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Red Internacional
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TELEVISIÓN. Game of Thrones: una temporada que termina muy, muy arriba

(ALERTA SPOILERS) Luego de un, como siempre, intenso Capítulo 9, se viene el final de la sexta temporada de Game of Thrones. ¿Qué nos deja hasta aquí y para qué nos preparamos?

Domingo 26 de junio de 2016

Sin lugar a dudas que Game of Thrones rompió con el modo lineal, rutinario y previsible para contar historias. Ver Game of Thrones es, literalmente, subirse a una montaña rusa en la que uno debe hacerse cargo de que no sabe dónde frena, si efectivamente frena y si estará al lado la persona con la que comenzó el recorrido. La temprana muerte de Ned Stark que, por peso actoral y por densidad del personaje, nos hizo creer efímeramente que sería el protagonista central de la serie, nos hizo recordar a todos lo pertinente de la canción del uruguayo Jaime Roos: “no te enamores de nadie”. Valar Morghulis, reza la serie en idioma Valyrio: todos los hombres deben morir, significa. Y se lo toman a pecho, nomás.

En efecto, en los vaivenes de ese ritmo vertiginoso, gran parte de los grandes “caciques” de las familias que se disputaban el trono al comienzo de la serie, fueron saliendo de escena (el propio Stark, toda la primera línea de los Baratheon, Tywin Lannister, el hijo varón y presunto heredero de la casa Targaryen) y el peso del protagonismo fue llevado paulatinamente a los antes outsiders. Los agraviados indeseables de familias de alta alcurnia, los bastardeados bastardos y, con notable fuerza, las mujeres son las y los que, a fuerza del vendaval impredescible y rojo de la guerra, fueron saliendo del rol subordinado que les daba una sociedad arcaica y (digamos) medieval, para asumir roles protagónicos, de liderazgo, de caudillas. Para aspirar al trono del que se consideran legítimas herederas, para sobrevivir, para tomar un trago de ese dulce néctar llamado venganza o un poco de las tres cosas, allí están ellas gritando: “no nos digan cómo pretenden humillarnos. Que vayan pasando”. No es fácil ser mujeres y conductoras en un mundo donde las mujeres vienen como adornos adosadas a castillos.

A la emergencia de estos “otros” (y otras), se le suma la aparición de alianzas transversales con otros “outsiders”, aunque esta vez sociales, que se convierten en fuerzas auxiliares de cada trono. Algo antes impensado. Los Bárbaros, que pasaron de ser parte de una alianza defensiva con los muchachos de Jon Snow frente a los Caminantes Blancos, a ser sus aliados para recuperar Invernalia (Winterfell); los Dothraki, los esclavos, los Inmaculados y todos los despojados que, en clave de revolución controlada desde arriba, fue ganando la Khaleesi Daenerys Targaryen para sus huestes, haciéndolo en clave de protectora, digamos, populista y con el fin, nada menos, de la “restauración” de la dinastía del “Rey Loco” Targaryen, odiada toda ella. Toda Casa Real teje alianzas improvisadas con el subsuelo de las tribus realmente existentes.

Hasta el grupo oscurantista que copó King’s Landing (y que controla al joven rey Lannister), son bloques que hablan de la verdadera “crisis orgánica” de las familias tradicionales y la necesidad de movilizar fuerzas irregulares para disputar el poder. Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia.

¿Porqué nos gusta Game of Thrones?

Si uno saca al grupo de seguidores de culto de George RR Martin (esos que buscan generar culpa al resto por no haber leído los libros, lo que nos convierte en gameofthroners de segunda), que son una élite dentro de los fanáticos de la serie, hay tres grandes motivos que explican la gran adhesión que genera la serie entre nosotros. Ese fenómeno de gente de distintos estratos sociales, con diferentes horarios de trabajo o disímiles intereses culturales que, llegado el domingo, ponen stop a sus días y consumen como hipnotizados la nueva entrega de esta serie que no para de crecer; las arduas polémicas en redes sociales en torno a desde qué momento se puede comentar públicamente alguna novedad de la serie; el tráfico de sitios web donde verla lo antes posible; todo ese electrizante frenesí colectivo, tiene una explicación:

1) Game of Thrones tiene un enorme despliegue técnico y de inéditos efectos visuales pero para al servicio de un relato cruel y despiadado. Aquí no hay tiernos hobbits o purísimos elfos como en El señor de los anillos, ni épicos leones parlantes y monárquicos como en Narnia, aquí hay caminantes blancos que mejor no cruzárselos en el bosque, dragones con humor de perro, gigantes con pocas pulgas e inquietantes sacerdotisas con poderes que mejor estén de tu bando. Y, sobre todo, hay seres humanos. Cruentos, sanguinarios, sádicos, fríos y repugnantes seres humanos.

2) Como ya sugerimos arriba, Game of Thrones rompe con el relato clásico de la televisión y el cine, donde la muerte de personajes principales o entrañables es algo excepcional. Aquí son todos productos perecederos y algunos tienen la fecha de vencimiento pegada en la frente. Es, en ese sentido, la muerte de la épica en el sentido de un movimiento heroico ascendente e imparable con un fin casi inevitable. En Game of Thrones muchos aspirantes a héroes están viendo las margaritas desde abajo. Y uno de ellos zafó de hacerlo gracias a la “pequeña ayudita de mi amiga”, la magia negra.

3 En Game of Thrones, a pesar de la crueldad, que llega al nivel de cerrar el estómago, hay espacio para la redención. Una redención lindante con la venganza, es decir, que muchas veces no escapa de los parámetros de la crueldad de la que buscan dejar de ser objeto. Pero nos gusta, claro. Esos momentos de plácida venganza es cuando en cada hogar se escuchan gritos de gol, que confunden a los vecinos que, están seguros, domingo a las 22 horas no había partido alguno. No, no había partido. Festejamos que los perros se están morfando al repugnante Ramsay Bolton. Un gol de media cancha de la ascendente Sansa Stark, (que no dejó su inocencia en el lecho matrimonial de Jeoffrey Baratheon) y el mencionado Bolton, cuyos secos finales fueron festejados por la “afición” hasta dejarla afónica. En tu cancha y en tu cara (esto último, literalmente, en el caso de Bolton).

La temporada que se va cuando todo empieza a empezar

La “fanaticada gameofthroner” sabe que el capítulo 9 de cada temporada tiene garantizada una cuota de pimienta, de frenesí, de emoción, y litros y litros de sangre. Y esta temporada no fue la excepción.
Si aún estábamos secándonos las lágimas de tristeza que nos dejó el amargo “Hold the door” del leal y combativo Hodor, este penúltimo capítulo nos dejó la derrota de los esclavistas en manos de los fogosos reptiles voladores (el equipo de la Khaleesi es “Dragones + 10”), el aniquilamiento de (las tropas de) Ramsay Bolton, el consiguiente rearmado de la tropa de los restos de la casa Stark, la vuelta a las canchas de Arya Stark. En King’s Landing, los fieles muchachos conducidos por High Sparrow, que no estarían tan de acuerdo con la “separación del Estado y la religión” de la Revolución Francesa, abdujeron al rey y encabezan una ofensiva oscurantista, un “golpe por derecha” a los ya inescrupulosos Lannister. Intensidad de sobra.

Si a eso le agregamos que la patota de Caminantes blancos está desbocada y fuera de control, que el Perro está suelto y no pierde las mañas de morder, y que hay otro Stark dando vueltas por el mundo, sabemos que la temporada que viene será intensa y decisiva.

Si la temporada que termina fue la de la emergencia de los “parias”, como dijimos en otro artículo, ahora los parias no quieren sobrevivir, ni pretenden un cálido reconocimiento. Quieren vencer, redimir a sus familias y, sobre todo, a sí mismos. Limpiarse tanta mierda que tienen pegada y no justamente por elección propia. Huérfanos y mujeres que sobreviven al mundo de patriarcas con títulos copan el tablero para salir a disputar lo que, en definitiva, es esto: un juego de tronos. Un rojo juego de tronos.