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Red Internacional
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Brutalidad Policial. Golpiza policial: el problema era su nacionalidad, no la marihuana

A La Izquierda Diario nos llega el testimonio de Diego Villagarcia, testigo de la brutal golpiza y detención a un joven que fumaba marihuana en Plaza Francia.

Alan Gerónimo @Gero_chamorro

Lunes 8 de mayo de 2017 08:30

Reproducimos textualmente el testimonio que nos hizo llegar a La Izquierda Diario el psicólogo Diego Villagarcía, testigo presencial de la brutal golpiza al joven que fumaba marihuana en Plaza Francia, pero como siempre, en manos de la policía no todo es lo que parece. Aquí el relato:

Plaza Francia, sábado 6 de mayo de 2017 cerca de las cinco y media de la tarde. Paseo con mi pareja por Plaza Francia como cualquier otra tarde otoñal de domingo. Cuando nos dirigimos a la esquina de Av. Pueyrredón y Av. Libertador nos encontramos con un tumulto de gente, vemos varios policías y algunas personas agolpadas y a los gritos. Nos llama la atención, nos acercamos y vemos a, por lo menos, seis policías que someten a un muchacho. Está sentado en el pasto con su novia/amiga, ambos lloran. No entiendo qué sucede.

Empieza a juntarse cada vez más gente. Los primeros que se acercan son los puesteros de la feria, hay también vendedores ambulantes y personas que pasaban por ahí. Todos miran y la mayoría le reclama a la Policía. Al comienzo, la voz más visible es la de los feriantes, que increpan a los policías: les dicen que suelten al muchacho, que en la zona hay muchos robos a turistas y la Policía nunca aparece, que ese pibe no estaba haciendo nada.

Pregunto y me comentan que intentan detenerlo por fumar un porro (es casi lo único que dice el joven, en una situación que para él es visiblemente incomprensible). Para ese momento se junta más gente y cada vez son más los policías. El muchacho muestra signos de haber sido golpeado, me entero de que entre seis policías lo sometieron y lo arrastraron por el piso (en el camino perdió una zapatilla). Casi lo primero que le preguntaron fue de dónde era y cuánto hacía que estaba en Argentina. A esta altura sabemos de qué modo actúan y parece que el dato más relevante para los policías que lo rodeaban era que el muchacho era ecuatoriano.

Mientras llega más gente y más policías escucho: “Mirá cómo actúan los de civil”.

Varios miramos y vemos a una pareja joven vestida de “paseante” que se sube a la camioneta de la policía y se va. Raro, ¿no?

Toda la gente que está alrededor le pregunta a la policía por qué lo retienen y ninguno responde o increpan a las personas que intervienen. Sigue el despliegue: llego a contar 25 policías entre federales y de la ciudad, dos patrulleros, cinco motos y una camioneta. Escucho que un policía que estaba detrás de mí habla por su handy: “Decile que venga que se está juntando mucha gente y la situación se pone complicada.” Imagino que se refería al subcomisario de la 19, que iba a llegar minutos más tarde, y la situación complicada eramos las alrededor de 50 personas entre las cuales había una pareja con un bebé en un cochecito, una turista española con su esposo, una maestra, otro maestro con su pareja, una mujer joven con dos nenas chiquitas de la mano, algunos feriantes y vendedores ambulantes, otra mujer que por celular intentaba averiguar el teléfono de Correpi. No menos de diez personas van registrando en vídeos lo que sucede. Quienes se acercan y se suman a los que ya estábamos reunidos preguntan todas lo mismo: “¿Todo esto por un porro?”.

Al llegar, el subcomisario asume la voz “oficial”. Nos informa que van a trasladarlo a la comisaria. Le decimos que de ningún modo vamos a permitir que se lo lleven. Le pedimos los motivos, que parecen ir modificándose con las respuestas de los que estamos ahí. Primero debían hacerle exámenes médicos, después era por averiguación de antecedentes, después “para terminar el trámite”. Ante la negativa de todos los “argumentos”, el subcomisario afirma: “Creo que agredió a un policía”. Le planteamos que eso no es cierto, le preguntamos qué pruebas tiene, le recordamos que hay vídeos que muestran lo que efectivamente pasó. Cuando un joven que él estaba desde el comienzo le dice que él vio cómo la policía lo golpeaba y no al revés, el subcomisario le dice que él también tiene que ir a la comisaría. Se niega y nosotros también.

La situación no se destraba. Nosotros no nos movemos pero la policía tampoco. El muchacho sigue sentado en el piso con un policía de la ciudad a cada lado. Antes le había retirado el DNI y no se lo devuelven. El subcomisario insiste con llevárselo “para aclarar las cosas”, su tono es visiblemente más “amigable” que el patotero que usaban los policías que llegaron primero. Está ahí para “resolver la situación complicada”: llevarse al joven a la comisaría y que los demás nos fuéramos a casa.

Una mujer toma la iniciativa, claramente sabe algo más de leyes que los que estábamos ahí. Le recuerda que no pueden retenerle el DNI, le exige que diga con claridad de qué se lo acusa o lo deje ir.

Al rato llega una ambulancia del Same y hace una parodia de una revisación, le preguntan al muchacho si lo golpearon, si le duele algo. Todos sospechamos pero la situación empieza a moverse. Nos acompañamos entre varios para hablar con uno y otro, para identificar a quien golpeó al pibe; no quieren dar datos, claro, el anonimato del uniforme los protege.

Seguimos reclamando que lo liberen y siguen diciendo que no. Sin embargo, de a poco los policías se van yendo, quedan unos diez. Nosotros seguimos acompañando al pibe, que está más tranquilo. Hacemos chistes, le preguntamos de qué parte de Ecuador es. Pasó más de una hora y media desde que llegué y algunas caras ya son familiares. Como la tensión se empieza a aflojar, hablamos entre nosotros.

Un policía le devuelve el documento. Más policías siguen yéndose. Ahora solo son unos cinco. La mujer que actuó como “abogada ad hoc” dice que el subcomisario se comprometió a dejarlo ir. Todos aplaudimos. Sin embargo, pasan los minutos y seguimos esperando. Algunas personas se van, saludan al pibe, le desean suerte, están contentas porque parece que se acerca el desenlace. Los policías que quedan están ahora a unos metros de distancia. Cansada de esperar, la mujer les pregunta si el pibe se puede ir. Sí, se habían “olvidado” de avisarle.

Le preguntamos dónde vive, cómo se va. Los policías siguen a unos metros y siguen mirándonos, nos preocupa que lo sigan cuando se vaya de la plaza. Unas diez personas lo acompañamos junto a su amiga/novia unas cuadras para que se encuentre con un amigo que tiene auto y puede llevarlo. Cuando llegamos hasta ahí nos quedamos parados, nos miramos, es difícil saludarse con gente que no conocemos (ni siquiera llegamos a intercambiar nombres). Nos saludamos con un abrazo y un beso, le decimos que se cuide.

Nunca acompañé tanto tiempo a un desconocido… está bueno Buenos Aires.