Mario Urrera fue testigo del secuestro de su hermano en 1976. A Pipi Pomares, uno de los juzgados hoy en La Plata, lo reconoció en fotos. Denuncia que su caso y otros no fueron incluidos en este juicio.
Domingo 28 de mayo de 2017 14:30
Fotos Mario Frías Casado
A sala llena, el lunes 22 todos los testimonios de la tercera audiencia del juicio contra los miembros de la Concentración Nacional Universitaria Carlos Castillo y Juna José Pomares, fueron saludados con aplausos. La emoción estuvo presente. Y por momentos también el dolor irreparable.
Como se informó en una nota anterior, Mario Osvaldo Urrera atestiguó el lunes junto a otras tres personas: Walter Fabián Martini, Alicia Gershanik y una testigo de identidad reservada (hermana de un militante asesinado por la banda de la derecha peronista).
Denuncia al juicio fragmentado
Urrera comenzó su testimonio manifestando su descontento en referencia a la condición en la que declaró. “Creo que en rigor de verdad, el sentido común y la lógica hubieran impuesto que yo esté acá en condición de querellante, formando parte de una declaración directamente ligada con el homicidio de mi hermano, Horacio Salvador Urrera, que forma parte indisoluble del acto genocida que involucró a las víctimas. Este es el colmo de la fragmentación porque la justicia se ha permitido separar y fragmentar un mismo hecho, una misma masacre. Para mí como ciudadano es desconcertante y desconsolador. No se me ha dado ninguna explicación”.
Horacio Urrera en aquel momento tenía 23 años de edad, era estudiante de derecho en la UNLP y era empleado público en el Registro de la Propiedad. Su hermano afirmó que “lamentablemente en ese mismo lugar trabajaban integrantes de la CNU, concretamente Pipi Pomares y otros, quienes recibían las visitas del Indio Castillo, el Misto Fernández Supera, un tal Charicia, Tony Jesús y el Chino Causa. Tenían una presencia como en el hipódromo, en los colegios de la Universidad, en algunas fábricas. Aprovechaban los ambientes en donde se desempeñaban para marcar gente”.
El testigo agregó que “son múltiples los relatos que dan cuenta de su violencia a través de portar armas y exhibirlas frente a los empleados, amenazar gente, agresiones físicas de todo tipo, era una verdadera patota de choque. Mi hermano simpatizaba con la Juventud Peronista y era delegado de AERI. Padecía el constante asedio de esta gente. Comenzó a ser perseguido y amenazado, en general por todo el grupo pero en particular por el Pipi Pomares. Llegó un momento en que la situación era insostenible y comenzó a procurar su alejamiento, logra un pase en comisión al Tribunal de Cuentas. Yo era su hermano menor, tenía 20 años, compartíamos muchas horas. Nos hicimos cargo de la mueblería que dejó nuestro padre tras su fallecimiento”.
“Sabíamos que eran peronistas de derecha ligados a la Curia”
Sobre la noche de la masacre en la que cayó su hermano, Mario Urrera recordó que “en la madrugada del día 20 de abril fuimos despertados violentamente con gritos. Eran seis o siete personas, armados con todo tipo de armas, largas, cortas, escopetas, Itacas. Se llevaron a mi hermano. Vimos por la ventana tres autos y comprobamos que se trataba de un grupo constituido por al menos quince personas. Sabíamos que se trataba de un grupo peronista de derecha, que estaban ligados a la curia, que el ideólogo que los apadrinaba era el profesor Disandro, emparentado con los poderes del Estado. Está documentado el vínculo que tenían con José Ignacio Rucci, con Victorio Calabró, José López Rega y la Triple A. Contaban en su agrupación con integrantes de la policía bonaerense”.
Esa misma noche de caza de brujas intentaron secuestrar al hermano de Ana María Bossio, secuestro frustrado porque él no se encontraba en su domicilio, del cual se llevaron “algunos recuerdos”. Ana María Bossio reconoció con claridad al Indio Castillo a través de fotografías como integrante de la patota que secuestró a su marido Leonardo Miceli. Además identificó al cenicero que se encontraba en la casa de su hermano como parte del “botín de guerra” la noche que se robaron la vida de Miceli, Sathicq y Urrera.
