Escribo estas líneas por el aniversario de la desaparición de Johana y desde la experiencia de una joven que vivenció la enorme lucha por la aparición con vida de esta niña desde el 2012, que conmovió y movilizó a toda Mendoza. Y claro, desde la perspectiva de una joven que al calor de este proceso se hizo feminista socialista
Viernes 4 de septiembre de 2020 14:35
El 4 de septiembre del 2012, nos enteramos que Johana había desaparecido. En mi caso, lo supe porque mi mamá, Silvia Minoli, era la directora de la Escuela de 3 de mayo y fue quien en conjunto con las maestras movieron cielo y tierra para encontrarla.
Inmediatamente se organizaron, hicieron la denuncia en la Fiscalía de Lavalle, se comunicaron con todos los medios de la provincia para visibilizar lo que estaba pasando. Con un único objetivo: encontrarla con vida, que volviera a su casa y a la escuela con sus compañeras y compañeros, donde tenía que estar.
A su desaparición se sumó otra, no menos terrible. Diez meses antes, en noviembre de 2011, había desaparecido otra mujer, en el mismo lugar y con características similares: Soledad Olivera, una mujer de un barrio popular, mamá de 3 niños y niñas que iban a la misma escuela que Johana.
Las hermanas de Soledad, habían hecho la denuncia en la Fiscalía de Lavalle. Fueron reiteradas veces, hasta que les dijeron que no volvieran más porque les iban a terminar quitando a los hijos de su hermana. Así fue como actuó la Justicia -si es que se la puede nombrar de esa manera- y el Estado, desde el primer momento. El expediente de Soledad fue cajoneado, durmió 10 meses en esa Fiscalía hasta la desaparición de Johana y fue producto de la exigencia de las maestras que los dos casos salieron juntos de allí a la Justicia Provincial.
Las maestras no lo dudaron ni un segundo. Soledad, al igual que Johana estaba desaparecida e iban a hacer todo por llegar a la verdad y encontrarlas. En ese momento y hasta el día de hoy, nos preguntamos, qué hubiera sido de Johana si con la desaparición de Soledad, la Justicia, el Estado con todas sus instituciones hubiesen actuado? Y la respuesta es siempre la misma: probablemente Johana nunca hubiese desaparecido.
Pero nada, absolutamente nada, paralizó a esas trabajadoras de la educación que como un rayo en cielo sereno prendieron fuego a toda la provincia por la aparición con vida de Johana y Soledad. Empezaron a hacer acciones simbólicas y de visibilización con un banco vacío en la puerta de la escuela. Luego, todos los viernes a la salida del turno tarde, nos convocábamos ahí, y marchábamos por la Ruta 36 hasta el cruce con la Ruta 40, donde cortábamos media calzada y entregábamos a todos los vehículos que pasaban, afiches con las caras de Johana y Soledad.
Fue en esos primeros días, inciertos y llenos de bronca, que conocí a las compañeras de Pan y Rosas. Fueron a mi casa a ver a mi mamá y también estuvieron presentes en cada movilización. Ese mismo año, fueron quienes viajaron al Encuentro Nacional de Mujeres con carteles a discutir en todas las comisiones, la importancia de que el movimiento de mujeres tomara en sus manos la lucha por la aparición de las chicas.
La gran virtud y fortaleza de las maestras de Lavalle fue apuntar a donde se tenía que apuntar: el manto de impunidad que el estado burgués había generado al no investigar la desaparición de Soledad, cuya denuncia estaba cajoneada en la Fiscalía desde hacía meses, había facilitado la desaparición de Johana y era el Estado el que tenía que resolver a dónde estaban Johana y Soledad y qué les había pasado.
Cuando las estudiantes echamos a los dinosaurios
3 años después de ese 4 de septiembre de 2012, comenzó el Juicio por Soledad. Justo dos meses después del primer #NiUnaMenos, que acá en Mendoza tuvo como principal bandera la búsqueda de verdad y justicia por Johana y Soledad.
Yo estaba cursando mi tercer año en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y previamente habíamos puesto en pié la Comisión de Mujeres - votada por unanimidad en una Asamblea General a propuesta de Pan y Rosas- para organizarnos para el 3J.
Como activista y militante de esa Comisión, junto con mis compañeras participamos del primer Juicio por Soledad. La historia es conocida. El tribunal compuesto por los jueces Valerio, Bermejo y Uliarte llevó adelante un proceso y un fallo escandaloso. La bronca de ese día nos estallaba por los ojos. No eran lágrimas cualquiera, estaban llenas de odio, de todo ese odio acumulado por años, que se multiplicó al escuchar los fundamentos, teñidos de la más asquerosa misoginia y la total revictimización que durante el juicio hicieron con Soledad, que estaba desaparecida.
