con equipos de militantes de teamsters de Minneapolis en 1934 o de militantes que rodeaban de solidaridad, a partir de sus posiciones y fábricas de intervención, a la gran huelga de FIAT Turín en 1980, donde se jugaba una suerte de “mes de mayo que duraba 12 años”. Esta vez, en Gonfreville-l´Orcher, con varios cientos, no se trataba más que de demostrar que otra política es posible. Con varios miles, esto podría haber marcado la diferencia en el momento 49.3, mientras que la Intersindical no decía nada del torrente de requisiciones, ataques violentos contra el derecho a huelga, que cayeron sobre sectores como las refinerías, los depósitos de petróleo, pero también los incineradores de desechos y los garajes de los basureros.
Para nosotros, el papel de una organización revolucionaria es precisamente trabajar sin descanso para crear, lo antes posible, organismos de autoorganización de las masas en lucha, cualquiera que sea el nombre coyuntural que reciban (interprofesionales, comités de acción, consejos, etc.), para permitir a la clase desplegar toda su combatividad, su capacidad de confrontación y postularse como una dirección alternativa, tanto en relación a las direcciones burocráticas tal como existen, como en relación al poder político de la burguesía. Para retomar los términos de Trotsky, consideramos que las tareas de los revolucionarios en la lucha de clases son: “orientarse en forma crítica a cada nueva etapa y lanzar las consignas que apoyen las tendencias de los obreros a una política independiente, profundicen el carácter de clase de esta política, destruyan las ilusiones pacifistas y reformistas, refuercen la ligazón de la envergadura con las masas y preparen la toma revolucionaría del poder.”
Para Ugo Palheta, al contrario, la idea misma de una “sustitución de la dirección sindical (reformista) por una dirección verdaderamente revolucionaria”, tarea “clásica” del movimiento obrero revolucionario, no debe hacerse. Ya que un paso atrás de Macron en su “proyecto de contrarreforma” no implicaría en ningún caso “abrir una situación revolucionaria” [10]. El único horizonte posible y deseable sería una victoria de Mélenchon como subproducto del movimiento. Moderado y precavido como es, el autor opone al “maximalismo verbal y del fetichismo de las fórmulas pasadas” una proposición que “articule la retirada inmediata de la contrarreforma, la disolución de la Asamblea Nacional y la celebración de nuevas elecciones”, que es lo único que estaría “a la altura de lo que está en juego” [11], reforzada por el riesgo de la extrema derecha. Apoyándose más en sondeos electorales recientes que en un estudio serio de la dinámica real de nuestra clase en el movimiento actual, Ugo Palheta liga su perspectiva al peligro de la llegada al poder de Marie Le Pen cuyo partido “podría ser la fuerza política que más se beneficiaría del rechazo de la contrarreforma de las pensiones”. En este marco el autor defiende dos opciones. A corto plazo, no nos queda más que desear “conseguir atraer a un gran número de trabajadores hacia una primera jornada de huelga y manifestación [¿?], lograr que participen en una asamblea general para decidir colectivamente las modalidades de acción…”. Puesto que ya ha habido “una primera”, seguida de una segunda, de una tercera, y que estamos en la décima en el día de publicación de las “once tesis” y que estamos en la doceava tras el 13 de abril, no comprendemos esta “línea política” más que como una invitación a seguir el calendario y los métodos de la Intersindical. Así se esclarece como sigue la proposición: “En esta perspectiva, la consigna mecánica y abstracta de denunciar a las «direcciones traidoras» [que para Palheta no serían traidoras, suponemos] no solo es una pista falsa, sino que la mayoría de las veces es un obstáculo”.