“Cuando se comenzó a investigar a este grupo luego de caídas las leyes de Punto Final y Obediencia Debida parecía una utopía. El hecho de que hayan sido detenidos Castillo y Pomares parecía increíble. Pasaban los años y parecía cada vez más lejana la idea de hacer justicia, aparte teniendo en cuenta el enquistamiento que esto buenos señores también han logrado en el aparato del PJ, patrióticamente desempeñando tareas en el Senado, en el Municipio. Esto nos hacía suponer que en cualquier momento se podían candidatear como gobernadores, por supuesto con la connivencia de muchos políticos y el silencio de otros”, reflexionó Urrera ante el Tribunal, las querellas y las defensas.
En varias ocasiones durante la audiencia los abogados defensores Fernando Guzmán, Oscar Salas y Christian Romano intervinieron obstaculizando las comparecencias de los testigos o para plantear preguntas inútiles u obvias.
En un momento de su declaración Urrera denunció que los genocidas que están siendo juzgados se posicionan cínicamente como víctimas. Y uno de los abogados defensores lo cuestionó, solicitando que no manifestara lo que pensaba de los hechos sino que se limite a relatar los mismos. El Tribunal no hizo lugar.
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Alegato por su hermano y por todos los caídos
Tiempo después de la masacre los cuerpos de los tres muchachos aparecieron acribillados por la espalda y por el frente flotando en el río a la altura de Sarandí.
Sobre la identificación de los cadáveres de Urrera, Miceli y Sathicq el testigo dijo que “la morgue del cementerio local de Avellaneda no daba abasto. Esa noche vi más de treinta cuerpos NN que tenían como destino la fosa común”.
Puesto a describir a la patota de Castillo, Urrera detalló que en La Plata se los conocía bien y se les decía “Los Fachos”. “Eran la ultraderecha peronista, antimarxistas, antizquierda y antisemitas”, definió.
“Cuando oigo hablar de ’Guerra Sucia’ no puedo entenderlo, estamos hablando de un grupo de genocidas que irrumpían protegidos por la noche, por la sombra, por las zonas liberadas. Puedo dar cuenta en lo personal de eso. Cuando pasó lo que pasó en mi casa, llamé al comando radioléctrico, correspondía la Comisaría Quinta por mi domicilio. No logré ninguna respuesta, solo burlas y amenazas de parte de los policías de la Comisaría Quinta”.
En una entrevista con Ricardo Alfredo “El Boxer” Lozano, un miembro de la CNU “arrepentido”, Urerra terminó de confirmar lo que ya sabía: que la banda la completaban Martín “Pucho” Sánchez, Vicente Álvarez, Roberto Antonio Storni (estos dos policías), David “Feiño” Massota y Omar Quinteros, entre otros.
Sobre el final de su testimonio, Urrera expresó con profunda emoción que “el estigma de semejante trauma hasta el día de hoy me acompaña. No soy la excepción, lamentablemente somos muchos. Vengo a hacer homenaje a la memoria de mi hermano, a la verdad y fundamentalmente al futuro de mis hijos y de mis nietos. El motivo por el cual estoy no tiene que ver con la valentía sino con los miedos que todavía los tengo, sobre todo con un miedo que ha sido mucho más contundente que el resto, que es el miedo al silencio. No podía imaginarme frente a mí mismo y frente a mi familia en silencio, porque uno termina siendo funcional a la barbarie, al genocidio, a la impunidad”.
Por último denunció el aberrante fallo de la Corte Suprema del “2x1” al genocida Luis Muiña, la puesta en duda de parte del presidente Macri acerca de los 30 mil desaparecidos, el intento de cambiar la fecha del feriado del 24 de Marzo, la osadía oficial de hablar de “guerra sucia” en lugar de hablar de genocidio, y el accionar de un Poder Judicial que ha lentificado este proceso, que lo ha fragmentado y maltratado.
“Ojalá este Tribunal no nos arrebate de las manos nuestra esperanza”, sentenció antes de recibir un cerrado aplauso del público presente.