La Batalla de Chile fue emitida por primera vez en la televisión abierta en el año 2021, a través de La Red y el hecho se transformó en uno de los eventos más comentados en el contexto de la conmemoración de los 48 años desde el Golpe de Estado, en ese entonces, siendo inmediatamente primera tendencia en twitter. Empezando con la empresa Carozzi que le retiró los auspicios al canal, argumentando “contenido político”, la emisión del clásico documental de Patricio Guzmán generó reacciones en todo el espectro: desde Kast, hasta Boric. A 50 años del Golpe, reproducimos esta columna de opinión, que fue enviada a La Izquierda Diario en ese entonces.
Viernes 8 de septiembre de 2023
La primera vez que vi La Batalla de Chile estaba en IV° Medio, en el Liceo Confederación Suiza de Santiago Centro, era el año 1999. La iniciativa de proyectar la película fue de un profesor de historia. Yo tenía algunos familiares de izquierda y mi imaginación sobre 1970-1973 tenía mucho que ver con algunas figuras políticas y artísticas relevantes de ese periodo, pero no con el sujeto histórico: la clase trabajadora en ascenso revolucionario.
Creo que ver a ese sujeto histórico en acción fue lo que más me impresionó la primera vez que vi el documental. Por supuesto, en ese momento no tenía “los conceptos” para entender mi impresión. Pero poco después, cuando ya estaba en el ex – Pedagógico, por ahí por el 2001, estudiando algunos libros, leí esa famosa frase de Marx y Engels: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, y esa otra frase de Trotsky que define la revolución como la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos. Me di cuenta de que lo que me había impresionado de La Batalla de Chile era la creatividad revolucionaria de la clase trabajadora en ascenso. Cómo enfrentaron, por ejemplo, el paro patronal de octubre de 1972, cuando la derecha de la mano con el imperialismo y la DC quisieron generar un caos económico y desabastecimiento. Ver a la clase trabajadora en acción -en un documental- fue para mí algo muy importante en una época en la que se aprestaba a gobernar Ricardo Lagos, recordado como uno de los principales privatizadores, entre otras cosas, de los puertos. No es menor haber visto a la clase trabajadora actuando gracias a esta película, cuando incluso todavía era una moda teórica negar la existencia misma de la clase trabajadora.
Ver La Batalla de Chile en 2021 en la televisión abierta, me dejó una sensación optimista. Quizá porque me imagino que durante estos días, la oportunidad de verla que tuvimos algunos jóvenes de ayer, gracias a la iniciativa de algún “profesor subversivo” o gracias a nuestra condición de antiguos activistas universitarios y militantes, la tuvieron hoy cientos de miles de jóvenes secundarios o trabajadores, y también trabajadores de generaciones mayores que no habían tenido acceso al documental antes. Imagino a más de alguno reconociendo en los rostros plebeyos y moldeados por el trabajo de las mujeres y hombres que toman la palabra en La Batalla de Chile, a compañeras y compañeros a través de la historia que quisieron transformar el mundo. ¿Cuántos rostros parecidos a los rostros de compañeras y compañeros de trabajo o estudio, a rostros de vecinos? También imagino a algunos cuestionándose asuntos más profundos: ¿era la vía chilena al socialismo el único camino posible? ¿Es posible poner en pie hoy algo parecido a los Cordones Industriales?.
A mi modo de ver, la reacción derechista que salió a defender con un hashtag a Carozzi, y las controversias que desató en el mundo político, tienen que ver con uno de los principales logros del documental. A nuestro modo de ver: mostrar el proceso revolucionario que tuvo lugar en Chile entre 1970 y 1973 a través de sus protagonistas: obreros, mujeres, pobladores y pobladoras, estudiantes, trabajadores de los Cordones Industriales, militantes de base de las organizaciones de izquierda de ese momento. Mostrar, en resumen, los conflictos políticos vivos que atravesaban a esos sectores. Años atrás, la intelectual Nelly Richard, que no se referencia precisamente en la idea de revolución, señalaba que “la cámara de P. Guzmán confía menos en la espontaneidad de los hechos que en las pugnas discursivas que movilizan la conciencia crítica”. N. Richard conectaba esa opción con un aspecto técnico-formal del documental:
“La cámara prescinde de un escenario privilegiado (se filma en todas partes) y evita sistemáticamente que la figura central del compañero presidente Salvador Allende desplace a los actores secundarios. Obreros, dueñas de casa y campesinos comparten por igual el derecho a la palabra y se lo reparten entre todos, según un eje solidario de horizontalidad de las hablas que el documental insiste en mantener siempre igualitario, sin plegarlo a una enunciación superior” (Fracturas de la memoria, arte y pensamiento crítico, 2006).
Si bien no comparto las coordenadas teóricas y políticas de esta intelectual -bastante identificada con la ex Concertación- a mi modo de ver su señalamiento apunta a un elemento muy importante del documental. Nelly Richard captó la potencia politizadora de La Batalla de Chile. En Chile existe una fuerte tradición allendista, qué duda cabe. Desde el PS, pasando por algunas organizaciones del Frente Amplio hasta el Partido Comunista e incluso algunas organizaciones referenciadas en la tradición del MIR, de alguna manera se referencian en la figura de Allende. Pero ¿cuánto se habla de los debates políticos que estaban en curso, en las entrañas de la clase trabajadora, los sectores populares y la izquierda? Mostrar eso es lo que consigue darle el protagonismo a las masas. Cuando digo “las masas” no hablo de algo impersonal: hablo de esos cientos de miles de trabajadores y trabajadoras que quisieron gobernar su destino con sus propias manos, que militaban y pensaban con sus propias cabezas qué hacer para lograr ese objetivo y construir el socialismo.
Debates, abundaban: el tema de los Cordones Industriales y su relación con el gobierno y el Estado, el tema del armamento para hacerle frente a “los momios”, la cuestión del carácter del Estado, las tensiones entre trabajadores de base y burócratas sindicales o del aparato de la UP, entre muchos otros temas. Por ejemplo, en el capítulo II, un trabajador del Cordón Industrial de Recoleta, aparece debatiendo en contra de la posición política de un dirigente de la CUT que intentaba convencer de que los trabajadores no se tomaran más fábricas y no pidieran más traspasos al “Área de Propiedad Social” en manos del Estado. Esa escena condensa una de las principales tensiones que tuvo el gobierno con su propia base social después de octubre de 1972. Mientras el dirigente de la CUT da una serie de pretextos para llamar a no tomarse fábricas, el trabajador le contraargumenta a favor de las tomas de fábricas y coordinación por la base. En el capítulo III un dirigente campesino cuestionó en duros términos a un funcionario de gobierno que se subordinaba a los tiempos legales para expropiar tierra a latifundistas en plena situación de escasez por el acaparamiento de alimentos. El documental también desnuda el papel de la derecha y la DC en el golpe.
Es-fue- 2021, han pasado dos años desde la rebelión popular que fue desviada a un proceso constituyente limitado. La exhibición de La Batalla de Chile de alguna manera viene a recordar dónde radica la verdadera fuerza transformadora. Construir una izquierda revolucionaria referenciada en la fuerza de la clase trabajadora -que hoy es más numerosa que nunca-, y con un programa socialista, es una tarea necesaria. Haber visto La Batalla de Chile esta vez en la televisión abierta, una vez más, me hizo pensar en eso.