Michael Lebowitz fue un economista marxista. Es autor de varios libros sobre el socialismo. Este artículo aborda su propuesta en La alternativa socialista.
El triángulo socialista
En La alternativa socialista [1], Michael Lebowitz realiza una crítica al capitalismo en su necesidad constante de maximizar beneficios, lo que resulta en una crisis ecológica y en una distribución desigual de los recursos. En ese sentido hace énfasis en la necesidad de construir un sistema socialista que, para que sea verdaderamente transformador, debe construirse sobre la base del desarrollo humano y la práctica comunitaria y participativa, desafiando la lógica del capital y promoviendo una sociedad solidaria y democrática.
La primera sección del libro presenta lo que llama el "triángulo socialista". Este triángulo describe las tres dimensiones fundamentales que deben desarrollarse y sostenerse de manera conjunta para construir una sociedad socialista genuina y sostenible, según el autor. Cada lado del triángulo representa un aspecto crítico de las relaciones sociales y económicas en una sociedad socialista. Los lados del triángulo socialista son:
• propiedad social de los medios de producción. Este lado del triángulo sostiene que los medios de producción no deben estar en manos de individuos privados o corporaciones que buscan el beneficio personal, sino en propiedad de la sociedad en su conjunto. Esto implica una gestión y control democrático de las empresas y recursos por parte de la comunidad, asegurando que la producción sirva a las necesidades colectivas y no al lucro privado;
• producción social organizada por los trabajadores. Esta arista enfatiza la importancia de la democracia directa y el protagonismo de los trabajadores en la gestión de las unidades productivas. La idea es que aquellos que trabajan directamente en la producción tengan un papel decisivo en la planificación, organización y ejecución del trabajo, superando la alienación típica del trabajo bajo el capitalismo, donde los trabajadores son meros ejecutores de decisiones tomadas por otros.
• satisfacción de necesidades sociales en una sociedad solidaria. Este último lado del triángulo plantea que el objetivo de la producción no debe ser el lucro o la acumulación de capital, sino satisfacer las necesidades reales de la comunidad. Esto implica un cambio en la lógica de la producción, desde la actual que se encuentra orientada al mercado y la competencia, hacia una orientada a la solidaridad y el bienestar común.
Lebowitz reflexiona sobre el concepto de riqueza en una sociedad buena, destacando que no se trata solo de la acumulación de bienes o capital, sino del desarrollo pleno del potencial humano. Mientras en el capitalismo, este “patrimonio social” a menudo se convierte en capital, alienando a los trabajadores de los frutos de su propio trabajo y perpetuando un ciclo de explotación y acumulación de capital, un sistema socialista, según él, debe orientarse hacia la maximización del bienestar humano y social, no hacia la acumulación de capital. Para esto es crucial reconocer y reestructurar la relación entre los trabajadores y los medios de producción. En ese sentido escribe:
“Toda cooperación y asociación del trabajo en la producción genera una productividad [del trabajo] asociada y social que excede la suma de las productividades individuales y aisladas” [p. 41].
Lebowitz enfatiza que el verdadero desarrollo humano no se trata solo de proporcionar acceso a recursos o educación, sino que debe involucrar activamente a las personas en procesos que les permitan transformarse a sí mismas y a su entorno. Sobre esto resalta que solo a través de la práctica revolucionaria, donde las personas participan activamente en la creación y gestión de sus condiciones de vida y trabajo, se puede lograr un desarrollo humano auténtico. También hace mucho énfasis en la tercer arista (que luego propondrá como un pilar de su estrategia de transición) sobre la sociedad solidaria donde la importancia de gestionar nuestra actividad productiva de manera que permita a los trabajadores y a la comunidad desarrollar su potencial, a diferencia de la división del trabajo jerárquica y sistemática que caracteriza a la producción capitalista.
“En esa sociedad de productores asociados, cada individuo puede desarrollar su potencial pleno; es decir, el ejercicio absoluto de sus potencialidades creadores, el ejercicio pleno del contenido humano (...) al desarrollarse en todos sus aspectos los individuos, se desarrollarán también todas las fuerzas productivas y fluiran con todo su caudal los manantiales de la riqueza cooperativa" [p. 52]. Lebowitz está parafraseando aquí a Marx en
Crítica al programa de Gotha.
Lebowitz hace mucho énfasis sobre la sociedad solidaria donde prima la importancia de gestionar nuestra actividad productiva de manera que permita a los trabajadores y a la comunidad desarrollar su potencial, a diferencia de la división del trabajo jerárquica y sistemática que caracteriza a la producción capitalista.
