En su último libro el historiador Enzo Traverso aborda el genocidio sobre el pueblo palestino desde diferentes aristas. El ensayo es una contundente denuncia del accionar del Estado de Israel de los últimos meses sin perder la perspectiva histórica de los debates.
Recientemente se publicó Gaza ante la historia (Akal, 2024), el último libro de Enzo Traveso. El ensayo está escrito al calor de los ataques del Estado de Israel sobre la población palestina intensificados en los últimos meses, lo que lo vuelve una intervención de emergencia en la denuncia al genocidio en curso. Esta urgencia no le quita solidez a la reconstrucción y argumentación del historiador italiano, respaldado por reflexiones en trabajos previos. Gaza ante la historia tiene la virtud de abordar el genocidio sobre el pueblo palestino desde varias aristas y con solvencia, articulando elementos históricos con hechos de la última etapa. A su vez, retoma debates como la cuestión de la violencia y a qué salida apostar, mientras se desarrollan importantes movilizaciones de solidaridad, siendo las acciones en los campus universitarios las más destacadas.
Un genocidio en curso
El texto se estructura en ocho capítulos, donde el primero aborda cómo se construye en disputa las posiciones de ejecutores y víctimas. El punto de partida es la escena paradójica de que mientras destruye Gaza bajo una lluvia de bombas, Israel se presenta como la víctima del «mayor pogromo de la historia desde el Holocausto». Como la Shoá es una referencia constante, Traverso toma algunas comparaciones sobre la Segunda Guerra Mundial y habla de “una especie de juicios de Nuremberg a la inversa” donde no se juzgarían los crímenes cometidos por los nazis sino las atrocidades indiscutibles cometidas por los Aliados. En ese sentido trae a cuento el debate alemán sobre el pasado hitleriano, donde el historiador conservador Ernst Nolte definió a los crímenes nazis como «reactivos» frente a la amenaza del bolchevismo y por lo tanto las víctimas eran los alemanes, no los judíos. Siguiendo la analogía con el planteo de Nolte, Traverso señala que para justificar sus crímenes, el colonialismo sionista propagandiza que las víctimas son los israelíes, no los palestinos.
Frente a esta inversión de víctimas y ejecutores, Traverso retoma la definición de genocidio, establecida normativamente por la Convención de la ONU de 1948, para definir lo que está sucediendo en la Franja de Gaza:
El concepto de guerra –utilizado en estas páginas según el uso común que se le ha dado en estos meses– no es del todo apropiado para definir lo que está ocurriendo en Gaza, donde no se enfrentan dos ejércitos, sino donde una maquinaria bélica muy poderosa y sofisticada está eliminando metódicamente un conjunto de centros urbanos habitados por casi dos millones y medio de personas. Se trata de una destrucción unidireccional, continua, inexorable. No estamos ante dos ejércitos, dada la inconmensurable distancia que separa al Tzahal [las fuerzas armadas israelíes, NdR] y Hamás, sino ante victimarios y víctimas, y esta es precisamente la lógica del genocidio.
Para el historiador, aunque durante décadas se estudiará lo que hoy sucede en Gaza, la alarma de un genocidio en curso plantea la tarea de detenerlo.
Orientalismo, “razón de Estado” y fake news
En el segundo capítulo analiza cómo se estructura el discurso por el cuál el Estado de Israel es una isla democrática en medio del océano oscurantista del mundo árabe. Este discurso lleva a Traverso a retomar el libro Orientalismo, donde Edward Said plantea que Occidente es incapaz de definirse a sí mismo si no es en oposición a una alteridad colonial, no blanca y jerárquicamente inferior [1]. La diferencia actual radica en que el Occidente conquistador que tenía ínfulas de expandir su civilización, hoy se ve a sí mismo como una fortaleza sitiada. El tropo dicotómico de civilización/barbarie ahora es reformulado como la oposición entre democracia occidental y terrorismo islámico; así, herida por el «bárbaro» ataque de Hamás, «la única democracia de Oriente Medio» tiene derecho a defenderse.
