En el ingenio La Esperanza empresarios, gobierno y partidos tradicionales apostaron a un modelo de precarización laboral y negocios de la mano del Estado que se planea aplicar en todos lados. El conjuro de todos ellos contra los obreros y sus familias como un reconocimiento a la combatividad, la capacidad creadora de riqueza y de aportar una salida a las mayorías. Este potencial hay que desarrollar.
Jueves 9 de junio de 2022 08:25
La semana pasada algunos festejaron la quita de todo tipo de impuestos provinciales por 10 años a los dueños del ingenio La Esperanza. La decisión la tomó el Gobernador y la refrendaron en la Legislatura.
Al otro día la algarabía continuó durante un simulacro de inicio de zafra en la planta donde estuvo el primer mandatario, funcionarios y el presidente del PJ junto a los empresarios oriundos de Tucumán.
Allí aprovecharon el acontecimiento y reafirmaron que La Esperanza es “el modelo”. Pero, ¿de qué modelo estamos hablando?
Primero, hay que considerar el rol del Estado respecto al capital privado a quien le viene otorgando a través de sus tres poderes todo tipo de ventajas. Recordemos que la venta del ingenio en quiebra (cuyo principal acreedor era el Estado) fue al 57% de su valor, se lo entregaron en 15 cómodas cuotas (sujeto su pago a la realización de inversiones) y con menos personal dado que el propio Estado hizo el trabajo sucio de despedir a 338 obreros, aquí colaboró a su manera la dirección sindical; pero también avalaron la quita de categorías y antigüedad a los trabajadores que quedaron para luego habilitar el ingreso de monotributistas y tercerizados.
Segundo, hay que considerar que el empresario recibió todas estas ayudas con el mandato de invertir porque como ellos dicen “son la base del desarrollo”. Aquí hay que tener en cuenta que la falta de inversiones y de escucha a los propios obreros fue la que facilitó la explosión de la destilería de alcohol en 2019 razón por la cual perdieron la vida 8 trabajadores. Ellos lo justifican como una tragedia, mejor llamar a las cosas por su nombre, fue un crimen social.
Pero volviendo a esta repetida idea del empresario como el “motor del desarrollo” algo que resonó ayer en la juntada de los dueños del país, los hombres de la AEA (Asociación Empresaria Argentina), hay que preguntarse, de qué desarrollo hablan, cómo se logra ese desarrollo. Es entonces cuando exigen mayores facilidades estatales para aprovechar una oportunidad histórica que ha creado la guerra en Ucrania recreando “una Argentina granera y petrolera del mundo”, que se puede ver -entre líneas- de qué desarrollo están hablando.
Su desarrollo lleva la marca de la ganancia y, en especial de ganancias extraordinarias, así se mueve la inversión en el capitalismo.
Este esquema de negocios requiere, por un lado trabajadores con el menor número de derechos posibles, ayer en esa reunión el dueño de BGH volvió a recordar la necesidad de una reforma laboral, previsional e impositiva; y por otro lado, tener plena libertad de valorizar los alimentos y el petróleo a precios internacionales dentro del mercado interno.
De aquí surge la intención de aquellos que pretenden humanizar al gran capital pidiéndoles que “cuiden los precios” o colaboren cediendo algo de sus “rentas inesperadas”, sin oponerse a este plan, al cual, por otro, lado alientan dada la necesidad de generar dólares de exportación para pagar la deuda al FMI. Es que en realidad, el gobierno nacional está más preocupado por mantener el orden social que exigen los hombres de negocios y su propia permanencia en los cargos, que en resolver el hambre de una Argentina donde un tercio de los que tienen empleo son pobres a pesar de ser un país líder en la producción de alimentos.
Mientras todo este plan está en marcha, en el ingenio La Esperanza se hizo un ensayo general de un modelo que los poderosos quieren implementar en todos lados. Y no fue cualquier caso. Como afirmó el propio diputado Abud Robles, ministro de la Producción que comandó el remate del ingenio, “Se vivía del conflicto todos los días y eso es lo que queríamos evitar”.
Esta fue la respuesta consciente del Estado contra los obreros y sus familias que habían creado una tradición combativa que impidió el cierre de la empresa, que defendió las condiciones laborales y tuvo hitos como el control de una zafra durante tres meses, poniendo en evidencia que el ingenio sin los patrones podía funcionar. Eran tiempos de extrema necesidad en una Argentina que se encaminaba al estallido del 2001 y esos trabajadores (como otros en el país) no esperaron a quedarse en la calle y pusieron las empresas a producir marcando así una esperanza.
Entonces, es este potencial que tiene la clase trabajadora, por ser la única clase que crea día a día la riqueza, que hace mover la economía y la sociedad, el que hay que desarrollar tomando todo tipo de medidas frente a las divisiones que imponen todos los días los de arriba.
Colaborar en que millones de trabajadores tomen conciencia que son quienes pueden reorganizar la economía y el uso de la tecnología en función de las necesidades de las mayorías es una tarea que hay que poner en valor y por su puesto en práctica, porque ahí se juega nuestro futuro y el de las próximas generaciones.
Gastón Remy
Economista, docente en la Facultad de Cs. Económicas de la UNJu. Diputado provincial del PTS - FITU en Jujuy, Argentina.