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Red Internacional
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Tribuna Abierta. ¿Hay que hablar en las aulas de Santiago Maldonado?

¿Qué tipo de conversación puede establecerse respecto de la desaparición forzada de Santiago Maldonado en el aula, ese espacio íntimo y público a la vez, lleno de libros y de tiempo?

Martes 5 de septiembre de 2017 17:26

El maestro es garante de la palabra y el diálogo, y actúa como articulador de la experiencia infantil y la realidad social. ¿Qué tipo de conversación puede establecerse respecto de la desaparición forzosa de Santiago Maldonado en el aula, ese espacio íntimo y público a la vez, lleno de libros y de tiempo? ¿Será una conversación más o menos profunda, más o menos trascendente, más o menos cuidada que la que se establece en forma brutal y efectista en las redes sociales y la televisión?

En el transcurso de las últimas semanas tuvo lugar una amplia polémica alrededor de la cuestión de si el caso de la desaparición forzada de Santiago Maldonado debía ser tratado en las escuelas, o no. Y digo polémica y no debate, pues se planteó en términos absolutos, como blanco sobre negro: tratarlo sí, o tratarlo no. Así, las posiciones que fueron cristalizándose, cada una con su repertorio de argumentos repetidos hasta el cansancio en redes sociales, fueron: hablar del tema, porque el enfoque curricular de las ciencias sociales así lo prevé; o no hablar del tema, porque se trataría de proselitismo o adoctrinamiento, antes que del tratamiento educativo de un emergente de la realidad social. Todos tomamos alguna posición. Los educadores, mayoritariamente, nos inclinamos por darle tratamiento, porque conocemos el currículum y las políticas públicas y no encontramos sentido en su negación. Las familias se repartieron entre distintas posturas, a favor o en contra.

Sin embargo, poco se conversó sobre cómo tratarlo, o al menos no hubo un debate público acerca del tipo de tratamiento que debería dársele al asunto. Algún que otro profesor compartió sus ideas de clase, pero en general prevalecieron posiciones mucho más representativas de los posicionamientos políticos sobre el tema que de su tratamiento escolar. Y no es que los posicionamientos políticos no sean importantes, lo son y mucho. Pero en este marco, el debate supuestamente “educativo”, tuvo poco de educativo. Incluso cuando uno de los disparadores centrales del debate fue la difusión por parte de sindicatos docentes de un material didáctico orientador, centrado en la lectura de cuentos y la escucha de canciones para los más pequeños, y en actividades como el análisis comparado de distintos abordajes periodísticos, o de los artículos de la Constitución Nacional, para los mayores, entre otras propuestas (1).

Más allá de las iniciativas sindicales de producir estos materiales didácticos (que los maestros pueden o no emplear en el aula), los educadores disponemos, por formación, de un amplio abanico de recursos y criterios para articular la vida social con el trabajo escolar en el día a día. Educar a ciudadanos significa educar en una lectura del mundo social, procurando entender el rol del Estado y las distintas formas de asumirlo. Implica, por ejemplo, proponer una reflexión sobre el lugar que se otorga en los discursos vivos de la política y la prensa a temas y figuras que también forman parte del curriculum escolar. Enseñar derechos humanos, entonces, implica también enseñar a mirar qué hace y qué no hace el Estado en la materia, y promover una mirada crítica. El análisis de ejemplos elocuentes y significativos como la desaparición forzosa de Santiago Maldonado, desde el enfoque y con los recursos que sea, forman parte de este eje del trabajo escolar.

La cuestión no es nueva ni novedosa, y de hecho existen en Latinoamérica unas cuantas investigaciones desarrolladas acerca del tratamiento de la historia reciente, los hechos “controversiales” y la actualidad en la escuela, del que una simple búsqueda en el Google Académico puede fácilmente dar cuenta.

La virtual omisión de esta dimensión profesional docente en el debate público, entonces, naturaliza y legitima una imagen burda y caricaturesca del docente, en la que el único tratamiento escolar del asunto que se concibe es la del maestro que “panfletea” o adoctrina. Probablemente es esa imagen distorsionada la que impulsó a algunas familias a retwittear la consigna #ConMisHijosNo. Como ejemplo extremo de esta visión distorsionada de lo que significa una educación comprometida con la realidad social, el diario La Nación decidió publicar en la mañana del viernes 1° de septiembre el relato atroz acerca de una representación escolar furtiva del fusilamiento de Santiago a manos de los gendarmes. En el relato del diario, los hijos de los gendarmes, presentes en el lugar, lloraban desamparados mientras los actores-terroristas se daban a la fuga. Pocas horas después, en la edición digital de la tarde, la historia resultó desmentida por todos sus supuestos protagonistas, y el diario publicó una tibia aclaración.

En suma, detrás del ruido de la polémica, la reflexión propiamente pedagógica quedó relegada a un lugar totalmente secundario. Lo cual es una lástima, porque es desde la pedagogía y desde la didáctica (o desde ese bello y necesario espacio que existe entre ambas) que surgen preguntas tales como: ¿qué diferencia a la educación política (porque toda educación es política en algún sentido, incluso la que dice negar la política) de las ideas de proselitismo o adoctrinamiento? ¿Qué parámetros toma en cuenta una didáctica de la realidad, una pedagogía de lo actual y lo contemporáneo? ¿Cómo viven los alumnos ese ”contexto” cuyo tratamiento oficial en la escuela trae tantos debates? Y hablo de su tratamiento “oficial”, porque nadie evitará que los alumnos hablen de Santiago Maldonado en el recreo, en la puerta, en los pasillos, en sus grupos de whatsapp.

La pedagogía se pregunta también: ¿Qué efecto tiene abrir un debate en el aula? ¿Qué tipo de conversación puede establecerse respecto de la desaparición forzada de Santiago Maldonado en el aula, ese espacio íntimo y público a la vez, lleno de libros y de tiempo? ¿Será una conversación más o menos profunda, más o menos trascendente, más o menos cuidada que la que se establece en forma brutal y efectista en las redes sociales y la televisión?

¿Qué les pasa a los alumnos de distintos niveles educativos si contemplan una diferencia de opiniones entre distintos adultos significativos, por ejemplo docentes y padres? ¿No habrá tal vez en el debate público que se abrió a partir del tratamiento del tema una oportunidad educativa, incluso tan interesante y necesaria como el propio tema?

En su libro Pedagogía del oprimido, Paulo Freire dice que la palabra es acción, y es reflexión. No se la puede privar de una cosa ni de la otra, porque si se separa de la acción, se transforma en palabrería o mero verbalismo, y si carece de reflexión, la palabra se convierte en activismo vacío, de modo que se niega también la praxis verdadera, y se imposibilita el diálogo. Creo que estas ideas de Freire son un buen aporte para pensar el costado pedagógico de esta controversia, dado que mientras las polémicas mediáticas crecen, los maestros y maestras, profesores y profesoras al frente del aula, damos y ofrecemos la palabra.

* El autor es Doctor en Educación. Profesor investigador de Flacso-Argentina y creador de www.nopuedonegarlemivoz.com.ar

(1) El material didáctico propuesto por UTE puede verse en el siguiente enlace: http://ute.org.ar/material-didactico-para-la-campana-por-santiago-maldonado0/