Por este «derecho a defenderse» tras el 7 de octubre se han justificado los «daños colaterales» con mayor tolerancia, aunque implique miles de niños asesinados por bombardeos programados mediante inteligencia artificial:
Hasta la fecha, Hamás ha matado «bárbaramente» a casi 1.200 israelíes, entre ellos 800 civiles; el Tzahal ha matado «de forma inteligente» a 34.000 palestinos, quizá una cuarta parte de ellos combatientes de Hamás, y muchos estiman en al menos 20.000 el número de víctimas que siguen bajo los escombros. Todo está planeado: la destrucción de carreteras, edificios, escuelas, hospitales, universidades, museos, monumentos e incluso cementerios, arrasados por excavadoras; el corte de agua, electricidad, gas, combustible e internet; la denegación del acceso a alimentos y medicinas a los desplazados; la evacuación de más de 1,8 millones de sus 2,4 millones de gazatíes hacia el sur de la Franja, donde vuelven a ser bombardeados; enfermedades, epidemias y ahora hambruna. Tras fracasar en su intento de acabar con Hamás, el Tzahal ha empezado a eliminar a la intelectualidad palestina: académicos, científicos, médicos, administradores, técnicos, periodistas, artistas, intelectuales y poetas.
Con esta brutal descripción, Traverso da cuenta de las características de genocidio que se van profundizando e introduce las contradicciones del sionismo. Nacido como reacción el antisemitismo, quiso combatirlo con las mismas armas e ideas que alimentaban el nacionalismo en toda Europa: “la lucha por el refugio se convirtió en la guerra por crear un Estado exclusivo en que los judíos debían sustituir a las poblaciones indígenas, como ya habían hecho muchos otros colonialistas europeos en Norteamérica, Australia y Sudáfrica”. El historiador italiano agrega que las dos tendencias que se alojan en el sionismo, una laica y otra religiosa, se han fusionado en un “proyecto teológico-político que adquiere un carácter radical y redentor”. Cualquier atisbo de las alas izquierda de los orígenes del sionismo ha desaparecido por la propia naturaleza colonialista de este.
En el tercer capítulo Traverso desglosa cómo la memoria del Holocausto fue paulatinamente identificando con la defensa de Israel y la lucha contra el antisionismo. El autor parte de las declaraciones de los cancilleres, Angela Merkel y Olaf Scholz, sobre el apoyo incondicional a Israel como fuerza de «razón de Estado» para Alemania. El uso de este concepto ambiguo de «razón de Estado» –teorizado desde Maquiavelo hasta Friedrich Meinecke– es revelador, ya que se refiere a validar acciones ilegales e inmorales en nombre de un interés superior, el interés del poder. Para el autor, el apoyo incondicional a Israel trae ventajas para Alemania: presentarse como enemigo del antisemitismo y trasladar “la carga de la culpa histórica germana a los hombros de los palestinos”, posicionarse externamente en el campo occidental e internamente tener una cobertura para un giro xenófobo contra los inmigrantes identificados con el islam.
Luego de estas consideraciones, en un cuarto capítulo se abordan las fake news. Las reflexiones de Marc Bloch sobre la difusión de noticias falsas en tiempos de guerra sirven de marco para analizar este elemento importante para la política de Israel. Del historiador francés Traverso toma su explicación sobre la mentira, que se propaga, expande y vive con una sola condición: “encuentra en la sociedad en la que se difunde un caldo de cultivo favorable”. En la mentira presentada como verdad, dice Bloch, “los hombres expresan inconscientemente sus prejuicios, sus odios, sus miedos y todas sus emociones fuertes”. Traverso cita diferentes fake news que en estos meses se propagaron y agrega que “los mitos antisemitas más antiguos parecían haberse reactivado de repente para volverse contra los palestinos”.
Antisionismo y antisemitismo
En el quinto capítulo de Gaza ante la historia Traverso se explaya sobre la equiparación de las críticas y protestas contra el accionar de Israel como un brote de antisemitismo. Los campus universitarios estadounidenses serían el epicentro de la “gigante ola de antisemitismo” que difunden las cadenas de noticias. La acusación es tan grave como falsa, señala el autor, dando cuenta también que muchos estudiantes y profesores judíos, incluso hasta estudiantes israelíes, participan de esas movilizaciones contra la masacre al pueblo palestino. El “antisemitismo se ha convertido en un arma” para “criminalizar las críticas a Israel”, concluye.