En una sociedad solidaria, la actividad productiva debería orientarse no hacia la maximización del propio beneficio, sino hacia el beneficio mutuo y el desarrollo colectivo, permitiendo así la realización plena de las capacidades humanas.
Construir el triángulo y la transición hacia el socialismo
En este punto el autor pasa a desarrollar su idea sobre la construcción del mismo. Su idea central es que el mismo es un sistema orgánico donde estas 3 aristas interactúan y se refuerzan mutuamente para crear un sistema socialista integral.
Sobre esto, argumenta que estos tres lados del triángulo no solo son interdependientes, sino que cada uno es crucial para la existencia y el fortalecimiento de los otros. La propiedad social de los medios de producción asegura que la productividad social se dirija al desarrollo libre de todos, y no solo a satisfacer las ganancias de los empresarios, la organización de la producción por parte de los trabajadores permite superar la alienación y la fragmentación, fomentando relaciones de cooperación y solidaridad. Por último, la orientación de la actividad productiva hacia las necesidades comunitarias fomenta la solidaridad y ayuda a construir “seres humanos socialistas”.
Esto es lo que empieza a introducir en su último capítulo que explica también su pasado como asesor en Venezuela donde su visión es que el socialismo se empieza a construir desde adentro del capitalismo. La idea subyacente es que se puede acabar con el capitalismo construyendo parte de esas aristas.
"Cuando el capital va a la huelga, hay dos opciones, ceder ante él o enfrentarlo. Desafortunadamente la socialdemocracia ha demostrado (...) Como resultado, cuando el capital va a la huelga, la socialdemocracia responde cediendo” [p140].
Esto soslaya que en su evaluación del “socialismo” del siglo XXI, su propio esquema no encajaría.
Esta perspectiva ignora que el Estado y las instituciones capitalistas están diseñados para preservar las relaciones de producción existentes, no para transformarlas radicalmente. Intentar crear “aristas” socialistas dentro de este marco solo conduce a reformas que no alteran la estructura económica fundamental. Una verdadera transición al socialismo requiere una ruptura decisiva con el orden capitalista, incluyendo la expropiación de los medios de producción y la reorganización de la economía bajo control democrático de los trabajadores.
Lebowitz propone una estrategia gradual de reformas con el objetivo que las personas desarrollen una nueva conciencia y capacidades a través de la práctica. Al existir una interdependencia entre los 3 lados del triángulo, el autor dice que sin producción para las necesidades sociales, no habrá verdadera propiedad social, sin propiedad social no habrá toma de decisiones por parte de los trabajadores orientadas hacia las necesidades y sin tomas de decisiones por parte de los trabajadores no habrá transformación de los seres humanos.
El autor propone medidas concretas como aumento de salario mínimo, gravar la plusvalía, la apertura de los libros contables, transformación de la jornada laboral (incorporando tiempo para la educación de la gestión obrera) entre otras.
Pero a diferencia del programa de transición de Trotsky, acá el autor propone estas medidas para ir generando esa condicionalidad socialista. Es decir, conseguir estas medidas dentro del capitalismo para luego generar la conciencia en la defensa de las mismas.
La tesis central del autor es que esta serie de reformas que denomina asaltos despóticos contra el capital son parte de subordinar al capital a una lógica diferente, al de desarrollo humano. La premisa del autor es que estas medidas ponen en movimiento a las siguientes y así el proletariado se verá obligado a continuar siempre avanzando.
por supuesto, tomadas en sí mismas, ninguna de estas medidas cambia el sistema. Parecen meras reformas en el papel. Sin embargo son asaltos despóticos sobre los derechos de propiedad capitalista. Son parte de un proceso para subordinar al capitalismo a una lógica ajena , a la lógica del desarrollo humano. (...) Esas medidas de “condicionalidad socialista” son más que reformas porque precisamente cercenan al capital y tenderán a producir crisis e irracionalidad en el sistema.
Esta definición tiene ciertas similitudes con la idea de “reformas no reformistas” de André Gorz [2]. Sintéticamente la idea era sustituir la noción del “programa de transición” por la de “reformas no reformistas ” y orientar las luchas hacia reformas revolucionarias que vayan hacia una transformación radical de la sociedad. Sin embargo el neoliberalismo se encargó de demostrar la imposibilidad de la acumulación permanente de reformas. El programa de transición se trata de levantar demandas transitorias para construir un puente que tenga una doble función: permita elevar la conciencia de los trabajadores y a la vez los organice para la toma del poder [3].
