Prendo la computadora, abro Facebook. El Centro de Estudiantes del Normal 1, La Plata, había compartido un enlace. La nota titulaba: “Subieron a un millón de pesos la recompensa por datos sobre Luciano Arruga – TN.com.ar”. Hice click con temor de encontrarme con lo que mi cabeza sabía, pero se negaba a entender. Ahí estaba.
Viernes 17 de octubre de 2014 17:07
“(…) El Gobierno bonaerense aumentó la suma para quienes aporten información fehaciente que contribuya a dar con el paradero o esclarecer la desaparición de Luciano Arruga. (…) El texto, que lleva la firma del ministro de Seguridad Alejandro Granados (…) ofrece pública recompensa entre la suma de pesos 300.000 y pesos 1.000.000(…)”.
¿El mismo Estado, cómplice del accionar de sus propios efectivos policiales, aumenta la recompensa para que miles y miles de mediocres vayan a golpear puertas con sed de dinero? No sé qué es lo que llegó a indignarme más, escuchar la explicación jurídica sobre el sentido que se le debe a este tipo de acciones del Estado o el hecho de ver que se nos burlan en la cara.
Con sinceridad, no conocí a Luciano. Hablo de él, pero no sé cuál es su voz, no pude ver más que en carteles sus ojos. Hablo de él sin saber mucho, pero sintiendo suficiente. Hablo de él con la certeza de que jamás hayamos vivido ni siquiera una situación cotidiana similar, pero no dudo que alguna vez no nos haya importado la desigualdad que nos rodeaba. Hablo de él creyendo que se llevaron a un hermano. Hablo de él porque se convirtió en mi hermano.
En este sistema hay muchas personas que estas cosas no las ven, o simplemente no quieren verlas. Yo siento satisfacción por saber que lo que escribo, a algún que otro ser, le llegará. Mis notas serán redundantes, a veces sólo las comienzo con una idea y termino en el otro extremo, pero sólo quiero invitar a reflexionar al lector de estas líneas acerca de lo que nos sucede. No exijo comprensión absoluta, tampoco desearía una mueca de compasión, únicamente tomarse cinco minutos para pensar si este tipo de sociedad es la que nos gusta, a pesar de las comodidades que nos ofrece, internalizar que hay muchas personas que no las tienen. Habiendo vivido bajo la idea de “lo que tengo es mío y quiero más” durante muchos años, descubrí que no me hacía feliz una visita al shopping mensual, ni tampoco una dieta que incluía hamburguesas de McDonald’s repetidas veces en un periodo de cuatro semanas, por ejemplo. Empecé a ver que es real la frase: “No todo lo que brilla es oro”, y ahí entendí que la vida no tiene un valor monetario, ni que una larga fila de ceros detrás del uno podría hacerme feliz.
Hoy siento que tengo una función y es una muy diferente a la anterior. Mi razón para seguir, para luchar, para sentir que realmente soy, es buscar a los que se llevaron, es dar pelea en memoria de Darío, Maxi, Mariano y de las 194 almas que quedaron encerradas en un boliche de Once, es decir “NO ES NO” cada vez que tengo miedo por ser una Marita o Sandra más. Sin complicidad del Estado, nada de esto hubiese ocurrido. Una vida no vale un millón de pesos y la integridad de una persona, tampoco.
Este texto lo hice para expresar repudio a la Policía Bonaerense, al gobierno de turno y a todos aquellos que exigen por mayor seguridad, ahora que recuerdo, pero me ha nacido de las entrañas explicar, una vez más, por qué hago lo que hago, por qué te sigo buscando.