Paulo Freire ha visitado la Argentina en tres oportunidades y en momentos políticos muy diferentes tanto en el país como regionalmente. En un contexto actual de cuestionamiento a la educación pública, con un ajuste signado por el FMI y recetas viejas que huelen a discursos neoliberales, rescataremos su último viaje en 1993 para debatir, no casualmente, desde ahí.
Freire tenía una notoria atracción por la Argentina, así lo transmitió su compañera a los 100 años del nacimiento del pedagogo: “son el país del mundo que más admira y ama a Paulo” [1]. Lo cierto es que sus ideas traspasaron las fronteras rápidamente ni bien se conocieron sus primeras obras empalmando con un momento de profundo cuestionamiento al sistema capitalista a partir del ascenso de las luchas de clases iniciado con el Cordobazo de 1969. La primera obra que se edita en Buenos Aires es La educación como práctica de la libertad, en 1971, y en 1973 se publica Pedagogía del Oprimido. Sus ideas fueron y son parte de la formación de docentes desde hace décadas.
Las visitas públicas en la Argentina fueron tres. La primera de ellas ocurrió en 1973 en la presidencia de Héctor Campora. La segunda, en abril de 1985 cuando dictó una conferencia en el Centro Cultural San Martín. La última fue en el año 1993, en el que recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de San Luis.
En cuanto a la experiencia práctica, quizá sea la primera la más interesante. En 1973 colaboró en la Campaña de Reactivación Educativa de Adultos (CREAR) en la que participó el educador popular argentino “Nano” Balbo. Balbo contó en diversas entrevistas dicha experiencia. En Pedagogía de la esperanza, su último libro, Freire describe que esa “visita quedó organizada para noviembre de 1973 luego que ajustáramos algunas exigencias que yo hacía para ir. No trabajar de noche era una de ellas. Aprovechar todo lo posible parte de esas noches escuchando tango era otra” [2]. Tres años más tarde se produjo en Argentina el golpe cívico-militar. En 1985 regresa al país, ya en democracia, y dicta una conferencia titulada: “De las virtudes del educador”.
La última de las visitas, a la que pondremos mayor atención, fue en el año 1993 donde dio una serie de conferencias que se publicaron con el título: El grito manso. También hay registro de la conferencia que dictó ese mismo año junto a la psicóloga social, Ana Quiroga, en el Hotel Bauen en la Ciudad de Buenos Aires.
No hay educación “neutral” ni “desideologizada”
Como expresión de un proceso internacional, el neoliberalismo en la Argentina implicó una derrota del conjunto de los/as trabajadores/as impuesta por la dictadura primero, y la ofensiva menemista después, dejando una fragmentación profunda en la clase obrera sin precedentes. En este sentido, este período significó un histórico golpe a la identidad de clase.
En 1993 en la conferencia que realizó con Ana Quiroga en Argentina, Paulo Freire se posicionará a contracorriente para la época y la ideología neoliberal que proclamaba el fin de la clase obrera, resaltando, con ironía, que “decir hoy que no hay más clases sociales implica no salir a las calles, implica no dar clases, implica no andar en avión, ni en colectivo, implica no usar una camisa (...) los oprimidos están ahí”. Por eso, hay que romper la “trampa del neoliberalismo de que no hay más clases y por lo tanto no hay que pelear”.
Desde esta mirada de la sociedad, insistirá contra la visión de que la educación es “neutral”, es decir que en ella no debe haber política ni ideología. Por el contrario, para el autor la educación es un acto político aun en quienes ocultan su ideología bajo una supuesta neutralidad. Porque siempre hay una concepción del mundo, de la sociedad y de las propias clases sociales a partir de la cual tiene lugar la práctica educativa.
Esta discusión mantiene total vigencia en la actualidad cuando escuchamos discursos contra la "ideología en las escuelas” de parte de, casualmente, quienes tienen una clara ideología de derecha y que en la Argentina tiene como vocero principal, pero no único, a Javier Milei, quien, entre otras cosas ha llegado a afirmar que “en la gran o mayor parte de las cosas se utiliza para adoctrinamiento, así como también les lavan el cerebro…” [3]. Y en Brasil supieron resonar con Jair Bolsonaro y la campaña "Escolas sem partido". Sería bastante ingenuo creer que no hay ideología cuando se habla de eliminar la Educación Sexual Integral, o la obligatoriedad en la educación. Así como ignorar que estas ideas no tendrían tierra fértil si no hubiese una crisis educativa profunda producto de años de desinversión y de ataques hacia la docencia, dejando que las escuelas se desplomen y las infancias se empobrezcan.