El resto del razonamiento del autor es un collage más o menos colorido de las posiciones de la LCR y, posteriormente, del NPA sobre la cuestión de los gobiernos de izquierda: “Cualquier gobierno de izquierdas con un programa rupturista se encontraría bajo una enorme presión de la clase dominante (…)”, nos advierte lúcidamente Ugo Palheta. “Solo una vasta movilización popular permitiría contrarrestar e imponer las propuestas antes mencionadas, en el marco de una confrontación social cuya dinámica es fundamentalmente anticapitalista, en la medida en que conduce inevitablemente a plantear la cuestión del poder del capital”. En esta lógica de crecimiento por etapas, la primera, necesariamente, sería un gobierno Mélenchon basado en una “dialéctica de colaboración-confrontación entre el movimiento social y la izquierda”. El problema es que lo que presenta como la más pertinente, lúcida y matizada “hipótesis de poder” no es más que un refrito de lo que nos vendieron con la llegada al poder de Alexis Tsipras y Syriza en Grecia, en 2015, o algo similar con Podemos en el Estado Español o con Boric, primer presidente de izquierdas después de Allende, con los éxitos que estos han traído. Es por tanto defender lo que ya defendió esencialmente la LCR respecto al gobierno Jospin hace 25 años, durante la segunda vuelta de las presidenciales antes de disolverse. Si cambiamos los términos “noviembre-diciembre 1995” por “enero-abril 2023” , la “derecha” por “Macron” Y “la izquierda” por “la NUPES”, podríamos casi creer que la “onceava tesis”, es un plagio de la declaración del Buró Político de la LCR del 5 de junio de 1997 [12].
Estrategia y partido
En un gran artículo de homenaje a la trayectoria de Daniel Bensaïd publicado en 2010, Stathis Kouvélakis subrayaba cómo “el tiempo de la política”, el tiempo de la organización para hacer política revolucionaria, añadiríamos nosotros, también “es un tiempo complejo: es el tiempo corto, el de la decisión, del instante donde todo cambia.(…) pero también es el tiempo largo, de la acción cotidiana, a menudo ingrata, de la lenta construcción, donde hay que resistir y luchar a contracorriente” [13]. No obstante la cuestión del carácter realmente disruptivo de la lucha de clases (que no sería un simple punto de apoyo para la política parlamentaria o para un hipotético gobierno reformista), la centralidad de la temporalidad en la política revolucionaria (no todo es igual, ni en términos de tiempo, durante una huelga, ni en términos de momentos y consignas) y de la política revolucionaria como la capacidad de transformar las coordenadas de lo existente, son tres cuestiones paradójicamente ausentes de estas “once tesis”. Más que una reflexión sobre la hipótesis estratégica que debería seguirse actualmente, lo que se vende es un hipotético acto de lealtad (ya que no está completamente asumida en sus marcos organizativos) al melenchonismo.
Estas “once tesis” plantean entre líneas la cuestión de la organización: ¿es esta un apéndice del reformismo de lo posible, que utiliza a su favor el movimiento de nuestra clase como apéndice suplementario de sus maniobras políticas? O, al contrario ¿es una fuerza al servicio de nuestra clase, cuya importancia se mide, como diría Gramsci, en su aporte a la clase en términos de capacidad de autoorganizarse, autorrepresentarse y luchar por sus intereses con total autonomía y con vistas a un proyecto radicalmente distinto, el único posible y necesario en estos tiempos de catástrofe capitalista y ecológica: el socialismo? Tras haber defendido estas posiciones, frente al conjunto de la extrema izquierda, en el seno del NPA, continuamos este combate en tanto organización independiente, no autosuficiente, buscando “nuestra autoconstrucción”, sino tratando modestamente de aportar a nuestra clase y sus luchas y con la perspectiva de poner las bases de una izquierda revolucionaria a la altura de la situación que vivimos.
Antes que tener como estandarte la bandera azul, blanca y roja con Mélenchon o hacernos eco de las entonaciones a todo pulmón de la Marsellesa por parte de los diputados de la NUPES, preferimos decir como hacían los manifestantes que fueron a Berlín desde toda Europa en contra de la guerra de Vietnam en febrero de 1968, acusados de no ser más que un pequeño grupo de agitadores marginales, “wir sind eine kleine, radikale Minderheit! [14]. En palabras de Palheta un puñado de “pequeños grupos”. “De vuelta a París”, escribía Bensaïd en Una lenta impaciencia, “esta pequeña minoría radical intensificará su espíritu” [15]. A lo largo de los siguientes meses y años, la historia le dará la razón. Corresponde a la actual generación de trabajadores y militantes, que en esta primavera de 2023 están llevando a cabo una de sus experiencias más avanzadas, confirmar con el ejemplo francés que hemos entrado en un nuevo ciclo internacional de confrontación con el capital, y de llevar este combate por la revolución con la misma radicalidad y esta vez dotarse de las capacidades para llevarlo hasta el final. A esto es a lo que, modestamente, pero con determinación militante, deseamos contribuir con aquellas y aquellos que quieran sumarse a este combate.
Traducción: Roberto Bordón
* Este artículo fue publicado originalmente en RP Dimanche, suplemento teórico político de Révolution Permanente.
COMENTARIOS