Domingo 15 de marzo de 2015 13:00
Gracias. El camino ha sido largo, sobre colinas de vientos secos y furiosos de derrotas infinitas y criminales. Gracias. Allí la tempestad de los traidores era natural como la puesta del sol en el océano. Gracias. Sobre él nadaste a contracorriente contra los cardúmenes burócratas que acechaban por doquier. Gracias. Las patronales lo intentaron una y mil veces. Sonríen por un instante. Es fugaz. Lo saben. Tus ideas, sí, tus ideas no yacen bajo tierra. No. Tus ideas, esas ideas triunfarán. Gracias….
Las existencias no se agradecen, las elecciones de vida posiblemente tampoco. Solo posiblemente. Si vivir cuesta vida, los costos no son democráticos, claro que no. Los revolucionarios, los marxistas de pura cepa, es decir, los trotskistas, esa vanguardia principista contra viento y marea, la única que carga en la actualidad la hermosa mochila de la estrategia hacia la redención de la humanidad, transitamos las sinuosas huellas de las derrotas y las traiciones hace aproximadamente un siglo. Los hilos de continuidad, esas tradiciones irremediablemente minoritarias de la izquierda, de la que somos parte, lo lograron. Qué seríamos sin ellos.
Hay muertes que son derrotas. Por supuesto. Pero para los marxistas, mientras exista vida, o, como diría Sartre, mientras exista uno que resista, las derrotas nunca son absolutas. No haber elegido nuestra época histórica para la militancia revolucionaria estampilla rastros necesariamente en la misma. La primera tradición de trotskistas fue parida embrionariamente cuando el proceso de burocratización stalino germinaba con su genocidio contra esa vanguardia que se erguía a combatirlo. En los campos de concentración de la desolada Siberia, allí, en la resistencia conciente más absoluta que quizá haya conocido la humanidad, allí esa primera generación de trotskistas fue designada con el calificativo de “irreductibles”. Ante las peores condiciones de aislamiento social y político, torturas y asesinatos, algunos flaqueaban, pero un sector importante permanecía incólume en sus ideales, incluso elaborando boletines internos y análisis teóricos políticos de gran valía. Ellos eran los “irreductibles”. Los años prosiguieron, la época de crisis, guerras y revoluciones conoció de avanzadas como en Alemania o España y de oscuridades como el nazismo, el fascismo y el franquismo, por citar los casos más conocidos. Los trotskistas, con Trotsky a la cabeza, persistían no por voluntarismo, sino por ese imperativo revolucionario de saber retroceder cuando hay reflujo y avanzar cuando se agudiza la lucha de clases. Trotsky mismo cayó asesinado en manos de las garras contrarrevolucionarias del stalinismo. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial las corrientes trotskistas estallaron en mil pedazos, en su gran mayoría adaptándose a estrategias que nada tienen que ver con la tradición marxista, como el guerrillerismo, el stalinismo e incluso la socialdemocratización. En nuestro país le última dictadura militar masacró una generación de revolucionarios con más de 30000 compañeros desaparecidos, aunque por su influencia política el trotskismo corría muy atrás de otras corrientes.
