La militarización generó un problema para nuestra generación. Disculpen, no logramos poner el freno de emergencia.
Miércoles 7 de febrero de 2018
Uno. En 2006 el gobierno de Felipe Calderón comenzó una “guerra contra el narcotráfico”. Impuesta sobre la derrota de la APPO y del movimiento democrático contra el fraude electoral, el régimen mexicano requería implementar una estrategia de dominio: la militarización de todo el país.
Tres años después asestó un duro golpe al sindicalismo democrático: la bota militar incautó las instalaciones del SME y con ello fueron despedidos 45 mil electricistas por decreto.
Dos. De 2006 a 2010 un avance inusitado de la violencia paramilitar, del ejército y de la policía federal generó verdaderos monumentos a la barbarie moderna. El caso más emblemático fue el de Villas de Salvarcár en el que fueron asesinados 14 jóvenes. Las preguntas de mi generación ¿Qué está sucediendo en México? ¿Por qué tanta muerte?
Se normalizó un estado de shock sin posibilidad de detener o interrumpir la vorágine de violencia del estado: ejecuciones, asesinatos en masa, fosas clandestinas, desaparición forzada, narcomensajes, descuartizados. Rápidamente México se convirtió en un país de los más demencialmente violento.
Tres. Fue en 2010 cuando en Ciudad Juárez Chihuahua, varios colectivos, realizaron los primeros intentos de organización contra la militarización. Comenzaron a difundir el discurso “no queremos esta guerra” encabezados por L. Fong en Chihuahua comenzaron las primeras protestas a los efectos de la supuesta “guerra contra el narco”: los muertos los pone el pueblo, decían.
El 29 de octubre la Policía Federal disparó a un evento contra la militarización e hirió a Dario Álvarez. Un grupo de estudiantes decidimos impulsar una marcha en rechazo y coordinarnos, por primera ocasión en el área metropolitana.
Cuatro. En noviembre luego de la primera marcha decidimos reunirnos en CU para coordinar algo metropolitano contra la guerra. De esto hay que recalcar dos elementos. Primero: marchamos unos 100 pero salimos en primera plana de varios periódicos.
Por primera vez alguien decía “no, no queremos esta guerra” en la Ciudad de México. Segundo: la reunión de CU dio origen a una experiencia militante contra la militarización valiosísima y rica. ¿Por qué? Se trataba, ni más ni menos, de pensar el desastre y darle coherencia, pensar la lucha en momentos preponderantemente defensivos: en ese entonces, 2010, los muertos por la militarización se contaban por 30 mil y ya era para nosotros un monumento a la barbarie.
Cinco. la COMECOM, Coordinadora Metropolitana contra la Militarización, comenzó el primer movimiento juvenil contra la guerra y llevó a cabo, decenas de caminatas, protestas, mítines, foros, asambleas, volanteos para tomar conciencia de la situación de militarización del país.
Las primeras reflexiones militantes de una buena parte de esa generación, sistematizadas, podrían resumir: la “supuesta guerra contra el narco” es un plan de subordinación a la estrategia de seguridad de los Estados Unidos, la militarización restringe las libertades democráticas y la salida del ejército a las calles disparó la violencia del estado, la militarización es una forma de despojo capitalista y fue contemporánea a las reformas estructurales, la militarización generó estados de shock en la población y debía enfrentarse de forma unitaria y coordinada, de forma amplia, exigiendo: fin de la militarización del país, no queremos esta guerra.
Seis. Cuando emergió el Movimiento por la Paz en 2011, los muertos se duplicaron, 60 mil eran las cifras. Javier Sicilia, una víctima de la violencia y reconocido poeta, decidió encabezar diversas movilizaciones a Ciudad de México y dos Caravanas (al norte y al sur) de las que participamos algunos miembros de la COMECOM. Definitivamente fue de las experiencias más crudas de mi vida. Estábamos enfrentando un verdadero estado de emergencia. A la catástrofe se le ve mejor mirándola de frente, en resistencia. Aunque participamos lo hicimos sosteniendo diferencias con la estrategia que propuso el movimiento.
El MPJD fue brutalmente reprimido después del diálogo de Chapultepec. Javier sostenía que el movimiento debía tener una estrategia civil y pacífica y una dirección unidireccional y antidemocrática. De ahí que en junio de 2011 un grupo de activistas rechazamos ese rumbo aunque fuimos parte del movimiento. La represión culminó con la vida de activistas y familiares con los que convivimos: Nepomuceno Moreno, le siguió Pedro Leyva y Don Trino de Ostula. Javier dijo que la militarización podía ser gradual: dependiendo de las zonas.
Siete. Llegamos a Ayotzianapa y los muertos eran 120 mil. Dos veces más que en 2011, tres veces más que en 2010. En tan sólo una década nuestro país se convirtió en un país en duelo. ¿Quien no tiene relación con algún familiar de un desaparecido? Hoy pienso que este movimiento avanzó en sus demandas y masividad. Planteó como consigna central de agitación: Fue el Estado. La crisis devino luego de que la juventud cuestionó que el narcotráfico fuera responsable de la desaparición de los 43. Este movimiento generó una crisis a la versión impuesta por el Estado y sugiere mejores condiciones para enfrentar la situación del país. Ayotzinapa, por mucho fue el más gigantesco de los movimientos estudiantiles contra la violencia del estado.
Ocho. ¿Que podría decirle a los compañeros que hoy se vuelven a organizar por un caso de violencia de estado? Ahora mismo un grupo de valerosos estudiantes están luchando para repudiar el caso de desaparición forzada de Marco Antonio Sanchéz. Ahora se reunieron por unos cientos, se vuelven a convocar. Primero debo decirles. Disculpen, no hemos logrado parar la guerra contra los jóvenes, contra los trabajadores, contra los pueblos indígenas y la militarización es el modelo de gobierno en México. Esto se mira con la Nueva Ley de Seguridad Interior. Disculpen, no logramos poner el freno de emergencia. Pero lo intentamos con todas nuestras energías.
¿Por qué no hemos detenido la violencia del Estado? Definitivamente no hemos logrado construir un movimiento amplio que se organice, junto a las víctimas de la militarización, a las organizaciones políticas de izquierda, a las organizaciones de derechos humanos y a las organizaciones obreras y populares para poner un “freno de emergencia” a la crisis que actualmente vivimos en México y desarrolle un plan de acción contra la militarización del país.
Centralmente los sindicatos, producto de sus direcciones burocráticas, no han puesto sus energías para participar de esta lucha, desde mi punto de vista, decisiva. Es urgente lograr que los trabajadores de base, los estudiantes, las víctimas, las organizaciones de derechos humanos, organizaciones políticas de modo amplio detengamos la mecha de la dinamita, antes que sea demasiado tarde.
Hace ocho años, las demandas son las mismas. No queremos esta guerra, no más militarización del país, vivos los llevaron vivos los queremos, no a la Ley de Seguridad Interior.