Eso fue lo que nos movilizó para organizarnos aún más. Recuerdo que después del fallo, una amiga ahora también camarada, me agarró la mano y me dijo “vamos a terminar con este sistema de mierda, te lo prometo”, mientras caminábamos para tomarnos el bondi a la Facultad.
Esos jueces que también daban clases en la Universidad, pensaron que nos íbamos a quedar calladas pero no hicieron más que fortalecernos. Porque ya estábamos hartas de la justicia burguesa y patriarcal, y habíamos decidido convocar hasta el último estudiante de la universidad para que se movilicen junto a la comisión para enfrentar a esa casta podrida que tanto desprecio tiene por la mujeres del pueblo trabajador. Logramos que la Facultad levantara la cursada para movilizarnos desde la Universidad hacia el Km0 dónde estaba convocada una movilización en repudio al fallo, esa misma tarde. Era por Soledad, pero también por Johana y por todas las pibas desaparecidas o asesinadas por la violencia machista.
Con las compañeras de Pan y Rosas apostamos a la autoorganización, y eso se fue profundizando en un proceso de asambleas interfacultades. Cada vez éramos más peleando para que se vaya Uliarte, Valerio y Bermejo de la Uncuyo, y por justicia por Soledad y Johana. Haber logrado que las autoridades -las mismas que mantuvieron a esos docentes nefastos, con prontuarios ligados a la dictadura militar y fallos misóginos y homofóbicos como el de Fernanda Toledo y el de Alejo Hunau- levanten las cursadas y marchar desde la Universidad al km0 fue una conquista de cientos y cientas de estudiantes organizadas, que lo impusimos. Una posición completamente opuesta a lo que proponían las agrupaciones reformistas, como la franja morada o las diferentes agrupaciones del peronismo, de presentar notas por mesa de entrada mientras esos jueces seguían dando clases, persiguiendo estudiantes como en el caso de Uliarte, con total impunidad.
Fue la enorme lucha que dimos, basada en la organización democrática, desde abajo la que obligó a las agrupaciones de los partidos tradicionales a participar. El peronismo, votaba en contra de la Emergencia en Violencia de Género. Claro, eran gobierno nacional, provincial y municipal en el caso de Lavalle. Pero a pesar de todas las maniobras que hicieron, todas las traiciones habidas y por haber, fue la denuncia sin cuartel, esa organización que habíamos conquistado, y la exigencia cada vez más potente a los gobiernos y a las autoridades universitarias -que responden a los partidos del régimen burgués- la que logró una cátedra paralela a la de Uliarte y con perspectiva de género. Fue la bronca organizada y el enorme repudio social que despertó, que ese fallo fuera anulado por la Suprema Corte por misógino, y que se ordenara abrir un nuevo juicio que contemplara la perspectiva de género.
La pelea es por transformarlo todo
Hoy, después de un nuevo juicio por Soledad y el juicio por Johana, hay un hombre que tiene condenas judiciales por haberlas asesinado. Pero nuestra pelea por Justicia por Johana y Soledad, como lo demostraron Silvia y las docentes de Lavalle, es mucho más profunda. Por la simple razón de que este sistema que condena a miles de mujeres, niñas y niños a sufrir estos tipos de crímenes no ha sido cambiado. Johana y Soledad son #NiUnaMenos y eso implica comprender que muchas veces las familias no están preparadas para abordar estos casos, y que la pelea empieza por la educación sexual integral y el enorme rol social que tienen las escuelas.
Johana, la lucha por su aparición, mi mamá y las maestras rurales de Lavalle; ver el encubrimiento, la actuación y la no actuación de la justicia y Estado burgués; todo eso me enseñó la importancia de la independencia política de la clase trabajadora y los sectores oprimidos y que lo que necesitamos es justamente transformarlo todo.
El código penal, sus leyes, sus tribunales burgueses no pueden de ninguna forma abordar ni mucho menos resolver lo que realmente significó la desaparición de Johana. La justicia burguesa y sus leyes no pueden explicar cómo se llegó a eso, cómo se gestó, sucedió y tapó ese crimen, el daño que hizo en sus compañeras, sus maestras. Comprendí que sólo se puede hacer justicia por Johana terminando con el sistema social en el que germinan esos crímenes. Terminando con un sistema que crea esos márgenes de pobreza, marginalidad, prejuicios y mil formas de violencia social, de género, sexual, racial, educativa, mediática, política, policial, judicial: el capitalismo. Por eso milito y soy feminista socialista, por una sociedad sin ningún tipo de desigualdad, de expolotación, opresión y violencia. Y para esa enorme tarea, las maestras de Lavalle nos mostraron el camino.