Hijo de padres protestantes, Robert Walser entra en la lista de los escritores que se nutrieron de una infancia de dureza religiosa que hubo que romper a martillazos.
Pablo Minini @MininiPablo
Sábado 20 de julio de 2019 10:44
Quiso ser actor. No lo fue.
Fue obrero, trabajador de la limpieza, secretario, bibliotecario y decenas de otras cosas.
Su hermano, que hizo plata y logró colarse en la burguesía alemana del siglo XIX, le pagaba el alquiler de una pieza. La dueña del sucucho lo tomó de amante y lo mantuvo. Duró poco: ella se murió a los meses.
Viendo la fortuna de su hermano, a Robert se le ocurrió hacer un curso de mayordomo. Fracasó porque no se acostumbraba a vivir mucho en ningún lugar. De hecho le gustaba pasear en soledad durante horas por los parques y las calles de todas las ciudades en las que vivió.
Escribió poemas, cuentos y novelas. Kafka y Hesse lo admiraban. Hesse dijo: "Si los poetas como Walser se contaran entre los espíritus dirigentes ya no habría guerras, y si tuviera cien mil lectores el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como Walser".
Sus personajes casi anónimos y fugaces, la falta de hogar, lo provisional de sus existencias, son parte de su temática. La existencia humana, en la visión de Walser, consiste en una total superficialidad. Pero no confundir superficial con vacío. Para él no hace falta ver nada extraordinario, porque ya es mucho lo que se ve. Lo cotidiano, los detalles, lo efímero escrito por Walser adquiría matices insospechados.
Él no se bancaba a ningún escritor ni al mundo literario. Se internó en una clínica psiquiátrica según dijo no para escribir, sino para enloquecer. Es lo único en lo que logró el éxito que buscó: nunca más volvió a escribir y nunca lo dejaron salir.
Pero los paseos eran más fuertes que él. Murió congelado el 25 de diciembre de 1956, cuando salió a dar una vuelta.
Un pedazo de su novela El Paseo, donde le habla a un cobrador de impuestos:
"Permítame decirle que como hombre de letras disfruto de unos muy cuestionables ingresos. Naturalmente, en mí no se puede apreciar ni hallar rastro de cualquier acumulación patrimonial. Constato esto muy a pesar mío, sin por otra parte desesperarme ni llorar ante el lamentable hecho. Me las voy arreglando, como suele decirse. No practico lujo alguno; eso puede usted verlo con sólo mirarme. La comida que como puede calificarse como suficiente y escasa. Se le habrá ocurrido creer que soy dueño y administrador de múltiples ingresos; pero me veo obligado a salir cortés pero decididamente al paso de esta creencia y de todas estas sospechas y decir la sencilla y desnuda verdad y esta es que estoy libre de riquezas pero en cambio cargado de toda clase de pobreza. Los domingos no me puedo dejar ver en la calle porque no tengo ropa de domingo. En lo que respecta a vida sólida y ahorrativa, recuerdo a un ratón de campo. Un gorrión tiene más expectativas de convertirse en acomodado que el presente informante y contribuyente. He escrito libros que por desgracia no han gustado al público y las consecuencias de ello son angustiosas.
No dudo ni por un momento de que usted lo apreciará y en consecuencia entenderá mi situación financiera. No poseo posición ni prestigio social, esto es claro como el sol. Obligaciones para con un hombre como yo no parece haber ninguna. Sin duda hay bondadosos benefactores que me apoyan del modo más noble de vez en cuando. Pero un donativo no es un ingreso y un apoyo no es un patrimonio. Por todas estas razones, elocuentes y sin duda convincentes, mi estimado señor, quisiera solicitarle que prescinda de todo aumento de impuestos como el que me ha anunciado, y tengo que rogarle, cuando no conminarle a ello, que estime mi capacidad de pago tan bajo como sea posible".
Para todos los que dan vueltas por ahí para ver qué pasa, para todos a los que no les queda otra más que parar en una esquina o en la entrada de un edificio, siempre habrá un Robert Walser al que recurrir. Por un rato.