Cien actrices e intelectuales francesas desataron la polémica con un manifiesto que pone en cuestión algunos aspectos de la ola #metoo.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Jueves 11 de enero de 2018 00:04
Un manifiesto firmado por cien artistas e intelectuales francesas desató la polémica por poner en cuestión aspectos derivados de la ola de denuncias en Hollywood conocida como #metoo. Cuando surgió, su repercusión fue tal que se transformó en el “Personaje del año” de la revista Time y copó la ceremonia de los Globos de Oro.
Los medios presentaron el manifiesto como el “anti #metoo” o la “reacción a la revolución feminista” que, suponemos, estaría representada en Hollywood. Estas descripciones poco ayudan a fortalecer un movimiento que, lejos de las alfombras rojas, necesita debatir y delinear estrategias para pelear contra la opresión.
El sol que brilla en Hollywood…
Es innegable el impacto progresivo que ha jugado la ola #metoo. En el contexto de la revitalización del movimiento de mujeres en todo el mundo inaugurada por #NiUnaMenos en Argentina, #metoo desnudó los acosos y abusos que se multiplican en la industria cultural más poderosa del mundo.
Su alcance va más allá de la voluntad de sus impulsoras, alejadas de los problemas de la mayoría de las mujeres que soportan a su acosador en el trabajo (que no pueden abandonar) y ven con amargura cómo esta sociedad, capitalista y patriarcal, habla de derechos (para algunas) mientras alienta y reproduce los prejuicios que someten a la mayoría a múltiples formas de violencia. Trabajos precarios, bajos salarios, hogares pobres, todo eso que no sale en las revistas ni en las películas de Hollywood.
Esta no es la primera vez que #metoo recibe críticas. Cuando estallaron los escándalos de Harvey Weinstein y Kevin Spacey, Clara Serra en la revista Contexto señalaba que la forma en la que Hollywood los había manejado, “no deja de parecer una estrategia higienizante por parte de una industria que ante todo quiere cauterizar una herida por la que podrían desangrarse millones de dólares”. Este aspecto ponía el foco también sobre cómo son “digeridos” o integrados los reconocimientos de los medios y la industria cultural al movimiento de mujeres y el feminismo. Si existe una usina de ideología que sabe cómo hacerlo sin resignar su hipocresía es Hollywood: incluye mujeres y personas LGBT y mantiene intactos valores e imágenes patriarcales como la belleza, la juventud y el amor romántico. Sin ir más lejos, hasta las impulsoras de las denuncias contra Weinstein denunciaron la ceremonia de los Globos de Oro a la que ni siquiera fueron invitadas, como “una farsa”.
...también brilla en Cannes
“Como resultado del caso Weinstein, ha habido una conciencia legítima de la violencia sexual contra las mujeres, particularmente en el lugar de trabajo, donde algunos hombres abusan de su poder. Ella era necesaria”. El manifiesto firmado por personalidades, encabezadas por la actriz Catherine Deneuve, no invalida el aspecto progresivo de #metoo, que desnaturaliza formas de violencia contra las mujeres. Pero abre un debate sobre sus posibles consecuencias (algunas ya en curso).
“La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista”, es una de las frases más criticadas. Y es cierto que gran parte de los comportamientos alentados por la sociedad patriarcal reproducen y justifican el sometimiento político, económico y cultural de la mitad de la población por su género. Pero no es un secreto que un sector del feminismo propone el punitivismo como la única vía (por demás impotente) para enfrentar, desde la violencia más brutal, hasta los menos letales aunque deleznables comportamientos de la cultura patriarcal.
Pero esta no es la única voz: en nuestro país no son pocas las que se preguntan sobre la deriva punitivista o puritana, de limitación de la libertad sexual o de aumento de la criminalización de la sexualidad. Ileana Arduino hacía la pregunta incómoda en Cosecha Roja a propósito del caso del músico argentino Gustavo Cordera, “gran parte del feminismo lo que mejor hace es evidenciar el carácter estructural de las violencias y exigir transformaciones radicales, ¿por qué se conformaría –ante el desastre imperante– con seguir profundizando la senda punitivista?”. Por supuesto, esta pregunta no habla de la Justicia que busca (de la forma que decida) la mujer que ha sido víctima de violencia o abuso sino que se refiere a las corrientes que, sobre esa búsqueda, montan una ideología y una perspectiva para el movimiento. Como suele suceder, las preguntas incómodas son las más interesantes.
