La situación es desesperante. La semana pasada 10 mil personas fueron a retirar comida a un centro de distribución de San Antonio, una de las ciudades más importantes de Texas.
Lunes 20 de abril de 2020 23:28
EFE/EPA/EUGENE GARCIA
Largas, larguísimas filas de gente esperando por un bolsón de comida. La escena, que podría verse en cualquier lugar de latinoamérica, esta vez corresponde al país más poderoso del mundo. Es que el corazón del capitalismo mundial hoy también es el epicentro de la pandemia y la economía se resintió fuertemente. Pero la economía es en realidad el velo que usan los gobiernos y los analistas para evitar mirar a la cara a quienes realmente sufren las consecuencias.
En EE.UU. hay 22 millones de nuevos desempleados según cifras oficiales. 22 millones en un país de casi 330 millones de habitantes. 22 millones que califican para el seguro de desempleo, donde no entran los millones de inmigrantes ilegales que conforman el sector más explotado de la clase obrera norteamericana. Todos estos nuevos desempleados acuden a los llamados food banks o bancos de comida para poder poner un plato en la mesa. Y, por supuesto, este repentino aumento de la demanda exige al sistema hasta el límite, al punto de que varios establecimientos tienen sus almacenes casi vacíos y están excedidos de sus presupuestos en millones de dólares.
Los food banks son mayoritariamente asociaciones sin fines de lucro que se mantienen por las donaciones que les hacen llegar supermercados, restaurantes, hoteles y otros negocios por el estilo. La más grandes es Feeding America (alimentando América) que tiene unos 200 bancos y 60 mil despensas más pequeñas en todo el país y provee alimento a 40 millones de personas según sus propios datos. Hoy, la mayoría reporta una baja considerable en esas donaciones, porque muchos locales que procesan comida están cerrados y muchos supermercados desabastecidos. Además, desde el sector agrícola dejaron de enviar comida a los bancos para reabastecer mercadería a comercios.
La caída de las donaciones y, sobre todo, el hambre generalizado del pueblo trabajador estadounidense contrasta con hechos aberrantes, como los miles de litros de leche que se desechan en granjas de varios estados. O los reportes de granjeros que destruyen sus cultivos en sus propios campos. Estos hechos se explican por una parte por la caída formal de la demanda y las dificultades en el transporte pero, sobre todo, por un intento de las grandes compañías agropecuarias de limitar la oferta de productos para mantener los precios artificialmente altos.
La situación es desesperante. Según publica el diario inglés The Guardian, la semana pasada 10 mil personas fueron a retirar comida a un centro de distribución de San Antonio, una de las ciudades más importantes de Texas. Una gran cantidad de quienes asistieron eran personal de salud recientemente despedido. En todo el país se reporta un 63% de aumento en la demanda de comida según publica el Washington Post. Y las situaciones que, en menor cantidad, eran comunes en los estados más pobres del medio oeste o el sur, hoy son moneda corriente hasta en los lugares más ricos del país como la ciudad de New York o el Silicon Valley, cuna de la industria tecnológica de California.
El paquete de rescate aprobado por Trump el mes pasado contempla fondos para ayudar a los food banks pero desde Feeding America alertan que pueden tardar meses en llegar, por lo que esa ayuda terminaría resultando inútil para aliviar el sufrimiento actual de millones de trabajadores.
Jeff Bezos, dueño de Amazon y el hombre más rico del mundo, donó 100 millones de dólares a la asociación, que comenzaron a llegar a los bancos la semana pasada. Puede parecer mucho pero no lo es si se compara con los casi 9 millones de dólares que planea gastar en un mes el Northwest Harvest food bank en la ciudad de Seattle, según The Guardian. Y menos aún si se piensa que solo en el primer trimestre de 2019 Amazon ganó 3600 millones de dólares, un 125% más que igual período de 2018. Estas ganancias están basadas en la superexplotación de sus trabajadores, mayoritariamente afroamericanos y latinos de los sectores más pobres de la población. Por eso no extraña que Amazon sea una de las empresas donde la resistencia obrera es más extendida, con huelgas de trabajadores que dicen que ellos también son esenciales y marcan el camino de la lucha de clases por venir.
Pero lo que hoy se exacerba debido a la pandemia es una situación de larga data en EE.UU. Según un informe de la financiera Bankrate de julio de 2019, un 50% de los hogares estadounidenses no tenía ahorros de emergencia o suficiente dinero para cubrir los gastos de tres meses. Durante la llamada primavera docente, la oleada de huelgas que azotó varios estados durante 2018, los docentes se ganaron el apoyo de las comunidades porque garantizaron que sus alumnos pudieran asistir a los comedores o retirar la comida. En el estado de Oklahoma, un 73% de los alumnos dependía del alimento provisto por su colegio para subsistir. Que el principal país imperialista del mundo sea incapaz de mantener a toda su población por encima de la línea de pobreza, una cuestión mínima, es una muestra cabal de que este sistema no funciona.
El capitalismo llevó a la humanidad a un nuevo colapso. Casi 100 años después de la Gran Depresión del 29, se repiten las escenas de familias trabajadoras esperando horas para recibir alimento. Al igual que los trabajadores de la salud de la primera línea, que plantean que ellos pueden resolver la crisis sanitaria con la nacionalización bajo control obrero del sistema de salud, quienes trabajan en los campos y fabricas de alimentos, distribuyen mercadería, reponen, cobran; en definitiva, los y las trabajadoras, son quienes pueden terminar con el hambre en un país (y un mundo) donde recursos sobran.