Así el autor argumenta que cuando un gobierno implementa estas “políticas socialistas”, el capital reacciona agresivamente, revelando que prioriza sus privilegios sobre el bienestar general. Esta confrontación demuestra que para lograr un verdadero desarrollo humano, es necesario avanzar hacia la propiedad social de los medios de producción, impulsando así un proceso continuo de transformación social liderado por la clase trabajadora.
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A continuación dos críticas en particular sobre la visión de Lebowitz. Por un lado, ¿es posible romper el triángulo del que habla sin socializar los medios de producción? Por otro lado, ¿es inevitable la burocratización en el camino de la construcción del socialismo?
El triángulo socialista y el programa de transición
Si bien el autor desarrolla el aspecto del triángulo asociando la necesidad de la socialización de los medios de producción, la autogestión de los trabajadores con la necesidad de construir una sociedad solidaria (hombre nuevo), pareciera no trazar una clara hoja de ruta para llegar ahí y la idea central que desarrolla ha fracasado una y otra vez.
La tesis central de Lebowitz es la de la condicionalidad socialista, donde la única alternativa que tendrán los trabajadores para defender sus conquistas será continuar avanzando por más reformas. Sin embargo, la propia realidad mostró la imposibilidad de un Estado burgués que, luego de la conquista de ciertas reformas termine cediendo contra el capital.
Sin embargo, la lucha por reformas dentro del sistema capitalista se revela una y otra vez como una estrategia equivocada. La historia demuestra que los avances más significativos en derechos laborales y sociales no surgieron de una acumulación gradual de reformas, sino como resultado directo o indirecto de grandes revoluciones y movilizaciones masivas. Ejemplos como la jornada laboral de 8 horas evidencian que los capitalistas solo ceden cuando se ven al borde del abismo, temiendo perderlo todo. Esta realidad contradice la noción de que un enfoque reformista “realista” pueda lograr cambios sustanciales y duraderos.
Además, la naturaleza provisoria de las reformas bajo el capitalismo las hace vulnerables a ser revertidas, como lo demuestra la ofensiva neoliberal que ha desmantelado sistemáticamente muchas de las conquistas sociales del siglo XX.
La burguesía no puede ser desplazada del poder por vías electorales. Su influencia económica y el carácter de clase del Estado, le permite sabotear cualquier medida de gobierno gracias a su control sobre la producción. Incluso en un gobierno de corte socialista, la burguesía recurriría de diferentes modos a impedir el marco democrático y las libertades utilizando sus múltiples vínculos con los aparatos del Estado y sus lazos con el imperialismo.
Una transición pacífica y gradual al socialismo es inviable, ya que las clases dominantes históricamente no han cedido sus privilegios sin ofrecer una resistencia. Asimismo, la estructura del capitalismo no permite reformas progresivas que se acumulen para generar cambios significativos.
El capitalismo, en su búsqueda constante de mayores ganancias, tiende a erosionar cualquier derecho que obstaculice la acumulación de capital. Esto convierte la lucha por reformas en un ciclo casi circular, donde los trabajadores se ven obligados muchas veces a reconquistar los mismos derechos.
La verdadera transformación social requiere cuestionar los fundamentos del sistema capitalista, incluyendo la propiedad privada de los medios de producción, en lugar de limitarse a buscar mejoras superficiales que el sistema pueda fácilmente absorber o revertir.
A diferencia de estas medidas que convivan en el capitalismo, Trotsky desarrolló el Programa de Transición que busca establecer un puente entre la lucha inmediata por las demandas mínimas y democráticas y la lucha por el poder de la clase trabajadora. Este método, conocido como “transicional”, emplea consignas transitorias que plantean respuestas estructurales y de fondo para terminar con los padecimientos que impone el capitalismo [4].
Si bien muchas de las medidas enunciadas por Lebowitz pueden parecer similares, el objetivo del programa es vincular las luchas inmediatas con la perspectiva de un gobierno del pueblo trabajador y el socialismo.
Trotsky sostiene que este programa debe partir de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera para llevar a una sola conclusión: la conquista del poder por el proletariado.
Justamente la idea de consignas democrático-radicales no son un fin en sí mismas ni reformas que sean compatibles en el capitalismo para luego ser defendidas, sino como herramientas tácticas para acumular fuerzas y avanzar hacia la revolución socialista. Estas consignas buscan exponer las limitaciones de la democracia burguesa y movilizar a las masas en torno a la lucha por una democracia más participativa [5].