La movilización juvenil y en las universidades es comparada con el movimiento contra la guerra en Vietnam por su magnitud y amplitud. Aquí Traverso identifica tres sensibilidades principales. La primera es la de jóvenes de origen poscolonial, nacidos en Europa o Estados Unidos en familias de origen africano o asiático, para quienes la causa palestina es una nueva etapa en la lucha contra el colonialismo. Otra sensibilidad es la de los afroamericanos, atravesados por el Black Lives Matter, que ven en la liberación de Palestina una lucha global contra el racismo y la desigualdad. La tercera es la de judíos que no toleran la opresión y el asesinato en su nombre. La campaña mediática, entonces, apunta contra estas tres sensibilidades:
Al equiparar antisionismo y antisemitismo se matan tres pájaros de un tiro, al golpear al anticolonialismo, al antirracismo y al anticonformismo judío.
Traverso retoma parte de las ideas que desarrolló en El fin de la modernidad judía (2013), donde luego del lugar de vanguardia que ocuparon los judíos en todos los movimientos emancipatorios, sufrieron un giro conservador. Así da cuenta de diferentes actos de censura, sanciones y persecuciones por partes de instituciones y Estados bajo el argumento de “antisemitismo”, desde los estudiantes movilizados hasta intelectuales como Judith Butler y Nancy Fraser. Concluye advirtiendo que esta distorsión del antisemitismo conlleva el riesgo de la banalización de la memoria construida en torno a la Shoá.
La cuestión de violencia
En el sexto capítulo Traverso interviene en el debate sobre la violencia, el terrorismo y la resistencia, donde es ineludible partir del atentado de Hamás, el 7 de octubre, sobre una rave party en el Néguev. El historiador da cuenta del brutal contraste condensado en “una rave party al amparo de un muro electrificado junto a una cárcel a cielo abierto”, una celebración con una indiferencia donde “Gaza no existía”. Traverso condena este ataque contra civiles israelíes pero a su vez ensaya definiciones conceptuales para distinguir los medios de Hamás (“medios incongruentes y reprobables”) de la lucha legítima del pueblo palestino contra la ocupación ilegal e inhumana por parte de Israel.
En primer lugar, para el autor, la condena a los atentados de Hamás no conlleva a cuestionar la legitimidad de la resistencia a la ocupación, “una resistencia que también implica el uso de armas”. Traverso define que el “terrorismo de Hamás es el reverso dialéctico del Estado israelí” sin por eso dejar que señalar que es erróneo “equiparar la violencia de un movimiento de liberación nacional con la de un ejército de ocupación” [2]. Esto último es importante sostenerlo en primer plano porque la propaganda sionista reduce la historia a foja cero, como si todo hubiera comenzado el 7 de octubre y no con la ocupación del territorio palestino y la limpieza étnica desde 1948. A su vez también oculta el constante saboteo sionista a cualquier acuerdo o alternativa que no sea la imposición total de Israel.
En términos más generales, el historiador italiano vuelve sobre algunas ideas que había planteado en Melancolía de izquierda (2016). Señala que tras décadas de “política memorialista centrada casi exclusivamente en el sufrimiento de las víctimas”, la causa de los oprimidos fue separada de la rebelión y el uso de la violencia. Ese rechazo a la violencia, aunque pueda ser comprensible, va a contramano de cómo se desarrollaron los procesos revolucionarios y de resistencia en el siglo pasado. Las décadas de “paz y democracia” ocultan la hipocresía de las potencias imperialistas:
Nuestra época, tan proclive a la retórica de los «derechos humanos», en la que la violencia «telúrica» de la lucha partisana suscita horror y desaprobación, se ha acostumbrado a la violencia de los bombardeos de área o en alfombra, a los objetivos enfocados en una pantalla, a las «bombas inteligentes», a los supuestos ataques «quirúrgicos» seleccionados por algoritmos que arrasan ciudades habitadas por millones de personas. Nuestros «derechos humanos» se invocan con regularidad para legitimar nuestras «guerras humanitarias» más hipócritas y odiosas.
