A once años de su muerte, recordamos al escritor santafesino que narraba para otorgar sentido a la experiencia caótica de todos los días.
Sábado 11 de junio de 2016
Juan José Saer nació en Serodino, Santa Fe, en 1937 y murió el 11 de junio de 2005, en París. Escritor de novelas como El limonero real, Nadie Nada Nunca,El entenado, entre otras, ha situado la mayor parte de su obra en el paisaje santafecino.
Hijo de inmigrantes árabes, a los diecisiete años comenzó su labor publicando poemas, cuentos y artículos teóricos en la página literaria del diario El litoral de la ciudad de Santa Fe, donde también trabajó como periodista.
Refiriéndose a la soledad como uno de los temas abordados en su obra, declara: “Yo creo que ese inmenso vacío, esa imposibilidad de fijar la vista en algo, hace que si de pronto un pájaro levanta vuelo desde los pastos, ese pájaro cobra una presencia tan nítida y compacta a fuerza de existir que crea en nosotros un sentimiento de extrañeza.
Sentía eso cuando era chico. Yo vivía en Santa Fe, en un pueblecito de la llanura que se llamaba Serodino y, a menudo, dos o tres chicos salíamos al campo con las gomeras a cazar. O a nada. Y de pronto nos separábamos, cada uno se quedaba solo, perdido entre los pastos a menudo más altos que uno, en aquella planicie y... no sé, pero recuerdo que me invadía un sentimiento muy extraño. De despersonalización, de desrealización.”
Juan José Saer se ubicó fuera del excentrismo (y el mercado) de Buenos Aires. En su última entrevista realizada en Santa Fe resalta: “De acá a París”, resaltando
que no hubo un paso por la considerada capital cultural de la época.
En 1968 viaja a Francia como becario, donde trabaja en un ambiente que describe como efervescente, en un principio, y en una involución muy tensa y mortífera en los años posteriores. Emerge desde otro contexto, cortando con la lengua y la tradición argentina, pero su materia a representar continúa siendo la zona del Litoral.
El contexto en donde transcurren sus novelas abordan, en ocasiones bajo una aparente neutralidad, períodos como la Conquista americana, la Revolución de Mayo, el gobierno peronista y la dictadura militar.
El proyecto unitario de su obra se basa en la búsqueda de un discurso que exprese la complejidad de la representación, la importancia del recuerdo, la percepción que nunca puede ser unívoca, la ilusión de realidad.
Saer reflexiona sobre su escritura de la siguiente manera: “Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para eso lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia de principio a fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría ni principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño que, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas posiciones de corrección, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías”.
Su novela póstuma, La grande, quedó inconclusa con su muerte.
Frente a la pregunta de si escribir lo hacía feliz Saer respondió: “Yo nunca quise ser ninguna otra cosa que escritor. Fue mi única vocación. ¿Feliz dice usted? No sé. Por momentos sí. Soy lo que quise ser.”