Para transformar radicalmente la sociedad, primero es necesario derrocar el Estado burgués y establecer un Estado de nuevo tipo. Sólo entonces se podrán tomar medidas concretas, como la expropiación y el control obrero de los medios de producción, adaptadas a las condiciones específicas del momento y lugar.
Enfocar la lucha en reformas tiende a desmovilizar a las masas, haciéndolas depender de promesas de cambios graduales que no desafían realmente el poder estructural del capitalismo. Este ciclo sostiene la ilusión de que el sistema puede ser mejorado desde dentro, desviando la energía y la organización necesarias para una verdadera transformación. La estrategia no debiera ser pelear por reformas y luego esperar para defenderlas, sino justamente lo contrario a un programa democrático-radical que sea coherente con los objetivos revolucionarios, luchando siempre contra el estado burgués y preparando el terreno para la dictadura del proletariado [6].
Esto no quiere decir que no haya que pelear por ellas con toda la fuerza. Los socialistas estamos y estaremos en la primera fila de las luchas por toda demanda justa que le podamos arrancar al capitalismo y por la defensa de cada derecho que nos quieran arrebatar. Sabemos que el único camino es la movilización porque el capitalismo nunca otorgó por motus propio ninguna conquista.
El triángulo socialista en Venezuela
Lebowitz fue asesor en Venezuela en el Ministerio de Economía Social (2004) y de Desarrollo Económico y Planificación (2008), en el Gobierno de Hugo Chávez. Podríamos decir que allí intentó aplicar lo que luego teorizó en sus libros.
La idea que subyace está en romper el triángulo capitalista por la arista donde la producción no debe estar en función del lucro, sino satisfacer las necesidades reales de la comunidad. ¿Algo de eso sucedió en los últimos años de Venezuela?
El ascenso y declive del chavismo en Venezuela representa un capítulo complejo en la historia latinoamericana, marcado por las contradicciones inherentes a un proyecto que se proclamaba revolucionario pero que, en última instancia, no logró superar las limitaciones estructurales del capitalismo dependiente y rentista.
Quienes asocian el fracaso del chavismo con el derrumbe de un supuesto proyecto “socialista” están equivocados. Tal interpretación necesita limitar el concepto de “socialismo” a la mera intervención o control del Estado burgués sobre una economía que sigue siendo capitalista. No solo no existió el socialismo, ni siquiera hubo reformismo como el que propone el autor.
Hugo Chávez emergió en un contexto de agotamiento del régimen político anterior y descontento popular generalizado. Su liderazgo carismático y su discurso anti-establishment resonaron en amplios sectores de la población. El boom de los precios del petróleo y un relativo desinterés de Estados Unidos en la región, más enfocado en Medio Oriente, proporcionaron las condiciones económicas y geopolíticas para el auge inicial del proyecto chavista.
El gobierno de Chávez tuvo algunos rasgos de lo que Trotsky llamó bonaparismo sui generis, buscando equilibrar las presiones del capital imperialista con el apoyo de las masas obreras y populares. Utilizó los mecanismos de distribución de la renta petrolera para ampliar su base de apoyo, implementando programas sociales y subsidios que mejoraron temporalmente las condiciones de vida de sectores populares.
Sin embargo, esta política distributiva no alteró fundamentalmente la estructura económica del país. Venezuela siguió siendo primordialmente un proveedor de materias primas para el mercado mundial, manteniendo su dependencia de la exportación petrolera. Las empresas transnacionales continuaron operando en sectores clave, incluyendo el petrolero, y se incorporaron nuevos actores como China y Rusia.
El chavismo no eliminó la propiedad privada ni transformó radicalmente las relaciones de producción. Chávez afirmaba: “Nosotros no tenemos prevista la eliminación de la propiedad privada, ni la grande ni la pequeña”. Su objetivo declarado era fomentar una burguesía nacional “productiva”, pero en la práctica, se consolidó una nueva élite económica ligada al Estado y se profundizó la fuga de capitales. Las cuentas privadas en el exterior pasaron de tener 49 mil millones de dólares en 2003 a tener 500 mil millones en 2016, según el entonces ministro de comercio exterior, Jesús Farías, o 400 mil millones, según la Asamblea Nacional controlada por la derecha.
La estatización de organizaciones obreras, campesinas y populares permitió al gobierno extender su control sobre la sociedad civil, pero también limitó la autonomía y capacidad de acción independiente de estos sectores. Esta cooptación se volvió problemática cuando las condiciones económicas se deterioraron.