Estos últimos señalamientos de Traverso son pertinentes y permiten que la discusión sobre los medios de Hamás y su fin de establecer un Estado teocrático, se sitúe en el terreno de la política y qué estrategia es necesaria para la liberación del pueblo palestino [3].
Pasado y futuro
En los últimos dos capítulos el presente es pensado desde los recuerdos cruzados del pasado y también de los posibles futuros. En 1948 los palestinos fueron privados de sus tierras, expulsados por centenares de miles en lo que se conoció como la Nakba; así, Israel afirmó que recuperaba tierras que le pertenecían a los judíos por mandato biblíco. En simultáneo, la ONU reconocía a Israel como entidad nacional mientras negaba el carácter nacional de los palestinos. Así, el Estado de Israel funcionó como “delator de una mala conciencia cuya expiación puede subcontratarse”, entonces son los palestinos “quienes pagan la deuda que Europa ha contraído con los judíos a lo largo de los siglos”.
Traverso es categórico. La destrucción de Gaza por el Tzahal le recuerda a la del gueto de Varsovia arrasado por el general Stroop en abril de 1943. La definición de los combatientes palestinos contra el ejército de ocupación como «animales» es la misma que se hizo con los combatientes judíos del gueto. Las selfies y fotos obscenas de soldados israelíes sonrientes junto a palestinos humillados son el reverso de las fotografías de los soldados de la Wehrmacht sonriendo junto a partisanos ahorcados en Polonia y Bielorrusia. Las fosas comunes dan la impresión de una Shoá a balazos. “Algunos argumentarán que no es lo mismo, pero Israel parece estar haciendo todo lo posible para borrar esa diferencia”, sentencia.
El último capítulo se titula Desde el río hasta el mar, la consigna que recorre las manifestaciones de solidaridad por una Palestina libre. Ante las acusaciones de ser un eslogan antisemita, se pregunta ¿por qué los palestinos no deberían ser libres entre el Jordán y el Mediterráneo? Este interrogante mete cuña ante la concepción del «espacio vital» que utilizan los funcionarios de Netanyahu ubicados en la extrema derecha para justificar la expansión colonialista. Se recuerda que el «espacio vital» fue utilizado por los pangermanistas y luego por los nazis para argumentar la invasión más allá de las fronteras jurídicamente reconocidas.
¿Cómo lograr una Palestina libre desde el río hasta el mar? Traverso descarta la solución de “los dos Estados”, reseñando los fallidos Acuerdos de Oslo (1993) y la capitulación de la Autoridad Nacional Palestina, y reivindica como salida el “Estado laico binacional”, siguiendo los planteos de Edward Said. La idea de un “Estado binacional” fue cobrando fuerza a medida que se profundizó la deslegitimación de Israel, subproducto de sus objetivos racistas y una avanzada colonialista de magnitudes genocidas. Como señala Traverso, personalidades liberales e identificadas con Israel como el historiador Tony Judt habían llegado, con matices y por otras vías, a la conclusión de un Estado binacional como salida. Detrás de quienes confluyen en esta idea hay un reconocimiento común de que la misma existencia del Estado de Israel es incompatible con el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino y que los brutales crímenes que conmocionan al mundo son inherentes a la naturaleza de su proyecto colonial.
¿Alcanza un Estado binacional para tirar abajo décadas de colonialismo y un régimen de apartheid contra el pueblo palestino? Desde nuestra perspectiva, se trata de desmantelar ese aparato estatal guerrerista y racista de Israel (nacido y apuntalado por los países imperialistas), con la perspectiva de una Palestina obrera y socialista, bajo la lucha revolucionaria contra las clases dominantes locales y las potencias imperialistas. Solo así puede haber un estado palestino único, laico y no racista, para la convivencia pacífica y democrática de árabes y judíos, sin opresión nacional de ningún tipo. Esta salida implica revisitar la rica tradición del marxismo sobre la cuestión judía –incluyendo cómo pensaron los trotskistas la causa palestina– que Traverso analizó en trabajos previos pero que esta vez llamativamente no retoma.
Aún con esta última discrepancia, Gaza ante la historia tiene el mérito de ser un contundente alegato ante el accionar criminal de Israel, apoyado política y materialmente por los países imperialistas, y se suma a los llamados que recorren el mundo a detener el genocidio contra el pueblo palestino.
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