Freire nos dirá en el Grito Manso que "la crisis no es propia de la educación sino que es la crisis de la sociedad toda, es la crisis del sistema socioeconómico en el cual estamos insertos que necesariamente se refleja en la educación" [4]. Y que lejos de “neutralidad” ante esta realidad, la politicidad es parte de los elementos de la situación educativa: “...es la naturaleza misma de la práctica educativa la que conduce al educador a ser político (...) Como educador yo no soy político porque quiera sino porque mi misma condición de educador me la impone”. Pero no en el sentido de la política como nos quieren hacer creer desde los grandes partidos patronales, sino aquella que me hace ser consciente de mi condición de oprimido, de la existencia de un opresor, y de la necesidad política de cambiar esta sociedad de desigualdad. Más adelante afirmará: “como profesor debo tener claras mis opciones políticas, mis sueños (...) ¿Qué testimonio podría dar a los jóvenes si mi posición frente al mundo fuera la de quien está convencido de que nada puede ser hecho, que nada puede ser cambiado?”
Contra la “ideología inmovilista”
Así como desde la ideología neoliberal se intentó (e intenta) proclamar el fin de la clase obrera como sujeto político, o la “neutralidad” y “desideologización” de la educación, se intenta también imponer la idea de que el capitalismo ganó, que el socialismo fracasó, y que esto ya no puede modificarse, solo queda aceptarlo mansamente y hacer lo mejor posible desde la propia individualidad.
Creemos importante rescatar entonces la posición de Freire en contra de esta idea derrotista, su insistencia en convencer que el mundo tal cuál es (o era) no es inevitable ni inmodificable. En ese sentido nos plantea que “hay algo que está en el aire, en la Argentina, en Brasil, en el mundo entero que nos amenaza. Ese algo es la ideología inmovilizadora, fatalista, según la cual no tenemos más nada que hacer, según la cual la realidad es inmodificable. (...) Estoy cansado de escuchar que el desempleo que se extiende por el mundo es una fatalidad de este fin de siglo. Ni el hambre, ni el desempleo son fatalidades, ni en Brasil ni en Argentina ni en ninguna parte”.
Esta ideología de la resignación contra la cual discutió Freire en sus últimos años hoy la podemos escuchar no solo en boca de quienes defienden abiertamente los postulados neoliberales, sino también en boca del peronismo/kirchnerismo. Por ejemplo, cuando llaman a aceptar un cogobierno con el FMI, no plantean salir a las calles e insisten que no queda otra que buscar siempre el “mal menor”. Estos discursos no buscan otra cosa que evitar que los oprimidos, los explotados, cuestionen su realidad. Es por eso que, volviendo al terreno de la educación, ponen el grito en el cielo cuando las y los docentes se organizan y realizan medidas de fuerza en defensa de la educación pública. “Se acabó la joda de los paros”, augura el actual ministro de economía, Sergio Massa y candidato de la Unión por la Patria en relación a la docencia. En el fondo ni a la derecha ni al gobierno les molesta la política o la ideología en la educación, lo que les molesta es que la clase trabajadora haga su propia política, “¿Por qué será que cuando se ven afectados los intereses de las clases dominantes no hay fatalismo, pero siempre aparece como arte de magia cada vez que afecta a las clases populares?”
En Pedagogía de la esperanza, uno de sus últimas obras dirá que “como programa, la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo”. Sin embargo en sí misma no es suficiente: “en cuanto necesidad ontológica la esperanza necesita de la práctica para volverse historia concreta. Por eso no hay esperanza en la pura espera, ni tampoco se alcanza lo que se espera en la espera pura, que así se vuelve espera vana” [5].
Hoy en día, en momentos en los que la desesperanza parece tocar la puerta de muchos, arengado por una “ideología del escepticismo” que, como desarrollamos anteriormente, promueve el peronismo y el kirchnerismo, vale rescatar estas reflexiones de Freire para no abrazarnos a la resignación. Lo hacemos sin buscar esconder nuestras diferencias con el pensamiento de Freire que hemos desarrollado en otros artículos acá y acá y que a nuestro entender muestra los límites de su pensamiento político pedagógico tanto en su estrategia como en la falta de una clara independencia política de gobiernos. Por el contrario, quienes nos referenciamos en el Frente de Izquierda buscamos ir más allá planteando que debemos construir una estrategia que se enfrente verdaderamente a la derecha y sus planes de privatización/voucherización de la educación así como al ajuste del gobierno que hoy tiene al 60 por ciento de las infancias en la pobreza. Apostando por construir esa salida al escepticismo pero no desde una ilusión, sino basados en el hecho de saber el poder que tiene, junto a todos/as los/as oprimidos/as, la clase obrera organizada. Confiando en que la salida colectiva de los de abajo es la única que puede combatir esta ideología inmovilizadora y construir “fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo”, uno en el que las infancias y adolescencias puedan desarrollarse libremente.
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