Lo que sigue es más o menos conocido: avanzada reaccionaria del neoliberalismo a lo largo y ancho del planeta bajo ropajes “democráticos”, retrocesos de las conquistas obreras, toda la cháchara despolitizada de la posmodernidad con su supuesto fin de la historia y muerte de la clase obrera. Allí, justo allí, cuando pensar en militar por la revolución te hacía un ser estrambótico para el común de los mortales, esa generación que sobrevivió al genocidio y no se dejó abatir por el escenario adverso, -esos quizá sean los únicos que les quepa bien el sayo de “irreductibles” en la actualidad-, los que hicieron posible que aparezcan las futuras generaciones de dirigentes obreros como Raúl Godoy, “Poke” Hermosilla, Leo Norniella y tantos otros, decíamos, allí, justo allí, en los años ochenta, sobre finales de la década para ser más precisos, con la caída del Muro de Berlín en ciernes y la restauración capitalista en los “socialismos realmente existentes”, allí, justo allí, en la apatía política total invadida por un sinfín de derrotas, esos marxistas de pura cepa, los trotskistas del PTS, empezaban la historia que hoy conocemos. Desde Zanon a Donnelley bajo gestión obrera, pasando por las comisiones internas de Kraft-Terrabusi y Pepsico, cuerpo de delegados del Subte, los ingenios de Jujuy o Tucumán, y la emblemática lucha de Lear, por citar algunos hitos recientes, todo ello tiene una historia a contracorriente, cuando la casi totalidad de la izquierda se volcaba a “nuevos sujetos políticos”, cuando la conformación de las agrupaciones piqueteras era el norte común que unía a peronistas de izquierda, populistas autonomistas y trotskistas, el PTS en la soledad se volcaba al movimiento obrero ocupado. He aquí sus humildes y dignísimos frutos.
Decíamos que no elegimos la época histórica que nos tocó vivir y militar, que solo una pequeña generación de nuestros militantes pueden ser calificados de “irreductibles”, aquellos que sobrevivieron al genocidio y vivieron los procesos revolucionarios de los años setenta. Pero haberse plantado en todo ese escenario descripto más arriba y construir partido no es poca cosa. Leo Norniella fue parte de esa generación. Esa generación que tanto admiraba nuestro amigo y camarada fallecido en junio de 2013 Marcos Caro. No sé si Marcos llegó a conocerlo personalmente a Leo. Infiero que no. Pero siempre estaba presente en nuestras discusiones el trabajo pionero de nuestro partido en el sindicato de la alimentación, el Stia. El mismo que está dejando en la calle, en complicidad con la patronal, a más de mil familias en Alpesca en Puerto Madryn, y que se borró en anteriores luchas del sector pesquero en la zona. Marcos volvía una y otra vez sobre los Leo Norniella de nuestro partido, esos pioneros del trabajo militante en zona norte de Buenos Aires, el conglomerado industrial más importante del país, el que vio nacer los cordones industriales de los años setenta. Cuando decidió en discusión con el resto de los camaradas insertarse en las tercerizadas de Aluar, aun contra lo que podría ganar económicamente en otros trabajos, no lo dudó un instante. Es que el trabajo militante del partido hizo escuela en sus integrantes. Con menos de dos años de militancia en la zona dejó huellas imborrables en todos los que lo conocimos. Y está presente en cada paso militante por la construcción de esa herramienta política que necesitamos los trabajadores y el pueblo para emanciparnos del yugo de nuestros explotadores. A 1500 kilómetros de distancia y sin llegar a ser un dirigente nacional como lo fuiste vos Leo, tuviste un camarada que inspirado en tu abnegación revolucionaria también dejó su vida por la misma causa. Las vidas de los revolucionarios una vez que las une la causa no las separa nada. Ni siquiera la muerte física.
Hoy charlaba por whatsapp con una compañera de zona norte y me decía que en el acto que realizamos con posterioridad al entierro de Leo no parecía que estuviésemos en un cementerio. Cientos de compañeros entonando espontáneamente La Internacional en un cementerio no es algo que suceda todos los días. Y no. No estaban en un cementerio. Estaban en un campo de batalla. Miles y miles de cuerpos, pero de muy pocos de ellos se podrá decir que sus ideas siguen vivas. Las ideas no mueren cuando se vive conscientemente y se deja la vida por ella. Si eso no es vanguardia qué demonios es. Cuántos mortales dejan sus vidas miserables que este sistema les proporciona en el más absoluto anonimato. Es que la explotación y la opresión el capitalismo las naturaliza. Contra eso luchó Leo. Contra eso luchó Marcos. Contra eso lucharon tantos otros que hoy no están en cuerpo. A todos ellos, sencillamente: GRACIAS….