El fin del ciclo alcista de las materias primas expuso más brutalmente las contradicciones y limitaciones del modelo chavista. Bajo la presidencia de Nicolás Maduro, la crisis económica se profundizó dramáticamente. La caída de los ingresos petroleros, combinada con el peso de la deuda externa y años de mala gestión, resultó en una contracción económica aún mayor, hiperinflación y un colapso de los servicios públicos.
Frente a la crisis, el gobierno recurrió cada vez más a medidas represivas para mantener el control, evidenciando el fracaso de su modelo de consenso basado en la distribución de la renta. La clase trabajadora sufrió una pérdida masiva de conquistas históricas, sin capacidad para articular una respuesta efectiva debido, en parte, a años de subordinación a las estructuras estatales.
Como se escribió hace unos párrafos, el autor plantea la idea de la condicionalidad socialista, esto es que cuando el capital haga huelga contra estas serie de reformas o medidas a favor de la clase trabajadora, la misma deberá enfrentarlo y de esta manera ganar la conciencia para avanzar hacia el socialismo. Veamos cómo le fue a esta estrategia en Venezuela.
Tras el paro patronal y el sabotaje a PDVSA, Chávez, en lugar de avanzar contra la propiedad capitalista, ofreció concesiones a las empresas mediante el “Acuerdo Marco de Corresponsabilidad Social”. Este acuerdo condonaba deudas y otorgaba créditos baratos a cambio de participación estatal en las empresas, mientras permitía despidos masivos. Lejos de aprovechar esa ocasión para avanzar contra la propiedad capitalista Chávez lanzó ese salvavidas a los empresarios. Chávez buscó contener la lucha de clases y estabilizar la situación, él mismo siempre lo dijo “Si no fuera por este proceso de revolución democrática y pacífica no sé qué estaría pasando en Venezuela, no sé cuántos Caracazos tendríamos […] No estarían los burgueses viviendo plácidamente como ahora”. Así, satisfizo parcialmente a todos los sectores dentro de los límites del capitalismo dependiente, actuando como árbitro bonapartista entre clases.
El caso venezolano refleja los límites de los proyectos nacionalistas burgueses en el contexto del capitalismo globalizado. A pesar de su retórica radical sobre “socialismo” y “anticapitalismo” la realidad fue muy distinta. El chavismo no se propuso superar la dependencia estructural ni desarrollar las fuerzas productivas del país. La renta petrolera, en lugar de servir como base para el desarrollo económica, fue apropiada por los capitales imperialistas y la parasitaria burguesía venezolana [7].
Poco tienen que ver las interesantes líneas autogestivas del autor con el modelo de dirigismo estatal del que fue parte y defendió [8]. En última instancia, la experiencia chavista es la que refuta la estrategia del propio autor y demuestra la necesidad de transformaciones más profundas para superar el subdesarrollo y la dependencia.
Una economía planificada democráticamente
Existe un futuro alternativo para la clase trabajadora. Uno donde los trabajadores sean los protagonistas activos de su propia liberación, tomando decisiones, gestionando la producción y asumiendo la responsabilidad de su propia organización social. Una planificación democrática donde sean los trabajadores quienes deciden qué y cómo producir. ¿Qué queremos los socialistas revolucionarios? Que el conjunto de la clase trabajadora se ponga al frente de una profunda transformación de la sociedad, pudiendo controlar los medios de producción (fábricas, infraestructuras estratégicas, transporte, etc.), para que la misma se defina en función de las necesidades sociales y no de las ganancias. Para que esto sea posible esta planificación debe hacerse democráticamente.
Como escribió Trotsky: “Sin democracia soviética, sin que los trabajadores tomen en sus manos la administración del Estado y de la economía, es imposible construir el socialismo” (La Revolución Traicionada, 1937).
Una democracia mediante soviets o consejos que son las instituciones más aptas para la consecución democrática de la revolución social. Capaces de ejercer una regulación entre la planificación económica y la regulación del comercio. En la medida que avance la transición al socialismo, estadío bloqueado en la URSS con la burocratización stalinista, la democracia soviética tiene la capacidad de extenderse a toda la población para transformarse en una poderosa herramienta de cooperación de productores y consumidores.
Para finalizar, Lebowitz escribió “si no sabes adónde quieres ir, ningún camino te llevará allá. Sin embargo, saber hacia dónde se quiere es solo la primera parte; no es en absoluto lo mismo que saber cómo llegar allí [p. 131]”. Un verdadero proyecto socialista necesita una revolución social que socialice los medios de producción y rompa con el imperialismo y que pelee por el comunismo a nivel global. Que de una vez por todas cada quien obtenga según su necesidad.
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