Dos meses pasaron desde que miles de jóvenes comenzaron a ocupar las calles de Hong Kong y dieron inicio a la llamada Revolución de los Paraguas. El movimiento retrocedió de las masivas movilizaciones contra las autoridades locales y el gobierno chino a la actual situación en que parece encontrarse en un callejón sin salida ¿Por qué paso esto?.

Diego Sacchi @sac_diego
Sábado 29 de noviembre de 2014
Fotografía: EFE
Las campaña de desobediencia civil llamadas por el viejo movimiento democrático de Hong Kong, encabezado por Occupy Central liderado por el académico Benny Tai y un grupo de académicos, líderes de la iglesia y profesionales, buscaban forzar a Beijing para que revoque las restricciones impuestas a la elección del Ejecutivo local en 2017. El plan que incluía la ocupación de lugares públicos por unos días, se vio superado por la espontánea y masiva movilización en repudió al intento de desalojo de los acampes por parte del gobierno local y la policía.
Estudiantes secundarios y la juventud se pusieron a la cabeza del movimiento, desplazando a los sectores de mediana edad y de clase media de la oposición burguesa democrática que son la principal base de apoyo de Occupy. Junto a los estudiantes, se sumó la Confederación de Sindicatos de Hong Kong qué apoyo el movimiento y llamó a una huelga que tuvo cierto respaldo, aunque minoritario.
A los reclamos democráticos que son el principal motor de las movilizaciones, se sumaron una serie de cuestiones sociales en los sectores movilizados. Es que en una de las ciudades más prósperas del mundo, una de cada cinco personas vive bajo el umbral de la pobreza. La desigualdad ha aumentado durante los últimos años, y no sólo porque se ha incrementado el número de millonarios, sino también porque los ingresos del 10% más pobre se han reducido un 16% entre 2001 y 2011, según el gobierno.
Miles de jóvenes y trabajadores ocupaban las calles buscando derrotar el plan de Beijing y el gobierno local, pero para lograr eso el movimiento debía madurar rápidamente.
La espontaneidad que se desarrolló superó el plan de presión sobre las autoridades impuesto por los lideres de Occupy Central, y los miembros del Partido Cívico o el Partido Demócrata, e implicó un verdadero desafío para Beijing. Pero de esas movilizaciones no surgió una dirección alternativa a la altura del enemigo que tiene enfrente: la alianza reaccionaria del ejecutivo local de C.Y. Leung, los grandes oligarcas que lo apoyan y la convivencia de estos con el gobierno central de China y los dirigentes de Partido Comunista Chino.
El gobierno chino y las autoridades del PC tienen claro que en Hong Kong se jugaba mucho más que una reforma electoral. El rechazo a la demanda de los manifestantes responde a la necesidad de mantener su autoridad en Hong Kong pero con la vista puesta en el conjunto del país. En segundo lugar busca mostrar autoridad ante los crecientes reclamos sociales, en especial el descontento entre los trabajadores que reclaman por mejores condiciones laborales, sociales y por una mayor democracia sindical, en el marco de una economía que ha bajado su tasa de crecimiento.
Jugando a desgastar el movimiento, y con el respaldo del gobierno chino, las autoridades de la isla lograron recuperar la iniciativa como se ha visto en los últimos días, desalojando poco a poco los acampes. Pueden lograr esto sin que la represión despierte una nueva oleada de movilizaciones gracias a la política de la dirección del movimiento, en especial los líderes de Occupy Central que han llamado una y otra vez a dejar las calles y pasar a la mesa de negociación más preocupados de un movimiento de masas de la clase obrera que podría desestabilizar o poner en riesgo el dominio del gobierno local y del Partido Comunista.
Poco a poco los paraguas se van cerrando. Cientos de jóvenes estudiantes y también trabajadores mantienen en pie algunos acampes. Medios como el New York Times o el South China Morning Post reflejan cómo los manifestantes debaten entre ellos qué faltó para conseguir sus demandas.
A dos meses de iniciado el movimiento, una de las principales debilidades fue la ausencia de una organización o dirección que le diera a las movilizaciones una perspectiva diferente a la que buscaban los líderes reformistas de Occupy. Una organización que permitiera unir obreros y estudiantes, transformar el reclamo democrático en una serie de demandas que partieran de los problemas sociales actuales para ofrecer un bloque político y social sólido, frente al del poder político y económico que domina la isla. La fuerza de la juventud que se puso a la cabeza de las movilizaciones (y que es parte de una oleada que crece en varios puntos del planeta) e hizo temblar a las isla no logro transformarse en un terremoto social, sin embargo, no faltan agravios y nuevas mechas que encienden el pasto seco de la pradera social.

Diego Sacchi
Nacido en Buenos Aires en 1977, militante del Partido de Trabajadores Socialistas desde 1994. Periodista, editor en la sección Internacional de La Izquierda Diario y columnista de temas internacionales en el programa de radio El Círculo Rojo.