Las publicaciones que saltaron a la luz de jugadores de Los Pumas tan llenas de odio de clase y xenofobia, con insultos que no puedo reproducir del desprecio que me generan, se suman a la larga fila de agravios que desde siempre hemos recibido. Pero estamos diciendo basta.
Martes 1ro de diciembre de 2020 00:28
Las trabajadoras de casas particulares, las “mucamas” como nos llaman, otra vez recibimos la humillación y el desprecio público de ricos y famosos. Esta vez fue el capitán de Los Pumas, Pablo Matera, y otros dos rugbiers, Guido Petti y Santiago Socino, que en twitter habían expresado todo tipo de ofensas no solo contra nosotras, también contra los pobres y los inmigrantes en completa impunidad.
Fue este mismo año, no hace tanto, cuando las famosas se reían de sus empleadas en las redes sociales y las filmaban, chetos que intentaron meter a su empleada en un baúl para pasar los controles de la cuarentena, aplicaciones que publicitaban trabajadoras como un electrodoméstico más, permisos truchos que hacían las patronas para que vayamos a los countrys. No son historias de una novela de ciencia ficción o de una telenovela de la tarde. Es la impunidad de los poderosos para humillar a quienes en realidad movemos el mundo.
Yo soy trabajadora, no mucama ni la chica que limpia
Soy una de las casi dos millones de mujeres que dejamos muchas veces de lado nuestras familias para criar a los niños de las familias más privilegiadas de Argentina, que resignamos muchos derechos limpiando paraísos ajenos. Las que limpiamos mansiones lujosas mientras pensamos que en nuestros hogares, a nuestras familias, les falta todo, pero que les tiene que llegar el plato de comida. Soy parte de los miles y miles de mi clase que en esta pandemia perdió el laburo, justo cuando la crisis y el ajuste te golpean más brutalmente.
Trabajo en este sector desde hace casi diez años. Parece mucho pero tengo compañeras que empezaron aún más jóvenes que yo. En todos estos años vivimos y recibimos los malos tratos de las patronas y los patrones para quienes somos un objeto más de la casa. Pero también el silencio cómplice del sindicato que dice representarnos y de los gobiernos que fueron pasando. Todos hicieron ojos ciegos al trabajo casi esclavo que realizamos. Cada gestión del gobierno de turno mantuvo un nivel de precariedad altísimo y uno de los salarios más bajos, casi llegando a la línea de indigencia.
Los últimos nueve meses de cuarentena y pandemia fueron terribles para todas nosotras. Todas las condiciones ya brutales en las que trabajábamos, empeoraron. Muy pocas compañeras pudieron mantener el mismo ingreso, miles fueron despedidas y, al no estar registradas no se respetó ningún derecho.
Dolía escuchar los relatos de las compañeras que para no perder el laburo se alejaban de su familia para quedarse recluidas en las mansiones donde trabajaban, ante la amenaza de “si salís, ya no podés volver”.
Tan grande es el desprecio de los que tienen todos los lujos que hubo compañeras que se contagiaron de COVID por limpiar en casas donde había personas infectadas. ¿Por qué les iban a avisar, si para ellos que nunca pasaron ninguna necesidad los trabajadores somos descartables?
Llegó el punto en que miles de mujeres trabajadoras tuvieron que elegir entre exponer su salud o no tener para llevar el plato de comida a sus familias, y para colmo tenemos que soportar expresiones como las que se difundieron estos días.
Nuestra fuerza es más grande
Pero nosotras las trabajadoras de casas particulares sabemos que nuestra fuerza es más grande que lo que los patrones, las patronas y los burócratas se piensan. Nuestra fuerza está en unirnos con otros cientos de miles de trabajadores que como nosotras están enfrentando la misma crisis. Con las pibas y los pibes que se quieren plantar para que no les roben el futuro, con quienes toman una tierra para darles una vivienda a sus hijos. Nosotras seremos las “paraguayas”, las “negras”, las “pobres”, que ellos desprecian, pero somos parte de la clase obrera sin la cual el mundo no gira.
En 2018 nuestras compañeras de Nordelta dieron una lección a muchos:le torcieron el brazo a los patrones que las discriminan. Les habían privado subirse a los mismos micros que ellos, pero ellas se organizaron, lucharon y ganaron. Y ese fue un triunfo del que me siento muy orgullosa.
Se logró como toda las cosas que conquistamos en nuestra clase, en unidad. En aquel momento, junto con las docentes de Suteba Tigre, a las estudiantes de universidades de la zona, y junto con las obreras sin patrón de la cooperativa MadyGraf. (Las obreras sin patrón siempre cuentan que cuando el patrón se fue y pusieron a producir su fábrica gestionada por los mismos trabajadores comprobaron que los patrones no sirven para nada, son solo parásitos de nuestro trabajo).
Cuando escucho frases xenófobas, insultantes, como las de estos rugbiers pienso en eso: son solo parásitos, mientras nosotras con nuestros hermanos de clase somos millones que realmente producimos y construimos el mundo. ¿Qué pasaría si esa fuerza enorme que somos se organizara como una sola?
Nosotras, las trabajadoras de casas particulares, estamos dando pasos y empezamos a organizarnos en todo el país, de forma independiente de todos los gobiernos y sin los métodos antidemocráticos de la conducción del sindicato. Hoy contamos con nuestra página, Trabajadoras de Casas Particulares por #TrabajoConDerechos.
También nos organizamos con trabajadores que viven en las mismas condiciones de precariedad. Algunos pedalean repartiendo comida mientras no tienen para ellos mismos un plato, otros pelean por un pedacito de tierra para darle un techo a sus hijos, como las familias de Guernica. Y con todos ellos integramos La Red de Precarizadxs e Informales.
Esta es una carta que escribo una vez más transformando mi bronca en fuerza para seguir con nuestra organización, para mis compañeras, para decirles que se sumen a construir una gran fuerza de las trabajadoras y los trabajadores, pero también una advertencia a aquellos que se creen dueños de todo, de nuestras vidas, que sepan que el silencio se terminó y no vamos a parar hasta darlo vuelta todo. Como dicen nuestras banderas: Nos querían invisibles y acá estamos de pie.