“Pero es la característica del puritanismo tomar prestado, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y su emancipación para vincularlas a un estado de víctimas eternas”. ¿Suena incómodo en una sociedad signada por la violencia machista? Sí, pero es un debate necesario cuando la revictimización de las mujeres es parte de un sentido común extendido. Especialmente, cuando surgen iniciativas como cambiar el final de la ópera Carmen porque sería “inconcebible aplaudir el asesinato de una mujer” o se impulsa la prohibición de obras de artes como los desnudos de Egon Schiele porque parecen “violentos”.
Esta crítica no es nueva. Antes de los Globos de Oro, Marina Mariash en LatFem alertaba acerca de la ola de denuncias: “¿Nosotros, victorianos? Hay algo abyecto en esta tendencia a los protocolos y la prohibición atravesada en el proceso de una historia que pretende acercarse a la liberación del sujetx. La pregunta incómoda: ¿estamos promoviendo más tabues?”. Otra buena pregunta, también incómoda cuando se multiplican los acosos en el subte, el colectivo, los lugares de trabajo y de estudio.
Donde no llega el sol
Una de las conquistas del movimiento #NiUnaMenos, antes incluso de #metoo, es justamente desnaturalizar lo que parecía “normal”, la violencia como parte del “amor”, denunciar el femicidio como eslabón último de una cadena de violencias, el impacto de la desigualdad o visibilizar la responsabilidad del Estado en sostener y legitimar la violencia machista. A la par, surgieron debates al interior del feminismo y el movimiento de mujeres. Como todo movimiento, hay puntos de vista, perspectivas de clase, prácticas y estrategias diferentes.
No es necesario elegir una sobre la otra. Lo que nos separa de este “feminismo del espéctaculo” es básicamente lo mismo, su lejanía con los problemas del 99 % de las mujeres, que no cobran ni muchos dólares ni muchos euros y están encerradas en trabajos de bajos salarios pero aún así impulsan acciones con sus compañeros de trabajo (como en el Paro Internacional de Mujeres del último 8M) o debates, muchas veces contra los prejuicios y el machismo incrustado en sindicatos y centros de estudiantes.
Sería ingenuo no ver que las denuncias en Hollywood poco cuestionan de la propia estructura de poder de la industria y los valores que reproduce. De la misma forma que sería ciego no advertir que las francesas que hablan en nombre de la “libertad sexual” lo hacen señalando al “extremismo religioso”, que en Europa no significa otra cosa que hablar de la comunidad musulmana, y evitar hablar de la extrema derecha que es la principal enemiga de los derechos de las mujeres y de las personas LGBT.
Las balas de Hollywood disparan acertadamente contra el acoso sexual, que naturaliza el sometimiento sexual de las mujeres. Sin embargo, la misma industria que se escandaliza con casos como el de Spacey, permite que sigan filmando sin mayores problemas pedófilos condenados como Victor Salva (condenado en 1988 por abuso, que registró él mismo) y cuya última película fue estrenada el ¡28 de diciembre de 2017! Evidentemente, la vara moral es muy voluble. Sin mencionar que en Hollywood es donde conviven más cómodamente el puritanismo y la cosificación de las mujeres.
Las balas de Cannes dan en el blanco en una advertencia sobre la “ola purificadora” y el impacto contraproducente en el horizonte de la liberación sexual. Pero igual que en las costas del Pacífico, las mujeres que hablan no son las de las mayorías obreras, pobres, inmigrantes (su liberación no está en debate). Por eso sus alertas hablan de “extremismo religioso”, que estigmatiza a la comunidad musulmana y evitan hablar de los valores “liberales” de la República (imperialista) francesa, que son la verdadera amenaza contra los derechos de la mayoría de las mujeres, inmigrantes y jóvenes.
En ese sentido cabe subrayar que, como señala Andrea D’Atri en La Izquierda Diario, “En una sociedad como la que vivimos –donde 8 hombres poseen una riqueza equivalente a lo que tienen para sobrevivir 3500 millones de personas-, hay algunas denuncias contra la violencia patriarcal que permiten que suban tus acciones en la Bolsa y otras denuncias que nunca serán escuchadas”.
En la “guerra” que intentan instalar los medios, “Hollywood vs. Cannes”, no hay otra opción que señalar que ambas costas quedan demasiado lejos de la vida de la mayoría de las mujeres. Para nosotras, la mayoría de la mayoría trabajadora, pobre, inmigrante y joven, el sol de ellas no brilla con la misma intensidad. Por eso nuestra lucha contra la violencia machista no está escindida de la opresión funcional al sostenimiento de un orden social donde una minoría vive de la explotación de la mayoría (donde a su vez, la mayoría son mujeres).
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.